La madre de Frankenstein (Almudena Grandes) |
Compré la última novela de Almudena Grandes antes del confinamiento, como un regalo que me hacía a mí misma, de una autora que rara vez me había defraudado. Comencé a leerla y enseguida me ganó, pero cuando un libro me gusta sé que corro el riesgo de leerlo demasiado deprisa, de zampármelo y perderme detalles importantes; así que lo dejé reposar mientras terminaba otras lecturas. Llegó la encerrona y, a pesar de la dureza de la situación, todo el día pegada a inquietantes noticiarios, me aliviaba tener una buena novela a mano, para leer despacio, en los ratos buenos.
A falta de terraza o balcón, algún día leí en la ventana, mientras tomaba un poco el sol a primera hora de la tarde, con un calendario entre las páginas. Incluso, alguna vez imité el gesto sorprendido de la mujer de la portada.
Mi ventana quedaba abierta al psiquiátrico de Ciempozuelos donde estuvo recluida Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer que pasó a la historia por asesinar, mientras dormía, a su hija Hildegard, una joven superdotada que empezaba a apartarse del diseño materno de "nueva mujer", minuciosamente trazado desde su nacimiento; como un doctor Frankenstein que se deshace del monstruo.
Abierta al Madrid de los años cincuenta, ya sin esperanza de que el viento de la guerra mundial se llevara la dictadura. A una España de silencio y pobreza, tiranizada por la implacable moral pública franquista, un país cárcel y manicomio, incomprensible para el psiquiatra Germán Velázquez que acababa de regresar de un largo exilio en Suiza que empezó como niño de la guerra, tutelado por una familia judía que merecía otra novela aparte, pero bien está...Germán traía ideas nuevas, una psiquiatría nueva que chocaba con la ejercida por "soldados de Cristo" como Antonio Vallejo Nájera o Juan López Ibor. No la voy a contar, sería una faena destriparla, "spoilearla" como se dice ahora.
La madre de Frankenstein forma parte del proyecto narrativo Episodios de una guerra interminable, es la quinta de "seis novelas independientes que narran momentos significativos de la resistencia antifranquista en un periodo comprendido entre 1939 y 1964, y cuyos personajes principales interactúan con figuras reales y escenarios históricos. El espíritu y el modelo formal, así como la elección del nombre, homenajean a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós".
¿Una historia? Son historias preñadas de historias, con un eje principal alrededor del cual gira un universo de personajes. A esta escritora se le pegan las historias como piedra imán, algunos tal vez opinen que son demasiadas, que podría aprovecharlas para otros libros, que el lector se lía con tantos personajes. Almudena Grandes es así. La anterior, Los pacientes del doctor García, tenía un árbol de personajes, reales e imaginarios, aún más ramificado. Esta es menos liosa, ánimo.
Aurora vivió recluida veintiún años en el pabellón donde se alojaban las señoras pensionistas de primera clase, desde 1935 hasta su muerte en 1956. Una cárcel de suelo lustrado para una enferma mental de lujo. Vivía aislada, tocaba el piano todo el día y tocaba bien: solo la auxiliar María Castejón iba una hora cada día a leerla, en voz alta, un libro. No perdamos de vista a la lectora, es el otro gran personaje del trío de la novela. Almudena Grandes nos ofrece un atinado retrato de Aurora, un personaje real del que ya se ocuparon otras obras: una mujer extraordinaria que le llevaba interesando desde hacía treinta años y a la que nunca había conseguido odiar, una paranoica que razonaba impecablemente, fuera del tema de su delirio, un poco como don Quijote si se puede establecer tamaña comparación.
Porque la Grandes es muy de Galdós...
La madre de Frankenstein contiene muchos ingredientes más, os invito a descubrirlos.
Mi intención es hablaros un poco de los libros que leí, y sigo leyendo, en los tiempos del coronavirus. Ahora parece que puedo...
Un abrazo de María Ángeles Merino
* Artículo de 9 febrero de 2020, "Galdós" de Javier Cercas.
Mi ventana quedaba abierta al psiquiátrico de Ciempozuelos donde estuvo recluida Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer que pasó a la historia por asesinar, mientras dormía, a su hija Hildegard, una joven superdotada que empezaba a apartarse del diseño materno de "nueva mujer", minuciosamente trazado desde su nacimiento; como un doctor Frankenstein que se deshace del monstruo.
Abierta al Madrid de los años cincuenta, ya sin esperanza de que el viento de la guerra mundial se llevara la dictadura. A una España de silencio y pobreza, tiranizada por la implacable moral pública franquista, un país cárcel y manicomio, incomprensible para el psiquiatra Germán Velázquez que acababa de regresar de un largo exilio en Suiza que empezó como niño de la guerra, tutelado por una familia judía que merecía otra novela aparte, pero bien está...Germán traía ideas nuevas, una psiquiatría nueva que chocaba con la ejercida por "soldados de Cristo" como Antonio Vallejo Nájera o Juan López Ibor. No la voy a contar, sería una faena destriparla, "spoilearla" como se dice ahora.
La madre de Frankenstein forma parte del proyecto narrativo Episodios de una guerra interminable, es la quinta de "seis novelas independientes que narran momentos significativos de la resistencia antifranquista en un periodo comprendido entre 1939 y 1964, y cuyos personajes principales interactúan con figuras reales y escenarios históricos. El espíritu y el modelo formal, así como la elección del nombre, homenajean a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós".
¿Una historia? Son historias preñadas de historias, con un eje principal alrededor del cual gira un universo de personajes. A esta escritora se le pegan las historias como piedra imán, algunos tal vez opinen que son demasiadas, que podría aprovecharlas para otros libros, que el lector se lía con tantos personajes. Almudena Grandes es así. La anterior, Los pacientes del doctor García, tenía un árbol de personajes, reales e imaginarios, aún más ramificado. Esta es menos liosa, ánimo.
La novela me acompañó en unos días duros, entre desinfectantes y terribles cifras de fallecidos, con un retrato bien trazado de un tiempo especialmente difícil. Cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Paseaba con Almudena por los pabellones del psiquiátrico de Ciempozuelos y las calles de un Madrid paupérrimo, la pintura gris de un país donde el nacionalcatolicismo convertía los pecados en delitos, especialmente duro para las mujeres pobres como María Castejón, "víctima de la vieja historia universal, la del señorito seductor y despiadado con la pobre mujer ignorante" como Fortunata y Juan Santa Cruz porque "Galdós, cómo no, se cuela en el libro". Me gustó especialmente el personaje de la auxiliar de clínica María, en su difícil lucha por salir de la ignorancia y de la moral impuesta. También me atrapó el de Germán Velázquez, un psiquiatra joven, inspirado en las memorias de Carlos Castilla del Pino, que nos adentró en la sombría y terrible realidad de los viejos manicomios de los cincuenta. Germán vino de Suiza y vivimos su extrañeza. Y, en todo momento, sentimos la presencia personal de la escritora, casi la vemos y, de ninguna manera, sigue la máxima de Flaubert:
"El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna". *
Paseaba con Almudena por los pabellones del psiquiátrico de Ciempozuelos y las calles de un Madrid paupérrimo, la pintura gris de un país donde el nacionalcatolicismo convertía los pecados en delitos, especialmente duro para las mujeres pobres como María Castejón, "víctima de la vieja historia universal, la del señorito seductor y despiadado con la pobre mujer ignorante" como Fortunata y Juan Santa Cruz porque "Galdós, cómo no, se cuela en el libro". Me gustó especialmente el personaje de la auxiliar de clínica María, en su difícil lucha por salir de la ignorancia y de la moral impuesta. También me atrapó el de Germán Velázquez, un psiquiatra joven, inspirado en las memorias de Carlos Castilla del Pino, que nos adentró en la sombría y terrible realidad de los viejos manicomios de los cincuenta. Germán vino de Suiza y vivimos su extrañeza. Y, en todo momento, sentimos la presencia personal de la escritora, casi la vemos y, de ninguna manera, sigue la máxima de Flaubert:
"El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna". *
La madre de Frankenstein contiene muchos ingredientes más, os invito a descubrirlos.
Mi intención es hablaros un poco de los libros que leí, y sigo leyendo, en los tiempos del coronavirus. Ahora parece que puedo...
Un abrazo de María Ángeles Merino
* Artículo de 9 febrero de 2020, "Galdós" de Javier Cercas.
Pues si te ha gustado y te ha acompañado en esos días de encierro necesario, bienvenida sea la novela. Seguro que Almudena Grandes nunca pensó en que sus novelas iban a servir para estos acompañamientos, ni ella ni nadie.
ResponderEliminarPara mí esta novela ha sido la del desconfinamiento, al menos oficial, me la han prestado los amigos, con los que estrené mi primera terraza cuando ya habían pasado bastantes días.
Es amena, pero Grandes no es Galdós, las ramas del árbol siguen creciendo sin control y ella se va gustosa por ellas, le sobra todo el final, y son imperdonables en una pluma de esta categoría y una editorial de prestigio los anacronismos que te encuentras y que literalmente te sacan de los años 50 para traerte a una época más cercana.
La parte erótica me ha recordado, para mal, a la primera novela de la autora, Las eddes de Lulú.
En definitiva y por mi parte, luces y sombras en el final de la primavera, principios del verano semiconfinados.
No, Almudena Grandes no es Galdós. Galdós dejaba crecer las ramas y podaba lo justo. Tal vez Almudena deja que le crezcan las ramas para atrapar a muchos tipos de lectores y que en la ensalada haya ingredientes para diferentes gustos. No sé, a mí me acompañó y la leí a gusto, aunque había cosas que me hubiera saltado. No quise hablar de ello en la entrada aunque con meter el enlace del artículo de Cercas ya indicaba algo. Y la cita de Flaubert...
EliminarAlmudena creís saber bien lo que pasaba en los cincuenta y se descuidó. En los cincuenta me parece que estaba en la cuna.
Besos Carmen, un placer hablar de libros contigo.
Ni en la cuna, nació en 1960.
EliminarMe ha resultado una novela irregular y con defectos que afean el resultado, pero si te ha acompañado estas semanas tan duras, ya solo por eso merece ser recordada. ¡A por otra!
ResponderEliminarMerece la pena, ya le cuento a Carmen que no quise hablar de defectos. Y que con sacar a pasear a Cercas...
EliminarUn abrazo, Pedro, un placer.
La leí porque tú la estabas leyendo y también lo hice durante el confinamiento y fectivamente, me vino muy bien, porque te sunerges en ella y sus personajes, pero como le pasa en otras novelas, le sobran páginas y como dice Carmen, hirrian los anacronismos y no es una novela redonda, pero a mí también me sirvió para hacer más llevadera la situación de esta extraña primavera.
ResponderEliminarBesos
Chirrian
ResponderEliminarY te aconsejé bien. Nos sirvió. Redondas no hay ninguna. A mí me sobraban algunas cosas pero no quise hacer una entrada para sacar a relucir defectos. Bastante cruz tiene con Cercas.
ResponderEliminarBesos