Comentario a las páginas 220-238, unas más y otras menos, de la novela "El río que nos lleva" de José Luis Sampedro (Cátedra). Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Piedra e invierno era el universo por donde había discurrido el bosque flotante, río abajo, día tras día.
Piedra e invierno era el universo por donde había discurrido el bosque flotante, río abajo, día tras día.
Pero, aquella mañana, había algo más que acompañaba al
amanecer. Desperté sorprendido. Amanecía.
A la vista no se notaba, era lo de siempre: cantiles, troncos, espumarajos de agua y revoltijos de
nubes turbias.
Olía “como si hubiera estallado en el aire un pomo
inmenso de perfume silvestre”. Sentía, y no sé qué sentido me lo comunicaba, acaso eran todos a la vez, como si una inverosímil granada “estuviera a
punto ya de reventar, de derramar por el mundo entero sus gotas de rubí como
fuegos artificiales”.
Percibía “gotas invisibles y densas” que descendían por el aire, búrbujas subterráneas a punto de asomar.
Percibía “gotas invisibles y densas” que descendían por el aire, búrbujas subterráneas a punto de asomar.
¿Primavera? ¿Bajo aquel cielo sombrío? ¿En los imperturbables pinos que no se dignan en cambiar de color?
“No, no era la primavera a la vista, pero eran sus esfuerzos
por vencer el parche de tambor que es la dura piel de la tierra”.
Una fuerza invisible chascaba ramitas, el agua se
estremecía sin motivo y se suicidaban cantos de la roca. Nuestra perrilla, la de los gancheros, “se lanzaba a un
loco galope entre las matas y volvía...toda temblorosa, jadeante, con la lengua fuera.”
Un ganchero, el Tuerto, "hijo fiel de la tierra", lo venteaba también: No eran ilusiones mías:
Un ganchero, el Tuerto, "hijo fiel de la tierra", lo venteaba también: No eran ilusiones mías:
-"¿No sentís?...¡Si parece que va a brotar to!"
Era el empujón de la savia y la sangre, el líquido vital de plantas, animales y seres humanos, Y la de la piedra, que también vive, "con la vida de todo el universo", "la que va por sus venas y secretos...tan lenta".
Ese mismo día, "El primer grillo del año empezó a latir de repente, como el corazón del crepúsculo". Y, en aquel atardecer, Paula volvía de coger agua en la fuente del arroyuelo, barranco abajo, con el cántaro tambaleante sobre su cabeza.
Yo estaba hablando con el Americano en el campamento y me sobresaltó su llegada, seguida de un hombre. La vi acercarse, irritada de ira o de miedo, no lo sé, a la hoguera. Se puso a sus faenas pero no no dejaba de mirar y volver a mirar al desconocido. "Éste explicaba al cuadrillero que había pedido trabajo al maestre de río y le había mandado a la cuadrilla de punta, un poco escasa de hombres. No, no era ganchero, pero era un buen trabajador...". Al Americano le dio pena de aquel hombre que, rendido por la fatiga, se acurrucó entre unas peñas y se quedó dormido. Pidió al niño Galerilla que le echara encima siquiera la manta del burro "Canalejas"; pero, para mi sorpresa, fue Paula quien "extendió cuidadosamente sobre su cuerpo aquel humilde amparo, caliente aún del vaho del animal". Se incorporó a la cuadrilla de gancheros que le apodaron "el Encontrao", él dijo llamarse Antonio. Paula había sentido el empujón de la sangre...eran los esfuerzos de la primavera.
Y la primavera se precipitaba también para los gancheros. Aquel día en que Paula se cayó al río:
"Acudieron corriendo, pero ya estaba ella en pie, con el agua a medio muslo. La ayudaron a salir...desapareció tras unas peñas, mientras los hombres volvían al corro como si nada...Pero aguardaban ansiosos hasta que al fin surgió Paula envuelta en la manta...Los hombres seguían ávidos la nueva y fascinante silueta."
El Rubio quisiera ser manta, el Seco quisiera metamorfosearse en lagartija para colarse patas arriba...El Americano preparó una fogata para Paula, cerca de unas peñas y los hombres no perdían detalle, desde el campamento. Después, nuestro capataz volvía con la peor de las noticias: Paula se marchaba.
Hubo un hondo silencio. El Cuatrodedos, un meapilas como dicen por aquí, es el único que no ve mal la marcha. Sentencia: "es el pecado".
"¿Y por qué? -saltó el Cacholo- ¿Por qué se había de ir la pobre? ¿Porque dos o tres seáis unos rijosos? ¡Pues no era bonito tenerla con nosotros! Para mí, como tener una hija...¡Animales! ¡No merecíais ni tener madre!"
Callaban. El Galerilla hablaba angustiado, con su sinceridad infantil: "¡Y la va usté a dejar marchar, jefe?"
Ese mismo día, "El primer grillo del año empezó a latir de repente, como el corazón del crepúsculo". Y, en aquel atardecer, Paula volvía de coger agua en la fuente del arroyuelo, barranco abajo, con el cántaro tambaleante sobre su cabeza.
Yo estaba hablando con el Americano en el campamento y me sobresaltó su llegada, seguida de un hombre. La vi acercarse, irritada de ira o de miedo, no lo sé, a la hoguera. Se puso a sus faenas pero no no dejaba de mirar y volver a mirar al desconocido. "Éste explicaba al cuadrillero que había pedido trabajo al maestre de río y le había mandado a la cuadrilla de punta, un poco escasa de hombres. No, no era ganchero, pero era un buen trabajador...". Al Americano le dio pena de aquel hombre que, rendido por la fatiga, se acurrucó entre unas peñas y se quedó dormido. Pidió al niño Galerilla que le echara encima siquiera la manta del burro "Canalejas"; pero, para mi sorpresa, fue Paula quien "extendió cuidadosamente sobre su cuerpo aquel humilde amparo, caliente aún del vaho del animal". Se incorporó a la cuadrilla de gancheros que le apodaron "el Encontrao", él dijo llamarse Antonio. Paula había sentido el empujón de la sangre...eran los esfuerzos de la primavera.
Y la primavera se precipitaba también para los gancheros. Aquel día en que Paula se cayó al río:
"Acudieron corriendo, pero ya estaba ella en pie, con el agua a medio muslo. La ayudaron a salir...desapareció tras unas peñas, mientras los hombres volvían al corro como si nada...Pero aguardaban ansiosos hasta que al fin surgió Paula envuelta en la manta...Los hombres seguían ávidos la nueva y fascinante silueta."
El Rubio quisiera ser manta, el Seco quisiera metamorfosearse en lagartija para colarse patas arriba...El Americano preparó una fogata para Paula, cerca de unas peñas y los hombres no perdían detalle, desde el campamento. Después, nuestro capataz volvía con la peor de las noticias: Paula se marchaba.
Hubo un hondo silencio. El Cuatrodedos, un meapilas como dicen por aquí, es el único que no ve mal la marcha. Sentencia: "es el pecado".
"¿Y por qué? -saltó el Cacholo- ¿Por qué se había de ir la pobre? ¿Porque dos o tres seáis unos rijosos? ¡Pues no era bonito tenerla con nosotros! Para mí, como tener una hija...¡Animales! ¡No merecíais ni tener madre!"
Callaban. El Galerilla hablaba angustiado, con su sinceridad infantil: "¡Y la va usté a dejar marchar, jefe?"
El Seco se irguió y se dirigió hacia Paula, y todos detrás: "Yo seré un burro ...pero te juro que puedes seguir aquí como si fueras mi hija. No te vayas y no hagas caso de este hato de bestias que somos".
El actor Mario Pardo, caracterizado como el Seco.
Y Paula: "Sí, tenéis razón, Seco; sí yo estorbo. Siempre echo leña al fuego...Los hombres sois así, no hay na que hacer."
El Seco repuso que los hombres y las mujeres también. Pero que ella ahora marcaba un raya y el que se propase le abriría la cabeza, aunque se llamara Seco.
Paula sonrió. El Cacholo que dónde ibas tú a ir, muchacha, que te queremos bien...Ella hizo un gesto vago, su boca de niña se suavizó. Contestó que bueno, ya vería...El Galerilla, quédate. Y el Americano, puedes quedarte. Y la ninfa de los gancheros nos dijo que éramos todos muy buenos, pero que ahora la dejáramos sola.
Todos la corean, el Seco dice algo que deja inquieta a Paula...y a mí: "Que lo sepáis bien. Si le haces cara a alguno, a uno solo que se la hagas, donde esté un hombre está primero el Seco. Pa to...¿Así?"
Todo un don Quijote...Se fueron a sus faenas y yo expresé mi inquietud al Americano, camino del "adobo". El jefe sonrió, por ahora le parecía resuelto, pensaba que era fácil manejar al Seco, "mucha sangre, pero muy noble. Lo que ha dicho lo defenderá". Añadió que pasado mañana pensaría en otra cosa, con el toro de Sotondo y su fiesta. Y acabó por sentirse nostálgico: "¡Ah la primavera. Recuerdo, allá en tierras calientes, lo sabroso que era tumbarse con el calor, a la sombra...Y si un compadre cogía una guitarra o una chulita cantaba, entonces...
"Sí, la primavera se precipitaba para los gancheros más que para los labradores, porque al avance normal del calendario se acumulaba el descenso tierra abajo. No era sólo que la primavera se acercase, sino que ellos corrían a recibirla..."
Sí, desasosegaba a los "hombres de palo y adobe", aún rendidos de fatiga. A mí también. Había algo en la noche que excitaba y a la vez oprimía. No podía soportarlo, eché a un lado la manta y vagué hasta el río. Me alejé de la orilla, me desvié por aquellos campos...
"Era increíble: hasta la tierra se estremecía. Literalmente, saltaba". "Pequeñas motas de tierra, como gotas cuando el agua hierve, como golpes repetidos en el silencio nocturno".
Me acerqué. ¡No era tierra, eran ranas!. Decenas de ranas saltando a mi alrededor. "Sí, también las ranas, como los hombres, dejaban atrás el invierno hacia la nueva vida... Desde dentro del fango habían captado la vibración del agua con los nuevos juncos, con los nuevos zapateros movedizos, con las nuevas libélulas a ras de onda". Quizás las cosquillas de las raíces o los empujones de la tierra tirante. ¡Fuera todas!
Me acerqué. ¡No era tierra, eran ranas!. Decenas de ranas saltando a mi alrededor. "Sí, también las ranas, como los hombres, dejaban atrás el invierno hacia la nueva vida... Desde dentro del fango habían captado la vibración del agua con los nuevos juncos, con los nuevos zapateros movedizos, con las nuevas libélulas a ras de onda". Quizás las cosquillas de las raíces o los empujones de la tierra tirante. ¡Fuera todas!
Y asomaban flacas y pálidas al mundo renacido. "Dilataban la grotesca boca; respiraban el aire a bocanadas; removían los ojos saltones...recordaban los certeros lengüetazos...y los músculos resorte...emprendían la peregrinación...al nuevo universo".
Las acompañé y llegué con ellas hasta el regolfo de la presa y allí las vi "detenerse en éxtasis, fascinadas por las pajuelas de plata derramadas por la delgada hoz de la luna". Se zambullían o esperaban saboreando el momento: tenían alimento y humedad, "la felicidad del estío".
Las acompañé y llegué con ellas hasta el regolfo de la presa y allí las vi "detenerse en éxtasis, fascinadas por las pajuelas de plata derramadas por la delgada hoz de la luna". Se zambullían o esperaban saboreando el momento: tenían alimento y humedad, "la felicidad del estío".
Entonces observé "que una rana se acercaba a otra, lanzando un croar suave, casi dulce, prolongado en apasionada vibración, y que ambas iniciaban giros en danza graciosa, casi grotesca. Otras parejas hicieron lo mismo y aquella orilla se convirtió en corte de trovadores, campo de amor, lecho de abrazos".
Imaginé que al cabo de unos días aparecerían , en las orillas, innumerables paquetes de huevecillos. Descenderían al fondo y nacerían seres monstruosos, mitad pez mitad cuadrúpedo, que devorarían larvas e insectos, para alimentar metamorfosis. "Y así hasta el fin del ardor y retorno al fango y al letargo, en el ciclo eterno de las estaciones".
Renacuajo
Olía a fecunda putrefacción y contemplé la curva de la luna. Estuve a punto de rezarle como a una diosa madre "en acto de gracias por las fuerzas vitales que se perpetúan en el amor".
No era necesario, ya lo hacían por mí. "Las gargantas anfibias palpitaban rítmicas. Y el clamor de las ranas renacidas, vibrantes aún de juegos amorosos, repitió el eterno rito de gracias ofrecido a los dioses por las lagunas primigenias". "Roncas, monótonas, destempladas, pero exactas, obsesionantes hasta el vértigo, eran la más auténtica voz para quebrar el letargo invernal del planeta".
"Sí, era el fin del invierno". Avanzábamos por un río menos torturado, el agua había vencido sobre la roca de la sierra. Contemplamos dos cumbres gemelas, me dijeron que eran de la Alcarria. Los gancheros sintieron la emoción de la tierra prometida. Llegamos a la barca entre Morillejo y Carrascosa. Sabrán ustedes de mí. Les saluda:
Roy Shannon, el irlandés.
La que escribe no pudo resistir el hechizo del magnífico concierto batracio que José Luis Sampedro nos ofrece al final del capítulo "Ocentejo". ¡Soberbio!
No tiene nada que ver, pero recordé este otro, el que acompaña a la canción “We All Stand Together” de Paul McCartney.
Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Cuando llega la primavera al río todo se desencadena, adquiere un ritmo en el que ya las cosas no pueden detenerse...
ResponderEliminarQué bien ilustrada esta entrada.
Llega la primavera y todo vuelve a nacer, también el amor en Paula con esa llegada inesperada de Antonio El Encontrao y a partir de aquí el irlandés ya no tiene ninguna posibilidad con ella.
ResponderEliminarEl pasaje este de las ranas es uno de los ma líricos del libro.
Un abrazo
Buenas noches, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarTu libro debe tener las letras más grandes, pues hemos leído lo mismo y llevamos cien páginas de diferencia.
Veo que tú también sigues la película.
Qué bien escogidos los actores.
Inmejorable Mario Pardo para interpretar al Seco.
El hijo de Gregory Peck, para el personaje de Shannon, estupendo.
Si llega a hacer el papel su padre, con su misma edad, "el Encontrao" no habría tenido nada que hacer. Y el final no sería el de la novela.
Me ha encantado la música que se te ha ocurrido y el video.
Abrazos.
El entorno, el paisaje...
ResponderEliminarHay novelas urbanas, y en ellas las calles y rincones van ganando protagonismo; hay novelas que transcurren encerradas en una habitación y entonces son los objetos las claves, y hay novelas a campo abierto que se van abriendo, que se van ampliando... hasta terminar en el verano, en el que estamos.
Buenas claves que obligan a volver por el camino andado.
la novela esta llena de sensaciones, la primavera es la escenificación de todos ellos.Besos
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