El río Tajo en su nacimiento (foto cortesía de M.J. Caballero)
¿Una mujer en la maderada?
Sí, me llamo Paula. Es verdad, nunca se vio a una mujer con los gancheros. No salí con ellos, no soy ganchera, casi se puede decir que me recogieron. Huía de mi casa y de mí misma, ahora me ocupo de su rancho, migas, sopas y no mucho más. Y lavo la escasa vajilla en las aguas del Tajo, el río que nos lleva.
Paula, Shannon y el Americano Película "El río que nos lleva"
Soy la mujer misteriosa y fugitiva que atrae sus miradas, provoco su inquietud pero no pasan de ahí porque hubo un pacto de respeto hacia mi persona:
Sí-suscribió el Seco aquel pacto-. Pero, ¡oye!, pa tos. Que lo sepáis bien...!"
En tres ocasiones, pensé en usar la navaja que guardo en mi pecho, no con los hombres del "Americano"... Voy cargada con mi pasado, con el llanto desesperado de un niño...ya les contaré.
Al día siguiente, montada en el Canalejas, acompañé al beaturrón del "Cuatrodedos" que tenía permiso para asistir a la procesión , la del retorno del Cristo, en Oterón. Yo traería de paso unas compras del rancho. Y aprovecharía para hablar con don Ángel.
Paula montada en el "Canalejas"
Oíamos las campanas alegres de la Resurrección, parecía que"corría un júbilo por el campo".
Cuando terminé los quehaceres, busqué en la iglesia al cura y lo encontré en una oscura capilla, clavando al Cristo otra vez en la cruz, sólo él se atrevía. Le rodeaban unas viejas que me miraban con recelo.
Pasamos a su casa, me invitó a comer. Eugenia, el ama, había preparado una buena comida, seguramente para compensar el ayuno de don Ángel durante el día anterior, Viernes Santo. Me miró despacio y me dijo lo que los hombres me suelen decir, pero de otra manera:
"Eres muy guapa. Bueno, no exactamente guapa; eres...muy mujer. No te parezca mal que te lo diga, hija. Peor sería que me guardara la impresión. No me gustan los tapujos". A mí tampoco me gustaban y agradecía la manera en que él me lo decía, con exquisita delicadeza.
El zaguán invitaba a la soledad, me sentía confiada y abandoné tranquila la tensión de estar a la defensiva. Comencé a hablar sin mirarle, la vista en un Corazón de Jesús de hojalata.
Un zaguán cualquiera
Lo de "muy mujer" era mi desgracia y no lo podía remediar. Así se lo dije al padre y él me contestó que ya se veía que así era. La voz me lloraba de gratitud. ¿De veras lo veía?
Nos sentamos bajo el soportal del huerto. Eugenia ,se asomó y me miró asombrada. Desapareció hasta la hora de comer. El cura y yo hablamos mientras el sol y las sombras repetían su camino diario, mientras las plantas y los insectos absorbían en silencio la luz del sol:
"Infinitos corazones de animales y plantas estaban viviendo a chorros y muriendo un poco en aquel huerto absolutamente inmóvil..."
Un poco antes de que Eugenia trajera la mesa para comer, me bendijo con la señal de la cruz. Comimos y ayudé al ama a fregar los platos, hablábamos de comidas y limpiezas como dos viejas amigas, aunque acabáramos de conocernos. El café salía gota a gota de la maquinilla, qué rico estaba, qué bien se estaba allí:
Me despedí, la mujer me abrazaba una y otra vez. Ya en el zaguán pregunté al cura, por última vez, por qué serían así las cosas. La respuesta no podía ser otra: "porque Dios quiere". El viejo sacerdote me deseó que Dios me acompañara y me diera la paz. No es fácil la paz... Las campanas del Angelus volvieron a tocar, celebraban la gloria del sábado.
Pienso que don Ángel se quedaría rezando por mí.
..."en la primavera de la vida". Sierra abajo, la primavera se adelantaba. Y llegó para mí. Aquel día en la fuente, en Ocentejo, conocí a Antonio, al que llamaron el "Encontrao". La música del agua en la vasija y "la seguridad jactanciosa de aquellos ojos". Me seguía barranco abajo.
"Que se te escapa el agua, muchacha"
"¡Déjeme en paz! Adiós"
"¡Ay morena!... llevamos el mismo camino."
La sorpresa me dejó indecisa. Aquel hombre venía "mandao por el jefe de la maderada". Le había dado trabajo en nuestra cuadrilla. ¿Quién sería? "He de tener cuidado", pensé. Como dijo el Chepa: "tendrá su secreto, como tos..."
Sí, Chepa, aquí todos tenemos nuestro secreto.
No sabría explicar lo que me pasaba. El madero donde me arrodillaba para fregar era ahora más blando y suave, el agua más tibia, el atardecer más dulce.
Antonio volvió a requebrarme y yo recordaba el pacto que había hecho con los de la cuadrilla.
"-Vete, hombre,vete, que nos pueden ver.
...
"Espera, Antonio...Mira que voy a tener que irme de aquí, y ahora no quiero.
Mejor sería. Te vas para tu casa y me aguardas."
Yo no tenía donde ir y el "Encontrao" tampoco. Estaba él y estaban los otros. Los nombré: "Francisco, Quintín, Correa, Chepa, el mismo Seco y...el Royo". ¿El Royo? Me preguntó por qué lo llamaba así. no le cabía en la cabeza que eso fuera su nombre. "Virgen, ¿tenía celos? ", me decía yo feliz. Me dieron ganas de jugar al oír: "Ése no te me lleva , ¡qué va!, pero me amuela cómo te mira. No quiero ni que pienses en él."
Le provoco: ¿Y quién eres tú, si no hemos hablado nunca na?
Pero Antonio lo tenía claro: "¡Pa qué hablar! ¿Qué tienen que hablar un hombre y una mujer, si tienen sangre, y si saben lo que hay que saber? ¿No nos miramos ya hondo el primer día?"
Me rendí, me sometí, confesé : "Qué voy a hacer...si tenía que ser...Y luego harás conmigo lo que tos, cuando tenéis una mujer entregá: tirarla...¡Ay, Antonio, mira que no soy de ésas! ¡Que yo me esgarro el alma, que esta vez me mato, Antonio, que ya no tengo na!"
Aunque parecía muy seguro de sí mismo, se quedó impresionado "con la verdad clavada en aquel grito". Hubo un silencio de agua, ramas y pájaros. Y un "que se te escapa el cántaro, muchacha", la otra vez era el agua lo que se escapaba...
Cántaro
"Navaja de la inquietud". Le pido que se vaya, pero él se levanta tranquilo. "Y pronuncia seguro:-Están ciegos...¡Ay, si no lo estuvieran, yo hubiera llegao tarde!"
No estaban ciegos, no sé qué le dijo el Seco a Antonio, en un aparte, después de cenar. Pero todos imaginamos que le espetó que si él se aguantaba, se aguantaba to Cristo, que Paula era pa tos, pa lo bueno. Sí era la primavera, croaban las ranas...Royo nos contó como las había visto salir del barro...
"Roncas, monótonas, destempladas, pero exactas, obsesionantes hasta el vértigo, eran la más auténtica voz para quebrar el letargo invernal del planeta".
Otro día les contaré lo que me pasó en la casa de Benigno, el cacique de Sotondo. Y por qué soy tan mala o...tan desgraciá, ustedes juzgarán.
Paula
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Muy interesante la vida interior de esta mujer. Y más atractiva todavía por lo bien que lo cuentas tú.
ResponderEliminarBesos, Mª Ángeles.
Buenas noches, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarParece que en casa de don Ángel todos estuvieron a gusto.
Has hecho una buena interpretación de los sentimientos de Paula.
Qué bien se nota la atracción -desde el primer encuentro- entre ella y Antonio. Veremos si se convierte en amor
Un abrazo.
El secreto que guarda Paula, es uno de los más fuertes de la novela.Al descubrirle, es cómo la pieza que falta para comprender la mayoría de las actitudes de esta mujer y el pacto de los rancheros.
ResponderEliminarComo dice Gelu, en ese primer encuentro con Antonio el Encontrao, ya está toda la semilla de lo que sucederá después con estos dos personajes.
Me encanta la foto de los margaritas.
Feliz verano que supongo disfrutarás por Palacios.
Besos
Luz
no, no era mala Paula, sino una víctima.
ResponderEliminar