Dedico esta entrada a la pequeña Carmen que me dejó su querido libro de cuentos.
Comentario al capítulo 2, 69 del Quijote, publicado en "La acequia".
Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote.
Pongámonos en el lugar de Sancho y don Quijote, que no de don Quijote y Sancho.
Entran en volandas en un patio iluminado con cientos de fantasmales antorchas encendidas. En medio se alza un túmulo funerario, cubierto de negro terciopelo y rodeado de blancas velas encendidas, en plateados candeleros. Allí yace una hermosa doncella, tan hermosa que “hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte”. Almohada de brocado, guirnalda de flores, manos cruzadas y la palma de la virginidad en la mano; como las princesas de los cuentos.
"se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella, que hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte"
A un lado, sobre una tarima, teatralmente sentados, unos fingidos personajes disfrazados de reyes. Sientan a los “presos”, los otrora invitados, mandándoles callar con el gesto del dedo en la boca. No hace falta insistirles en el silencio, han enmudecido. ¿Qué pesadilla están viviendo?
Suben al tablado dos principales personajes, con su séquito. Don Quijote reconoce a los duques y su perplejidad se suma a la de haber identificado a la hermosa Altisidora, en el funerario túmulo.
Caballero y escudero inclinan la cabeza, a lo que los saludados contestan igualmente.
Un criado viste a Sancho como a un penado de la Santa Inquisición: con ropa negra, toda pintada con llamas de fuego y cucurucho en la cabeza, con bonito estampado de diablos. Se mira y remira. Como no arde ni le llevan, se tranquiliza el amigo Panza. Don Quijote, a pesar de su miedo, no deja de reírse de las trazas de su criado.
"quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza , al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio"
El silencio guarda silencio; pero debajo del túmulo, hay unos flautistas invisibles que lo rompen, con una apacible musiquilla. Y, junto a la almohada, se coloca un guapo arpista, que canta dos estancias con una suave voz.
La primera estancia señala la crueldad de don Quijote como causa de la muerte de Altisidora. Mas, al parecer, hay remedio porque “en tanto que en sí vuelve", las dueñas se visten de luto y él canta “su belleza y su desgracia”.
La segunda pertenece a la Égloga III de Garcilaso y expresa la voluntad del poeta de seguir cantando a su amada tras la muerte, “la voz a ti debida”, parando así “las aguas del olvido”.
"y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido"
Los disfrazados de reyes representan a Minos y a Radamanto, jueces de los infiernos. Minos pide al del arpa que lo deje ya, puesto que sería infinito cantar las gracias de Altisidora, tan famosa. Y asegura que no está muerta sino viva, sólo es preciso que Sancho cumpla cierto castigo y la doncella volverá a la vida. Su compañero de juicios, Radamanto, ha de decir cuál será la pena.
Y Radamanto con una “ea”, anima a los criados de la casa para que acudan a “sellar” el rostro de Sancho con veinticuatro “mamonas”, cachetes más o menos. Completarán la faena con doce pellizcos y seis alfilerazos en “brazos y lomos”. Con esto sanará la del túmulo.
Sancho Panza explota, de ninguna manera se va a dejar, como si le dicen que se vuelva moro…
"¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro!"
¿Qué tendrá que ver su cara con la “resurrección” de Altisidora? Por ahí se están acostumbrando a mortificarle para desencantar doncellas, como la vieja del proverbio, la cual cogió gusto a los bledos y no los dejó ni verdes ni secos.
"Regostóse la vieja a los bledos..."
Si Dulcinea está encantada, él se ha de azotar. Se muere Altisidora y, para resucitarla, han de abofetearle, pincharle y acardenalarle. No hay tus tus con Sancho, perro viejo.
Radamanto amenaza: “¡Morirás!”. Ha de ablandarse, humillarse, sufrir y callar. Ha de ser mamonado, acribillado y pellizcado. Y dicho y hecho. Da la orden los criados para que se pongan a la faena.
Por el patio viene una procesión de dueñas, con las manos en alto. No, eso sí que no. Bien podrá Sancho dejarse manosear de todos, pero jamás de unas dueñas. Aguantaría uñas de gato, dagas o tenazas de fuego; mas no consentirá que le toquen esas brujas.
Don Quijote le pide paciencia y se lo hace ver de otra manera. Debería dar gracias al cielo que le concede el poder de desencantar y resucitar.
Persuadido, ofrece rostro y barba a la primera, que le da una torta bien dada y se retira con una reverencia. Todas las dueñas le sellan la cara y gente de la casa le pellizca. Lo que no puede sufrir es que lo puncen con alfileres. Coge un hacha encendida y echa a todos sus verdugos.
"pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres"
En esto, Altisidora, algo cansada de estar tumbada, se vuelve de lado. Todos a una voz proclaman la vuelta a la vida de la casi muerta.
Don Quijote se pone de rodillas delante de Sancho y le dice que ahora es tiempo de propinarse algunos de los azotes que debe darse por Dulcinea. A Sancho eso le parece una acumulación insoportable de mortificaciones, para curar males ajenos. Él no tiene por qué ser “la vaca de la boda”, la que recibe todos los palos, para divertir al personal.
Altisidora se sienta en el túmulo; suenan chirimías, flautas y voces que aclaman a la resucitada. La reciben y la bajan de la tarima. Se hace la desmayada y se inclina ante duques y reyes.
Expresa un reproche para don Quijote por su crueldad que la ha tenido en el otro mundo más de mil años, qué exageradilla.
Y, cómo no, agradece su vuelta a la vida al compasivo Sancho. Como premio, puede disponer seis de sus camisas, algo rotas pero limpias. Ya veo a Teresa cosiéndolas para hacer otras seis, pero de hombre. No creo que haya suficiente tela.
Sancho se quita la coroza, se arrodilla y besa las manos a su benefactora. El duque ordena que le quiten el atuendo de reo y le pongan su sayo y caperuza. No, no se lo quite, señor duque, que lo quiere llevar a su aldea, como recuerdo del raro suceso.
La duquesa le dice que se lo dejan, cómo no. Ya sabe el escudero qué buena amiga tiene en esta gran señora.
El duque manda que todos se recojan y lleven, a caballero y escudero, hasta las habitaciones que tan bien conocen.
Un abrazo de María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dijo en este blog:
"Qué buena perspectiva, desde el orden inverso de los protagonistas: y la ilustración, con el cuento de la bella durmiente y las imágenes bucólicas, todo un acierto."