miércoles, 27 de noviembre de 2013

"La estafeta romántica: "la desproporción monstruosa entre lo que piensa, siente o sueña, y lo que le sucede."




Comentario a algunos contenidos de "La estafeta romántica", Episodio Nacional de Benito Pérez Galdós. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Burgos, a 27 de noviembre de 2013.

Señora doña Pilar Loaysa:
He sabido de usted a través de doña Valvanera. En lo que toca a Fernando Calpena, atienda a las  sensatas palabras de su amiga del alma. Que no habéis de esperar que se le pase tan pronto el malestar, que la situación fue muy desairada y él la vivió “con verdadero heroísmo”. Hay que equilibrarle, pero no en dos días ni en cuatro. Que ella conoce bien vuestros arranques y pueden ser inoportunos.
Pobrecito, aún se ve atormentado por la ira, la amargura y el despecho. No os preocupéis, que la de Maltrana no le quita ojo. Y no habéis de temer que imite al joven Werther.



Suicidio romántico

Él mismo dice “que ama su sufrimiento y no quiere desprenderse de él”. Se complace, eso sí, con un puntito masoquista, en contar la triste historia de sus amores con Aura, “como incendio repentino o como estallido de un volcán”, demasiado fuego.



Y vuestra amiga tiene la clave, su mal “no es otro que la desproporción monstruosa entre lo que piensa, siente o sueña, y lo que le sucede. " El mal de los románticos…Y lo de Bilbao fue “caer desde la poesía más alta a una prosa rastrera y tristísima”. Todavía sufre las magulladuras y los chichones.
El asunto de La Guardia debe esperar, aunque os conste “la adoración y entusiasmo” que Demetria y Gracia sienten por el enfermito. Las pretensiones de Rodriguito, el hijo de vuestra media hermana Juana Teresa, lo complican “terriblemente”. Y  Valvanera no quiere disgustos con su cuñada; tan lastimada en su amor propio, tras la negativa de Demetria que no vio en su niño al “mejor de los esposos”.  Y que no ha renunciado a convencerla, no. También están los Navarridas, don José María no tanto…pero doña María Tirgo trabaja a la desesperada por enderezar el negocio de su amiga de Cintruénigo.

Doña Valvanera piensa: “Si de acá echamos nuestro memorial y ellos fracasan nuevamente, verán en nosotros la causa del desastre, y no quiero decirte los disgustos que a Juan Antonio y a mí nos traerían las iras de Juana Teresa”. ¿Y si, por el contrario, ganan ellos la partida? Fernando, pobre, no soportaría un segundo desengaño. Además, no es airoso para un caballero “el quitar tan pronto la mancha de la mora madura con la verde”. Que Calpena no es un cazador de dotes.

Vuestra amiga os pide calma, que “los sucesos lleven su marcha natural” y déjalo de su cuenta. Ella será la acción y vos el pensamiento...Ella conoce “vuestro secretico de dos caras”, suplicio y gozo a la vez. El verdadero vínculo que os une a quien llamáis “adorado tontín”, “pobrecito mío”,“pobre niño mío”. Lo sé, Fernando Calpena es vuestro hijo. Os pregunta Valvanera si Juana Teresa sabe lo que ella sabe, le contestáis que…”lo cantarían los ciegos por las calles”. Descuidad, seré discreta.

Tras llorar “un poquito” abriendo viejas heridas, reís con el resultado de una broma que os ha salido del corazón. Pensáis que él también reirá cuando descubra vuestro juego. Le contaréis como sabéis tanto de todo lo que pasó “antes, en y después del entierro”, el de Larra. Yo también me pregunto cómo conocéis tanto de los poetas románticos y sus circunstancias no tan románticas, como el reúma de Espronceda, las penurias del guardarropa de los asistentes al entierro o el mimbre con que escribía Zorrilla, a falta de pluma… ¡Incluso os atrevéis con unos versos! ¡Qué ironía os gastáis, mi señora doña Pilar!


Y, a todo esto, Miguel de los Santos no pudo asistir al acto por no tener quien le prestara ropa de luto. Del juego de la carta falsa decís que os ha endulzado el alma, que os parece tener veinte años menos y le tenéis sobre vuestras rodillas, contándole lo del ratoncito Pérez. Una imagen de mujer con su pequeño que a vos os arrancaron unas criminales rigideces sociales.



Teméis por Calpena y la imagen del joven Werther es vuestro “fantasma perseguidor”, Dios perdone al Sr. de Göethe. Veis en Fernando a “un espíritu admirablemente preparado para la imitación”. Exhortáis a Valvanera, que "toda cautela es poca mientras dure el horrendo trastorno de una ilusión arrancada de cuajo”. ¿Os da miedo el romanticismo exaltado o la vulnerabilidad de vuestro “adorado tontín”?




 
Porque vuestro marido, Felipe, dio en llamaros romántica y vos proclamáis: “Yo acepto el mote, si romántico quiere decir revolucionario, porque... no te asustes... te advierto que yo lo soy. Me siento un poco masónica, quiero decir que prefiero los males de la libertad a los del orden”. Habéis llegado demasiado lejos con vuestra sinceridad y añadís: “esto es una broma, querida; no hagas caso”. No lo es, se os ha ido la pluma tras el corazón.

¿Qué significa “romántica” para don Felipe? Lo tenéis muy claro: “es su manera personalísima de repudiar lo que se sale de lo vulgar y lo corriente”. Vuestro matrimonio, “veinte años largos de ansiedad y lucha, de persecuciones, de estudio sutil para sortear el carácter receloso, inquisitorial de Felipe”. La lectura ha sido el refugio, habéis leído mucho, desde los clásicos a los románticos; lo proclama la famosa carta apócrifa del poeta “sonámbulo”.

Demasiada cultura para una dama burguesa de la España de María Cristina con sus “muñoces” y su inocente Isabel, de don Carlos María Isidro asomando la boina roja por Arganda, de liberales contra absolutistas. Qué importa la historia, las Marías Tirgo de su tiempo a lo suyo: labores, libros piadosos y urdir matrimonios de conveniencia, pobre Moratín, para qué escribiría “El sí de las niñas”. Como dice Pedro Ojeda: "La historia es algo que pasa lejos".


Lloráis por la muerte de vuestra sirvienta Justina, por el recuerdo de aquel envoltorio blanco que hubo que llevar a criar a Vera, en la clandestinidad. La fiel Justina que atendió al recién nacido Fernando y veló por su crianza.

Pusistéis en marcha un mecanismo benefactor, en torno a Fernando Calpena. Se suceden las cartas, de doña Valvanera a doña Pilar, de doña Pilar a Valvanera. Escribís más que el Tostado, sois “la Tostada”, vos misma os colocáis el remoquete. Él no sabe nada del maternal resorte que tanto desea mejorar su condición social y económica, su felicidad, según vos la entendéis. El sacrificio es grande, debéis revelar vuestro secreto al “inquisitorial” marido. ¿Cómo  lo tomará Felipe? Mal,  lo tomará mal, como podríamos anticipar, pero al final se resuelve todo, esto es una novela, no la vida real. Al fin:

“Dame mil abrazos y besos, mi amiga del alma, y recibe con mis ternuras la feliz noticia de que mi problema está resuelto. Felipe me perdona, y consiente en facilitar todos los arbitrios legales… para transmitir a Femando una parte de mis bienes, por donación inter vivos, por... en fin, no sé cómo, pero ello será. Felipe decreta mi libertad, permitiéndome que dentro de algún tiempo, previas las gradaciones y habilidades convenientes, viva con Fernando fuera de Madrid. ¡Ay, qué felicidad, qué descanso tan dulce al término de este fatigoso viaje de mi vida! "

Sois “pura pólvora” y la impaciencia os pierde. Adoráis la personalidad de  la mayorazga Demetria, veis en ella a una de las vuestras:

Déjame, déjame que desahogue el ardor de mi alma. Luego me dicen revolucionaria, romántica. Sí, lo soy: quiero imitar a esa sin par niña, que odia, como yo, los raciocinios por papeleta, y cuando le han presentado la de su casamiento, la ha deshecho con garra de leona. ¡Esa, esa es la mujer que quiero para compañera de Fernando!"

No soportáis la idea de que se la lleve el "fantasmón" de vuestro sobrino, Rodriguito. Pero… ¿y Fernando? ¿qué le parecerá a vuestro “adorado tontín”? A ver si ahora un nuevo Moratín va a tener que escribir “El sí de los niños”.

De momento, se expresa así, muy comedidamente:

Amada madre mía: …Deseo vivir y tener salud para gloria y felicidad de la que ha vivido padeciendo por mí; deseo agradarla en todo, amoldar absolutamente mis acciones a sus deseos. Acepto la explicación que se sirve darme de su plan referente a mi matrimonio con la niña de Castro-Amézaga, y le agradezco infinito que haya tenido en cuenta las razones que por conducto de Valvanera le expuse para no precipitar este asunto y someterlo a los trámites que me imponen la dignidad de todos y mi delicadeza. No haré, pues, manifestación alguna de propósitos matrimoniales, concretándome a pasar por La Guardia de regreso de Vitoria, en compañía del buen Hillo. “

Ya ve usted, no hará manifestación. ¿Se casará Fernando Calpena con Demetria Castro? “La estafeta romántica” nos deja con el interrogante, Galdós nos ha puesto la trampa. Hemos de ir a por el siguiente “Episodio nacional”.
 La última carta  es de Juana Teresa a Valvanera, para cantar las cuarenta a su media hermana:

"Amiga y hermana: No tengo sosiego hasta no desahogar mis agravios contra ti, y hoy me decido a manifestártelos, que si en ello tardo más, de seguro reviento. Ya sé que tu casa es, como si dijéramos, el cuartel general de las intrigas fraguadas contra mi hijo y contra mí, lo que no entiendo, a menos que me demuestres la razón de querer más a tu sentimental y misterioso huésped que a tu sobrino, hijo de tu hermano, mi esposo, que santa gloria haya.”

Juana Teresa lo sabía todo y lo canta ahora. Y canta algo más. Sí, aquel príncipe polaco, 1811 y 1812, señor de Poniatowsky, el padre de Fernando, vuestro secreto al completo. Murió tempranamente, no complica la trama. Fue real...y napoleónico.


Leemos que Juana Teresa se haya dispuesta a la indulgencia y al olvido, y a reconoceros a vos como "mujer ejemplar", siempre que seáis "comedida". Se despide de vos, con mil afectos, vuestra cariñosa hermana, bla, bla, bla.  Valiente…urraca, vuestra querida media hermana. Cuidado con ella, no os fiéis.

Me despido de vos y os deseo que seáis muy feliz.

En cuanto a los lectores, ya sabéis: “Vergara”.


Un abrazo de.

María Ángeles Merino

miércoles, 20 de noviembre de 2013

"La estafeta romántica": «Paréceme…que aún vivo; pero no estoy seguro de ello. Tú también vives, vienes a desmentir la noticia de tu suicidio...».

El parque del Parral, ayer, de camino a la lectura colectiva dirigida por Pedro Ojeda

Comentario a algunos contenidos de la novela epistolar "La estafeta romántica" de Benito Pérez Galdós (Episodios Nacionales). Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Ilustre señor:

Tuve a bien despedirme de vos, en mi última carta, tras vuestras primeras confidencias a don Pedro Hillo, presbítero, buen amigo y consejero, personaje de confianza y paradigma del sentido común. Abrís vuestro corazón pero os cuesta llegar al meollo; tal vez porque todavía os estéis lamiendo la herida. Entretenéis la pluma con la amable pintura de los Maltrana, el tipo de familia culta y cariñosa que a vos os faltó, dadas las circunstancias desafortunadas de vuestro nacimiento.



 
Y proyectáis en las tiernas Nicolasa y Pepita Maltrana vuestro lúgubre estado de ánimo. Os preguntáis para qué las obligan a estudiar tanto, si “las casarán con mayorazgos o con militaritos bien apadrinados que lleguen pronto a generales”. Y serán desgraciadas porque su educación les habrá abierto los ojos. O, peor aún, dada su endeble salud, se morirán “en el paso peligroso de los diez y ocho a los veinte años”. Y, en cuanto a los hijos varoncitos…también se morirán, siguiendo la estela del primogénito, muerto de tisis, en la Villa y Corte. Cásenlas bien y no los condene a tan prematura muerte, don Fernando.

Y, a continuación, la anticipadamente asesinada por vos es la misma patria española que se suicida “con la espada siniestra de las guerras civiles”, en esto algo de razón lleva…la aúltima se vivió cien años después de la primera carlista...Y de la patria a la juventud española, tan romántica que ha de seguir las huellas del joven Werther. Un instinto aniquilador de nuestra raza a la que oís decir: “Puesto que ya no sirvo para nada, quiero darme a la tierra». En todo caso, una minoría de la juventud española, que en su 1837 no era muy elevado el índice de alfabetización y los lectores no abundaban.

Suicidio romántico

Por Dios, don Fernando, el "ignaro capellán" no le tiene a mano para tirarle de las orejas a usted y es una lástima. Una depresión de caballo padece su persona, romántica pero depresión, neurasténico perdido, dicho en palabras más antiguas; no sé si en 1837 existía palabra para su padecimiento.

Conténgase y no extienda su tristeza como el calamar la tinta. Considere el teatro a la manera clásica, en su faceta educativa; tal vez el didáctico mensaje de “El sí de las niñas” cale en las criaturas, y en sus padres, y contraigan matrimonio por amor, ellas solitas, sin que las casen. Y, quizás los aires saludables de Villarcayo, más los higiénicos cuidados, alejen la enfermedad de la descendencia de la ejemplar doña Valvanera, uno de sus ángeles custodios, ya verá usted.



Y, algo de gafe tenéis, porque en esas que llega la noticia de la muerte del padre de su ángel, el carlista simpaticón y vividor don Beltrán de Urdaneta, hundiendo a la ejemplar familia en el lógico dolor. Se queda usted solo con la “cavilación tétrica” que le caldea los sesos, casi hirviendo los tiene.

A ver, suéltelo ya. Que don Fernando Calpena entra en un Bilbao ronco de canciones patrióticas y descubre que…han desaparecido, sí, Aura Negretti y la familia Arratia que la protege. Porque la niña, su novia, se ha casado con Zoilo Arratia, tras recibir la noticia del fallecimiento de usted, comprobado por diferentes testimonios. Los cónyuges han tomado las de Villadiego y embarcarán para Francia. Un complot doméstico muñido por la que usted califica de “marimacho ariscado y astuto”, mamá Prudencia Negretti . …y don Fernando vivito y coleando recibiendo tamaña noticia.


Os aconsejan que deis por terminado el asunto, que no persigáis a la pareja recién casada, que vuestra prolongada ausencia provocó el complot. Intentáis olvidar y empezáis a echar tierra, mas el cadáver no se cubre y resucita…Nunca habéis sido un llorón y no os encaja lo de ser un “Werther sin suicidio”, no deseáis provocar la conmiseración burlona de los amigos. No, no desistís de investigar…decidís seguir a Espartero por el interior de Vizcaya buscando el rastro de “la res perdida”, pasáis a Balmaseda y de ahí al dulce destierro en Villarcayo, por orden inexcusable. “Bendito sea el despotismo” clama un liberal como vos. Ya os habéis autodiseccionado, ha sido doloroso. Antes de seguir, reprocharle lo de la res, mala metáfora para una mujer. Hombres...


En la siguiente carta, os dirigís a don Pedro como “desocupado sacerdote”, a la manera cervantina. Y le contáis que Larra se os ha aparecido en sueños. Es el Larra que vos tratasteis hace año y medio, estáis en un bosquecillo de Villarcayo, veis a Mariano más barbudo y sólo de cintura para arriba; los sueños son así de extraños, convierten la realidad en un batiburrillo incomprensible. Pero eso le pasa a todo el mundo, don Fernando...



Nuestro admirado Fígaro os mira fijamente tal y como lo hacía cuando antaño tramaba una broma. Tiene los ojos como de haber llorado. Le saludáis con un “Hola Mariano, dichosos los ojos…” y él se lamenta: “Fernando, no sé qué me pasa; no me encuentro sin oír hablar mal de mí... Verdad que ya no oigo palabra buena ni mala, porque me he quedado enteramente sordo. Háblame por señas. Y tú, ¿por qué lloras? ¿Por mí acaso?».

Le respondéis que no lloráis “por él ni por nadie”. Larra os dice que habéis hecho mal en mataros tan joven. Y le contestáis: «Paréceme…que aún vivo; pero no estoy seguro de ello. Tú también vives, vienes a desmentir la noticia de tu suicidio...».

 

Os desvanecéis y aparecéis en el comedor, los dos. Ni él ni vos tenéis piernas y él os aconseja con triste sonrisa: «Debemos matarlas a ellas…y a nosotros no. ¿Qué culpa tenemos nosotros de sus traiciones?”. Muy guasón el pobrecito hablador. Y práctico...el romanticismo debe perderse en el más allá.
 




Y os habla de sus obras, Larra sólo recuerda “El día de difuntos" y "Nadie pase sin hablar al portero”. A sus dudas de si era buen escritor, vos le manifestáis vuestra admiración: “habéis sido único, Mariano”. Y le nombráis algunos títulos, él asiente, todo eso fue suyo, pero la pólvora mata la memoria y no hay medicina para ello. Os toca con su mano fría, un témpano de hielo. Tiembla agónicamente, os contagia. Y despertáis con frío glacial, enredado en la colcha. Pasáis el resto de la noche “angustiado, febril y tembloroso”, temiendo ser sorprendido por la presencia del fantasma del glorioso escritor. 
 

 
Estáis a punto de romper lo que habéis escrito a don Pedro acerca de vuestro encuentro con Larra, cambiáis de opinión, pensáis que no hay que menospreciar estas aberraciones de la mente, por ridículas que os parezcan. Preparáis a don Pedro para lo que vais a escribir a continuación, le pedís que no se ría. O que no piense e buscaros una institución para enfermos mentales...

Se os ocurre que la aparición en sueños del escritor es como un vaticinio para el encuentro real que tenéis con un tal Churi, un sordo que habla. Qué casualidad, igualito que el Larra de vuestra “idolopeya”, en el mismo bosquecillo villarcayés del sueño, qué casualidad…Vuestros sesos hierven. Churi fue quien os anticipó la traición que os preparaban en Bilbao. Y viene a informaros de que la traidora Aura no lo fue por voluntad propia sino por el maleficio con que la trastornó el tal Zoilo y que él podría ayudaros a quebrantar el encantamiento. Una tentación irresistible que rechazáis, lo pensaréis. Reconocedlo, estáis loco, las brasas se han avivado.



 
Os aconsejo que las apaguéis de una vez, don Fernando. Estáis contento, no estáis contento, llamo a Churi, no le llamo...Os encontráis en un estado nervioso tal que da la impresión de que os están achicharrando vivo. Presagiáis las mayores desdichas, receláis de todo el mundo, os entregan una carta y no os decidís a abrirla...Os reclaman para seguir con el ensayo de “El sí de las niñas”, no os acordabais, tan concentrado estabais abriendo vuestro corazón en la carta a don Pedro. Ha sido doloroso, pero necesario

No os preocupéis, se va a poner en marcha un mecanismo benefactor en torno vuestro, femenino para más señas. Doña Pilar de Loaysa escribe a doña Valvanera de Maltrana y viceversa. Escriben y escriben, doña Pilar se califica a sí misma como la “Tostada”, en recuerdo de aquel “Tostado”que tanto escribía.
Doña María Tirgo y doña Juana Teresa no os quieren mal, pero os quieren lejos, desean impedir el acercamiento de vuestra persona a la sin par Demetria. Porque estorbáis su acariciado objetivo de unir las casas Idiáquez y Castro Amézaga, a través del matrimonio de la mayorazga con Rodrigo de Urdaneta Idiáquez. Que estáis en Babia y desconocéis las fuerzas que os quieren alejar de Cintruénigo y las niñas, fijaos en Gracia que es…más graciosa. Y, además, que todo viene bien, es mayorazga al cincuenta por ciento, gracias a la generosidad de su hermana Demetria.


 
Y desconocéis la existencia del maternal resorte que desea mejorar vuestra condición social, aunque el sacrificio suponga abrir cajas  secretss celosamente guardadas, ante quien peor lo pueda recibir, un marido de 1837.

Dos fuerzas femeninas en sentido contrario, Pilar de Loaysa tirará de la cuerda más fuerte que doña María y doña Juana Teresa.Todavía no os revelo qué mueve a Pilar a buscar tan celosamente una posición social y un matrimonio adecuado para vos. Un gran personaje de mujer, nacido de la pluma de vuestro creador, don Benito Pérez Galdós, un gran conocedor del alma femenina. No sé si tenéis noticias de una tal Fortunata, o Jacinta, o Benigna, o Marianela. Grandiosas, pero no creo que se tropiecen con vos, son de otro tiempo.
 
Aparcad el romanticismo exaltado y seréis ´menos infeliz, aunque mucho me temo que, buscando a vuestra Aura, vais a representar, en vivo, toda una obra romántica, con cementerio y muerta desenterrada incluida.


Me despido de vos, don Fernando. La semana que viene he de escribir a doña Pilar.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

martes, 12 de noviembre de 2013

"La estafeta romántica": "Ya habrás comprendido que no me pegué el tiro mortal ni tuve intención de ello".

 
 
Dos
 
De doña María Ángeles Merino a don Fernando Calpena.
 
Ilustre señor:
 
Por la presente deseo analizar vuestra romántica y atractiva personalidad y las circunstancias, románticas asimismo, que os rodean; ambas trazadas magistralmente por la pluma del escritor Benito Pérez Galdós, en absoluto romántico.
 
 
 Y no cesáis en vuestro empeño de seducirnos, a pesar de la carta que abre fuego en "La estafeta romántica", la de doña María Tirgo desde la Guardia; la cual se refiere a usted, con cierto retintin, como "el sujeto". Sí, el"sujeto", un obstáculo en los planes de casar a su sobrina, la mayorazga y comedidísima Demetria Castro Amézaga,  con Rodriguito de Urdaneta Idiáquez, el hijo de Juana Teresa Idiáquez, la señora marquesa de Sariñán a la que dirige cartas de amiga a amiga. Y el sueño de unir las gloriosas casas se viene abajo con la negativa de "la perla" de la familia. Porque doña María está segura, para Demetria "no hay más sujeto que el sujeto" y ese soy vos.

 
 Y no debería extrañarle a doña María, puesto que ella misma cae en las redes de vuestro encanto personal y se le escapa el puntito de admiración cuando manifiesta que " no hay otro más caballero y delicado"; aunque "por juicioso" no le tenga a usted, que es de esos "que piensan  y obran a la romántica". Y, cuando oye comentar el suicidio de "un joven de talento y fama" por los desdenes de su amante... casada...ya está: no puede ser otro que don Fernando Calpena que acaba de encontrar casada a su novia, posee un apellido que suena a falso y su muerte  hace palidecer a Demetria. Ya lo ha suicidado a usted  y pide a Dios que lo perdone.  Porque el sujeto "romanticismos aparte, es digno del mayor aprecio".
 
Tras la primera carta quedamos atrapados por su hechizo de personaje, don Fernando. Galdós ya nos ha metido dentro el gusanillo. Sigamos.
 
 
"Mariquita mía, estás en Babia", así contesta Juana Teresa, desde Cintruénigo, en una larga carta donde no cesa de despotricar contra  su festivo y criticado suegro don Beltrán, a la vez que informa de la noticia de su muerte y da detalles del gastoso funeral...sin muerto.
 
Y , entre medias, tras la lista de viandas que han despachado los señores sacerdotes, que oficiar misa de difuntos da mucha hambre, dedica unas líneas a aclarar la identidad del suicidado: "Larra, un escritor satírico de tanto talento como mala intención". Ya sabe usted, don Fernando, su admirado "Fígaro", un escritor que no suelen leer las viejas damas, ocupadas en  labores y lecturas piadosas, nada de sátiras que ocultan "venenillo en la hojarasca". El satírico no sois vos ,"el calabaceado de Vizcaya", dicho sea con todos los respetos.
 

Vos no estáis muerto ni don Beltrán tampoco, que ha aparecido en Utiel, sin fusilar, tan alegre como siempre, carlista de los del tigre Cabrera y con  nueve misas aplicadas que ya no valen, vaya por Dios.

Doña María dice alegrarse por vos, mas no desea que haya carteo, no vaya a ser que os sintáis obligado a aparecer por La Guardia. "Bien se está San Pedro...en Villarcayo", ya sabéis...Quietecito en la villa burgalesa, que bien está allí don Fernando Calpena, con la encantadora familia Maltrana, bajo los cuidados casi maternales de doña Valvanera y entretenido en la representación doméstica de "El sí de las niñas".


Y vayamos con el difunto verdadero : Mariano José de Larra. Demetria conserva la biblioteca de su difunto padre y está muy enterada, dice "que el difunto suicida era un hombre que con su propio pensamiento, como la cicuta, se amargaba y envenenaba la vida". Lo cual no es obstáculo para que la sensata mayorazga se lea, por segunda vez, un libro romántico "de los gordos" y se lo muestre, a propósito de suicidios por desengaño amoroso, a su antirromántica tía. Llámase "Las cuitas del joven Uberte" y es de un tedesco que parece vizcaíno, llamado Goiti o Goitia. No, no os riáis, así denomina doña María a "Las cuitas del joven Werther" de Goethe. Y a la tiíta le da mala espina que la mayorazga dedique tiempo a leer libros de amores contrariados. Estará con cien ojos. Demetria tan perfecta, tan poco amiga de frivolidades leyendo "El doncel de no sé qué rey"...del escritor suicida. Son pocos cien ojos.


Y vos. ¿Tenéis  algo en común con el madrileño Larra o el tedesco Werther? Analizaremos las confidencias que hacéis a vuestro mentor y capellán, el presbítero don Pedro Hillo. Aunque yo, de momento, os veo muy comedido para romántico.


Suicidio romántico
Decís que no tenéis voluntad propia, que abrazáis la obediencia y "quien manda, manda". Alguien a quien llamáis "mi supremo tirano" dijo que a Villarcayo, a casa de los Maltrana. Pues a Villarcayo, que  la voluntad la tenéis condenada, viviendo un nuevo régimen de "pasividad o vida boba".

Lo que no os apetece nada es contar vuestra "atroz caída". Deseáis sosegar vuestro espíritu, que vuestro amor propio se cure de sus heridas. Por si don Pedro tiene dudas, aseguráis: "Ya habrás comprendido que no me pegué el tiro mortal ni tuve intención de ello".

A continuación, os pica la curiosidad y preguntáis al amigo presbítero por "lo del pobre Larra", si hay algo más de lo que se dice, si fue por la de C..., y si estuvo en el  entierro. Le pedís que os mande los versos de un nuevo poeta. Tratáis de despistar la pluma. Cotilleos.

No os sentís capaz de contarle detalles acerca de vuestro "tristísimo y pedestre desenlace".  En su lugar, le dais cumplidas noticias de la hidalga familia en cuyo seno habéis rendido vuestra voluntad. Y habláis del señor don Juan Antonio de Maltrana, liberal y templado, que detesta por igual el absolutismo y las revoluciones. Y de doña Valvanera, "la encarnación del buen gusto". Y de las niñas Nicolasa y Pepita, tiernas y lánguidas, con mala salud y desaplicadas.

Poco a poco, iréis abriendo vuestra alma hasta que acertéis a contarlo, en la siguiente carta. La leeremos, don Fernando, romántico pero no demasiado. Porque no os veis vestido de trovadorcito, soltando eso de: "y de la noche el aura silenciosa nuestros suspiros tiernos confundía".  Yo tampoco.



Un abrazo de:

María Ángeles Merino

lunes, 11 de noviembre de 2013

"Intemperie": "pensó que el infierno que le esperaba al final de sus días no debía ser muy diferente del sufrimiento en que vivía"

 
 
La luna en cuarto creciente, miles de estrellas envían su luz a guiños y yo debo tomar el camino, en dirección norte, hasta llegar a una esclusa. Desde allí he de avanzar por una vereda y seguirla un par de horas hasta un pequeño encinar y, desde allí, se ve la aldea. Según el viejo, llegaré al alba.
 


 
El burro y yo avanzamos junto al canal seco. Cabeceo y estoy a punto de caerme, me espabilo y le atizo con la vara, el animalito rebuzna pero no se da más prisa; tal vez no admita órdenes que no vengan del cabrero. Ya sé que andando tardaría lo mismo, pero así voy más descansado y guardo fuerzas para cargar con el tesoro del agua que salvará nuestras vidas, la del cabrero, la mía. Agua.

 
Me despierto y rumio lo que me aconsejó el viejo: “Guárdate de la gente del pueblo”.No sé si me lo dijo pensando en mí o pensando en él. O en los dos. ¿Por qué no? Vuelvo a meterme en los recuerdos que me queman. Hoyo, palmera, emplasto, saetera, pene del cabrero y colillas del alguacil. Fuego.
 

 
Me despierto y veo la esclusa. El burro sigue sin obedecer a mis prisas. Al borde del canal lo dejo suelto y comienzo a buscar tallos secos. Me subo donde termina la acequia, su lecho está lleno de fango seco. Desde allí, llanura, piedras y barro. Ni rastro de agua.

Llego al encinar poco antes de que salga el sol, el viejo es sabio con la medida del tiempo. Amarro al asno y ando sobre hojas con dientes y caperuzas de bellota vacías.
 
 

 Diviso el pueblo, unas pocas casas y una iglesia. Tres cipreses se asoman, curiosos, fuera de la tapia de un cementerio pequeñito, la brisa los mece. Cae una bellota vacía, tengo hambre y en el pueblo no hay señales de vida. O está abandonado o es demasiado temprano.
 
 
Decido ir sin el burro para moverme sin llamar tanto la atención, luego si todo sale bien volveré a por el animal, lo cargaré de agua y volveremos al castillo.
 
 
Salgo a campo abierto con las primeras luces, una de mis botas abre la boca, me entra arenilla y voy a vaciarla. Mis manos apestan a humo, si hay algún perro, no tardará en ladrar. Me afloja el estómago pensar en perros. El alguacil tenía uno color chocolate, doberman decía. Y lo llamaba cuando yo no hacía lo que él pedía. Tiemblo, me orino en los pantalones, es la segunda vez. Miedo.
 
Wikipedia
 
La luz arranca al paisaje formas nuevas. A cuatro patas hasta el cementerio, me pongo de pie, veo algunas casas. ¿Y el pozo?
 
 
La iglesia se parece a la de mi pueblo, con un techado que da sombra a un pórtico. La puerta, desencajada, a punto de venirse abajo. Está abandonada, mejor y peor para mí. No tendré que esconderme de nadie, pero si no hay personas…tal vez tampoco haya agua. Agua.
 
 
Desde la cabecera, veo tejados hundidos, ventanas descolgadas y una cosechadora invadida por la maleza.
 
 
A ambos lados de la calle encuentro las mismas casas con puertas derribadas, vigas caídas, escombros, baldosas sucias, cuadros descolgados y almanaques atrasados.
 
 

Me acerco a una, huele “a sombra y a aceitunas podridas”, escucho aleteos y arrullos de palomas.


Hacia el final del pueblo, la calle se abre en una plaza con el pozo. Como necesito cuerda, me dedico a desliar pitas de la madera, en las ruinas de las casas. Cuando tengo suficiente, apaño una orza para que sirva de cubo.
 

 
En una despensa encuentro varias latas de conserva hinchadas. Consigo abrir una, huele tan mal que huyo a la calle. Vacío y limpio la lata, ya tengo vaso.
 
 
Vuelvo al pozo, arrojo una piedra y escucho el ruido del agua; de sobra sé lo malsana que es el agua de un pozo abandonado.
 
 
Saco agua llena de lombrices que se mueven. Me quito la camisa y la pongo sobre la boca de la lata a modo de filtro. Allí se van quedando lombrices y renacuajos que saltan como peces. El primer trago me sabe limoso pero es tanta mi sed que bebo hasta que no puedo más.
 
 
Me lavo como puedo, caen churretes y más churretes negros. Hollín, polvo, sangre y pis. Me echo mucha agua por la cabeza, he de volver en busca del burro.

A medio camino, noto retortijones que me obligan a encogerme, me golpean en la tripa. Allí mismo, hago caca y mi tripa vuelve a su ser. Me limpio con una piedra y ,cuando me subo los pantalones, otro retortijón. Soy un grifo.

Encuentro al burro donde lo dejé, tan tranquilo, mordiendo hierbajos. Volvemos al pueblo, el contoneo del animal me revuelve el estómago; menos mal que...ya no me queda nada dentro. Yo también me siento más tranquilo, he encontrado agua sin tener que enfrentarme a nadie, agua podrida pero agua.
 

Entro en el pueblo dormido y abrazado al cuello del burro que se va derechito al pozo de la plaza como si fuera un zahorí. Se pone a lamer el barro húmedo y casi me tira. Bajo, le doy de beber y el animalito mete la lengua hasta el fondo. Pienso en cómo apañármelas con las garrafas, decido llenarlas poco a poco sin descargarlas del burro.
 
 
Doy la vuelta al pozo y me siento en la parte más sombreada. El sol está muy alto y la sombra es muy chica. No quiero meterme en ninguna de las casas, los techos son una ruina. Coloco al burro cerca del brocal, para que me proteja del sol.

Me despierto acalorado, hundido en pis y caca del burro. El animal está algo más allá. No sé cuanto tiempo llevo al sol, me acuerdo de las quemaduras , me mareo, me entra rabia contra el asno que me niega la sombra. Y voy y le arreo un puñetazo. Noto un calambrazo que recorre mis huesos, grito hasta caer agotado.
 
 
Y oigo una voz a mis espaldas:

-"No pareces muy contento, chico"

Salto como un gato, corro al pozo y me tiro tras el brocal. Oigo el chirrido metálico de un eje. Me imagino a un labrador. La voz me dice que salga, que no me va a hacer nada, que me lleva viendo desde lo de la iglesia. Le hago saber que yo no he hecho nada, que me deje marchar.

Me dice que salga, no puedo hacer otra cosa. La calle es demasiado larga, el hombre tendrá una escopeta. Llegar hasta el castillo, imposible. Si vuelvo sin agua, el viejo morirá y yo también.

Asomo la cabeza y lo que veo a un extraño hombrecillo tullido. Barba negra y sayo de tela de saco. Manos incompletas, piernas amputadas por debajo de la rodilla, unas correas unen sus muslos a una tabla. Madera y hombre, los dos parecen uno, igual de sucios y malolientes. Me parece tan inofensivo que le hablo con algo de desprecio, me olvido que puede ser el dueño del pozo o esconder una pistola.

 
Me doy cuenta de que no me conviene irritarle. Le digo que "sólo he cogido un poco de agua". Me dice que puedo tomar la que quiera, que quizá me haya entrado cagalera. Aprieto el culo para dentro cuando me dice eso último.

Me pregunta qué hago aquí solo y le contesto que mi padre y mi hermano me esperan en el encinar. Me dice que vaya a buscarlos, que podemos comer en su posada, que no nos cobrará mucho. No veo posada alguna. ¿Quién va a tenerla en un sitio así?

El enano me señala una casa con la puerta abierta y no del todo derruida, al final de la calle. Me resisto a acompañarle; pero él me habla de pan y de dulces, de "perrunillas" con almendras y azúcar, y me engatusa. Le sigo mientras él avanza con un par de tacos de madera que sujeta con fuerza, aunque sólo tiene dos dedos en cada mano.

 
A medio camino se atasca y me cuenta que, a veces, engancha al cerdo para tirar del carrito. Me imagino al cochino enganchado como un caballo y me hace gracia; hace cuatro inviernos´tuvimos uno en casa, padre lo mató, madre hizo embutido, mis hermanos y yo metíamos las manos en la sangre. Fue la última matanza.

Entro en la casa, noto frescor y un olor a, a...embutidos, algo increíble: "chacinas colgadas, paletillas, costillares ahumados, una careta de cerdo seca...costales grandes de harina...almendras, botellas de vino...sardinas saladas, piezas de bacalao, castañas secas, carillas, azúcar y, al fondo, una puerta...que prometía más viandas".

Como un plato de alubias y berzas con unto, rebaño el plato con rebanadas de hogaza, pido agua, la del tonel hay que cocerla y enfriarla. Me trae medio chato de vino, perrunillas, dátiles y garrapiñadas. Nunca, en mi vida, había comido tanto.

 
Mientras como, me cuenta que el pueblo se marchó cuando el pozo dejó de dar buen agua. Antes de la sequía, vivía allí con su hermano, su cuñada y su sobrino. Se fueron a la ciudad en busca de trabajo y dijeron que volverían por él...hace un año. Sigue hablando y me quedo "amodorrado sobre la mesa". Tengo un mal sueño, corro delante de alguien al que no puedo ver...acabo en la estrechez de un ataud.

Y, cuando despierto, estoy solo y encadenado. Me duele la cabeza y el estómago, necesito hacer caca, pero no me puedo mover más de un metro. Intento sacar la mano del grillete. Estiro el brazo para alcanzar la ventana cerrada con el pie, la posición me hace eructar, noto los ácidos, la boca me sabe a limón malo. Consigo romper la silla y golpeo el cristal con las tablas del respaldo y una pata, entra la luz, descubro que el burro no está y que estoy apresado con una argolla de hierro.

 
Estoy rodeado de cosas buenas para comer pero no puedo moverme. El tullido tenía comida para aguantar un año pero ha huido...¿por un burro viejo?

Pienso en el cabrero, lo imagino "tirado al pie de la muralla a punto de dejar de respirar". Los cuervos esperan quietos el momento y las cabras enloquecen. Yo también moriré de sed y de hambre y atado. Pienso en mi familia, no, ellos me han llevado hasta aquí. Mi familia es el cabrero.


Sobre la mesa, todavía está el plato en que he comido. En una esquina hay un cenicero de lata con una única colilla marrón, el estómago se me revuelve, ahora comprendo, el alguacil estuvo aquí. El enano va a delatarme y tengo que alcanzarlo.


Forcejeo, nada. Consigo alcanzar un tocino y froto mi muñeca con el sebo, la mano no sale. Cojo el metal con la mano libre y tiro con la otra mientras la giro. Nada. Movilizo el dedo chico, lo masajeo, pongo los dedos juntos, tiro, qué dolor, me arde la piel, lloro, sigo tirando, caigo de espaldas, estoy libre. Salgo a la calle, la tarde cae anaranjada. Llevo el pulgar ensangrentado, me cuelga un trozo de piel, el hueso se me ve. Lavo mi herida con agua, agua. De prisa, chico, deprisa.


La servilleta como vendaje, enseguida se pone roja, roja. Cojo algo de comida, una botella de agua, vino y cerillas. Dos o tres horas de luz todavía. Un rastro de herraduras y rodadas, corro como nunca he corrido, no puedo dejar que el del carrito encuentre al alguacil.

Es de noche cuando alcanzo a ver al asno avanzando hacia el sur. Mis botas asoman la lengua, me entra gravilla pero no me paro, a no ser que algo me pinche. Troto y ando, ando y troto. El "bastardo lisiado" ha montado su carroza: una collera para el burro unida a una cuerda atada a la tabla. Avanza torpe a ras de suelo, muy codicioso debe ser este hombrecito; a saber la recompensa que habrá ofrecido el alguacil.

Me voy acercando en silencio, agarro una piedra como una patata grande y apunto a la cabeza del enano. No le da sino que pasa  por encima y golpea al burro en el trasero. El animal rebuzna, rebrinca y suelta coces a un lado y otro, nunca lo vi así. Una da de lleno en la frente del conductor del carrito y lo deja sin sentido.


Corre sin rumbo, arrastra el cuerpo con la tabla atada a los muslos, la cabeza rebota sobre las piedras. Luego, el animalito se calma y viene hacia mí. Lo miro fijamente, estiro la mano y la olisquea. Busco su quijada, le masajeo el pellejo fofo , bufa enfadado, me perdona la pedrada.

Pasamos un rato abrazados, me falta valor  para comprobar si  está vivo o muerto. Por fin, acerco la oreja a la boca del hombre, respira, vive. Le palpo la chaqueta y encuentro el bando de mi búsqueda, ofrecen veinticinco monedas por dar noticias mías.

Corto la cuerda y deshago el carruaje. El animal se hace a un lado, dejando al tullido en el suelo, atado a la tabla. Lleva una U en la frente, la marca de la herradura. Una línea de sangre brota de la herida que ha abierto uno de los clavos.

Pienso que estoy ante quien me iba a entregar a mis verdugos, le doy una patada detrás que lo cambia de postura, al borde del camino. Dejarlo allí sería condenarlo a morir bajo el sol. Si me lo llevo, sería un problema. Si pierdo el tiempo en llevarlo a la aldea, será tarde para el cabrero. No sé qué hacer.


Pienso en que he de tomar una decisión que salva a un hombre y condena a otro a una muerte segura. Mi corazón está con el viejo cabrero pero es el cuerpo del tullido el que se desangra a mis pies. Haga lo que haga será pecado mortal.


Recuerdo del cura de mi pueblo en el púlpito, el dedo en alto y echando salivazos sobre los que estábamos abajo. Aquellos sermones que hablaban de justos, de fariseos, de meretrices, palabras que nunca entendí. Sí, iré al infierno pero el infierno no será peor que el llano con el alguacil, el tullido y...mi padre.


El lisiado parece volver en sí,  le arreo una patada en la boca, la sangre abre "una ventana entre sus colmillos podridos". Y noto la sangre, la mía, recorriendo mi cuerpo, abrasándome por dentro. Me pica la cabeza, tengo la bota llena de chinas, miro a mi alrededor; tal vez haya testigos o gente que me pueda ayudar. Nadie.

Se me pasa por la cabeza llevarlo a la alberca y tirarlo dentro. "Arrastrar su cuerpo desnudo sobre las rocas, atar sus manos a las tuberías de hierro...y desmembrarlo con la ayuda del burro". Pecado.
 
 Podría llevarlo conmigo, curar sus heridas, pedirle perdón. Por un instante debe rondar por aquí mi ángel bueno. No, ni hablar.

Gime otra vez, le propino una nueva patada en la cara que le destroza la nariz. Me alejo cuanto antes del lugar en que reposa el tullido. A ver qué me aconseja el cabrero. Rumio algo "sobre justos y pecadores o sobre la aguja, el camello y el reino de Dios". Busco una posible justificación.

"Todavía era de noche cuando divisó el perfil roto del castillo". Allá iremos.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino