Una noche fría y "El Alcalde de Zalamea"
¡Buenas noches! Aquí me encontráis otra vez, con "El Alcalde de Zalamea", en una noche fría de febrero. Leo y completo la lectura con una vieja versión televisiva de la obra de Calderón. De pronto, por cuarta vez, la pantalla del móvil me muestra a una mujer vestida de hombre, a la moda del siglo XVII. Se dirige a mí, es Chispa y ya no me sorprende. Escúchola.
La Chispa otra vez (Alicia Hermida)
-Saludo de nuevo a vuesa merced. Aquí estoy otra vez, para contarle lo principal de la tercera jornada de "El Alcalde de Zalamea", tal y como la vive un personaje secundario como yo; mas buena es la Chispa para que se le escapen los acontecimientos de la obra, aunque no siempre esté en escena.
Chispa se va compungida. Ahora aparece en el móvil una mujer vestida y peinada a la moda del siglo XVII. Me habla y ya sabéis que no me sorprendo ante nada. ¡Es Isabel! Escuchola.
Isabel (Lola Cardona)
Isabel "como llorando"
Deseaba que nunca amaneciera "a mis ojos la luz hermosa
del día”. Le pedía a las estrellas que no dieran “lugar a la aurora” y al sol que
se detuviera en la “espuma fría del mar”. ¿Para qué quería el "mayor planeta" salir a ver mi
historia? ¿Por qué se empeñaba en descollar su faz "por encima
de los montes." Rogábale que no alumbrara mi deshonra.
Tal vez le parezca peregrino que una labradora se dirija a las luminarias del cielo talmente como si fueran personas, llamando planeta al sol, tal y como decía un antiguo sabio griego; o expresando su tremendo dolor con largos parlamentos reflexivos, cultos y un tanto alambicados. Sólo puedo decirle que era la forma de escribir de don Pedro Calderón de la Barca. Es el teatro, que en la vida real una muchacha deshonrada pocas palabras tiene y las que acierta a pronunciar no sean ansí.
Dudaba. ¿Qué había de hacer? ¿Dónde había de ir? Si volvía a mi casa, sería "dar nueva mancilla" a un anciano padre que se miraba en "la clara luna limpia de mi honor". Si no lo hacía, dejaba abierto el paso a que dijera "que fui cómplice en mi infamia".
Hice mal de "escaparme fugitiva de mi hermano". "¿No valiera más que su cólera altiva me diera la muerte, cuando llegó a ver la suerte mía?" En efeto, mi hermano Juan quiso matarme por lavar nuestro honor familiar. Huí, mas luego pensé en llamarle para que me diera muerte "con saña más vengativa". Ya sé que vos, mujer de otro tiempo, no comprendéis la actitud de mi hermano. ¡Era el honor familiar el que le animaba a tomar la espada! Lo veo en el fruncimiento de vuestro gesto.
Andaba por el monte en estas reflexiones cuando oí una voz "mal pronunciada y poco oída" que pedía la muerte, otro desdichado que a pesar suyo vivía. Al poco descubrí a mi padre "atadas atrás las manos a una rigurosa encina". Me rogara que llegara y le quitara los lazos. Yo no me atrevía. Deseaba contar antes mis desdichas "porque con manos y sin honor me darán muerte sus iras". Desdichas que mi padre en modo alguno deseaba escuchar:
Había de contarlas, aunque su valor se irritara. Aquellos embozados traidores me robaron como "hambriento lobo a la simple corderilla". Aquel capitán "fue el primero que en sus brazos me cogió", mientras otros traidores le hacían espaldas. El oculto monte "fue su sagrado". "Ajena de mi misma", la voz de mi padre me siguió hasta que dejé de oírla. "El traidor" quiso "buscar disculpa a su amor", "hacer la ofensa caricia", "por fuerza ganar un alma"."¡Mal haya el hombre! "
Ruegos y sentimientos, humilde o altiva, en vano fue todo. El capitán tuvo a una mujer muerta en sus brazos, una muñeca rota.
Salió el alba. Sentí ruido entre unas ramas y era mi hermano Juan. Él, "a la dudosa luz", "reconoce el daño antes que ninguno se lo diga".
Mi hermano dio al capitán una herida, quiso rematarlo cuando ya venía su cuadrilla. Juan no podía con tantos y huyó veloz. En brazos al capitán volvieron hacia la villa.
Quise que me mataras y así te lo pedí:
En esto salió el escribano, pidiendo albricias a Pedro Crespo. El concejo le había hecho alcalde y había de ocuparse de la venida del Rey nuestro señor a Zalamea y de un capitán herido que trajeron de secreto unos soldados.
Manifestó su agradecimiento al escribano. La vara de la justicia le hacía dueño de su honor. Había de ir a la casa del concejo y, una vez tomada la posesión, haría averiguaciones. Ya tenía el padre alcalde, él me guardaría justicia.
Allí estaba don Álvaro con banda, como herido. Le acompañaban el sargento y Rebolledo. El escribano dio orden de tomar todas las puertas y no salir soldado alguno. Presentose el alcalde de Zalamea con la vara. El capitán manifestó su extrañeza, tal justicia le era ajena, no tenía que ver con su persona. A petición propia, quedaron solos, mi señor padre y mi cruel enemigo.
Mi padre arrimó la vara a la pared y, "como un hombre, no más", quiso hablarle. Contome después que presentose ante el malvado capitán como hombre de bien , respetado entre sus iguales, estimado del cabildo y del concejo, el labrador más rico de la comarca, el que crió a su hija "con la mejor opinión, virtud y recogimiento del mundo". Ofreciole toda su hacienda, sin reservar nada para su propio sustento y el de mi hermano, quedándose los dos a pedir limosna o vendidos y marcados como esclavos. ¿Se había vuelto loco? ¿Quedarse sin nada para condenarme a pasar el resto de mi vida con el verdugo?
Pidiole que se casara conmigo de manera indirecta pero clara:
De rodillas, le pidio el honor que le quitó. ¡De rodillas y llorando! Don Álvaro mostró bien a lo vivo su enojo y su desprecio, agradecido debía estar a que no le daba la muerte. No le movía el llanto de un anciano echado en el suelo que su honor a voces pedía. Poco tenía que temer, que si por justicia había de ser, no tenía jurisdicción, que el consejo de guerra enviaría por él.
Tal vez le parezca peregrino que una labradora se dirija a las luminarias del cielo talmente como si fueran personas, llamando planeta al sol, tal y como decía un antiguo sabio griego; o expresando su tremendo dolor con largos parlamentos reflexivos, cultos y un tanto alambicados. Sólo puedo decirle que era la forma de escribir de don Pedro Calderón de la Barca. Es el teatro, que en la vida real una muchacha deshonrada pocas palabras tiene y las que acierta a pronunciar no sean ansí.
"Nunca amanezca a mis ojos
la luz hermosa del día"
Hice mal de "escaparme fugitiva de mi hermano". "¿No valiera más que su cólera altiva me diera la muerte, cuando llegó a ver la suerte mía?" En efeto, mi hermano Juan quiso matarme por lavar nuestro honor familiar. Huí, mas luego pensé en llamarle para que me diera muerte "con saña más vengativa". Ya sé que vos, mujer de otro tiempo, no comprendéis la actitud de mi hermano. ¡Era el honor familiar el que le animaba a tomar la espada! Lo veo en el fruncimiento de vuestro gesto.
Andaba por el monte en estas reflexiones cuando oí una voz "mal pronunciada y poco oída" que pedía la muerte, otro desdichado que a pesar suyo vivía. Al poco descubrí a mi padre "atadas atrás las manos a una rigurosa encina". Me rogara que llegara y le quitara los lazos. Yo no me atrevía. Deseaba contar antes mis desdichas "porque con manos y sin honor me darán muerte sus iras". Desdichas que mi padre en modo alguno deseaba escuchar:
Rigurosa encina
"Detente, Isabel, detente.
No prosigas, que desdichas,
Isabel, para mostrarlas,
no es menester referirlas"
Había de contarlas, aunque su valor se irritara. Aquellos embozados traidores me robaron como "hambriento lobo a la simple corderilla". Aquel capitán "fue el primero que en sus brazos me cogió", mientras otros traidores le hacían espaldas. El oculto monte "fue su sagrado". "Ajena de mi misma", la voz de mi padre me siguió hasta que dejé de oírla. "El traidor" quiso "buscar disculpa a su amor", "hacer la ofensa caricia", "por fuerza ganar un alma"."¡Mal haya el hombre! "
"...porque querer sin el alma
una hermosura ofendida
es querer una belleza
hermosa, pero no viva!"
"De vergüenza cubro el rostro,
de empacho lloro ofendida,
de rabia tuerzo las manos,
el pecho rompo de ira."
Salió el alba. Sentí ruido entre unas ramas y era mi hermano Juan. Él, "a la dudosa luz", "reconoce el daño antes que ninguno se lo diga".
"Sin hablar palabra, saca
el acero, que aquel día
le ceñiste. El capitán,
que el tardo socorro mira
en mi favor, contra el suyo
saca la blanca cuchilla.
Cierra el uno con el otro;
este repara, aquel tira;
y yo, en tanto que los dos
generosamente lidian,
viendo temerosa y triste,
que mi hermano no sabía,
si tenía culpa o no,
por no aventurar mi vida
en la disculpa, la espada
vuelvo, y por la entretejida
maleza del monte huyo;
..."
Huía tropezando en las ramas, vueltas en celosía. A las celosías conventuales me he de acostumbrar, sí.Mi hermano dio al capitán una herida, quiso rematarlo cuando ya venía su cuadrilla. Juan no podía con tantos y huyó veloz. En brazos al capitán volvieron hacia la villa.
"Yo, pues que atenta miraba
...
ciega, confusa y corrida,
discurrí, bajé, corrí
sin luz, sin norte ni guía,
...
Ahora ya lo sabes y te pido, padre:
"generosamente anima
contra mi vida el acero,
el valor contra mi vida;
que ya para que me mates
aquestos lazos te quitan
..."
"...solicita
con mi muerte tu alabanza,
para que de ti se diga
que, por dar vida a tu honor,
No quiso mi padre vengarse en mí; antes me pidió me levantara, pues yo seguía arrodillada. Camina Isabel y vamos aprisa a casa, que Juan peligra, hemos de saber de él y ponerlo a salvo de las represalias de los soldados. En cuanto el capitán, bien se le está morir de la herida. Y si no es así, "no había de parar hasta darle la muerte".En esto salió el escribano, pidiendo albricias a Pedro Crespo. El concejo le había hecho alcalde y había de ocuparse de la venida del Rey nuestro señor a Zalamea y de un capitán herido que trajeron de secreto unos soldados.
Allí estaba don Álvaro con banda, como herido. Le acompañaban el sargento y Rebolledo. El escribano dio orden de tomar todas las puertas y no salir soldado alguno. Presentose el alcalde de Zalamea con la vara. El capitán manifestó su extrañeza, tal justicia le era ajena, no tenía que ver con su persona. A petición propia, quedaron solos, mi señor padre y mi cruel enemigo.
Mi padre arrimó la vara a la pared y, "como un hombre, no más", quiso hablarle. Contome después que presentose ante el malvado capitán como hombre de bien , respetado entre sus iguales, estimado del cabildo y del concejo, el labrador más rico de la comarca, el que crió a su hija "con la mejor opinión, virtud y recogimiento del mundo". Ofreciole toda su hacienda, sin reservar nada para su propio sustento y el de mi hermano, quedándose los dos a pedir limosna o vendidos y marcados como esclavos. ¿Se había vuelto loco? ¿Quedarse sin nada para condenarme a pasar el resto de mi vida con el verdugo?
Pidiole que se casara conmigo de manera indirecta pero clara:
"...No creo
que desluzcais vuestro honor,
porque los merecimientos,
que vuestros hijos,señor,
perdieren, por ser mis nietos,
ganarán con más ventaja,
señor, con ser hijos vuestros."
De rodillas, le pidio el honor que le quitó. ¡De rodillas y llorando! Don Álvaro mostró bien a lo vivo su enojo y su desprecio, agradecido debía estar a que no le daba la muerte. No le movía el llanto de un anciano echado en el suelo que su honor a voces pedía. Poco tenía que temer, que si por justicia había de ser, no tenía jurisdicción, que el consejo de guerra enviaría por él.
No había remedio. No. Tomó la vara Pedro Crespo, la de la justicia. Y clamaba su venganza:
"Pues ¡Juro a Dios
que me lo habéis de pagar!"
Mandó prender al señor capitán. Don Álvaro se quejará al rey de esta sinrazón. Pedro Crespo también se quejaría y el Rey oiría a los dos. Le ordenó que dejara la espada. Don Álvaro exigía respeto. La respuesta fue respetuosa:
"Con respeto le llevad
a las casas en efeto
del concejo, y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena, y tened
con respeto gran cuidado,
que no hable a ningún soldado."
En la cárcel y aparte, pondrían también "con respeto" "a todos tres". El sargento huyó, a Rebolledo y a la Chispa prendieron y tomarían confesión.
-Mas la Chispa aconseja bien a su Rebolledo:
"Rebolledo, determina
negarlo punto por punto,
serás, si niegas asunto,
para una jacarandina,
que cantaré."
-¿No te dije, Chispa, que no aparecieras por aquí?
-A mí no me podían dar tormento. Dije que estaba preñada. Mas no habría lugar a ello porque:
"Si diremos,
y aún más de lo que sabemos;
que peor será morir."
Vuestro padre me aseguró: " Eso excusará a los dos del tormento".
"Si es así,
pues para cantar nací,
he de cantar, vive Dios."
Templamos nuestras voces pues vamos a cantar:
(Canta Chispa) "¡Tormento me quieren dar!"
(Canta Rebolledo) "Y ¿qué quieren darme a mí?"
-¡Estos pícaros cantarán! ¡Ya lo creo que cantarán! Queda pendiente el final de esta historia, la del "El alcalde de Zalamea!, también llamada "El garrote más bien dado". Le saluda, señora mía, la infeliz Isabel.
Un abrazo para los que visitáis esta entrada número 1003. ¡Qué frío hace fuera! Me voy a la cama, voto a Dios.
María Ángeles Merino
¡Qué tristeza! Qué tristeza que la única salida honrada sea el matrimonio forzoso con el violador, y pensar que todavía es la única salida en algunos países en pleno siglo XXI.
ResponderEliminarCon "El garrote más bien dado" la obra anunciaba venganza. Fue preciso cambiarlo.
ResponderEliminarBesos
El drama de una mujer que no es libre. Isabel tiene el destino atado a los hombres y a las normas sociales elaboradas por ellos...
ResponderEliminarMenos mal, que, sin prisa pero sin pausa las cosas van cambiando.
ResponderEliminarBesos
Las cosas van cambiando, por suerte, pero como dice María del Carmen, hay tantos lugares del mundo en que se obliga a casar a la mujer vigilada con el volador para no deshonra a la familia...
ResponderEliminarBesos
Violada, no vigilada, digo.
ResponderEliminarViolada, no vigilada, digo.
ResponderEliminarYa veo que le diste un poco de descanso a la Chispa de tanto hablar y escribir.
ResponderEliminarIntenso recorrido que terminará con el ajusticiamiento del infractor de normas básicas de convivencia. A veces parece que más por el desacato a la nueva autoridad que por el atropello en sí.
Entonces el internamiento conventual qué fue, un premio o un castigo para Isabel.
Muy aparente la encina rigurosa...
Las fotos que he usado para El Alcalde de Zalamea son de Salamanca la mayoría, un par de ellas de Santo Domingo de la Calzada. Los pies son del grupo escultórico de El Lazarillo.
Buen fin de semana.
Un abrazo.
Buenos días, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarTanta vigilancia, y qué poco sabían el padre y el hermano de la honradez de Isabel si eran capaces de dudar de ella.
Embozados los cobardes; los traidores y falsos suelen ir escudados y acompañados.
La reacción impulsiva del joven hermano. La venganza rumiada del padre.
Abrazos