Regreso al relato de mi aventura con los libros, “el placer de la lectura” que nos propuso Pedro Ojeda. Lo dejé en "Viene la adolescencia y María Ángeles no sabe qué leer".Y recuerdo a un ilustre y poco convencional profesor, tanto que hoy la plaza del Instituto lleva su nombre, en el momento justo de preguntarme “¿qué libros lees?”. Y todavía chirría en mis oídos el eco de mi contundente respuesta: “ninguno”. Verdad o mentira a medias, estaba atravesando un breve desierto lector; pero había oasis: mis libros de siempre, manoseados y releídos. ¿Cómo hablar de ellos a un señor tan serio e intelectual?
Instituto Cardenal López de Mendoza, en Burgos. Plaza de Luis Martín Santos. |
En clase de Literatura, le dábamos al comentario de texto, nos devanábamos los sesos con la adecuación fondo forma y memorizabamos el obeso libro de texto, con su lista interminable de autores y obras. Debíamos leer también algunos libros, para los que no nos daban orientación ni guión alguno. Lo tenéis que leer y ya está. Vais a la librería, compráis "El conde Lucanor", por ejemplo, y a leer lo que "fablaba" el señor conde con su fiel ayo Patronio, en castellano del siglo XIV. Es un libro fácil, unos cuentecillos...pensarían. Todavía lo conservo, es de la colección Austral, edición de 1971. El tiempo ya se ha puesto amarillo en sus páginas.
La animación a la lectura era inexistente, se sobreentendía. Deberíamos recordarlo cuando alguien idealiza aquel bachillerato, aquella forma de aprender. Ahora, los de la ESO comienzan con libros como "Campos de fresas" de Jordi Sierra, donde los personajes son tan adolescentes como los lectores y viven problemas de drogas, conflictos con los padres...lo actual. Todo muy blandito para que lo mastiquen bien.
Más tarde, les encargan leer las primeras obras literarias, han de hacer un "trabajo". Si no les "mola" leer, siempre hay algo que pillar en Internet, control más C, control más V, mira aquí hay alguien que escribe sobre las leyendas de Bécquer, "chachi"...Afortunadamente, existieron y existirán jóvenes hambrientos de letras. Encontré, entre ellos, por fin, el espejo lector en que mirarme.
Sigo mi aventura lectora. Voy echando sus cimientos.
El Lazarillo y sus tretas para poder comer. Beatriz muerta de horror ante la banda azul que perdió en el Monte de las Ánimas y al mecer las azules campanillas de mi balcón creo que suspirando pasa el viento murmurador. Júrame tan solo que me amas, Romeo, y yo dejaré de ser una Capuleto, pero no jures por la luna. Y los niños de Macondo contemplan atónitos un trozo de hielo. Que de noche le mataron al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo.
Y , qué angustia, Dios dejará un día de soñarme, porque soy "un ente de ficción" como Augusto Pérez, el protagonista de "Niebla" de Unamuno.
Las huellas de nuestras primeras lecturas adultas son las más profundas, claro, he dicho que son cimientos.
Más tarde, descubrí a Delibes. Fue un encuentro casual, tuve que ayudar a alguien, el libro era "Las ratas", vaya titulito, pensé. Contemplo los tesos mondos con pueril fruición, junto al Nini, un niño sabio. En campos de corregüelas, oímos la algarabía de los grajos, pisamos barbechos y nos asomamos a las huras. Después, ya no era por casualidad, me fui al encuentro de Daniel el Mochuelo y de casi todos los demás. El día en que murió don Miguel, quise reunirlos en mi blog.
A la vista del contenido de este blog, tal vez os parezca raro que todavía no haya nombrado a Cervantes. El Quijote lo leí más tarde. A los veintitantos años, compré un ejemplar de la edición de Martín de Riquer, comencé su lectura y no me desagradaba pero...es un libro que se lee mejor en la madurez. Tal vez porque don Quijote sea un cincuentón metido en aventuras, tras haber pasado años y años de vida hidalga y apacible en su aldea. Porque es un personaje que ya está de vuelta, puede ser eso. Sí, con el de la Triste Figura he pasado muy buenos ratos. Y no digamos en nuestra lectura colectiva, la de "La acequia". Placer de la lectura y de la escritura. ¿Y qué es la escritura sino el leerse a uno mismo?
Leo el Quijote, en mi viejo libro. |
¿Cuántos libros habré leído? ¿Cuántas horas habré pasado leyendo? Leer, leer, en el tren, en el autobús, en la cama, en el sofá, en el banco de un parque, sentada en un césped, deliciosos refugios.
Pedro Ojeda nos habla de "la soledad del lector", de un "tiempo solitario" que nos prepara para el tiempo que sucede al cerrar el libro.
Nos reprochan nuestro aislamiento, dicen de nosotros, los ávidos lectores, que estamos en las nubes. Subimos
a las nubes, sí, para ser capaces de afrontar y entender lo de aquí abajo. Porque
conocemos muy bien el mundo real, demasiado lo conocemos.
Y no somos, de ninguna manera, "el príncipe que todo lo aprendió en los libros".
Un abrazo de la lectora:
Y no somos, de ninguna manera, "el príncipe que todo lo aprendió en los libros".
Un abrazo de la lectora:
María Ángeles Merino