Comentario a parte de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, la que corresponde a la etapa escolar del protagonista, Cipriano Salcedo. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
En la entrada anterior, dejamos al niño Cipriano, feliz con la nodriza Minervina y sus lecciones cantadas de catecismo, mientras el terrible progenitor pensaba en un preceptor para su hijo, "un signo de distinción social que le aproximaba a la nobleza, el sueño oculto de don Bernardo desde que tuvo uso de razón".
Un instructor de medio pelo, Don Álvaro Cabeza de Vaca, sayo raído y calzas negras ajustadas, enjuto y severo, distante con su discípulo desde el primer día. Cipriano contesta rápido a sus preguntas mientras estas discurren por las "trochas" ya recorridas con Minervina de la mano. Pero cuando el dómine le hace caminar más allá de "la cartilla de los moços", Cipriano no puede seguirle, no aprende nada nuevo porque constata "con espanto la inmediatez de su padre en la habitación vecina". "Y cada vez que le oía carraspear o arrastrar el sillón empalidecía y quedaba inmóvil, la cabeza hueca, a la expectativa". Y con los diecisiete estornudos mañaneros , temblaba la casa y temblaba el muchacho.
Tras varios meses de "¿Has entendido Cipriano? Sí, señor", don Álvaro, decepcionado, aborda al padre de la criatura y le confiesa que "el niño está en otra cosa". ¿El chiquillo es tonto? No, "es avispado como una ardilla" . Don Bernardo, "hombre rencoroso", piensa en una solución para "el pequeño parricida" : "un internado duro y sin pausas. Era hora de separarle de la rolla". Y la solución es algo extraña para un hombre de su posición: "el Hospital de Niños Expósitos... dedicado a la formación de niños abandonados". Su hermano Ignacio, patrono mayor de la benéfica institución, le duele la peregrina y vengativa decisión: "no es para personas de nuestra clase".
Está decidido, "hay que enveredarlo. Su niñera lo ha mimado demasiado. Y esto se acabó. Lo meteré interno y no disfrutará siquiera de vacaciones".
Don Ignacio informa a la Cofradía de la generosa disposición de su hermano: pagará por su hijo y por tres compañeros más, amén de las limosnas. Se admite a Cipriano, Minervina llora "hasta quedarse seca" pero esta vez no contagia al pequeño. A su niño le resulta "audaz y apetecible" alejarse de casa y convivir con otros de su edad.
Cipriano pierde atuendo y nombre . Muda su ropa distinguida por un uniforme campesino. Nadie le pregunta su nombre; pero el Corcel, un chico grandullón, le bautiza como "Mediarroba". Mediarroba no es pobre ni expósito. ¿Qué pinta en un colegio así?
Acompañamos a "Mediarroba" en los paseos por la ciudad y los campos que la rodean, con los expósitos en fila de a dos y "el inevitable tutor". Delibes nos muestra el Valladolid de principios del XVI: Espolón Viejo, Espolón Nuevo, Puente Mayor y cerro de la Cuesta de la Maruquesa "donde vivían gentes necesitadas". "Por el camino de Villanubla se veían bajar reatas de mulas, pordioseros y algún que otro caballero apresurado". Descendían hasta la Corredera de la Plaza Vieja, las Tenerías...y vuelta al colegio.
Valladolid, 1572-1617, Civitates Orbis Terrarum, "...dibujo realizado desde la Cuesta de la Maruquesa, con las torres al fondo de los principales templos, parte de las murallas en los accesos al Pisuerga y campesinos trillando en primer plano en las proximidades de la actual Huerta del Rey".
"A los dos meses de ingresar en el colegio, Mediarroba fue nombrado limosnero por una semana". Con el alba, preparaba el carro con Blas, el asnillo. Y salía con dos compañeros, Claudio "el Obeso" y el "Niño", a recorrer la ciudad. Llegaban a la trasera del Hospital de la Misericordia y allí recogían cadáveres de pobres o ajusticiados.
-"Tú, Mediarroba, ¿de dónde sacas esas fuerzas? En mi vida vi un tipo más espiritado que tú."
-Atiende. Se había levantado la manga del sayo y le mostraba su bíceps estirado, un músculo bien formado de atleta.
-¡Ahí va, si tiene bola! ¿Te has fijado Niño?, el Mediarroba tiene bola".
Subían hasta la Calle Imperial. Cipriano armaba un túmulo en el centro de la calle y colocaba encima los cadáveres. Los tres colegiales se turnaban llamando a la caridad de los viandantes, con una fórmula gastada, a la que añadían letanías y algo de cosecha propia:
"Hermanos: aquí tenéis los cuerpos de dos desdichados que pasaron a mejor vida sin conocer los beneficios de la amistad...No les neguéis ahora el derecho a la tierra sagrada"
Algunos transeúntes depositaban algunos maravedíes en la bandeja. Una hora y Cipriano con los muertos al carrito, otra vez armar el túmulo, en Huelgas, Zurradores y Espolón Viejo. Y otra vez el mismo rito. Enterraban a los muertos en la iglesia indicada y depositaban los donativos en el Arca de las Limosnas, en la capilla del colegio.
La fuerza física e intelectual de Cipriano nos sorprende, lejos de su padre parece otro. Pero le quedan algunas lecciones de vida por aprender.
Todas las noches, los alumnos caían rendidos nada más acostarse. De ahí la sorpresa de aquel día en que oyó un bisbiseo que se transmitía de cama en cama:
-"Niño, el Corcel te necesita".
Cruza una sombra, crujen los muelles de la cama del "Corcel", se oyen cuchicheos y risas apagadas. Al día siguiente, pregunta a Tito Alba qué hacía el Corcel con el "Niño" en el dormitorio. Tito le mira asombrado y le pregunta si se ha caído de un nido o sólo lo aparenta.
Cipriano recurre Claudio el Obeso que le explica:
-"...cuando tiene necesidad, el Corcel recurre al Niño. Es lo más parecido a una mujer que tenemos en el colegio"
El Rústico termina de informarlo. El Niño tolera los abusos porque el Corcel es el más fuerte, el que manda. El sexo y la ley del más fuerte.
Al día siguiente toca entierro y las plegarias de los expósitos son muy apreciadas. Sus voces, entre infantiles y adultas, son el pasaporte ideal para el tránsito de los vallisoletanos ricos. Las disposiciones testamentarias requieren la presencia de los colegiales en el entierro, a cambio de sustanciosas limosnas. Uniformados, alineados, con las botas limpias y antorchas en la mano; lúgubre e infantil procesión.
Así fue aquel día, en el entierro de un caballero que había dejado "un pingüe juro" para el colegio. El maestro, el Escriba, los estimula a comportarse con entusiasmo y esmero. Acompañan al cadáver con aire contrito y cantan el terrible Dies irae y las letanías, en medio de un pesado hedor, una mezcla del sudor de los fieles, el humo de las antorchas y el tufo de los enterrados en el templo. La muerte.
Termina el funeral y Cipriano descubre, en el templo, a su tío Ignacio; nota su mano en el hombro y se estremece. Un pariente mudo y afable, pero no espera nada de él, tampoco él es capaz de afrontar la dura mirada de don Bernardo. Le pregunta si está contento, si le gusta estudiar. El sobrino titubea al hablar, le considera un enviado de su padre.
Don Ignacio ha recibido informes muy favorables : "número uno en doctrina, latín y escritura, notable en tablas de cálculo. Intachable en urbanidad y disciplina." Ante un cuadro así, piensa que habría que exponer la situación a su padre. Y le pregunta si le gustaría dejar el colegio y volver a casa. Se queda asombrado ante la respuesta de su sobrino. No, le gusta el colegio y tiene buenos amigos.
Su tío le expresa preocupación por su porvenir , no cuenta con que Cipriano tiene ideas propias y ha pensado en ello: "...puedo ingresar en la Escuela de Gramática del Cabildo". Don Ignacio le sugiere doctorarse en leyes y le da un excelente consejo: recibirá una importante herencia pero "al dinero hay que ennoblecerlo. El dinero en sí no tiene importancia y menos aún si no se debe a tu esfuerzo". Y le ruega que no diga nada a su padre.
Pasa el tiempo: "por segundo año consecutivo desde su ingreso en el colegio, llegado agosto, Cipriano participó en la Ceremonia de las Eras...La clase...visitaba las eras y pedían a Dios prieta espiga y grano abundante". Los campesinos les entregaban unos fardillos de trigo que depositaban en el Arca de las Limosnas. Cipriano es elogiado por el Escriba, en clase; había quedado a un celemín de distancia...
Cipriano madura, aprende mucho, pero ha comenzado ya con sus escrúpulos de conciencia, un tormento para el resto de sus días. Atiende a las clases de doctrina pero considera que su formación religiosa deja mucho que desear. El padre Arnaldo le habla de oración mental y Cipriano comienza a visitar la capilla durante los recreos, para estar solo y en silencio, con dos peticiones obsesivas: Minervina y su futuro más allá del colegio.
Mientras reza, se mantiene sereno, pero con el agua bendita de la salida surgen las dudas: "¿había pensado en el sacrificio de Nuestro Señor o en el juego de zancos que le aguardaba en el patio?". Los escrúpulos no le abandonan, vuelve a la capilla, se santigua lentamente, llega a la conclusión de que sus peticiones son egoístas...Decide pedir por el Corcel, para que no se haga "pajas" ni obligue al Niño, pide por unos y por otros. Sus visitas a la capilla abarcan todo su tiempo libre, se confiesa e insiste en el egoísmo de sus peticiones.
El padre Toval le ayuda en su examen de conciencia pero, al llegar a lo de "honrar padre y madre", Cipriano ha de confesar el odio que siente por su padre y el confesor encuentra materia grave. No ha de rezar por el Corcel sino por don Bernardo y sus sentimientos hacia él. Mienta maquinalmente a su padre, en las oraciones, pero no lo siente, "no puede amar y odiar a una persona al mismo tiempo". Deja de ir a comulgar, el padre Toval advierte su desconcierto y llega a decirle que ofrezca a Dios "el asco de su odio como una expiación". A Cipriano no le convence, sería engañarse a sí mismo y a Dios.
El tercer año en el colegio resulta inquietante para el muchacho. Empieza "a atormentarle la injusticia humana, que don Bernardo pudiera pagar la beca de tres compañeros que, por añadidura, desconocían a su padre, para que él pudiera estudiar; el que el Niño tuviera que acudir a las llamadas del Corcel...y que aceptara ser humillado...el que su carne empezase a despertar y notase una extraña fuerza...".
Siente arrebatos de agresividad...se sorprende al arrogarse un papel justiciero que nadie le atribuye. Una noche detiene al Niño cuando acudía a la llamada del Corcel y reta a este:
-"Corcel, no le esperes. El Niño no va contigo esta noche-dijo."
Un gran revuelo, el Corcel se mete en su cama y "Sintió su salvaje aliento, sus palabrotas, su dureza viril, sus brazos desmañados abrazándole, y entonces Cipriano, con gran serenidad, flexionó la pierna , le propinó un rodillazo en los testículos y le empujó con todas sus fuerzas..."
Al día siguiente, pelean en el patio, una pelea magistralmente contada, no conocíamos la faceta pugilística del bueno de don Miguel:
"En lo que el Corcel levantaba un brazo, los puñitos pequeños y duros como piedras de Salcedo se disparaban tres veces sobre la nariz de su adversario...
David contra Goliat... El sayo del Corcel se llenaba de sangre y, entre dientes, provocaba a su rival llamándole enano y cacho cabrón, pero Mediarroba no caía en la trampa, evitaba lanzarse sobre él a ciegas...Sus puñetazos eran como las picadas molestas de un insecto que iban minando la moral del otro..."
Cipriano sale vencedor de la pelea, su rival se retira jadeando y limpiándose la sangre. Pero Mediarroba gana un motivo de remordimiento más. Se confiesa, su mente la ocupa la soledad tremenda de un compañero al que nadie quiere. Un día, en el paseo, se acerca a él, le pide disculpas. La reacción del matón es la propia:
-"Y ¿a ti qué te importo yo? ¡Ya te puedes largar!"
Cipriano le contesta que le importan todos los mortales. El Corcel, tras fijarse descaradamente en los traseros de dos mujeres que pasaban por allí, remata:
"-Que te vayas a tomar por el culo; quiero hacerme una paja."
Nuestro héroe todavía añade tímidamente:
-"Volveré a buscarte, Corcel. Si algún día me necesitas, llámame."
A la semana siguiente de la pelea, la ciudad se llena de curas y frailes, se celebra "la Conferencia". Y, en todas partes, en el colegio también, se habla de erasmistas y antierasmistas. Dejamos a Cipriano muy interesado por la figura de Erasmo de Rotterdam. El padre Arnaldo decía que Lutero se había criado a los pechos de Erasmo...
Lo vivido en el Colegio de Expósitos de San José marcará mucho a nuestro hereje Cipriano. Ha aprendido mucho, de libros y de la vida. En la etapa escolar todos realizamos una parte importante del aprendizaje vital, un colegio siempre es importante Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, voy a hablar de los colegios que llevan el nombre del creador de estas páginas que hemos comentado: Miguel Delibes. Burgos, Campo Real, Collado Villalba, Móstoles, Aldeamayor...
En España, abundan los CEIP "Miguel Delibes". Pero este, el de Nava del Rey (Valladolid) cuenta con un maestro llamado Germán Delibes, nieto del escritor, todo un lujo. ¡Cuántas historias de su abuelo podrá contar a esos niños de quinto curso de Primaria!
Bueno...y aquí lo dejamos por hoy, junto al río Arlanzón.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Enlaces sobre la ciudad de Valladolid
Noticias históricas del doctor Zumel (Hospital de la Misericordia)Lo que ya no está. El Valladolid desaparecido.
Arte en Valladolid. Dibujos de monumentos vallisoletanos.
Parece que por esa época se empieza a valorar la instrucción como forma de ascenso en la jerarquía social, ya no solo depende de la cuna, empiezan a verse resquicios en la rígida sociedad estamental.
ResponderEliminarLa letra con sangre entra era la norma para el aprendizaje, siempre a la contra y con el castigo o maneras de evitarlo, como motivación.
El Colegio de los Niños Expósitos enseña a Cipriano que hay otra forma de malvivir, de curtirse y de ganarse el respeto en los lugares cerrados, fuera de la regalada vida burguesa y de las faldas de Minervina. A la vez huye de las cercanías de su padre que le infunde pavor.
El asunto de los problemas de conciencia de Cipriano me parece enrevesado y exagerado, la gente no suele tener problemas de tanta profundidad, ni ser tan escrupulosa.
Delibes despliega toda su sabiduría narrativa en la descripción de la pelea con el Corcel, tampoco se queda atrás en todos los sucedidos del internado. Nos regala un relato pleno de ritmo y pasión, de creer en lo que escribe.
También un placer seguir tus reflexiones e ilustraciones de la igualona arquitectura colegial sobre este tramo de la novela.
Un abrazo
Este niño ha salido tan distinto a su padre...
ResponderEliminarQué bien descrito el ambiente vallisoletano por Delibes en esta novela.
Un comentario profundo y lleno de aciertos.
Por lo menos tiene mas humanidad es, humilde y cercano.Espero que a lo largo de la lectura no se envilezca.
ResponderEliminarDelibes: tiene ese don: contra más te adentras en su narración más te gusta.Cosa que no suele pasar con otros autores; que el principio engancha y después la lectura se va haciendo lenta y pesada.
Un abrazo MªAngeles.
Buenas noches, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarMe encantó Cipriano convertido en defensor del débil.
Has hecho un más que excelente trabajo.
Sí creo que hubieran personas con esos escrúpulos de conciencia. Sencillamente se creían lo que les explicaban, infundiéndoles los temores a los castigos en tierra y post-mortem. El miedo era generalizado. Se temía a la enfermedad, al hambre, a las denuncias, a la muerte...
Estupendas las ilustraciones y todos los enlaces. Me he quedado con el tan interesante del Doctor Zumel.
Abrazos.
La experiencia con los niños expósitos produce un giro narrativo delibeanamente calculado.
ResponderEliminarUn abrazo
Irse del lado de su padre fue una salvación para Cipriano, que demás madura en ese internado y descubre la sexualidad, la solidaridad (preocupándose por el Bienestar de otros) y tantas otras cosas.
ResponderEliminarBesos