domingo, 3 de abril de 2011
"Quizá la Nochebuena sea una buena fecha... para que en el Cielo hagan arqueo..."
"Viene la noche" (Foto tomada en Palacios de Benaver)
Comentario al capítulo cuarto de la novela "Viene la noche", de Óscar Esquivias.
Domingo, 24 de diciembre de 2006, Nochebuena.
¡Hola Sara!
Benjamín y Jaime llegan hoy a Burgos, no en autobús sino en tren. No concibe llegar a su ciudad si no es sobre raíles. Un viaje más largo y más caro, un enorme rodeo por Valladolid y Ávila, pero tu suegro lo prefiere así.
Cuando el vetusto tren va llegando a su destino, se pone muy nervioso, baja la maleta, se coloca junto a la puerta, como si tuviera que bajar rápidamente y de un salto. En cuanto divisa el edificio de la cárcel, él lo sigue llamando Penal, se pone en pie.
Una desolada estación les recibe, andenes vacíos y un "fulgurante", pero frío, sol de invierno burgalés. Para Benjamín, el viejo caserón es la "puerta simbólica a su pasado", allí se refugiaba de los malos tratos de su madre, soñando con largos viajes hacia la felicidad. Y allí estáis Teresa y tú, esperándolos.
Perdóname, Sara, esta digresión; pero me pregunto qué hubiera dicho Benjamín Tobes si se apeara del tren y , en lugar del vetusto caserón, viera la novísima y lejanísima estación de tren, Rosa de Lima, en medio de un secarral.
El viaje ha sido largo; pero ha estado muy entretenido. Como olvidó la novela de Dickens , Jaime recurre a los libros que pensabais darle en la cena de Nochebuena, esos tan de Burgos.
"La ciudad del Gran Rey"...¿No serán los sermones de Walter Astorga? Que esos ya se los sabe. Nooooo, son novelas ambientadas en su Burgos, el de la Guerra Civil.
Nooooo, que Benjamín pasó la guerra en Madrid. ¡Y qué sosada de dedicatorias las de este escritor! Si se esmera lo mismo con la redacción de sus novelas, estamos apañados.
¿Las dos para él? ¿Y para Teresa? Para ella, tenéis bombones, los del "patilludo".
Le habéis salvado el viaje, aunque se le haga raro leer a un escritor vivo, cuánto mejor uno muerto que no se va a enterar.
Jaime va a dormir, menudas ojeras tiene hoy. Tu marido admira esa forma de leer tan intensa de su padre, como un explorador que desbroza el terreno, apartando la vegetación. Él, de joven, amó la literatura pero nunca leyó así.
Con la cabeza pegada a la ventanilla, contempla el monótono paisaje castellano. Al cabo de un rato, sólo ve su imagen cansada, reflejada en el cristal. Todavía sufre los efectos de aquel champán, una pesadez que le impide dormir.
Benjamín sigue pegado a la novela. Le brillan los ojos, sus facciones están endurecidas. Pasa vorazmente las páginas, con rabia. Jaime cree que el libro está lleno de erratas, o faltas de ortografía, de las que tanto le indignan, o tal vez sean las anotaciones a pie de página.
El tren llega a Valladolid, el polvo de la gravera mancha los cipreses de sombra alargada y se eleva como si las almas de los difuntos "ascendieran al Paraíso".
Mientras el viejo está en el servicio, Jaime echa un vistazo al libro. Tu suegro le pilla y se irrita. Tu marido se disculpa, es que estaba pensando si a Acacio le gustaría, como regalo de Navidad. ¿A Acaciooooo? Su consuegro no lee, sólo juega al ajedrez y a su manera, un estilo precipitado que aprendió de su padre, el taxista. Como si le regalaras una vaca o un cocodrilo...
Jaime reconoce que jamas ha visto a tu padre con un libro, que es una "persona muy sobria". El viejo replica que "si a la mentecatería ahora se le llama sobriedad..." Ya no hablan más en lo queda de viaje. Perdona, Sara, que llamemos mentecato a tu padre, que todos tenemos defectos...manías de viejo.
Al llegar, la presión de tu abrazo y tus palabras ya le ponen en lo peor, con respecto a su hermano Aurelio. Aunque lleva tanto tiempo muriéndose... Tal vez ,en Nochebuena, el ángel exterminador descubra su descuido y se lleve a esta alma que no pertenece ya ni al reino de los vivos ni al de los muertos.
Antes de ir al hotel, vais al hospital, el Divino Vallés. Piensa que va a encontrar una habitación de cinco camas, con enfermos y familiares ruidosísimos, una televisión de monedas siempre encendida y un gran trajín de médicos y enfermeras tuteando jovialmente.
Pero esta vez no es así. Lo han instalado, con su respirador que echa tubos raices , en una habitación para él solo, silenciosa como una iglesia. Pálido y con los ojos hundidos, Benjamín lo besa y le pasa la mano por la frente. Se queda allí con él, esperando a la muerte y leyendo.
Pasa el día en el Hospital, hasta que llega la cuidadora de noche que envía el arzobispado. Es una joven ecuatoriana que lo besa, lo abraza, y le dice que se marche tranquilo, que ella le avisa por el "celular".
Hoy todos abrazan, incluidos los médicos y enfermeras de guardia. Y el taxista , el que le lleva al hotel, le da la mano afectuosamente y le llama "caballero". No le gusta nada ese tratamiento, le suele poner en guardia; pero el taxista lo ha empleado de una manera conmovedora. Se está ablandando tu suegro...
Se queda un rato a las puertas del hotel, no le apetece la compañía ni el bullicio navideño que se adivina tras las ventanas encendidas.
Sólo en la intemperie de esas calles, las cercanas al río Vena, hay lugar para el dolor y la soledad.
Por fin entra y sube a la habitación, donde os estáis vistiendo como para una fiesta. Benjamín no ha traído nada elegante y eso le pone triste, ya ves, tiene su punto de presumido.
En el comedor, os reciben, afectuosos , una pareja de catalanes. Su alegría contrasta con la hosquedad y el mal humor del servicio. El ambiente es tan poco acogedor que cenáis deprisa, para acabar cuanto antes. Queréis, quieren ir a la misa del gallo, en la iglesia de San Lesmes. Tú te quedas en el hotel, con una de tus jaquecas. Benjamín intenta tirar de la lengua a su hijo, con respecto a tus dolores de cabeza. Jaime no suelta prenda y hay que ver lo que te defiende tu suegra.
Llegan a la iglesia abarrotada y tienen que sentarse en un lateral. Tu suegro proclama que aquí "se sigue creyendo en Dios, no como en los Madriles". A eso, haría yo , como burgalesa, algún comentario, que aquí no viene a cuento. Porque hay muchos asuntos que se mezclan con la fe y que , en realidad, nada tienen que ver con ella.
Tu marido no conocía este templo y "le parece realmente bonito". Se intuye la presencia de la fe, la de Dios es otra cosa...
A Jaime le llama la atención la ausencia de pobres o inmigrantes. Abundan "los abrigos de visón, las joyas, los trajes caros, los pellejos estirados en un quirófano, los relojes de oro". Tu suegro repara en lo mismo y susurra la dificultad que van a tener para pasar por el ojo de la aguja". Me permito añadir que en el barrio de los Vadillos, al que pertenece San Lesmes, hay de todas las clases sociales, aunque clase alta, por haberla, hayla.
Tras el "yo confieso", el padre le dice, emocionado, al hijo, que rece por su tío. Y Jaime da un repaso a los recuerdos que conserva de tío Aurelio. Nunca sintió gran aprecio por él, a pesar de haber pasado muchos veranos, en su compañía. Como la lavandería nunca cerraba, su padre le enviaba al pueblo donde estaba destinado el tío cura. Le esperaba en la estación de Burgos y , sin darle un paseo por la capital, le llevaba al pueblo remoto de turno. Sin río, sin fuentes, casi sin niños, sin otros árboles que los chopos nudosos de la carretera.
Aurelio tenía mal carácter y trataba a sus feligreses con displicencia, no era una persona querida. A media tarde ya estaba borracho y dormido, mientras el niño Jaime ,en un rincón fresquito, se dedicaba a dibujar naves espaciales y a escribir cuentos de mundos sólo por él habitados.
Todos los años rogaba a sus padres que lo dejaran en Madrid, pero llegaba agosto, y Benjamín usaba los argumentos de la bicicleta, los aires campestres, la lectura...y ala, para el pueblecito burgalés. Sólo le salvó la muerte de la tía Benigna, la hermana de Aurelio , a la que nunca oyó una palabra, aunque no era muda, al parecer. Una vez muerta esta, la que llevaba la casa, detalle importante, no hubo más pueblo. Hombres...
En la misa del gallo, los tres enlazan sus manos, al rezar el Padrenuestro. Y los tres comulgan, se arrodillan y rezan. Me da la impresión de que tú no eres tan creyente como ellos.
Tu marido piensa que, a pesar de todo, fue un tiempo feliz. Tu suegro pide, encarecidamente, a Dios ,la muerte de su hermano. A ver si se entera el ángel exterminador...
Vuelven al hotel en silencio. Jaime no quiere despertarte, entra en la cama con todo cuidadito. Busca tu cuerpo cálido y tú le susurras lo helado que está. Caéis en el sueño, como Dante y Beatriz en las aguas del Leteo.
Ya sabes que yo sostengo que os queréis y que no sois homosexuales, con todos mis respetos para estos últimos.
Un abrazo de María Ángeles Merino
Excelente el reencuentro con Burgos: pasaje que tantas claves irónicas contiene para comprender el giro de la trilogía.
ResponderEliminarPor cierto, ¡cómo comprendo tu digresión ferroviaria!
Me gustó eso de que Benjamín lee las novelas ocmo un "explorador que destroza el terreno". Excelentes las fotos, como siempre.
ResponderEliminarBesos
Como Benjamín no tienen temas suficientes sobre los que despotricar sólo le faltaba encontrarse con la estación de tren esa nueva que dices que queda allá por donde Cristo perdió las sandalias.
ResponderEliminarBesos
Sigues haciendonos disfrutar y disfrutando tu con tu carta a Sara y con las fotos que acompañas. Como buena abejita que eres.
ResponderEliminarVoy retrasada en comentarios y demas, pero ya sabes que en Pardilla no tengo Internet.
Un abrazo
LUz
Magnífico, de nuevo, el despliegue fotográfico. Puesta incluida y también con pobre pidiendo a la puerta de la iglesia para desmentir a Benjamín, que le parecen ricachones con abrigos de visón todos los que van a la misa del gallo. Se conoce que en el 2006 no había llegado la crisis todavía.
ResponderEliminarConozco el frío de Burgos de las seis de la mañana en invierno, cuando hacía realmente frío y esa estación vieja.
El tío Aurelio dura lo justo para que le dé tiempo de leer las dos novelas y escribir esa maravilla de carta.
Me encanta la imagen del niño Jaime por los pueblos burgaleses de anchos horizontes y el sueño ganándole para su causa en el hotel.
Excelente narración. Un abrazo.
Me han gustado muchas cosas en esta novela. Leer tu comentario y ver las fotos que montas es como vivirla de nuevo.
ResponderEliminarCurioso lo lector que es el octogenario Benjamín, un tanto caprichoso es sus gustos literarios: da las quejas a la dirección de la biblioteca por tener a Sthendal al alcance de los niños.
Acacio es espinoso como la planta del alcuicil.
Con la cuidadora Mildred me mondé de risa, me acordé de la mía...UY! menos mal que no sabe entrar en mi blog.
Un abrazo Abejita
No me he conformado con leer y admirar .. nooo, me llevé dos bombones..
ResponderEliminarEs todo tan completo Marían! Besos muy admirativos y golosos...
Pasados ya unos cuantos días desde que terminé la novela, vuelvo a recordar de tu mano y con tus estupendas fotos. Biquiños.
ResponderEliminarPedro: la ironía de Esquivias es cosa fina. Lo del ferrocarril merece digresiones, si lo ve Benajmín...
ResponderEliminarMyriam: se mete en la selva de las palabras a machetazos.
Asun: cómo despotricaría. Esa estación provoca los comentarios de muchos benjamines, los hay.
Ele: soyla abejita picateclas. Pardilla te inspira y luego...a Internet.
Pancho: no lo desmiento del todo, hay gente de joyas y pieles, me han dicho que la parroquia huele a cierta "obra" y cierto "camino".
El frío que se pasaba en aquellos andenes, a esas horas. Yo estuve cogiendo, durante cierto tiempo, un tren a las cuatro de la madrugada los lunes. Recuerdos.
Antonio: yo también me acordé de tu Mildred, dale recuerdos. El horror de los bibliotecarios es Benjamín, pero es un gran lector, a pesar de todo.
Martine: coge más, que las matronas reciben muchos.
Aldabra: recordar y siempre hay algo nuevo.
Gracias, amigos y besos.