jueves, 9 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (1)

María Ángeles Moya y A sangre y fuego


Comienzo una nueva aventura lectora. Este mes de marzo vamos a leer y comentar A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Son nueve relatos, dicen que lo mejor que se ha escrito sobre la Guerra Civil Española. ¿De qué bando? Él se define como un "pequeñoburgués liberal", "ciudadano de una república democrática y parlamentaria", "antifascista y antirrevolucionario por temperamento", un hombre "perfectamente fusilable" "por los unos y por los otros". Se permitió "el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos", le pesaba igual la sangre derramada por rojos o por azules. El precio fue "la Patria" y "para librarse de la congoja de la expatriación" y ganarse la vida se puso a contar lo que vio. Mantenerse "distante, ajeno, imparcial" fue su lucha, qué difícil con personajes tan reales, tan vivos.

Realidad velada, pero realidad, nos advierte la nota. Y, de pronto, caigo en la cuenta de que tengo a mi lado a alguien que vivió la realidad de la Guerra Civil. ¡Mi madre! Tiene noventa y tres años y tenía doce, trece, catorce, quince años. La vivió muy cerca de Madrid, en Alcalá de Henares, donde su padre había sido destinado. Mi abuelo Antonio Moya, funcionario del Ministerio de Educación, ocupaba un cargo de responsabilidad en el artístico edificio de la Universidad de Alcalá de Henares, el Colegio Mayor de San Ildefonso, donde se entregan ahora los premios Cervantes. ¡Y toda la familia vivió allí durante la guerra! Como era ya una mujer, no le dejaban salir, pasó los tres años encerrada en aquel enorme recinto, cuidando a su hermanos y paseando entre patios renacentistas. 

Un poco al estilo de lo que hice conmigo misma en la lectura de Patria, me puse a leerle el comienzo del relato Massacre. Le pedí que me fuera dando su opinión, que me contara sus recuerdos al respecto. Pensé que no iba a prestar atención, suele rechazar los temas de la Guerra Civil. Para mi sorpresa, mantuvo un diálogo con A sangre y fuego, aquí lo tenéis: 

-"Al sol de la mañana la bomba de aviación que cae es una pompita de jabón que en un instante raya el cielo azul de arriba abajo."

-No es una pompita, es un volcán. Expande todos los trozos, la metralla. 

-"Vibra al sentirse herido el gran diapasón del espacio..."

-Vibra. Sí, claro, parecido a un terremoto, mucho, tiembla todo. Cuando cayeron en la plaza, al lado de la Universidad, se abrieron las ventanas y vi caer fuego del cielo. Porque la bomba cae al suelo y salta para arriba todo, todo. ¡Hicieron un hoyo que cabía un camión!

Desde esa ventana, que se abrió sola, vio caer fuego del cielo.

-"y luego si se está cerca, se sufre en las entrañas un tirón de descuaje como si le rebanasen a uno por dentro y le quisiesen volcar fuera"

-No, yo no he estado tan cerca, gracias a Dios, a mí en la calle no me dejaban. Pero sí, hay desgarramiento por dentro.

-"El estómago, que se sube a la boca, y el tímpano, demasiado sensible para tan gran ruido, son los que más agudamente protestan."

-El estómago, eso está bien. Te sentías fatal. Mi madre dijo que un día, dormida, me elevé como medio metro al estruendo de las bombas, caí al colchón y me lo contaron. Yo estaba completamente como un tronco y era raro porque con las bombas no me dormía. Teníamos bombardeos a todas horas, lo mismo venían a la hora de comer que a la madrugada, cuando les daba la gana, claro. Es muy dura la guerra, todo lo que se diga es poco, yo creo que es la cosa más dura. Y luego la carencia de las cosas.

Los oídos, el tímpano que te atonta, por eso es conveniente taparte la cabeza y los oídos y tumbarte en el suelo. Y evitas la metralla.

-"Mientras el pajarito niquelado que ha puesto en medio del cielo su huevecillo brillante y fugaz como una centella, remonta el vuelo y pronto no es más que un punto perdido en la distancia."

-Un pajaro grande, gigante. Los aviones no son pajaritos. Con respeto al escritor, me parece ridículo. 

El trimotor: bum, bum, bum, despacio, como si fuera cargado. 

Pero primero vienen los cazas que los protegen. Al trimotor se le ve menos que a los cazas. 

Los huevecillos, claro, son las bombas, se ponen de lado y descargan. Después sale corriendo, tiene miedo a que lo ametrallen. 

-"¿Dónde ha caído la bomba? Nadie lo sabe, pero todos suponen que ha sido muy cerca, allí mismo, dos casas más allá a lo sumo."

https://tellagorri.blogspot.com.es/2011/08/agosto-madrid-bombas.html

-No me dejaban salir pero un día me escapé, con un botijo, a buscar agua a una fuente que estaba cerca de la Universidad, próxima a la puerta del Paraninfo, la que no se abría nunca, se habría estropeado, era tan bonito. Llevábamos unos días sin agua porque las bombas habían reventado unas cañerías. Mi hermano mayor, Antonio, había ido muchas veces y no tuve miedo, además iban conmigo otras chicas. Mi hermano Diego, más pequeño, se vino detrás de mí. Era muy trasto.

Sonaron las sirenas, sentimos a los cazas, había trincheras de soldados y un soldado: "ven aquí niña", "yo me quiero ir a casa", "ya no tienes tiempo". Cogió a Diego y lo echó de cabeza a la trinchera. Después me cogió a mí y se echó encima de nosotros. El soldado no nos dejaba mirar. Se oían metralletas y Diego lloraba mucho. Se le descompuso el vientre de miedo que estaba pasando.

Cuando salimos, había tres o cuatro soldados espachurrados en el suelo, tumbados, muertos o heridos, yo qué sé, yo venga a correr. Muchas veces he pensado que aquel soldado nos salvó la vida, a mi hermano y a mí. Por lo menos, nos salvó de la metralla. La metralla mataba a distancia, tenía mucha fuerza y se disparaba. 

Metralla y espoletas de la Guerra Civil

Cuando llegué a casa,  mi padre, que no me pegaba nunca, me dio una bofetada, menuda chuleta me arreó. Mi madre estaba casi con un ataque porque las chicas, que no se esperaron y salieron corriendo, dijeron que habían caído bombas al lado de la fuente. Me hubiera gustado conocer al soldado, lo he pensado muchas veces. Diego no lo olvidó y alguna vez hablamos de ello, muchos años después. 

"Resulta que siempre es un poco más lejos de lo que se suponía. La gente acude presurosa al lugar de la explosión. Los milicianos han cortado la calle con sus fusiles, y los curiosos han de contentarse con ver desde lejos los vidrios hechos añicos de balcones y ventanas y los cierres metálicos de las tiendas arrancados de cuajo."

-Así es, todo se rompe por los estampidos de las bombas. 

-"Se espera el paso de las ambulancias..."

-Yo no las veía.

-"Una lotería en la que resultan premiados los miles y miles de jugadores a los que no les ha tocado la metralla...¡No nos ha tocado!, parece que dicen con alborozo. Y se ponen a vivir ansiosamente sabiendo que al otro día habrá un nuevo sorteo en el que tendrán que tomar parte de modo inexorable."

-A quién le toca, está bien dicho. Era una lotería. Mi padre iba a Madrid todos los meses para cobrar las nóminas, la suya, la del director, la de los porteros. Contaba que los obuses atravesaban Madrid, Madrid era un caos, era raro que no te pasara uno o dos, por arriba o por abajo. Eso había que haberlo visto como lo vio él. 


-"...los madrileños...han tenido que ir aprendiendo a protegerse. Los sótanos, en los que a veces hay que permanecer durante toda la madrugada, se han ido haciendo habitables ya ya hay en ellos colchones, mantas, cabos de vela y estufas..."

-En el momento en que tocaba la sirena, nos metíamos en el refugio. Era como una caja con unas vigas cruzadas para que, con el estruendo de las bombas, no se cayera. Mi padre se preocupó de que los soldados lo prepararan y habló con ingenieros y arquitectos que podían dar ideas. Todo el mundo decía que el refugio de la Universidad estaba muy bien. Si era de noche se llevaba una manta, si era de día algo de comer. Era pequeñito y no había sitio para colchones ni estufas. Si era de día, se metía gente de la calle. Si era de noche, sólo las seis o siete familias que vivían en la universidad. 

-"...y durante la madrugada, para las madres, es un tormento insufrible el tener que arrancar a sus hijitos de la cuna en que duermen y llevarlos, aprisa y corriendo, medio desnudos, a los sótanos, donde las criaturitas se pasan las horas llorando porque tienen frío y están asustadas."

-Éramos seis hermanos. Al principio, los pequeños se impacientaban. Carmela chillaba y Diego quería salir. Pepe solía portarse bien. Antonio, el mayor, cuidaba de todos. Yo me aburría de estar en el refugio y me marchaba sin que se dieran cuenta. Mi hermana Aurora era un bebé y se hinchaba a dormir en brazos de mi madre. No recuerdo que hubiera llorado mucho. Después de un tiempo, todos nos acostumbramos, qué remedio. 

Una vez tocó la sirena a la hora de comer, me escapé del refugio, salí corriendo y puse unas alubias a cocer en el infernillo, en la habitación que nos servía de cocina. A las dos horas volví y las apagué, ya estaban hechas. Mi madre pensó que aquel día no teníamos comida, se llevó una sorpresa y no me riñó. 

Lo dejamos aquí. Nunca la había visto con tantas ganas de hablar de la Guerra Civil. Me llevé una sorpresa. También pude comprobar que sabe expresarse bien, a pesar de sus noventa y tres años. Esta vez no me dijo  lo que acostumbra: a mí me va a contar un libro lo que he vivido...

¡Y todavía no me ha hablado del famoso jefe militar comunista El Campesino, Valentín González! Violento, impredecible y prepotente, era un personaje que de vez en cuando aparecía por el Colegio San Ildefonso de Alcalá de Henares . Le daba mucho miedo porque, entre mi abuelo y el famoso "comandante" hubo sus tiras y aflojas. Mi madre temía por su padre, que acabara en la cárcel o algo peor. Oía las conversaciones de sus padres y sacaba terribles consecuencias. Alguna vez le pareció oír: "Luisa, se ha parado un coche, vienen a por mí". 



Seguiremos con A sangre y fuego. Hoy no he necesitado la ayuda de Austri. Un abrazo de:

María Ángeles Merino 
Y de María Ángeles Moya.

11 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Bienvenida doña María Ángeles a este club. De casta le viene al galgo, son usted y su hija dos testigos impagables de la intrahistoria de España.

Que Dios le dé larga vida y lucidez para seguir contándonos estas historias.

Myriam dijo...

¡uufff, qué testimonio de primera mano! y que valiente tu mamá. Qué siga así de bien por muchos años.

Maravillosos aporte.

Besos

Myriam dijo...

Yo tengo mi aporte hecho, peor lo programé para el miércoles 15.

Kety dijo...

Todo un lujo de madre. Cuídala. besos

Gelu dijo...

Buenos días, querida tocaya:

Me ha encantado tal cual lo has contado.
Un beso a tu madre.

Abrazos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Solo puedo darte las gracias por este testimonio. Deseo que a tu madre no se le remuevan mucho las cosas por dentro pero si esta vez se ha puesto a hablar de algo que nunca ha querido será por algo.
Todo mi respeto hacia ella.

Bertha dijo...

Una guerra que ha dejado muchas heridas abiertas y que con poco que las toques aun sangran.- El caso de mi abuelo ,el bombardeo de Guernica fue terrible:gracias que los evacuaron enseguida para Francia y la inmensa mayoría para Rusia que aun siguen muchos que no pudieron regresar.

MªAngeles tus testimonios dan mucha fuerza, gracias por compartirlos y disculpa mi intromisión.

Feliz fin de semana.

DORCA´S LIBRARY dijo...

¿Hay algún lugar mejor para refugiarse de una guerra que en los patios renacentistas de una Universidad?
Hay que ser prácticos, incluso en los momentos más dramáticos. Incluso se puede aprovechar el fuego de la guerra para cocinar unas buenas alubias.
La historia de tu madre me ha resultado inspiradora.
Me ha encantado vuestra entrada. Un abrazo para las dos.

Ele Bergón dijo...

También a mí me ha gustado mucho esta entrada porque en el relato de tu madre se nota que está hablando con la verdad de lo que le ocurría, pero a la vez, está lleno de humanidad y me llega de una forma especial. Dale las gracias a tu madre.

Besos

Pamisola dijo...

Qué estupenda entrada, con esas reflexiones de tu madre, y qué vivencias en un sitio tan especial, aunque para ella sería lo más normal del mundo. La mía tambien de noventa "pa arriba" me contó en más de una ocasión que ella como muchas otras jóvenes,en aquélla época, fue madrina de un preso que estaba en la carcel de Alcalá, consistía en intercambiar cartas, comida, calcetines y guantes de lana que ellas mismas hacían. Y que en una ocasión vinieron a verlos. Ellas, las "noventonas" son enciclopedias andantes y con ¡muchos tomos!
Felicidades a las dos.

Abrazos, tambien a las dos.

pancho dijo...

Excelente este diálogo de tu madre con el cuento. Diálogo con un libro y narradora.
La pregunta clave de todo lo que se escribe sobre la Guerra Civil: ¿De qué bando? uno ya no está para perder el tiempo leyendo propagandas.
Casi les sale caro el botijo.
Me parece que tu madre tiene muchas cosas que contar, que te las cuente que ya van quedando pocas personas que vivieron la Guerra Civil.
Un abrazo.