Comentario al sexto capítulo del Quijote de Avellaneda, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
-¡Salam Aleikum! Salúdoles de nuevo, mis cronistas casi moriscos, Cide Hamete, por el lado cervantino, y Alisolán, por el bando avellanesco. Como en la entrada anterior, seré yo la que comente el capítulo, pero les permito añadir cuanto les plazca, si mi discurso así se lo sugiere. Ya saben, cada uno con su color: Alisolán escribe en azul. Cide Hamete escribe en verde. Y yo, María Ángeles Merino, escribo en negro.
Comenzamos, sean respetuosos el uno con el otro, señores Cide Hamete y Alisolán.
De la no menos estraña que peligrosa batalla que nuestro caballero tuvo con una guarda de un melonar que él pensaba ser Roldán el Furioso.
-Caminan la vía de
Zaragoza, durante seis días. Por donde pasan ríen las simplicidades de Sancho y
las quimeras de don Quijote, “El Caballero Desamorado”. Tan grande es su
desamor, que se ofrece "a hacer proprio un cartel y fijarle en un poste de la plaza, diciendo que cualquier caballero natural o andante que dijese que las mujeres merecían ser amadas de los caballeros, mentía".
Y, caballeros, defiéndanlas en sus cuitas, pero nada de "arrequives de festejos"; eso sí, sírvanse de ellas para el vínculo del santo matrimonio. Desengáñense, miren las ingratitudes de Dulcinea y tomen nota.
Y, caballeros, defiéndanlas en sus cuitas, pero nada de "arrequives de festejos"; eso sí, sírvanse de ellas para el vínculo del santo matrimonio. Desengáñense, miren las ingratitudes de Dulcinea y tomen nota.
-Alisolán: ¿Arrequives ? Algo así como adornos o atavíos. Esa palabra trajo de cabeza a los que buscaron mi verdadera identidad. Es una de las que rastrearon por ver qué autores la utilizaban.
-Cide Hamete: Don Miguel de Cervantes no la usó en la primera parte, pero la puso en boca de Teresa Panza, antes Mari Gutiérrez, en la segunda parte de su libro:
"Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas"
"Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas"
Pila bautismal de San Gil en Burgos, la mía.
Melonar con su cabaña. Cuadro de Puri Sánchez.
La fantasía de don Quijote se dispara, están ante una extraña aventura, el de la lanza es, sin duda, no puede ser otro, el mítico Orlando el Furioso, defendiendo el castillo, tan "encantado" que no pude ser ferido sino por la planta del pie.
Enrabietado y enojado porque el moro Medoro le robó a su Angélica, Orlando es de los que arrancan los árboles de raíz y lanzan a distancia a las yeguas agarrándolas por el anca, con montura y todo.
¿Lo arrancaría Orlando el furioso?
Don Quijote está resuelto, ha de probar con él
la ventura y si le venciere y le matare, todas las glorias que tuvo Orlando serán para él: “fazañas, vencimientos, muertes de gigantes, desquijaramientos de leones y rompimientos de ejércitos”. Será nombrado y temido y el rey de
España le llamará y le preguntará los detalles de la batalla: golpes, ardides,
estratagemas y, finalmente, como le dio “la muerte por la planta del pie con un alfiler de a blanca”.
-Cide Hamete: ¿No os parece, Cide Alisolán, que ese don Quijote vuestro se muestra con una desvergüenza inaudita? Un matador y usurpador de glorias ajenas.
-Cide Hamete: ¿No os parece, Cide Alisolán, que ese don Quijote vuestro se muestra con una desvergüenza inaudita? Un matador y usurpador de glorias ajenas.
-La cabeza de Orlando irá en las
alforjas de Sancho, el rey la mirará y exclamará: ”¡Oh Roldán, Roldán, y cómo de hoy más se lleva la gala y fama el invicto manchego y gran español don Quijote!” .
-Cide Hamete: ¿Desde cuando don Quijote camina por esos mundos luciendo cabezas cortadas por su mano? Vuestro héroe es sanguinario y cruel, algo que no cuadra con don Alonso Quijano el Bueno.
-Alisolán: No me negaréis que, en muchos capítulos, vuestro don Quijote deja muy mal feridos a los que batallan con él. Os recuerdo, sin ir más lejos, las pacíficas intenciones quijotescas, en el combate con el vizcaíno:
"Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida...Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio..."
-Cide Hamete: Dejemos al vizcaíno...que se quedó con la espada en alto. Volvamos al combate con el melonero furioso, a guisa de Orlando. Mi don Alonso prefería imitar a Amadís, menos llorica, aunque no le hacía ascos al valiente don Roldán:
"¿Ya no te he dicho —respondió don Quijote— que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura?...Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más."
Como San Juan Degollao (Pardilla)
-Cide Hamete: ¿Desde cuando don Quijote camina por esos mundos luciendo cabezas cortadas por su mano? Vuestro héroe es sanguinario y cruel, algo que no cuadra con don Alonso Quijano el Bueno.
-Alisolán: No me negaréis que, en muchos capítulos, vuestro don Quijote deja muy mal feridos a los que batallan con él. Os recuerdo, sin ir más lejos, las pacíficas intenciones quijotescas, en el combate con el vizcaíno:
"Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida...Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio..."
-Cide Hamete: Dejemos al vizcaíno...que se quedó con la espada en alto. Volvamos al combate con el melonero furioso, a guisa de Orlando. Mi don Alonso prefería imitar a Amadís, menos llorica, aunque no le hacía ascos al valiente don Roldán:
"¿Ya no te he dicho —respondió don Quijote— que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura?...Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más."
-Alisolán: Escribí, digo escribió, el señor Avellaneda este capítulo, haciendo alarde de su erudición y afición a los versos del gran poeta Ariosto.
-Cide Hamete: Pero tu Orlando es un guardia melonero y la humilde cabañuela donde se guarece, su castillo. Tu sandio hidalgo lo toma por Roldán, señor de Argante, porque porta un lanzón, que no lanza.
-Alisolán: No hablemos de castillos, que tu caballero andante es de los que confunde las manchegas ventas con señoriales castillos.
-¡Basta ya! Con su permiso, continúo.
-Cide Hamete: Continúe, señora mía, que Alisolán y yo hemos pactado silencio en lo que resta de capítulo.
-Así que mientras el caballero da “cabo y cima a esta dudosa aventura”, el escudero no ha de moverse. Sancho le dice que no hay ningún señor de Argante sino un hombre con un lanzón que guarda su melonar, no hay que alborotar a quien guarda su hacienda. Quién meterá a su señor con “Giraldo el Furioso” ni con cortar la cabeza a un melonero.
Que lo sabrá la Santa Hermandad y los ahorcará y asaeteará y, después, los echará a galeras por setecientos años. Ya veis que Sancho está tan nervioso que no repara en que no hay galeras que valgan después de muertos.
-Cide Hamete: Pero tu Orlando es un guardia melonero y la humilde cabañuela donde se guarece, su castillo. Tu sandio hidalgo lo toma por Roldán, señor de Argante, porque porta un lanzón, que no lanza.
-Alisolán: No hablemos de castillos, que tu caballero andante es de los que confunde las manchegas ventas con señoriales castillos.
-¡Basta ya! Con su permiso, continúo.
-Cide Hamete: Continúe, señora mía, que Alisolán y yo hemos pactado silencio en lo que resta de capítulo.
-Así que mientras el caballero da “cabo y cima a esta dudosa aventura”, el escudero no ha de moverse. Sancho le dice que no hay ningún señor de Argante sino un hombre con un lanzón que guarda su melonar, no hay que alborotar a quien guarda su hacienda. Quién meterá a su señor con “Giraldo el Furioso” ni con cortar la cabeza a un melonero.
Que lo sabrá la Santa Hermandad y los ahorcará y asaeteará y, después, los echará a galeras por setecientos años. Ya veis que Sancho está tan nervioso que no repara en que no hay galeras que valgan después de muertos.
-Cide Hamete: Padre Avellaneda, vos olvidáis que , para un verdadero caballero andante, no hay Santa Hermandad:
-Don Quijote no escucha los razonamientos escuderiles. Que quién ama el peligro ha de caer en él y considere cuál sería la opinión de Rocinante, hambriento más de cebada que de meloneros. Y suplica, en nombre del rocín y del jumento, recordándole "que por no haber querido muchas veces tomar mi consejo nos han sucedido algunas desgracias".
Tiene una idea, le compran un par de melones y, si dice que es Gaitero o Bradamonte, van y lo despanzurran; en caso contrario, siguen el camino hacia las justas. Nada ni caso.
Sancho sabe poco "de achaques de aventuras". Si don Quijote salió de su casa fue para ganar "honra y fama". Ahora tiene ocasión y hay que asirla, que por eso la pintan calva.
No ha de "dejar de probar esta empresa", ni de llevar la cabeza de Roldán, el día que entrare vencedor en Zaragoza, con una letra que diga "VENCÍ AL VENCEDOR". Ya puede Sancho, y el mundo entero, decir lo que dijere. No impedirán que todos se den por vencidos y todos los "precios" de las justas serán suyos.
Al tierno Sancho se le saltan los lagrimones, se le hace el corazón añicos. ¡Se hace tantas preguntas sin respuesta!
"¡Ay de mí, señor don Quijote, nunca yo le hubiera conocido por tan poco! ¿Qué harán las doncellas desaguisadas? ¿Quién hará y deshará tuertos? Perdida queda de hoy más toda la nación manchega. No habrá fruto de caballeros andantes, pues hoy acabó la flor dellos en vuesa merced. Más valiera que nos hubieran muerto ahora un año con aquellos desalmados yangüesos cuando nos molieron las costillas a garrotazos. ¡Ay, señor don Quijote, pobre de mí! ¿Y qué tengo de her solo y sin vuesa merced? ¡Ay de mí!"
Don Quijote le consuela: no llores que aún no soy muerto, fíjate en Amadís de Gaula que vivió muchos años después de estar tantas veces a pique de morir. Con todo, le pide que cumpla sus deseos funerarios, si muriere. Sancho le promete llevar su cuerpo a San Pedro de Cardeña o a Constantinopla, qué más da, son ambos remotos lugares para un sencillo campesino. Pero no le ha de faltar la bendición de su amo. San Cristóbal le proteja.
Bendícelo y espolea a un Rocinante cansado y hambriento. Entra en el melonar maldiciendo al rocín que se detiene en cada mata, con apetito de aquello tan verde que se ofrece a su vista y no a su boca, pues llevaba freno.
"Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros,
salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad, decidme: ¿quién fue
el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo
soy? ¿Quién el que ignoró que son esentos de todo judicial fuero los caballeros
andantes y que su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas
su voluntad?"
-Don Quijote no escucha los razonamientos escuderiles. Que quién ama el peligro ha de caer en él y considere cuál sería la opinión de Rocinante, hambriento más de cebada que de meloneros. Y suplica, en nombre del rocín y del jumento, recordándole "que por no haber querido muchas veces tomar mi consejo nos han sucedido algunas desgracias".
Tiene una idea, le compran un par de melones y, si dice que es Gaitero o Bradamonte, van y lo despanzurran; en caso contrario, siguen el camino hacia las justas. Nada ni caso.
Sancho sabe poco "de achaques de aventuras". Si don Quijote salió de su casa fue para ganar "honra y fama". Ahora tiene ocasión y hay que asirla, que por eso la pintan calva.
No ha de "dejar de probar esta empresa", ni de llevar la cabeza de Roldán, el día que entrare vencedor en Zaragoza, con una letra que diga "VENCÍ AL VENCEDOR". Ya puede Sancho, y el mundo entero, decir lo que dijere. No impedirán que todos se den por vencidos y todos los "precios" de las justas serán suyos.
Don Quijote pide a Sancho que le encomiende a Dios, pues va a meterse en el peligro mayor de su vida. Y si muriere, llevarle ha a San Pedro de Cardeña, que muerto y con una espada en la mano se defenderá de quien se le quiera llegar a las barbas, como el mismísimo Cid Campeador.
El Cid Campeador.
Al tierno Sancho se le saltan los lagrimones, se le hace el corazón añicos. ¡Se hace tantas preguntas sin respuesta!
"¡Ay de mí, señor don Quijote, nunca yo le hubiera conocido por tan poco! ¿Qué harán las doncellas desaguisadas? ¿Quién hará y deshará tuertos? Perdida queda de hoy más toda la nación manchega. No habrá fruto de caballeros andantes, pues hoy acabó la flor dellos en vuesa merced. Más valiera que nos hubieran muerto ahora un año con aquellos desalmados yangüesos cuando nos molieron las costillas a garrotazos. ¡Ay, señor don Quijote, pobre de mí! ¿Y qué tengo de her solo y sin vuesa merced? ¡Ay de mí!"
Don Quijote le consuela: no llores que aún no soy muerto, fíjate en Amadís de Gaula que vivió muchos años después de estar tantas veces a pique de morir. Con todo, le pide que cumpla sus deseos funerarios, si muriere. Sancho le promete llevar su cuerpo a San Pedro de Cardeña o a Constantinopla, qué más da, son ambos remotos lugares para un sencillo campesino. Pero no le ha de faltar la bendición de su amo. San Cristóbal le proteja.
San Pedro de Cardeña. Wikipedia.
Cuando el melonero ve aquella fantasma que no repara en dañar matas y melones, comienza a vocear que se tenga fuera o le hace salir a la fuerza. Don Quijote no hace ni caso, sigue hasta colocarse a "dos o tres picas del". Con la lanza en tierra, reta al melonero con un discurso, como si fuera "el valeroso conde Orlando" el celebrado en sus versos por "el famoso y laureado Ariosto".
Muchas alabanzas; mas el fuerte francés ha de ser vencido y muerto y llevada su cabeza a Zaragoza, ensartada en la lanza. Don Quijote gozará así de sus "fazañas y vitorias".
Carlomagno, Reinaldos, Montesinos, Oliveros, el hechicero Malgisi, y todos los carolingios en pleno, no le han de valer. Porque don Quijote tiene a bien vencerlo sin poderoso ejército, solo con sus armas y su caballo. Así que:
"Responde, no estés mudo; sube sobre tu caballo o vente para mí de la manera que quisieres".
Mas, como el encantador que le puso ahí, no le dio caballo, don Quijote bajará del suyo, que no es honrosa una batalla con ventaja.
Sancho se mete en su papel y comienza a dar voces. Arremeta, mi amo, mire que he prometido dos misas, una a las ánimas y otra a San Antón. ¿San Antón? Sí, al patrón de los animales, para ayudar a Rocinante, que también se lo merece.
El melonero avisa, téngase fuera o le matará a pedradas. Como don Quijote prosigue adelante, arroja una piedra un poco mayor que un huevo, con una honda. Nuestro caballero la recibe en el adarga que fácilmente es perforada, siendo como es de badana y papelotes.
Recibe así un golpe terrible en el brazo izquierdo; que, de no ser por el brazalete, se lo hubiera quebrado. Como todavía porfiaba para acercarse, tira otra piedra aún mayor en la honda y le da en los pechos. De no tener el peto "sin duda se la escondiera en el estómago".
La segunda piedra da con el buen hidalgo en tierra . Queda en el suelo, de espaldas y aturdido.
El melonero piensa que lo ha matado y huye. Sancho también lo cree así y se lamenta de una manera muy quijotesca, como si hiciera suyas las locuras de su amo, al que da por muerto:
"¡Oh pobre de mi señor Desamorado! ¿No se lo decía yo, que nos fuéramos muy en hora mala al lugar y no hiciéramos batalla con este melonero, que es más luterano que el gigante Golías. Pues ¿cómo se atrevió a llegarse a él sin caballo, pues sabía en Dios y en su conciencia que no le podía matar sino metiéndole una aguja o alfiler de a blanca por la planta del pie?"
-Alisolán: ¡Y luego dicen que mi Sancho no se ha quijotizado! Ahí lo tenéis, este Sancho sería un buen candidato para el asilo de alienados. ¡Otro para la Casa del Nuncio!
-Cide Hamete: Para voacé todo el que no sigue los esquemas si no va a la cárcel va con los locos.
Recibe así un golpe terrible en el brazo izquierdo; que, de no ser por el brazalete, se lo hubiera quebrado. Como todavía porfiaba para acercarse, tira otra piedra aún mayor en la honda y le da en los pechos. De no tener el peto "sin duda se la escondiera en el estómago".
La segunda piedra da con el buen hidalgo en tierra . Queda en el suelo, de espaldas y aturdido.
El melonero piensa que lo ha matado y huye. Sancho también lo cree así y se lamenta de una manera muy quijotesca, como si hiciera suyas las locuras de su amo, al que da por muerto:
"¡Oh pobre de mi señor Desamorado! ¿No se lo decía yo, que nos fuéramos muy en hora mala al lugar y no hiciéramos batalla con este melonero, que es más luterano que el gigante Golías. Pues ¿cómo se atrevió a llegarse a él sin caballo, pues sabía en Dios y en su conciencia que no le podía matar sino metiéndole una aguja o alfiler de a blanca por la planta del pie?"
-Alisolán: ¡Y luego dicen que mi Sancho no se ha quijotizado! Ahí lo tenéis, este Sancho sería un buen candidato para el asilo de alienados. ¡Otro para la Casa del Nuncio!
-Cide Hamete: Para voacé todo el que no sigue los esquemas si no va a la cárcel va con los locos.
-Llega Sancho donde su señor, no está muerto, le pregunta si está malferido. Le responde que no, que el soberbio Roldán le ha tirado una gran peña y derribado. Dale Sancho la mano, que el loco de tu señor dice que ha salido "con muy cumplida victoria", pues le basta que el contrario haya huido. Ya habrá tiempo de buscarlo y rematar la batalla. "Sólo" se siente en el brazo izquierdo, casi le quiebra el brazo.
Sancho considera que si aquellos dos guijarros le llegan a dar en la cabeza, hubieran acabado con el trabajo de las justas. Su señor agradezca la vida a un romance que rezó Sancho, el del conde Peranzules, cosa probada para el dolor de ijada. ¿Un romance oración? Parece ser que sí...¿Y curativo?
Sancho considera que si aquellos dos guijarros le llegan a dar en la cabeza, hubieran acabado con el trabajo de las justas. Su señor agradezca la vida a un romance que rezó Sancho, el del conde Peranzules, cosa probada para el dolor de ijada. ¿Un romance oración? Parece ser que sí...¿Y curativo?
Don Quijote quiere descansar en la cabaña, antes de partir de nuevo. Rocinante sin freno y el jumento sin maleta ni albarda, los dos quedan como señores absolutos del melonar. Sancho coge dos melones "harto buenos", da cuenta de media docena de rajas y sirve a su señor que come apenas cuatro bocados y le manda guardar el resto para la noche.
Pero, al poco tiempo, el melonero regresa con "tres harto bien dispuestos mozos", cada uno con una "gentil estaca". Ven al rocín y al jumento pisando y comiendo, entran coléricos y acompañan el calificativo de ladrones con "media docena de palos que les dieron muy bien dados, antes de que se pudieran levantar". Lo de "muy bien dados" es añadidod del escritor que no puede disimular su condición eclesiástica y justiciera. Ha de dejar bien claro que no hay falta sin castigo.
-Alisolán: Ansí ha de ser, señora mía. Y así les place a mis lectores. Ruego me disculpe la digresión.
-Alisolán: Ansí ha de ser, señora mía. Y así les place a mis lectores. Ruego me disculpe la digresión.
-Disculpado. Don Quijote queda muy bien descalabrado, pues se había quitado el morrión. Sancho lo pasó peor, al no estar protegido por hierro alguno, no se perdió garrotazo en costillas, brazos y cabeza.
Sancho vuelve en sí al cabo de un buen rato. Casi no se puede levantar, tanto le duelen los brazos y las costillas. Comienza a llamar a don Quijote, haciéndole reproches. Andando con todos los diablos se vea el caballero andante. "¿Parécele que quedamos buenos? ¿Es éste el triunfo con que habemos de entrar en las Justas de Zaragoza? ¿Qués de la cabeza de Roldán el encantado que hemos de llevar espetada en lanza?"Don Qujote vuelve en sí y comienza a decir el romance del cerco de Zamora, el de "Rey don Sancho, rey don Sancho..." El escudero maldice, ahora se pone al romance, vámonos de aquí, que esos barrabases nos han molido y él ha salido peor parado, que no puede ni llevar los brazos a la cabeza. ¡Ay!¡Ay!
Don Quijote delira, ahora dice que el traidor que le ha puesto así es Bellido Dolfos. ¡Y que vaya Sancho a retar a toda la ciudad! ¡Y que ha de matar a no sé quién!
¿A toda la ciudad? ¡Y no han podido con cuatro meloneros! Sancho le ayuda a levantarse, salen fuera de la cabaña y descubren que Rocinante y el jumento han desaparecido.
Sancho llora y lamenta la pérdida del rucio...del jumento:
"¿Adónde hallaré yo otro tan hombre de bien como tú? Alivio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones, tú solo me entendías los pensamientos, y yo a ti, como si fuera tu proprio hermano de leche".
¡Qué gracia la del jumento! ¡Incluso cuando ventosea!
"¡Ay, asno mío, y cómo tengo en la memoria...rebuznabas y reías con una gracia como si fueras persona; y cuando respirabas hacia dentro, dabas un gracioso silbo, respondiendo por el órgano trasero con un gamaút"
Don Quijote le dice que no se aflija, "porque le pienso buscar por toda la redondez del universo",
Sancho se pone la albarda a cuestas y da la vuelta al ataharre, que le huele un poco mal, dada la parte del animal donde suele colocarse. Más escatología.
Don Quijote y Sancho, a pie, camino de Zaragoza.
-Cide Hamete: A Zaragoza, de ninguna manera.
-Alisolán: Ya lo verá voacé.
-Cide Hamete: A Zaragoza, de ninguna manera.
-Alisolán: Ya lo verá voacé.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino