-"Suena un ruido terrible en medio del silencio del alba". Me caí del andamio, mi cabeza se libró, gracias a Dios, pero tenía magullado el brazo derecho. No podía incorporarme y mi antigua hernia se había salido del todo. Sentía frío, miedo y dolor. Recordaba como murió un anciano, yo era un niño, en la tienda de mi padre cirujano barbero. Me quedaba un corto espacio de tiempo, unos meses, sin poder pintar, solo repasaría el gran lienzo de mi vida.
¿Cómo me había podido caer? "Bartolomé Esteban Murillo es un hombre de más de sesenta años" . Sí, era una edad avanzada y "una quebradura vieja en la barriga" me traía por el camino de la amargura. El mismo padecimiento de aquel viejo paciente...Nada de esfuerzos, clamaba mi médico, pero decidí "rematar el detalle de la escena celestial". No podía esperar a mis ayudantes, ignorantes de la magia de los colores. Rezaba mientras ascendía, peldaño a peldaño, con la paleta, los pinceles y el "cuenquillo con el pigmento azul". Solo podía agarrarme a la barandilla con una mano y un descuido me condujo al suelo.
¿Cómo me había podido caer? "Bartolomé Esteban Murillo es un hombre de más de sesenta años" . Sí, era una edad avanzada y "una quebradura vieja en la barriga" me traía por el camino de la amargura. El mismo padecimiento de aquel viejo paciente...Nada de esfuerzos, clamaba mi médico, pero decidí "rematar el detalle de la escena celestial". No podía esperar a mis ayudantes, ignorantes de la magia de los colores. Rezaba mientras ascendía, peldaño a peldaño, con la paleta, los pinceles y el "cuenquillo con el pigmento azul". Solo podía agarrarme a la barandilla con una mano y un descuido me condujo al suelo.
Eva Díaz Pérez y La carne de los ángeles.
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
-Me parecía percibir, en lo que estaba pintando, "una extraña ánima" que volvía "rosadas las encarnaduras, como si por dentro corrieran las sangres". Presto aparté "las absurdas fantasías", llegué a percibir cambios de posturas y gestos en mis santos. No, yo era un "hombre humilde, sencillo y comedido", me vi obligado a sacudirme el "orgullo impropio de un cristiano". Era muy grande mi fama; pero nunca había de creerme "un dador de vida como Dios". Me decía a mí mismo: mira, Bartolomé, que el Santo Oficio afila presto sus uñas. El olor del quemadero llegaba a todos los rincones de Sevilla, yo nunca entendí el regocijo del populacho.
Tan loca mi imaginación, cerraba los ojos y permitía a Santa Catalina tomar en sus brazos al Niño Jesús, para que María reposase. La divina madre sonreía y la carne de los ángeles se volvía más sonrosada: las mejillas, las roscas de los brazuelos, las barriguillas abombadas, los diminutos pies que pateaban las nubes. Perdí a mis niños, tan hermosos, que me servían de modelo, partieron tempranamente para otro cielo no pintado.
Aquella terrible peste se llevó a tres, su imagen en los lienzos era mi pobre consuelo y el de mi esposa Beatriz que cada día visitaba la iglesia de Santa María la Blanca. José Felipe, hijo, si te estás quieto mientras tu padre, te pinta te daré leche con miel. Jugarás eternamente, junto a Nuestra Señora.
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
Me llegó la primera fama con el encargo de los frailes del convento de San Francisco. Cansados de carne atormentada y sangrienta, muchos aplaudieron la religiosidad amable, el "bálsamo dulce y sanador" que yo, mozo pintor, les ofrecía para alivio de un tiempo amargo. Inundaciones, peste, hambrunas y el deterioro del cauce del Guadalquivir que desviaba el comercio a Cádiz. Sevilla ya no era la capital económica del maltrecho imperio español.
Junto al Guadalquivir.
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
Pero mis colores envejecían, me preguntaba de dónde había salido ese "color de bronce viejo", "una luz anciana de color cansado", como yo mismo. "Una tiniebla agazapada en mis primeras pinturas...una herrumbre, una invisible lepra que devorara el alma del lienzo". Pensaba en "el aspecto arrasado de los cuadros de los maestros del pasado", los míos también sufrirían así irremediablemente. ¿Y si hubiera cirujanos de obras de arte?
Intenté espantar los malos pensamientos y regresar al azul de Los desposorios de Santa Catalina. El día anterior había tenido la idea de mezclar el pigmento con agua del mar de Cádiz, como tantas veces hice con el agua del Guadalquivir. Era mi secreto, agua y barro como recuerdo de la ciudad en la que se había pintado. Tal vez por eso mis cuadros respiran o quizás "esa agua putrefacta y hedionda del gran río Betis, dulce y salitrosa por la cercanía del mar de Sanlúcar, sea la causa del color quebradizo que descubre ahora en todos sus lienzos".
"El barro de Sevilla...aquel fango que era el primer olor de los cuadros".Los jóvenes aprendices recorríamos las riberas del Guadalquivir, después de la marea, para recogerlo seco y llevarlo en cestas de mimbre al obrador. En el camino bromeábamos con las mozas: "a un real la arrobaaaa". Luego tocaba aplicarlo con paciencia en las imprimaciones de cada lienzo, para tapar los poros. Oscurecía las escenas sagradas, el claroscuro que tanto gustaba para las iglesias.
No había podido dormir pensando en el azul de ultramar, el azul atlántico de Cádiz. ¿De qué color era el mar? No podía esperar, allá iba yo con el cuenquillo del azul de ultramar. Era una "mañana de frío blancoceniza del mes de enero", me frotaba las manos heladas, observaba las tonalidades del resto del cuadro y confirmaba satisfecho que los toques de luz estaban bien resueltos, gracias al albayalde. Hablaba a solas: "¡El albayalde es el pan de la pintura!", la letanía que solía repetir a mis discípulos. Blanco con ocre para la piel curtida. Blanco con bermellón para la piel rosada de los ángeles. Corría la leyenda de que yo pintaba con sangre y leche. La piel tierna de mis hijos, los pinté nada más salir del vientre de mi bienamada Beatriz, pero también "la piel que pintara en su sueño loco" mi discípulo Rodrigo de Salazar.
"¿Cómo pudiste traicionar mis enseñanzas? ¿No te diste cuenta de que cometías un gran pecado?" Me sorprendía a mí mismo, estaba hablando en voz alta, hablaba a un fantasma. A Rodrigo, mi discípulo preferido, que llegó a mi taller después de una infancia en la calle. Me admiraba su destreza, su exquisito cuidado impropio de sus años y su crianza. Opinaba de pintura como un maestro.
Aquel día de la caída, me parecía estar hablando con Rodrigo sobre la dificultad de pintar en Sevilla, por el exceso de luz. Me preguntaba, las preguntas de un fantasma, si los ángeles se pintaban mejor en verano.
-"¿Por qué me haces preguntas tan raras, hijo?
-Porque, si los pigmentos se llenan de sol, saldrá un color más dorado, más de lumbre para esas criaturas del cielo..."
¡Lumbre! Me enredaba "en las luces viscosas del pasado", "aquel mal asunto". Rodrigo que entregó un hermoso ángel al duque de la Florida y después le llegaron otros pedidos de caballeros a los que les gustaba ver la belleza en sus cámaras privadas. Había pintores que ejecutaban en secreto retratos de mujeres desnudas, mi discípulo "los hacía de mocitos galantes". "¿Cómo pudiste traicionar mis enseñanzas? ¿No te diste cuenta de que cometías un gran pecado?"
Yo también pequé, Rodrigo. Ingenuamente, pero fue un pecado. El duque me encargó "ángeles mancebos". Quería ver en su alcoba mi "divina carne de ángeles". Ángeles que custodiaran su cama. Accedí. Durmieron muchos años "ocultos en un arcón".
"Pero ¿y si ahora que está tan cercana su muerte se descubren?"
"A mi hijo Gaspar Esteban, canónigo de la catedral, no gustaría de esos ángeles pintados por su padre en los que hay algo tan extraño."
Estaba tan distraído que olvidé que había dejado "el cuenco con la pintura azul junto al pie derecho". Tropecé y perdí el equilibrio, mi torpeza de hombre viejo, no pude agarrarme a tiempo. Mientras caía pensaba que los ángeles del cuadro de los Desposorios y todos mis ángeles pintados saldrían de sus lienzos y me recogerían suavemente "en un manto de nubes de gloria".
La carne de mis ángeles. No todo fue almíbar y miel en mis cuadros, ni en mi vida. Los que contempláis mis cuadros, son ya cuatro siglos, juzgaréis. Mis cuadros respiran, viven.
-Así soñé a Bartolomé Esteban Murillo, después de leer El color de los ángeles de Eva Díaz Pérez. Un libro agradable, bien documentado, el lector sabe distinguir lo que es historia de lo que es una recreación con contenido histórico. Es una novela para buscar los cuadros citados, ahora es fácil, con un móvil o un ordenador. Aunque nada como verlos realmente. El Cuarto Centenario ha sido una gran oportunidad para dar un paso en la tarea de descifrar el enigma Murillo. ¿Cómo era de verdad Bartolomé Esteban Murillo?
Foto tomada por Yolanda Delgado en la excursión a Sevilla del Club de Lectura de Alumni UBU.
Myriam Goldenberg, Pedro Ojeda, el guía y Eva Díaz pérez.
Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Gracias a Yolanda Delgado por la cortesía de enviarme sus fotos.
Palabras en rojo tomadas directamente de El color de los ángeles, Eva Díaz Pérez, editorial Planeta.
Palabras en rojo tomadas directamente de El color de los ángeles, Eva Díaz Pérez, editorial Planeta.