viernes, 6 de abril de 2018

"Al fin, Juana la Loca era libre."





Comentario a la biografía "Juana la Loca. La cautiva de Tordesillas" de Manuel Fernández Álvarez, para la lectura colectiva de La acequia dirigida por Pedro Ojeda.

Llevamos un mes, mi amiga Austri y yo, Juana la Loca por aquí, Juana I de Castilla por allá, comentando la biografía de Manuel Fernández Álvarez como si estuviéramos hablando de una vieja amiga. Tanto que mi compañera inseparable de lecturas, llegó a soñar con el biógrafo y la biografiada. Me lo contó y aquí tenéis su relato onírico:

-Mi sueño lleva música de fondo, ésta. No olvidéis escucharla mientras leéis. Tal vez os inspire tristeza o melancolía, pero es inseparable a mi relato. 

Un hombre anciano entra en la Capilla Dorada del Monasterio de Santa Clara, en Tordesillas. Es el profesor Manuel Fernández Álvarez que ha vivido toda su vida resignado a que del palacio prisión de la desventurada Juana I de Castilla, el construido durante el reinado de don Enrique el Doliente , no quede ni rastro. Así que, dirige sus pasos hacia donde se guarda "un realejo, un viejo órgano portátil castellano que pudo pertenecer a la reina Juana, muy aficionada a la música, En el inventario de sus bienes realizado tras su muerte, figura, al menos, un órgano de estas características...".




 Suena una hermosa música que llena de nostalgia al viejo profesor de Salamanca. Una mano blanca y un hábito monjil junto al teclado. Cierra los ojos. Alguien canta con voz de soprano, algo cascada: 

"Todos los bienes del mundo pasan presto y su memoria, salvo la fama y la gloria...La fama vive segura, aunque se muera su dueño; los otros bienes son sueño y una cierta sepultura. La mejor y más ventura pasa presto y su memoria, salvo la fama y la gloria.


Se da la vuelta, no es una religiosa, es una mujer muy anciana, vestida como la Juana la Loca del cuadro de Pradilla, mas la tela del hábito negro parece a punto de deshacerse. Nunca vi unos ojos tan vivos en un rostro tan arrugado. Se dirige al viejo profesor, hay dulzura en su voz:




 -Sí, don Manuel, como Juan de la Enzina dixo, todo se lo lleva la muerte, todo "salvo la fama y la gloria". Entrad vos, que vos merecéis mi atención más que ningún otro. La música que acompañó mis soledades, os ha traído hasta aquí. Ansí la Reina de Castilla os podrá agradecer las muchas horas pasadas, inclinado sobre viejos papelotes, solo para sacar a la luz los acontecimientos que marcaron mi vida, sin fama ni gloria alguna. 

-Por Dios mi señora, no digáis tal, la vuestra fue callada y escondida, pudieron dañaros en vida; mas los siglos no os han olvidado, no os olvidarán. Estáis en los libros de Historia, en romances y poemas, cantares, novelas, obras de teatro...en las películas y la televisión. En imágenes en movimiento he querido decir, que vos no conocéis tamaños prodigios. 

-Fama y gloria las de mi padres los llamados Reyes Católicos, la de mi hijo Carlos el Emperador, o la de mi nieto Felipe. Ellos ocuparon muchas más páginas, mucho ruido, política interior, política exterior, batallas, treguas y tratados como el que se firmó aquí para repartir el mundo entre castellanos y portugueses. 



Yo solo fui un nombre en los papeles, convertida en sombra por mi padre, mi esposo y mi hijo.
Una loca útil, una pobre mujer encerrada durante casi cincuenta años, maltratada y humillada, acompañada de una corte de mentira, con mi hija que un día me robaron...Ella fue también una pequeña cautiva, lo saben los niños tordesillanos, " pajarillos de la tierra" , los que jugaban junto a la tronera para distraer a la infanta Catalina, que ella les arrojaba una monedita de plata. Será una gran reina, todos mis niños son reyes, una gran suerte la mía.

-Los documentos regios iban encabezados con vuestro nombre:

"Doña Juana e Don Carlos, su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón..."

Más tarde, a partir de 1519:

"Don Carlos, por la divina clemencia Emperador siempre augusto, rey de Alemania, doña Juana, su madre y el mismo don Carlos, por la misma gracia reyes de Castilla, de León, de Aragón..."

"Evidentemente era un golpe de Estado...pero acabó imponiéndose como la más adecuada para salir al paso de la difícil situación..."

-¿La difícil situación, decís, don Manuel?

-La provocada por lo que llamaron vuestra incapacidad. 

-Con altibajos, escribís. Recogéis las palabras de Pedro Mártir de Anglería que comenta, admirado:

"Tiene mucho talento y memoria esta nuestra soberana. Con agudeza penetra no solo en lo que respecta a una mujer, sino también a un gran hombre...Tan pronto nos hace concebir esperanzas de una próxima curación como nos la ahuyenta. Así vivimos."

A nadie interesó mi curación. No os fiéis del cronista. Me condenaron a vivir como una demente, que mis carceleros usaron la fuerza, incluso la cuerda, en más de una ocasión. Sólo los Comuneros, los de la Santa Junta, me hicieron sentir como doña Juana de Castilla. Zúñiga me dixo que ya era libre, que era de nuevo la Reina Soberana a quienes todos acataban. Que diera órdenes, que gobernara mi Reino, que mandase a su placer porque todos me obedecerían. ¿Asumir mis funciones regias? Me sentía flaca, no firmé nada y fracasó el alzamiento comunero. Volví a mi cautiverio, "a manos de aquel odioso marqués". 


Doña Juana recibe a los Comuneros (Plastihistoria)

-Fueron setenta y cinco días, pocos para que vuestra mejoría fuera duradera. 

-Sentaos aquí a mi lado. Vos ya pasasteis a este lado y no teméis a los fantasmas. Escuchadme: 

Eran las seis de la mañana del Viernes Santo, 12 de abril de 1555. Por fin yo, Juana I, la desventurada Reina de Castilla, había escapado a mi cautiverio. Al fin, era libre, como vos bien decís, don Manuel.


Mis últimas palabras dixeron no ser otras sino "Jesucristo crucificado, sea conmigo". Al menos, así lo escribió el buen jesuita, en una carta a mi hijo Carlos. Enviado por mi nieto el príncipe Felipe, Francisco de Borja "llevó un poco de paz" a mis últimos días, la que su hermano, el marqués de Denia, me negó.

Mi salud había empeorado, ya no era sólo la mente de la loca, era también el cuerpo de una anciana que cayó y quedó inmóvil de la cintura para abajo. Hubo días en que me orinaba y defecaba encima y no acudía la moza de retrete a limpiarme; las señoras damas no daban la orden, que la Reina echaría  a quien se le acercara.  ¡Bruxas!

 No me permitían hablar, cuando salía al corredor del río. Una sola palabra y habían de meterme  a la fuerza en mi cámara, alumbrada sólo con velas. ¡Cómo ansiaba el cielo y el sol! ¡Ver correr las aguas del Duero que viajan a Portugal! ¡Y enviar un abrazo a mi niña Catalina, la reina de Portugal!


Río Duero a su paso por Tordesillas.

A la Corte le preocupaban las habladurías del pueblo, que la Reina se mostrara indiferente ante las cosas de la religión y se portara como una hereje. ¿Hereje? No podía gobernar por ser una demente, si carecía de razón no podía ser acusada de culpa alguna.

-Se llegó a decir que habíais rechazado unas velas benditas y que hacíais gestos extraños cuando el cura alzaba la sagrada forma. ¡Porque obrabais movida por el demonio que llevabais dentro! Disparates, mi señora doña Juana. Una sospecha muy de vuestra época que trajo la desgracia a tantos desventurados. 

Francisco de Borja concluyó que no habíais tenido el trato adecuado para paliar vuestra enfermedad. Con sus dotes persuasivos logró que abandonarais la indiferencia hacia las prácticas religiosas. Os razonaba que vuestro nieto Felipe aceptaba la boda con María Tudor para convertir a Inglaterra, caída en la herejía. Sería dañoso que supieran que la reina de Castilla vivía sin misas, imágenes y sacramentos. Decidme qué os apartaba de la vida religiosa. 

-Eran las dueñas, unas bruxas que me quitaban el libro de rezos de las manos y se burlaban de mi oración. Escupían sobre las imágenes y ensuciaban el agua bendita. Y en la misa volvían el misal y me mandaban que no dixese sino lo que ellas quisieren. 

-¿Cómo podíais creer tales cosas de las dueñas?

-Francisco de Borja lo puso en duda y así me lo indicó. Yo, en mi locura, le dixe que bien podía ser porque ellas decían que eran almas muertas. Ahora sé que eran fantasías mías, me creía atormentada por las bruxas. Ahora sé que me llevaron la corriente y simularon castigar a las dueñas. 



-Vuestro nieto Felipe no consintió que os aplicaran exorcismos y Francisco de Borja consiguió que volvierais a oír misa e incluso que se rociase con agua bendita el palacio. ¡El diablo, qué obsesión! 

-Padecía extrañas visiones, lo del gato de algalía que se comió a la infantita de Navarra y demás. 

-A vuestra débil disposición mental se añadieron los padecimientos corporales: llagas y gangrena. Recios dolores os tenían en un grito. Francisco de Borja, al parecer, consiguió liberaros de las visiones e incluso llegó a pensar que habíais recobrado la razón.

-¡Qué gente más complicada la del tiempo que me tocó vivir! Hubieron de consultar al más destacado teólogo de la Universidad de Salamanca, Domingo de Soto, si podría recibir los Sacramentos. Llegó a Tordesillas el día anterior a mi muerte, habló conmigo y dictaminó que podría recibir la Extremaunción, pero no la Comunión. Era Jueves Santo y viví mi propia pasión, asistida y consolada por Francisco de Borja. 

Una constante en mi vida, como decís vos, desde mis primeros años en Flandes, cuando mi madre envió a aquel dominico, Fray Tomás de Matienzo, con la misión de enmendar mi conducta religiosa, que había quejas en Castilla de mi poca devoción. El terrible fraile sacudió sobre mí todos los truenos cuando supo que no había querido confesar, ni siquiera la víspera de la Asunción. Me dijo "que tenía corazón duro y crudo, sin ninguna piedad", tal y como la Reina le había dictado. Ya sabía mi madre, tan católica, de mi poco apego a las prácticas religiosas. Desde niña bregó conmigo, me amaba sinceramente aunque nunca llegó a entenderme y dirigirme. 

Yo, compungida, me disculpé: me había visto apartada de mi madre, me apenaba tanto  pensar en ella que me hartaba de llorar. Era muy niña, me sentía abandonaba, en lejanas tierras, con el ánimo flaco y abatido.

- Se os había impuesto una dura misión, superior a vuestras fuerzas. Habíais sido entregada por vuestros padres a un triste destino dictado por la diplomacia, "la desnuda razón de Estado". Había que aliarse con la Casa de Austria, para cercar a Francia por uno y otro frente. Allí estabais disponibles vuestro hermano Juan y vos, mientras que Maximiliano I tenía dos hijos de una edad similar: Margarita y Felipe. ¡Desventurado Juan, el príncipe del que dijeron que murió de amor y no fue sino la tisis! ¡A los diecinueve años! "Triste España sin ventura" compuso Juan del Enzina. 



-¡Más desventurada fue Juana que padeció el apartamiento y la soledad en aquella tierra sin sol! Si bien la atracción del sexo se me mostró como una explosión que acabaría dominándome, mostrándome cuán vulnerable podía ser. Don Felipe y yo tuvimos prisa, quisimos que el sacerdote nos echara presto la bendición para consumar nuestro matrimonio. Luego...



¿Cómo iba a recibir a aquel fraile con agrado? Me importunó, me acosó, me recriminó por mis silencios, pues la Reina quería que le contase mis pensamientos y mis obras, "así lo bueno como lo menos bueno". Resistí, nada dije, yo misma escribiría. Y vos, don Manuel escribisteis:

"Empezaba el desvío, y acaso también, el desvarío de doña Juana". 

-Mi señora doña Juana, habéis enlazado el principio con el final de vuestra desventura. Los recuerdos de los viejos suelen ser así. Antes de volver al principio que fue final, quisiera preguntaros cómo llenasteis el tormento de las largas horas vacías. 

-Cuando no padecía una crisis, los libros me servían de gran consuelo. Recordad que las infantas, por decisión de nuestra madre, tuvimos un excelente preceptor, Alejandro Geraldino, que nos enseñó latín y humanidades. También libros piadosos, el hilado, la costura, el bordado y, sobre todo, la música, ya lo veis. Recuerdo cuando, de niña, visitaba a mi abuela Isabel en Arévalo, la pobre mujer sólo se entretenía corcusiendo trapos y llamando a gritos a don Álvaro de Luna, otra triste historia la suya. Ahí al lado tuve yo a mi don Felipe, lo amé a pesar de sus infidelidades.  Sí, ya sé que murió en Burgos, en la Casa del Condestable de Castilla, la del Cordón...Y que lo que yo paseaba por los campos castellanos era un cuerpo muerto. Volvamos al principio, don Manuel Fernández Álvarez:

-Eran las seis de la mañana del Viernes Santo, 12 de abril de 1555. "Al fin, Juana la Loca era libre". Seguiremos hablando, mi señora. 

Aquí me desperté, dice mi amiga Austri. Mi sueño era muy real, aunque doña Juana no hablara como suponemos que se hablaba en el siglo XVI. 


Mañana estaremos en Tordesillas. Tal vez encontremos a doña Juana en la Capilla Dorada. 

Un abrazo de María Ángeles Merino.

Y de Austri.

 

5 comentarios:

La seña Carmen dijo...

¡Qué estupenda recreación! Has conseguido ponerme la carne de gallina.

Paco Cuesta dijo...

Al menos seguimos sus huellas.
Besos

Ele Bergón dijo...

¡Cuántas injusticias se cometieron con la Reina de Castilla! En un mundo gobernado por hombres, ella fue la víctima de todos ellos. Estaba loca o cuerda a capricho de los intereses del poder. Al fin, descansó.

Muy buena entrada.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente, excelente. Habrá que soñar más, desde luego. Veo que preparaste muy bien la visita del sábado.

Kety dijo...


Mª Angeles, paso a darte un abrazo, pero volveré.

Besos