martes, 8 de marzo de 2011
Una comadrona, un escaparatista, un anciano, una anciana, dos libros y un escritor sosaina.
“Viene la noche” (Foto tomada en Palacios de Benaver)
Comentario al primer capítulo del libro "Viene la noche", de Óscar Esquivias (Jueves, 21 de diciembre de 2006)
Dejo la segunda novela de la trilogía de Esquivias, “La Ciudad del Gran Rey”, en una fantástica catedral de Burgos que respira como un ser vivo, con sus miles de cabezas pétreas, cantando al unísono y celebrando el triunfo del Amor. Y el Portón del Claustro, abriéndose a un fuego que purifica y no quema, por el que sólo pasan cinco soldaditos anónimos y ningún personaje principal. No nos consta que el periodista Formoso lo traspase, el cabo Galaz se queda por amor y el padre Talí lo cruza pero…no era de la expedición. ¿Nos toma el pelo el autor? ¿Deja una puerta abierta?
Ahora no estamos en el fantasmal Burgos Purgatorio sino en el vestuario de un hospital madrileño, con vistas a los cuatro rascacielos que, en el 2006, se construyen en la Castellana.
Ni extraños frailes, ni ángeles guardianes, ni curas o seminaristas preconciliares, ni militares carcundas…Nos recibe Sara, una comadrona con dolor de cabeza. Ni triaca ni heraclitonita, un sobre de ibuprofeno.
De momento, no vemos conexión alguna entre esta mujer actual que entra en su turno de noche y el ángel Galaz que dejamos en la burgalesa calle de la Paloma.
Voy a hacer mi comentario, dirigiéndome a ella, me cae simpática.
¡Hola Sara!
En este capítulo, tu dolor de cabeza es el hilo conductor hasta tu marido Jaime. Y, como estás de noche, aprovecha para cenar con sus padres, Benjamín y Teresa. Y, en un círculo que más adelante completaremos, has encargado, la compra, en Burgos, de dos libros. Así que estáis Jaime y tú, tus suegros, dos libros y ese escritor tan soso, al menos en las dedicatorias. Y embarazadas, bibliotecarios, poetas, ecuatorianos…los que vais trayendo de la mano.
Guardas tus cosas con método y corrección, en la taquilla del hospital. Es tu peculiar receta para ese dolor que se minimiza mientras trabajas, volviéndose intensísimo a la salida. En casa, tomarás un analgésico y al sofá, porque el dormitorio huele a Jaime y a esa rancia colonia que te disgusta tanto.
Caprichos de las cefaleas, los olores fuertes te dan náuseas. Que nadie piense otra cosa, sé que amas a tu pareja. Así que prefieres el ruido del tráfico y los mil canales internacionales de la vecina azafata. Ojito con ella, Sara, menuda lagarta.
Eres capaz de meterte en el pellejo de tus compañeras, empatizas , como dicen ahora. Las ves entrar alegres, bromistas y parlanchinas; mas al salir militan en un ejército de derrotadas. Cansadas y sucias, con prisa por ir a casa a poner cenas o a habérselas con el solitario “táper”…
Así te ves tú también. Hoy, ni cenas ni "táper", el sobrecito y a dormir. Y, encima, menudo desplante el de la llorosa celadora gorda, cuando vas y le preguntas si está bien.
Después, te alcanza tu amiga Mila, para decirte que ya ha traído de Burgos los libros que le pediste. Le debes cuarenta euros y están firmados por el autor, un sosaina, dice… ¿Por qué son tan importantes esos libros? ¿No los venden en Madrid? Con esas macrolibrerías que tenéis, que en Burgos no hay esos templos librescos. No, no me digas todavía para quién son y de qué tratan. Destriparíamos el libro.
Cuando trabajas de noche, Jaime cena con sus padres y da vacaciones al microondas. Camina por los “rizomas” que le nacen a Bravo Murillo, más tristes, más solitarias, más pobres.
Llega al familiar portal de la calle Wad Ras, distrito de Tetuán.
La escalera huele a ajo quemado, al tufo de las cenas de gente más bien mayor, nada de bandejitas inodoras. Puertas con sagrados corazones, cartelas con nombres de vivos o de muertos, espumillón, adornos navideños. Tu Jaime sube deprisa,huye de los olores y la decoración ofende su sensibilidad estética.
Padre e hijo se besan. Benjamín, ya sabes, huele a pis, a leche cortada y a naftalina, olores de vejez. El belén de figuritas cojas o mancas, los libros que devora él y las “tonterías” medio brujas de ella: pirámides, energías negativas, incienso, yoga, taichí… Su metamorfosis, pelo verde y aire exótico, hace parecer más viejo y encogido a su marido, metamorfoseado en sentido contrario.
La cena es insípida y la sobremesa, también. Tu marido friega y recoge, la protesta de tu suegra forma parte del ritual machista de las mujeres, faltaría más… Tele, cartas, una conversación sin interés. Hasta que, aburridísimo, se levanta y se despide. Pero hoy Benjamín desea acompañarle.
Jaime había traído la revista de su parroquia, esa cuyo nombre trae ecos de rosarios preconciliares. Al salir a despedirle, Teresa repara en ella y muestra interés por si incluye alguna poesía de su niño. No, Jaime ya no escribe versos. Le preguntan por qué y se encoge de hombros, cree que no vale. Pero tu suegro suelta que “hasta el más tonto puede ser poeta”, basándose en unos poetillas que él conoce: pelos largos, acné y bragueta abierta. Se juntan en un bar, uno lee poemas y los demás lo despellejan.
Jaime se queda pensativo, los amigos de su padre suelen ser viejos “desportillados”, como él. Sabe que, a su manera, es un hombre culto; pero no se lo imagina en una tertulia literaria.
Desde hace un par de noches, Benjamín sale de paseo a estas horas porque a Teresa le da ahora por la meditación y necesita media hora de silencio, porque tiene cita consigo mismo y con su aura. “Mochales”, se está volviendo “mochales”. Y lo peor es que le obliga a quedarse quietecito y en calcetines, en consecuencia se va de casa. A Jaime no le parece mal que medite. “Ya, a ti nada te parece mal”, le espeta su padre y suena a reproche. Son muy distintos padre e hijo ¿verdad?
Recorren calles vacías y sucias, con las mejillas escarchadas, en silencio, con cierta prisa. Algunas luces navideñas, edificios con aire cuartelero, casas apuntaladas, solares llenos de hierbajos y basura…
El barrio también está metamorfoseado, han desaparecido muchas casas bajas, sustituidas rápidamente por edificios más altos y mucho más feos.
Apenas hay signos de vida: una persiana, un bar concurrido, la frutería todavía abierta de un pakistaní, un grupo de hombres que discuten en susurros y les amenazan. Hasta que llegan a Bravo Murillo, “frontera de prosperidad y de luz”, dejando atrás el revoltijo de calles sombrías. Jaime siente alivio al verse rodeado de gente. Propone acompañarle de vuelta a casa, nanay, el viejo quiere llevarle a Cuatro Caminos y mostrarle el bar de los poetas.
Jaime va mirando los escaparates, es lo suyo.
Hombres jóvenes trajeados haciendo el indio con las corbatas en la cabeza, van borrachos y se besan, jugando a un equívoco juego. Unos ecuatorianos beben y miran indiferentes, unos marroquíes ofrecen algo…
Benjamín proclama que : “nunca ha habido más extranjeros aquí y jamás Madrid ha parecido más un pueblo”. Y sigue, Madrid de ciudad moderna a “ciudad pobretona llena de muertos de hambre que se buscan la vida como pueden”. “Como podemos” añade su hijo y eso molesta mucho al viejo. Él sí que sabe lo que es pasar hambre, Jaime no. Que no se le ocurra quejarse…
Menudo jaleo hay en la glorieta: los de la hamburguesería archiconocida recogiendo, adolescentes conversando sin prisa, senegaleses colocando el mantel de su mercancía, un hombre anuncio emparedado, chinos vendedores de lo que sea , no son los del “Glan Sanculco”, y un mendigo aporreador telefónico.
Benjamín se pregunta cómo pueden dormir allí los vecinos, Jaime contesta, muy convencido, que en esos edificios no vive nadie. Su padre le saca de su error, le hace mirar para arriba. Se ven encendidas algunas lámparas “cluecas”, con sus huevos encendidos. Incluso hay una fiesta en una de esas ventanas.
Cruzan al otro lado y el viejo le muestra un bar, una jamonería ruidosa. “Aquí hacemos la tertulia literaria”, dice y a tu marido no se le escapa el plural, caramba con mi padre. Jaime se imaginaba un vetusto café, con mesitas de mármol, tarima y estufa.
Jamones y ajos colgados, una freidora y maridos expulsados, masticando calamares. Un camarero de rasgos andinos corta jamón, come un trocito con disimulo y se limpia.
Tienen que entrar, Benjamín tiene una imperiosa necesidad. “Que me meo coño”.
Y el capítulo vuelve al control de tu hospital, donde rellenas el informe de ingreso de la última gestante. Se llama Carolina, es una cría de diecisiete años que aparenta treinta y cuatro, tan obesa y estropeada está. Acabas de visitarla en la sala de dilatación y parece tranquila, a pesar de las primeras contracciones.
“ La trajo en moto un tiarrón patilludo…quince o veinte años mayor que ella”. Deduces que es su novio por el trato autoritario, hostil y remotamente cariñoso con que la trata . Él con el buzo lleno de grasa y ella con su uniforme de cajera.
Carolina llora, se ha escapado de casa de sus padres y tiene miedo, miedo, miedo…Su familia no lo sabe, sólo su novio. La escuchas, pero escuchas más los latidos del feto. La chica dice que falta un mes, tú sabes que dará a luz en unas horas. Es fuerte y sana, está aterrada…Empatiza, mujer.
Mientras tratas de tranquilizarla y le explicas el proceso, irrumpe una mujer con el maquillaje corrido, con “aire de loca” , cargada de joyas, con ropas elegantes. Dice que qué alegría, su niña embarazada, te aparta de un manotazo y abraza a Carolina. A la pregunta de si el niño es de este novio o el de antes,la nena contesta …que de ninguno de los dos, toma ya.
La chica está cada vez más agitada, tomas del brazo a la pintorreada y le pides que te deje a solas con Carolina, que espere fuera. Te contesta “sí, claro, señorita”. Ese señorita suena a insulto.
Cierras la puerta y la hija te pregunta quién le ha dicho a su madre que está aquí, todo un misterio.
Se oyen gritos en el pasillo, la señora está peleándose con el gasolinero. Ella le pega con su cinturón y el enorme patilludo se protege y está a punto de llorar. La señora le provoca , sigue arreándole y el cinto restalla.
El chico arranca un extintor y amenaza con él a la mujer, que sigue azotándolo.Todo el mundo acude. Empleados, alguna parturienta, la Sor jefa de la unidad y, al final, los guardias de seguridad la separan del joven.
Vuelves con Carolina y le dices que puede quedarse con ella un persona de confianza. Te ruega que entre Fernando, el del buzo, y que no entre su madre. Tiene derecho a elegir quién puede visitarla, así se lo aseguras. Le pides que se relaje, que estarás pendiente de ella, toda la noche. Si pulsa el botón, acudirás enseguida.
Sales al pasillo, allí no queda nadie. Ni la de las joyas ni el patilludo. Mientras pasas esta tormenta ¿Qué está haciendo Jaime ?
Iremos con él.
Un abrazo de María Ángeles Merino, aprovecho para felicitar a todas las mujeres. ¡FELIZ DÍA DE LA MUJER!
Vemos aquí que Óscar Esquivias tiene una especial sensibilidad hacia el trabajo de la mujer.
Leemos:
"Hace mucho calor, Sara se abotona con lentitud el uniforme verde...A sus espaldas hay un runrún despreocupado de risas y conversaciones de las que entran ahora a trabajar: las que salen suelen estar calladas, muy concentradas en sus pensamientos, con prisa por llegar a sus casas donde las espera un novio o un marido o un hijo o un padre al que tienen que dar de cenar ante un televisor tonante (sabe que exagera. muchas irán a mesa puesta y a otras no las aguardará nadie, sólo una casa en silencio, unos táper en la nevera con filetes empanados...pero Sara siempre ve a estas mujeres como un ejército de derrotadas..."
Gracias, amigo escritor.
A punto estaba de cerrar el ordenata y aparece tu Entrada, Marian..
ResponderEliminar¡Qué ilusión recordar estas dedicatorias de Oscar!
Y luego, comparto tu simpatía por Sara, y por Teresa también aunque más bien sea lástima y por otros motivos, pero no adelantemos acontecimientos....
un placer celebrar contigo este 8 de Marzo..y leer esta magnífica y documentada Entrada.
Besos cariñosos, Marian ..
Y disculpa mis retrasos no en vano recordamos este día.. ;)
Lo primero mis felicitaciones por tu excelente resumen de todos los pormenores del capítulo con el giro de punto de vista. También por las ilustraciones con todo el esfuerzo que supone encontrar tantas y tan bien relacionadas.
ResponderEliminarMe han gustado sobre todo la tuya propia de la cartilla del Instituto y el emparejamiento con La Colmena.
Más burgalesa imposible.
Yo vi lo de los olores de Jaime de otra manera, pero '¡vete a saber!, quizás tengas razón, o no.
El final muy emotivo, merece la pena leerlo de nuevo.
Se nota que no hemos tenido trabajo estos días. Esta entrada tiene muchas horas detrás, pero vistos los resultados, merece la pena y un lujo tu regalo.
Un abrazo.
El salto de ambientación que hay entre la segunda novela y esta desconciertan un montón. Además, hasta bien avanzada la lectura no se ve la relación que puede tener con las dos anteriores.
ResponderEliminar¿Quién dice que las dedicatorias de Esquivias son sosas? ¿Acaso no han visto la tuya?
Besos
Estupenda entrada.
ResponderEliminar(Lo de escritor "sosaina" supongo que será por lo de soso, ¿no?)
Me dan ganas de leer el libro, amiga, pero no tengo tiempo.
Un abrazo.
¡Qué trabajón! Pero excelente como siempre. ¿Fuiste a Madrid a sacar las fotos? Capáz eres... Le has dado vida a Sara que aparece muy desdibujada en este libro porque sabemos que Benjamín es el prota absoluto. Me ha gustado la primera dedicatoria de Esquivias, la segunda más sosaina ¿no? Besotes, M.
ResponderEliminarRedondeas la perfecta descripción de personajes del autor.
ResponderEliminarBien traído el párrafo de Esquivias con el día de la entrada.
ResponderEliminarY sigo admirado con tu trabajo: ahora, con espasios madrileños y todo.
Martine: recordamos el 8 y el 11 de marzo, por diferentes motivos. Sara tiene su espina en ese 11, ahora no adelanto nada que ya lo habrán leído.
ResponderEliminarPancho: lo del carnet del Instituto...ay , el tiempo, viene la tarde. La jamonería literaria es la anticolmena, je, je. Lo de los olores se puede interpretar como amor o como desamor, ya lo ves.Es evidente, aproveché el puente carnavalero, como tú, menudo trabajo el tuyo.
Asun: desconcierta, pero es que este escritor tiene esas gracias....La dedicatoria de la abejita no es nada sosa, con dibujo y todo. Es verdad.
Cornelivs: ya lo leerás y verás que no es un sosaina.
Merche: no fui a Madrid, pero me paseé con el Google maps. Sara me gusta, Jaime también, el viejo tiene unos golpes...Trabajé en el puente, ya se lo digo a pancho.
Paco: gracias por lo del redondeo.
Pedro: ese texto casaba muy bien con lo de la mujer trabajadora. Madrid no me es nada extraño, aunque no haya vivido allí sino en un pueblo de la provincia de Madrid, pequeñito.
Gracias, amigos
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ResponderEliminarNo se como se me había pasado esta entrada tuya. Asi que acá estoy, aunque un poco tarde, pero seguro.
ResponderEliminarBUENÍSIMAS FOTS las fotos.
A mi también me gusta Sara, asi que me alegro de que encares ntus comentarios dirigiéndote a ella.
Yo la tuve que abandorar bastante por dedicarme a su suegro.
Besos