jueves, 30 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (3)



Comentario a A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

En los relatos de A sangre y fuego no hay ni tiempo para comer ni comida; pero Manuel Chaves Nogales, en un solo párrafo de ¡Massacre, massacre!, nos pinta un vivísimo cuadro de la lucha por el alimento. Una viejecilla permanece impasible tras una explosión que no la mata de milagro, tras emerger entre cuerpos ensangrentados y, sin embargo, se siente dichosa de colocarse la primera en el turno de los huevos. ¡Ha vencido a todos los de la cola!

Recordáis que mi madre se convirtió en improvisada cronista al comentar algunos párrafos del libro que yo le iba leyendo. Como desea seguir con esa labor, le leo: 

"Se oyó una gran detonación y se vio que algunas mujeres de las que estaban en la cola se desplomaban súbitamente. Las demás echaron a correr aterradas. Entre el amasijo de cuerpos ensangrentados que quedaron en la acera sólo permaneció enhiesta una viejecilla con un pañuelo negro por la cabeza y un capacho entre las manos que, ajena a todo lo que no fuese su anhelo de que le llegase el turno antes de que se acabasen los huevos, aprovechó el revuelo para correrse suavemente por la pared salpicada de sangre y metralla hasta el portal de la tienda, dichosa de encontrarse con que había pasado a ser el numero uno de la cola."

-Nosotros teníamos gallinas, conejos y palomas. No teníamos el problema de esa viejecilla que esperaba con tanta ansia el turno para comprar huevos. Había muy poca comida, la que daban para el mes en la cartilla, donde iban quitando días de un cartón o lo tachaban. Teníamos que hacer muchas colas. Iba Diego, más pequeño que yo, porque el sueldo de mi padre daba poco de sí y tenía que dar clases particulares de Bachillerato a las hijas de los de una finca que tenían vacas, corderos, verdura y de todo. Le pagaban con alimentos, la mejor paga en tiempos de guerra. Sólo los de la confitería Salinas, dos chicos que eran primos, le pagaban con dinero. Cuando acabó la guerra eran los mejores del Instituto que había estado cerrado los tres años. Sin embargo, a nosotros, sus hijos, no quiso enseñarnos, nos hubiera venido bien, decía que para qué si nos iban a matar.


Confitería Salinas en la Plaza de Cervantes.

-Mira, mamá. Aquí habla de los que comían y pagaban con dinero:

"Valero fue a refugiarse en la tabernita vasca donde habitualmente comía y cenaba. Aún no habían comenzado a llegar los clientes, un centenar de milicianos que desde que comenzó la guerra comían y bebían allí sustituyendo a la antigua clientela. El patrón había conseguido reservar un saloncito interior del establecimiento para los comensales que aún pagaban en contante y sonante moneda burguesa: aviadores, oficiales de las milicias, diputados, "responsables", periodistas extranjeros, intelectuales antifascistas y unos tipos raros que nadie sabía quiénes eran ni a qué se dedicaban."




-¿Pagaban los milicianos?

-Pues... parece que no. No están incluidos en el "saloncito".

-No, seguro que los de UHP no pagaban, lo habían tomado como cosa de guerra que no tenía importancia. Así saqueaban todo. A mi hermano Pepe, le daban, en la finca aquella, un pan grande diario, a cambio de estar allí para avisar a la dueña si aparecían los de UHP. Cuando venían, se llevaban corderos enteros. Lo que no sabíamos es que el dueño vivía escondido entre los sacos de arena que había para parar la metralla.

Antonio, mi hermano mayor, cuidaba las vacas de un vecino que necesitaba ayuda porque su empleado se había ido a la guerra. Le daban un litro de leche y algún requesón que otro, tampoco le daban dinero. Así que le tocaba ir a Diego con su capacillo a una tiendecita que estaba muy cerca, a comprar el racionamiento. Era muy poco, por eso había que buscarse comida donde se podía. Contaban que mi hermanito se colaba todos los días y a los guardias les hacía gracia, era tan pequeño y tan salao. No le reñían y las mujeres tampoco le decían nada. Un cuarto de azúcar cada dos días, un cuarto de leche para la pequeña cada dos días, menos mal que Antonio traía más leche y mi padre también. 


Mi hermano Antonio tenía dieciséis años cuando empezó la guerra, pero parecía adulto. Había preparado un palomar en una torreta del patio principal y criaba palomas con trigo que respigaba. Todos los días le entregaba al director de la Universidad dos pichones para que se los hiciera llegar a su sobrino, preso en la Cárcel Modelo. Al final de la guerra, el muchacho apareció a darle las gracias y le dijo que no todas le llegaban, se las comían los carceleros. También se preocupaba de dos mujeres muy viejecitas que vivían cerca, les llevaba leña que él mismo cortaba, verduras, patatas y algún conejo.


Mi padre volvía de la finca donde daba clase con los bolsos llenos, gastaba una gabardina vieja con refuerzos que le había cosido mi madre. Yo no iba a la compra, mi madre tampoco. Se daban casos de violaciones de niñas y mujeres y mi padre no nos dejaba.

Todos los meses, venía un señor de Madrid que decía que tenía un hijo tuberculoso. Nos pedía por favor si le podíamos dar algo de comida. Mi madre le daba un conejo, un repollo, unas acelgas, lo que había. Tenía una zapatería y, a cambio, nos traía zapatos. A mí me trajo unos de charol, muy bonitos. En la capital, lo pasaron mucho peor que en los pueblos.

-Había mucha tuberculosis. Mira aquí, en Y a lo lejos, una lucecita, los milicianos entran en un sanatorio de la Sierra:

"Entre aquellos seres infelices que esperaban a morirse tendidos en las galerías del sanatorio, la guerra civil, aunque pareciera inconcebible, se mantenía también con un encono feroz. Fascistas unos y antifascistas otros, se agredían verbalmente desde sus camastros con una saña verdaderamente patológica. Validos de la prerrogativa de su mal y sintiéndose condenados por una sentencia inexorable, desafiaban todas las coacciones y amenazas. Uno de ellos tenía un trapo con los colores de la bandera monárquica, y cuando la fiebre le hacia delirar se incorporaba en el lecho y tremolando su bandera por encima de la cabeza gritaba frenéticamente: "Arriba España", mientras los enfermos vecinos...llamaban a los milicianos para que los fusilasen...el odio de clase de aquellos infelices".

-Cuánto odio, estaban muriéndose y seguían odiándose por la política. En la guerra había mucho odio, mucha crueldad, mucho crimen; pero también había personas muy buenas. Con el Campesino pasé un rato muy malo. 

-Venga, cuenta lo del Campesino.

-Estaba yo en el patio de Cisneros, a la entrada, cuando vi a un militar grandón, luego supe que era el llamado Campesino que le estaba dando muchas voces a mi padre y le decía tocándose la pistola: "me da miedo de lo que puedo hacer". Porque le había pedido mantelerías y vajillas que había preparadas para una residencia de estudiantes que con la guerra no se abrió, las quería para dar una fiesta o lo que fuera. Oí a mi padre que le decía: "yo creía que las guerras se ganaban con metralletas, aviones y táctica militar". El capitán de los guardias me cogió por la cintura y me dijo: "estate quieta, dónde vas" . Porque yo quería ir con papá, pensaba que lo iba a matar.  Menos mal que ya había avisado al comandante que vino enseguida, se puso en medio y le dijo al Campesino: "para tocar a Moya tienes que vértelas conmigo". 



Luego le vi varias veces, hablaba con mi padre por los patios amigablemente: "mire don Antonio qué le parece esto". Sabía que a mi padre no le hacía gracia, y a mi madre menos, pero Antonio Moya supo vivir con unos y luego con los otros. ¡Qué remedio! Después de la guerra fue sometido a depuración y salió bien parado.


-Bueno, mamá, dejemos al Campesino. Recuerdo que tú me hablabas de una monja que vivió con vosotros. En lo que te he leído antes, del sanatorio, había también una monja que no lo parecía:

"No había quedado en el sanatorio más que una hermana de la Caridad, sor María, que convertida en la camarada María adscrita al Socorro Rojo Internacional y con su carné del Partido Comunista en el pecho, iba y venía de una cama a otra intentando vanamente apaciguar el furor político, el odio de clase de aquellos infelices."

-Pero esta no era comunista. Verás, un día apareció, junto a la puerta principal,
una señora muy tapada y buscaba a mi padre. Pedía por favor dormir allí y realizar algún trabajo a cambio, hasta que terminara la guerra. Mi padre se lo contó a mi madre: nada más que la vio se había dado cuenta de que era una monja que venía huyendo. Se quedó a vivir con nosotros y ayudaba en la cocina de los guardias. Se portó muy bien y era muy buena. Hablaba poco, conmigo algún rato. Yo se lo dije aparte: "si yo se que eres una monja". Cuando acabó la guerra vino a despedirse y dijo que se iba al convento de San Diego, las que hacen las almendras garrapiñadas. Se llamaba Carmen y todas las noches traía un vaso de leche para mi madre. ¿En ese libro hay monjas perseguidas?

-Está la del sanatorio que no sabemos por qué es ahora la camarada María, si es un camuflaje para defender su vida o su cabeza ha dado la vuelta. Al final del libro hay otra religiosa, en el relato titulado Hospital de Sangre. Pero la historia ocurre en Bilbao, donde los republicanos vascos no persiguen a los religiosos. Es un relato que comienza con una monja que escribe una carta, en un silencio solo roto por el rasgar de la pluma y el roce de la toca almidonada. 

"...encontrar un punto de sosiego para recapacitar sobre la tragedia del día-la del día que ha pasado y la del que va a venir"

Porque las sirenas silbarán, los aviones alemanes sembrarán la muerte, los enfermos querrán tirarse de su lechos, retumbarán los estampidos de las bombas, las ambulancias traerán "nuevos cargamentos de carne desgarrada". La religiosa se pregunta:

"¿Cómo es posible que haya en Bilbao mismo quienes traidoramente vayan señalando a los aviadores extranjeros los sitios precisos donde deban dejar caer sus bombas?"

"¿Será posible que quienes así procedan sean cristianos y vivan en el santo temor de Dios?"

"Sabe, sin embargo, que es verdad; que entre las personas piadosas de Bilbao hay muchas que anhelan sobre todo el triunfo del fascismo? "



-¿Te parece rara la monja de la carta?

-Pues, en realidad no, es lo que debe sentir una buena cristiana; pero...¿Cuál es el misterio de esa monja? Fíjate como la insulta el miliciano herido: "¡Estas tías puercas! ¡Dios y su madre! ¡Cuándo acabaremos con ellas!"

-Al final del relato, sabemos a quién dirige la carta, alguien importante que es familiar suyo, y comprendemos, mamá. Vamos a hablar de otra cosa. ¿Qué sabes de las obras de arte que desaparecieron en la guerra civil?

-De las cosas de arte, en la Universidad de Alcalá, nadie tocó nada, que yo sepa. Sé que el Gobierno llamó a mi padre para que fuera con otro a recoger oro que había en los conventos y en las iglesias de Alcala. Le dijeron que lo iban a mandar a Francia y a Rusia, se lo contó mi padre a mi madre.

-Había que pagar la guerra, no nos ayudaban gratis. 

¿Y lo de la estatua de Cisneros que me has contado tantas veces?

-Una madrugada, en el tercer año de guerra, oí mucha voces en el patio y era mi padre que llamaba al comandante y le decia: "mire, qué sinvergüenzas habrán hecho esto". ¡Habían pintado de negro, de arriba abajo, la estatua de Cisneros! ¡Ignorantes, incultos! El comandante, a ver los soldados, que vengan a ver quién ha sido, que se pongan a limpiarlo y lo dejen como estaba. No dijeron quién había sido.




-Mira, mamá, aquí cuadran las palabras del camarada Arnal, personaje ficticio del relato titulado El tesoro de Briesca, designado para formar parte de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional: 

"Cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Cuando la vida humana había perdido su valor, cuando los hombres morían a millares diariamente, cuando una generación entera caía segada en flor, cuando veinte millones de seres pertenecientes a una raza vieja en la civilización se precipitaban a la barbarie de las edades primitivas, ¿Qué sentido podían tener ni el arte, ni los testimonios de un glorioso pasado, ni todos aquellos valores espirituales por cuya conservación se desvelaba?".

-Tu abuelo y otros muchos cuidaron de que las obras de arte se respetasen. Las obras de arte del pasado y hasta...los huesos del pasado.

-¿Me vas a contar lo de los huesos del famoso Divino Valles, el médico de Felipe II? Hablamos de ello en 2011, cuando vino en el periódico que los habían encontrado.

-Los huesos no estaban perdidos, los encontró tu tío Antonio. Al lado de la Universidad hay una capilla que en la guerra estaba abandonada. Mi hermano se metió allí y encontró una caja de metal muy vieja que estaba rota, con huesos dentro. En la caja decía: "Restos del Doctor Valles exhumados". Mi padre nos explicó de quién eran. Supongo que los mandó colocar y tapar de nuevo y allí quedaron hasta que lo volvieron a encontrar, hace poco. 

-Por último, mamá, tengo curiosidad en saber cuándo se enteró mi abuelo de la muerte de su hermano, Francisco Moya Escribano, militar fusilado en Málaga.

-Eso fue muy triste porque no lo supo hasta el fin de la guerra y lo habían matado al principio. Durante los tres años tuvo comunicación con su madre, que estaba en Córdoba, pero la abuela Ángeles no nos dijo nada de la muerte de su hijo Paco. Tu abuelo estuvo tres meses neurasténico, no pudo trabajar ni dar clase en ese tiempo. Las guerras son terribles. Son a sangre y fuego como ese libro tuyo.


Cerramos ya estos diálogos, aunque estoy segura de que mi madre tiene todavía mucho que contarme. 

Dedico las tres entradas tituladas "Mi madre dialoga con "A sangre y fuego"(1, 2 y 3)"a mi tío abuelo Francisco Moya Escribano (+), a mis abuelos: Antonio Moya Escribano (+)  y Luisa García Solano  (+)  y a mis tíos :Antonio (+) , José (+), Carmela, Diego (+) y Aurora. 

Un abrazo de María Ángeles Merino y María Ángeles Moya

Podéis consultar este enlace entre otros:
https://oscarenfotos.com/2015/02/07/galeria-robert-capa/
http://unserenotransitandolaciudad.com/2015/04/06/los-restos-del-divino-valles-medico-de-felipe-ii-pueden-visitarse-en-alcala-de-henares/
http://www.publiconsulting.com/pages/astrana/tomoI/p0000011.htm
https://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Valent%C3%ADn_Gonz%C3%A1lez_%22el_Campesino%22

18 comentarios:

  1. Testimonio impagable este de tu madre: la intrahistoria de la guerra vivida en Alcalá de Henares. Creo que de ahora en adelante, cuando pase por delante de la Universidad me voy a acordar de ella.

    Abrazos para las dos.

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    1. La intrahistoria y la historia se completan. En Alcalá vive la voz de mi madre.
      Besos

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  2. Como dice Carmen es un gran testimonio este de tu madre y si ella quiere, te podía seguir contando, para después recogerlo todo en un libro. No olvidemos a tu padre, Agustín Merino, el gran cronista de Burgos y su libro "Veinticuatro mil días en Burgos" con los dos puedes hacer una gran novela.

    Sí todo en la guerra es "A Sangre y fuego".

    Un abrazo

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  3. Después de leer algo así se impone el silencio. Dos voces cruzadas por una misma tragedia. Dos voces que se cruzan, que se mezclan, que se hacen una, la de la realidad. Porque la realidad supera la ficción y de muestra este relato. "...decía que para qué si nos iban a matar." Esta frase se me ha clavado en el alma.
    La voz de tu madre... Un monumento.
    Abrazo, Mª Ángeles

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    1. Cruce de voces que se complementan. Para qué si los iban a matar.
      Besos

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  4. Que razón tiene tu madre, las guerras son terribles y lo que es de recibo ; españoles, contra españoles.Y con esto de los nacionalismo se sigue hurgando al odio otra vez.

    Besos a las dos y muchas gracias por estos momentos.

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  5. Qué hermoso testimonio, de verdad. Dale las gracias de parte de todos nosotros.
    Aquella época y la de la inmediata posguerra se sufrió mucho en las ciudades por el desabastecimiento. Quien tenía un huerto y gallinas tenía un tesoro... siempre que no se lo incautaran, claro.

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    1. Está encantada con el profesor.
      No nos imaginamos lo que era aquel desabastecimiento.
      Besos

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  6. Te confieso que hoy he hecho trampa para leer tu entrada. He ido leyendo de seguido los testimonios de tu madre, y hacen una historia que no parece estar interrumpida por ninguna otra voz. Haz la prueba.
    Me ha gustado mucho. A este paso veo que ella se va a quedar como protagonista absoluta de tu página
    Un abrazo cariñoso para las dos.

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  7. Que tremendo debía ser para tu madre escuchar a su padre decir que los iban a matar. De sólo pensarlo se me eriza la piel y s eme hace un nudo en el estómago.

    Tremendo testimonio, muchas gracias a tu madre.

    Besos

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  8. Buenos días, Mª Ángeles:
    :)
    Sinceramente me apunto al relato de tu madre. Debes recoger y anotar todo lo que te cuente.
    Me parece muy acertada la idea de Luz.
    Mi madre tenía 11 años cuando comenzó la guerra, tenía ocho hermanos. A su padre fueron a buscarlo a casa, y entre los que iban en la patrulla había un vecino que dijo al ver a tanto crío: “Ya os he dicho que este pobre hombre no se mete en nada. No tiene más que hijos.” Eso le salvó.
    Estupenda entrada y comentarios.
    :)
    Abrazos.

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    1. Mi padre vivió otra guerra aunque era la misma.
      Hubo vecinos salvadores. No todos eran patrullas de venganzas.
      Besos

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  9. ¿No hay humor en el hecho de que la bomba vaya a caer precisamente en una tienda de huevos? Pero la señora contenta porque había adelantado unos cuantos puestos en la cola.
    La tuberculosis hacía estragos en esos tiempos, recuerda a Miguel Hernández que murió de ello en la cárcel.
    Dar clases en tiempos de guerra, con los colegios cerrados. Para qué iba a enseñar tu abuelo a los hijos si los iban a matar, terrible.
    Vaya anécdota con El Campesino. Muy interesante. Viene a confirmar la mala fama que arrastra este personaje importante. Después parece que cambió.Hay que agradecer al blog que tu madre saque del olvido estos recuerdos que seguramente habrían quedado en el olvido si no tuvieras que escribir en él.
    Un abrazo.
    No cumpliría uno con la lectura si no intentase hacerlo con la mayor atención posible. Tu también le descubres vertientes en las que apenas reparo.

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    1. Hay humor en Chaves Nogales. Ácido pero humor.
      Descubrimos vertientes nuevas, mi madre y yo.
      Besos

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