Recordáis que, en diciembre de 2013, leímos y comentamos un ensayo del mismo autor: "Todo lo que era sólido". Repasando viejas entradas, la semana pasada, recuperé a Gracia Castro y a Justina, dos amigas, jóvenes universitarias burgalesas. Las soñé como descendientes de unos personajes galdosianos, del episodio nacional "La estafeta romántica".
Gracia y Justina han quedado en una terraza del Espolón, para seguir con su trabajo, para la clase de literatura. Llega Gracia, está algo deprimida. Se sienta con su amiga, abren "Sefarad" y su diálogo es el siguiente:
-El tren, el tren de la vida. Nada sabemos, nada sabremos.
Sólo que nos lleva, sin máquina ni maquinista conocidos. Nos preguntamos en qué estación se parará. En
qué oscuro apeadero nos abandonará, ya para siempre. Nadie nos va a responder. Ni nos responderá.
-¡Ay Gracia, cómo vienes hoy! Con lo bueno que hace y lo bien que vamos a estar en esta terracita.
-Sí, la verdad, hoy no he tenido un buen día. Y este capítulo de "Sefarad",
Copenhague, abarrotado de trenes tristes o al menos melancólicos. ¡Ay!
-Los parlanchines, aquellos de cuando era
pequeñita, me acuerdo. Tin tin
tin, tin tin tin. Atención señores viajeros. Tren expreso procedente de
Algeciras con destino Hendaya va a
efectuar su entrada por vía tres. Y te sentaban en un departamento de segunda, “contra
el duro respaldo de plástico azul” , frente a otros viajeros. Y se
hablaba, y es verdad, había quien no se limitaba a comentar el horario o los
retrasos, terminaba contando otros viajes, relatos de la novela de su vida.
Como dice aquí:
“A veces, en el curso de un viaje, se escuchan y se cuentan
historias de viajes”
Había quien no abría la boca, vaya tipo raro, y quien
inventaba, hasta una niña como yo se daba cuenta. Es que en el tren “uno se
aligera de sí mismo”.
“Quien viaja puede permanecer en un silencio que será misterioso
para los desconocidos que se fijen en él o ceder sin peligro a la tentación de
volverse embustero, de mejorar un episodio de su vida al contárselo a alguien a
quien no verá nunca más”
-Mejorar un episodio de nuestra vida, contar lo que deseamos contar y hermosear la realidad; que la vida tal cual tiene muy poco de literaria. Sacar al novelista que llevamos dentro.
-¿Llevamos?
-Sí, yo misma me siento tentada, a veces, de teclear algunos de mis episodios.
-¿Llevamos?
-Sí, yo misma me siento tentada, a veces, de teclear algunos de mis episodios.
-¡Es que con tu nombre tan galdosiano! ¡Gracia Castro! ¡Venga ya uno de tus episodios!
-No, que lo que ahora toca es contar los de Muñoz Molina. Ya dice que "los trenes de ahora no favorecen los relatos de viajes. Fantasmas callados, con los auriculares tapándoles los oídos, con los ojos fijos en el vídeo de una película americana". Porque ya no nos obligan a sentarnos frente a desconocidos.
Aquel primer viaje a Madrid de Antonio adolescente: "oía a mi abuelo Manuel y a otro pasajero contarse en la oscuridad viajes en tren durante los inviernos de la guerra". Iban a mandar a su batallón al frente del Ebro, les obligaron a subir al tren; pero, por la mañana, les hicieron bajar, el viaje quedaba cancelado, mandaron a otro batallón y, de ochocientos, no volvieron ni treinta. "Probablemente mi abuelo habría muerto y yo no habría llegado a existir".
"Todo era tan raro esa noche, la del primer viaje, raro y mágico, como si al subir al tren...hubiera ingresado en otro reino muy semejante al de las películas o al de los libros"
-Y recuerda a una mujer que vio desde el andén, en la barandilla del último vagón de un tren que no era todavía el suyo. "Una mujer que me sobrecogió instantáneamente de deseo, el deseo ignorante, asustado y fervoroso de los catorce años". Le fascinó porque era rubia, con ojos claros, alta, despeinada, extranjera, con una camisa muy abierta, descalza, con las uñas de los pies pintadas de rojo, la rodilla adelantada y un muslo que surgía de la abertura de la falda.
Una noche mágica aquella, incluso antes de subir al tren, para un adolescente alimentado de libros y películas. Mientras el abuelo y su interlocutor hablaban de "trenes de soldados vencidos o deportados" y la lumbre del cigarro iluminaba sus caras, él viajaba en cualquiera de ellos y veía a la mujer "en jirones intranquilos de sueño".
-¡La fascinación de un chaval de Úbeda! Seguramente le parecía estar viendo una película, en la oscuridad, sólo iluminada por la luz de la locomotora.
- Trenes y más trenes. Otro viaje que recuerda muy claramente: el de la primera vez que llegó a los andenes de una estación fronteriza. El brillo de la noche y el miedo a lo desconocido. "Guardias civiles con mala catadura y luego gendarmes hostiles y groseros examinaban los pasaportes en la estación de Cerbère". Cèrbere le recuerda a Cerbero, el can Cerbero a la puerta del Hades, un nombre con maleficio.
-Sí, allí, en el invierno del 39, fueron humillados los soldados de la República Española, por los gendarmes franceses: "los injuriaban y les daban empujones y culetazos".
Y de Cèrbere, viaja al cercano Port Bou, donde Walter Benjamín se quitó la vida. Y a Gmünd, la estación fronteriza entre Checoslovaquia y Austria, "donde alguna vez se encontraron Franz Kafka y Milena Jesenska". Unas breves horas, un cuarto inhóspito en el hotel de la estación, donde vibran los cristales.
-Y nos metemos en la "gran noche de Europa cruzada de largos trenes siniestros". Vagones que avanzaban muy lentamente hacia páramos delimitados por alambradas. "Como sería llegar a una estación alemana o polaca en un tren de ganado". Llegamos, no entendemos las órdenes gritadas en alemán desde los altavoces, vemos luces, alambradas y chimeneas muy altas. Como Primo Levi que viajó en un tren hacia Auschwitz, acercando la boca a las hendiduras de los tablones para poder respirar.
Como Margaret Buber Neumann que tardó tres semanas en llegar hasta el campo de Siberia, a los tres años la metieron en otro tren porque la habían liberado...y la condujeron a territorio alemán; los guardias de Stalin iban a entregarla a los guardias de Hitler, porque era alemana y una claúsula del pacto germánico soviético lo exigía así. ¡Pobre Margaret, víctima del estalinismo y del nazismo!
-En el campo de Ravensbrück, Margaret Buber Neumann tuvo como compañera del alma a Milena que le contaba el amor de cartas y trenes que vivió con Franz Kafka.
El amor y sus relatos, el del agrimensor que llega a un castillo donde no consigue entrar, el del viajante que despierta convertido en un insecto, el del apoderado de un banco que es sometido a un proceso y no logra saber de qué le acusan. Kafka no pudo continuar su viaje a Praga, le faltaba un papel...
- La voz narradora se pregunta cómo será, cómo sería. El llegar a una frontera y temer ser rechazado, si le impedirán cruzar al otro lado, a la salvación.
-Y el llegar de noche a la costa de un país desconocido, saltar al agua desde la barca, alejarse hacia el interior en la oscuridad, sin dinero, sin documentos. Huir del horror de las enfermedades y de las matanzas de África. Ya no vivimos en la época de Stalin o de Hitler, de golpe el escritor nos ha trasladado a hoy mismo. El drama de las pateras y los cayucos.
-¡Qué densidad la de este capítulo! La persecución del hombre por el hombre. Seres humanos en busca de su "sefarad".
Y todavía no hemos llegado a la historia del título: Copenhague. ¿Recuerdas por qué Copenhague?
-En Copenhague, una señora danesa de origen francés y sefardí le contó un viaje que hizo de niña con su madre por la Francia recién liberada, en 1944. La conoció en un almuerzo en el Club de Escritores, se llama Camille Safra.
-Los recuerdos infantiles son distintos a los de los adultos. "En su memoria el viaje al exilio tenía toda la dulzura del bienestar infantil, del modo en que los niños se instalan confortablemente en lo excepcional y dan a las cosas dimensiones que los adultos desconocen...."
Camille recordaba poéticos caminos bajo la luna, la sensación cálida de dormir envuelta en mantas en el remolque de un camión, el olor a heno o a manzanas, aquella naranja tan bien pelada que alguien le dio...Sin embargo, el viaje fue angustioso, con una puerta de una habitación que no se abría, la madre que se asfixiaba en un ataque de asma o de ansiedad y la decisión de la niña de romper el cristal de la ventana arrojando un jarro, para que entrara el aire fresco. La llave no abría, la llave se rompió, salieron por otra puerta oculta tras un armario, alcanzaron el tren al fin.
-De aquel viaje, el recuerdo más vivo que le queda al escritor es el de "el otoño lluvioso y lúgubre del final de la guerra en Europa". Un otoño que no vivió en la realidad sino en un viaje. Y un viaje lleva a otro viaje.
"Doquiera que el hombre va lleva consigo su novela".
-¿Eso lo dice Muñoz Molina?
-No, lo dice Galdós, en "Fortunata y Jacinta".
-Buen amigo nuestro don Benito.
-Muñoz Molina se pregunta por las novelas que llevarán dentro los viajeros callados de los trenes de ahora. De qué viajes vividos se acordarán mientras viajan en silencio.
-¡Cuántos viajes! Los que hemos dicho y más. Seguiremos viajando, digo escribiendo en torno a "Sefarad". Vamos a tomar un café.
Dejo a Gracia y a Justina con su café y me despido de vosotros. Un abrazo para todos:
María Ángeles Merino
-No, que lo que ahora toca es contar los de Muñoz Molina. Ya dice que "los trenes de ahora no favorecen los relatos de viajes. Fantasmas callados, con los auriculares tapándoles los oídos, con los ojos fijos en el vídeo de una película americana". Porque ya no nos obligan a sentarnos frente a desconocidos.
Aquel primer viaje a Madrid de Antonio adolescente: "oía a mi abuelo Manuel y a otro pasajero contarse en la oscuridad viajes en tren durante los inviernos de la guerra". Iban a mandar a su batallón al frente del Ebro, les obligaron a subir al tren; pero, por la mañana, les hicieron bajar, el viaje quedaba cancelado, mandaron a otro batallón y, de ochocientos, no volvieron ni treinta. "Probablemente mi abuelo habría muerto y yo no habría llegado a existir".
"Todo era tan raro esa noche, la del primer viaje, raro y mágico, como si al subir al tren...hubiera ingresado en otro reino muy semejante al de las películas o al de los libros"
-Y recuerda a una mujer que vio desde el andén, en la barandilla del último vagón de un tren que no era todavía el suyo. "Una mujer que me sobrecogió instantáneamente de deseo, el deseo ignorante, asustado y fervoroso de los catorce años". Le fascinó porque era rubia, con ojos claros, alta, despeinada, extranjera, con una camisa muy abierta, descalza, con las uñas de los pies pintadas de rojo, la rodilla adelantada y un muslo que surgía de la abertura de la falda.
Una noche mágica aquella, incluso antes de subir al tren, para un adolescente alimentado de libros y películas. Mientras el abuelo y su interlocutor hablaban de "trenes de soldados vencidos o deportados" y la lumbre del cigarro iluminaba sus caras, él viajaba en cualquiera de ellos y veía a la mujer "en jirones intranquilos de sueño".
-¡La fascinación de un chaval de Úbeda! Seguramente le parecía estar viendo una película, en la oscuridad, sólo iluminada por la luz de la locomotora.
- Trenes y más trenes. Otro viaje que recuerda muy claramente: el de la primera vez que llegó a los andenes de una estación fronteriza. El brillo de la noche y el miedo a lo desconocido. "Guardias civiles con mala catadura y luego gendarmes hostiles y groseros examinaban los pasaportes en la estación de Cerbère". Cèrbere le recuerda a Cerbero, el can Cerbero a la puerta del Hades, un nombre con maleficio.
-Sí, allí, en el invierno del 39, fueron humillados los soldados de la República Española, por los gendarmes franceses: "los injuriaban y les daban empujones y culetazos".
Como Margaret Buber Neumann que tardó tres semanas en llegar hasta el campo de Siberia, a los tres años la metieron en otro tren porque la habían liberado...y la condujeron a territorio alemán; los guardias de Stalin iban a entregarla a los guardias de Hitler, porque era alemana y una claúsula del pacto germánico soviético lo exigía así. ¡Pobre Margaret, víctima del estalinismo y del nazismo!
-En el campo de Ravensbrück, Margaret Buber Neumann tuvo como compañera del alma a Milena que le contaba el amor de cartas y trenes que vivió con Franz Kafka.
El amor y sus relatos, el del agrimensor que llega a un castillo donde no consigue entrar, el del viajante que despierta convertido en un insecto, el del apoderado de un banco que es sometido a un proceso y no logra saber de qué le acusan. Kafka no pudo continuar su viaje a Praga, le faltaba un papel...
-Y el llegar de noche a la costa de un país desconocido, saltar al agua desde la barca, alejarse hacia el interior en la oscuridad, sin dinero, sin documentos. Huir del horror de las enfermedades y de las matanzas de África. Ya no vivimos en la época de Stalin o de Hitler, de golpe el escritor nos ha trasladado a hoy mismo. El drama de las pateras y los cayucos.
-¡Qué densidad la de este capítulo! La persecución del hombre por el hombre. Seres humanos en busca de su "sefarad".
Y todavía no hemos llegado a la historia del título: Copenhague. ¿Recuerdas por qué Copenhague?
-En Copenhague, una señora danesa de origen francés y sefardí le contó un viaje que hizo de niña con su madre por la Francia recién liberada, en 1944. La conoció en un almuerzo en el Club de Escritores, se llama Camille Safra.
-Los recuerdos infantiles son distintos a los de los adultos. "En su memoria el viaje al exilio tenía toda la dulzura del bienestar infantil, del modo en que los niños se instalan confortablemente en lo excepcional y dan a las cosas dimensiones que los adultos desconocen...."
Camille recordaba poéticos caminos bajo la luna, la sensación cálida de dormir envuelta en mantas en el remolque de un camión, el olor a heno o a manzanas, aquella naranja tan bien pelada que alguien le dio...Sin embargo, el viaje fue angustioso, con una puerta de una habitación que no se abría, la madre que se asfixiaba en un ataque de asma o de ansiedad y la decisión de la niña de romper el cristal de la ventana arrojando un jarro, para que entrara el aire fresco. La llave no abría, la llave se rompió, salieron por otra puerta oculta tras un armario, alcanzaron el tren al fin.
-De aquel viaje, el recuerdo más vivo que le queda al escritor es el de "el otoño lluvioso y lúgubre del final de la guerra en Europa". Un otoño que no vivió en la realidad sino en un viaje. Y un viaje lleva a otro viaje.
"Doquiera que el hombre va lleva consigo su novela".
-¿Eso lo dice Muñoz Molina?
-No, lo dice Galdós, en "Fortunata y Jacinta".
-Buen amigo nuestro don Benito.
-Muñoz Molina se pregunta por las novelas que llevarán dentro los viajeros callados de los trenes de ahora. De qué viajes vividos se acordarán mientras viajan en silencio.
-¡Cuántos viajes! Los que hemos dicho y más. Seguiremos viajando, digo escribiendo en torno a "Sefarad". Vamos a tomar un café.
Dejo a Gracia y a Justina con su café y me despido de vosotros. Un abrazo para todos:
María Ángeles Merino