Niñas del siglo XXI, no tendrán nunca que dar un sí como el de Paquita.
Podemos ser espectadores de la obra entera aquí, a través de You Tube. Aunque es una versión televisiva y viejilla, la actuación de Pablo Sanz, como don Diego, merece la pena. Para leer la obra tenemos este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.
Mi querida doña Paquita:
Te abandoné, en mi última entrada, en el momento en que Rita te chista porque don Carlos, tú don Félix, ha venido. Y, ni corta ni perezosa, le ha dado "un abrazo con licencia de usted". No hay tiempo para melindres de amor, ella vigilará. Sirvienta, amiga, depositaria de secretos; os abrazáis, os besáis, a pesar de la rígida separación de clases sociales que reinaba en 1806.
Rita y Paquita. Teatre del repartidor. "El sí de las niñas"
Pero voy a concederte la palabra, quiero que seas tú la que nos lo cuente.
Mi señora que escribe:
Con sumo gusto haré lo que usted me pide. Y os hablaré como amiga y en el lenguaje que es habitual en su tiempo. Paso a tutearos.
Sé que muchos de los espectadores y lectores juzgarán nuestro encuentro como frío o falto de pasión, les aseguro que existe fuego entre nosotros. Nos contenemos, don Leandro lo quiso así.
Mi don Carlos, al que yo llamo don Félix, sale por la puerta y se dirige a mí:
"¡Paquita!...
¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo va, hermosa, cómo va?"
Don Carlos y Paquita. Teatre del repartidor. "El sí de las niñas"
Al "vida mía" le contesto con un "Bien venido". No es frialdad, es que no puedo disimular mi tristeza, acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí, me llevan a Madrid, van a casarme con un señor mayor. Voy a ser como el tordo enjaulado que tanto mima mi madre, mi jaula brillará "como un ascua de oro", eso sí. Y yo repetiré, en lugar de la oración del Santo Sudario, un "qué feliz soy señor don Diego". No, no quiero ser el tordo. Amor mío, ayúdame.
Le pregunto qué piensa hacer y responde:
"Si me
dejase llevar de mi pasión, y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad...
Pero tiempo hay... Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle
porque quiere bien a una mujer tan digna de ser querida..."
No, mi enamorado no es un galán tradicional, opone su pasión al freno de las conveniencias sociales. Nada de temeridades. ¿Un hombre de honor el rival? Sé que algunos espectadores poco ilustrados patearon al escuchar algo así.
Le cuento, es mucho el empeño que tiene mi madre en que me case con el viejo caballero, en cuanto lleguemos a Madrid. No me habla de otra cosa, me amenaza, me ha llenado de temor. Don Diego me insta, me ofrece tantas cosas. Al llegar a este punto de los ofrecimientos se pone celoso, pero muy poquito. En tono algo irónico repone:
"Y usted,
¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?"
Y yo, en lugar de una sarta de injurias trágicas sólo exclamo "¡Ingrato! !...
¿Pues no sabe usted que...? ¡Ingrato!"
No ignora que ha sido mi primer amor, el último añado yo. Ahora se desborda, por fin:
"Y antes
perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en ese corazón... Todo él es mío...
¿Digo bien? "
Dice bien, todo es suyo, de quién ha de ser. Sigue:
"¡Hermosa!
¡Qué dulce esperanza me anima!... Una sola palabra de esa boca me asegura...
Para todo me da valor... "
Le llamo para que me defienda, me libre, si mañana voy a Madrid, él me promete que irá detrás. Mi madre doña Irene ha de saber de él. Allí contará con el favor de un tío anciano, amigo y muy rico. No tiene otro heredero, los dones de la fortuna pueden contribuir a nuestra felicidad. ¿Qué me importan a mí las riquezas? Sólo apetezco querer y ser querida, pero mi amor me aconseja:
"Pero debe
usted serenarse, y esperar que la suerte mude nuestra aflicción presente en
durables dichas"
¿Serenarme? No, mi enamorado no se batiría en duelo con su rival. Ni yo tampoco cuadraría como dama de esas comedias que disgustan al señor Moratín:
"¿Y qué se
ha de hacer para que a mi pobre madre no le cueste una pesadumbre?... ¡Me
quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su
lado jamás; que siempre seré obediente y buena..."
Tan preocupada de ser una buena hija obediente...Hay quien no le gusta mi personaje, dócil como un corderito.
¿Confianza? Si no la tuviera me hubieran matado las melancolías. Mi enamorado "ha sabido
proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba de
lo mucho que me quiere".
No puedo más y rompo a llorar. Él exclama: "¡Cómo
persuade!" ¿De qué he de persuadirle? ¡Qué cosas tan extrañas nos hace decir don Leandro!
Me asegura que él solo basta para defenderme de mis opresores. Por fin sus palabras me alivian, ahora sí se parece un poco a los héroes de las novelas de amores que Rita y yo leíamos en el convento, a escondidas:
"Amor ha
unido nuestras almas en estrechos nudos y sólo la muerte bastará a dividirlas"
Carlos Larrañaga, don Carlos. Isabel María Pérez, doña Paquita,
Rita entra y me dice que he de recogerme. Mamá pregunta por mí. Mañana don Félix verá al "dichoso competidor". Nada ni una injuria, solo "dichoso competidor". Rita le anticipa un retrato:
"Un
caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola
limpia y sus sesenta años debajo del peluquín".
Pablo Sanz, don Diego televisivo.
Hasta mañana, amor. ¿Descansar con celos? ¿Dormir con amor? Se despide de mí con un "adiós vida mía".
Yo no lo vi, pero me contaron que mientras don Félix se paseaba inquieto, dando vueltas a que yo le fuera arrebatada, a que mi madre se obstinara en verificar un matrimonio que me repugnaba, a la edad y la riqueza del viejo caballero, al maldito dinero...
...Calamocha bromeaba con la mención del cabrito asado que tienen para cenar. Inoportunas bromas en torno a los cuernos, requiebros a Rita que estaba encantada de la vida...Hay que dar a cierto público cierta ración de sal gorda.
El tono jocoso se cortó con la llegada de Simón, el criado de don Diego...me contaron.
Poco después, don Carlos desapareció... Cuando me dijeron que el oficial y el criado se habían ido para Zaragoza, los que ocupaban la habitación 3... temblaba, no comprendía, me preguntaba en qué le había podido ofender. Se hará la luz, sin duda. Acudiré presto a contarle, señora mía.
Un abrazo de María Ángeles Merino para los que pasáis por aquí.
Mi entrada desapareció, se la tragó la tierra, he tenido que rehacerla confiando en mi memoria. Cosas que pasan.