Comentario a la leyenda "La corza blanca", de Gustavo Adolfo Bécquer, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Una corza blanca...¿cómo ha de ser una corza? ¿es un ciervo? Googleo y encuentro respuestas. Se trata de un cérvido pequeño, perteneciente al género capreolus. Su color pardo rojizo se vuelve grisáceo en invierno, con una llamativa mancha blanca en la grupa. Evidentemente, le gusta pasar desapercibido, hace bien teniendo en cuenta a los cazadores humanos. ¿Una corza completamente blanca? Un sueño, un imposible...
La corza blanca bebe en el río. ¿Y Bécquer dónde bebe?
Según las anotaciones de la edición de Cátedra, al poeta le fueron relatadas algunas tradiciones sorianas, inscritas en "un extenso ciclo narrativo tradicional que trata de la transformación de una muchacha en animal, casi siempre de color blanco (corza, cierva, liebre)". Es el tema de la "biche blanche", muy común en el folklore europeo. Como cercano a la leyenda becqueriana cita también el cuento "La biche aux bois", de Mme. de Aulnoy, editado junto con los cuentos de Perrault.
Y , además, pudo tener presente el "locus amoenus" de la Égloga III de Garcilaso de la Vega, para las escenas de las mujeres bañándose en el río: "Cerca del Tajo, en soledad amena, de verdes sauces hay una espesura...".
Hace poco, volví por allí, con el libro de las "Leyendas", en la mano. Este río también "jugueteaba con alegre murmullo entre las piedras rodadas".
Los sauces "inclinados sobre la limpia corriente humedecían en ella las puntas de sus desmayadas ramas".
Allí mismo emprendo, en compañía de Gustavo Adolfo, un viaje hacia el Medievo romántico:
"En un pequeño lugar de Aragón; y allá por los años de mil trescientos y pico, vivía retirado en su torre señorial un famoso caballero llamado don Dionís, el cual después de haber servido a su rey en la guerra contra infieles, descansaba a la sazón, entregado al alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates."
El "famoso caballero" vive con su hija Constanza, llamada "la Azucena", por su belleza y extraordinaria blancura. Como a la mujer de la rima 52, XIX , la " hizo Dios de oro y de nieve".
Aquel día, don Dionís pasa las horas de la siesta en una amena cañada que llaman de los cantuesos, junto a un cantarín riachuelo.
Bien acompañado por su hija y sus complacientes monteros, disfruta refiriendo aventuras de su vida de cazador. La conversación es interrumpida por el ruido de una esquila. Tras ella va un pastor llamado Esteban, con sus cien blanquísimos corderos. Aquí todo es blanco, como veis.
Bien acompañado por su hija y sus complacientes monteros, disfruta refiriendo aventuras de su vida de cazador. La conversación es interrumpida por el ruido de una esquila. Tras ella va un pastor llamado Esteban, con sus cien blanquísimos corderos. Aquí todo es blanco, como veis.
Uno de los monteros comenta a su señor que el zagal asegura haber oído hablar a los ciervos, confabulados para no dejarlo en paz. El muchacho, algo asustado, es conducido a presencia de don Dionís.
Y, ante el asombro de todos, relata que una noche se colocó allí mismo, escondido, para vigilar el paso de los ciervos hacia el río. Y que oyó tres o cuatro voces distintas, como de muchachas, riendo y bromeando. Y, a sus espaldas, otra voz advertía a sus compañeras de la presencia del “bruto de Esteban”.
Estallan las estrepitosas carcajadas de todos los presentes. Don Dionís también participa del general regocijo y Constanza ríe como una loca.
El zagal, cada vez más inquieto, mira a su alrededor, fija "sus espantadas pupilas en la hija risueña de don Dionís". Ha de revelar algo más: vio entre las matas "una corza blanca como la nieve", seguida de otras de su color natural. Y rien, rien.
Don Dionís, burlón, le aconseja "paternoster y garrotazo", para ahuyentar al diablo tentador. Prosigue la interrumpida cacería.
El relato de Esteban anticipa el "funcionamiento de lo maravilloso": apariciones nocturnas, corzas reidoras y la corza blanca protagonista. Es la primera vuelta de tuerca del misterio.
A continuación, entre los monteros, sobresale Garcés, el solícito enamorado de Constanza; tan bella pero blanco de las malintencionadas murmuraciones. Traída de lejanas tierras, no muy limpia de sangre, tal vez hija de una gitana, su extraño carácter, el contraste de sus ojos oscuros con su piel blanca...
Bécquer va sembrando indicios e insinuaciones acerca de la misteriosa Constanza. Ya teníamos sus pequeños pies que ella desea ocultar, el horror de Esteban al reconocer el eco de su risa...
Garcés le da vueltas, pregunta a pastores. ¡ La han visto! Antes de tres días ha de traerla al castillo, viva o muerta. Constanza se burla, fija sus ojos en él y rompe a reír como una loca. Será esa misma noche. Arma su ballesta y va a la caza del misterioso animal.
Antes de que aparezcan las corzas, el poeta nos regala un bello paisaje nocturno, acompañado de voces misteriosas y un canto coral.
Álamos, sauces, carrascales, madreselvas, campanillas azules, remanso del río...
Garcés se duerme. Después de dos o tres horas, entreabre los ojos y:
Las voces son ahora una coral que canta al cazador sorprendido por el sueño y lo invita a gozar de la noche.
Y , en un enfoque cinematográfico, aparecen las corzas en juguetón tropel, para después centrarse en la corza blanca "más ágil, más linda, más juguetona y alegre que todas, saltando, corriendo, parándose y tornando a correr, de modo que parecía no tocar el suelo con los pies".
Bajo la luz de la luna, las corzas desaparecen. Ahora el cazador se convence de que no hay nada que no sea familiar a "un cazador práctico en esta clase de expediciones nocturnas." Se ríe de su miedo e intenta averiguar dónde está su pieza de caza.
Foto tomada de "En un acorde azul"
Llegamos al momento de la metamorfosis:
Bécquer nos presenta un cuadro de lírico erotismo. Despojadas de sus túnicas, entran y salen en el agua, haciendo saltar chispas luminosas . Se mecen en las ramas, danzan, entrelazan sus manos, aspiran el perfume de las flores...
¿Dónde está Constanza?
El atónito montero la descubre bajo un dosel de verdura. La mira y se convence de que no es un desarreglo de su imaginación, ahí está, " como una flor que se rinde al peso de las gotas de rocío".
Constanza sale , sin velo alguno, del bosquecillo. El coro de sus compañeras canta una dulcísima melodia, invitando a gozar del amor. Garcés, mordido por los celos, desea romper el encanto, separa el ramaje que lo oculta y salta al margen del río. Todo se desvanece como el humo, ahora sólo hay corzas. El cazador pagará cara su trangresión.
La corza blanca quiere huir y se enreda, él la encara con su ballesta. Oye una voz que le dice: "Garcés, ¿qué haces?". Deja caer su arma, la corza huye y se ríe burlona. Recoge la ballesta y deja volar la saeta que se pierde en la oscuridad. Oye unos gemidos.
Al oír los lamentos, exclama: "¡Dios mío, si será verdad! ". Loco, fuera de sí, corre hacia donde ha disparado. Horrorizado, contempla a su amada, herida por su propia mano, agonizando, revolcándose en su sangre.
Cierro el libro, allí junto al pequeño arroyo. Levanto la vista y veo huir a un corzo. No sé, tal vez era una corza. Su color era...prefiero no revelaros su color.
Porque de cualquier rincón oscuro puede surgir el dardo que mate a la imaginación.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda, del blog "La acequia" dice aquí:
"Por tierras de Burgos abundaban las corzas. No sé si blancas, pero seguro que igual de bellas. ¿Las hay blancas hoy todavía? Qué bella leyenda, qué buena entrada. "
Porque de cualquier rincón oscuro puede surgir el dardo que mate a la imaginación.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda, del blog "La acequia" dice aquí:
"Por tierras de Burgos abundaban las corzas. No sé si blancas, pero seguro que igual de bellas. ¿Las hay blancas hoy todavía? Qué bella leyenda, qué buena entrada. "