jueves, 5 de enero de 2017

Don Quijote de Manhattan: sueño, resurrección y cárcel.

Don Quijote de Manhattan y las arpías de unos capíteles que iban a viajar a Manhattan.


Es 4 de enero. Después de ir a dar algunas instrucciones a los Reyes Magos, en las tiendas del centro de Burgos, me placía un paseo literario con mi amiga Austri. Como en otras ocasiones, esperaba encontrarla en un banco del burgalés Paseo de la Isla, frente al busto de don Miguel de Cervantes.

Pero, hoy, Austri no estaba junto a Cervantes sino un poco más allá, junto al arco románico, el que fue extraído de una iglesia de Cerezo de Río Tirón. Tenía en su mano la novela Don Quijote de Manhattan, la que estamos comentando. Miraba a las deterioradas arpías de los capiteles como si no las hubiera visto nunca.

-¡Hola amiga! ¿Qué miras? ¡No me digas que ahora te das cuenta de que esas esculturas están literalmente hechas polvo!

-No, no es eso. Es que esta noche he tenido un sueño que te vendría muy bien para la entrada sobre Don Quijote de Manhattan.

-¿Y qué tienen que ver las arpías con el libro de Marina Perezagua?

-Algo tienen que ver. ¿A dónde iban a trasladar estas piedras en 1928, recién arrancadas de su emplazamiento original?

-Las habían comprado para The Cloisters, una subsede del Museo Metropolitano del Arte. Espera, a ver dónde cae eso. ¡En la isla de Manhattan! Pero no veo yo la relación con Don Quijote de Manhattan, de Marina Perezagua. 

-La tiene, en mi sueño estaban las arpías, vete tú a saber por qué, y ese don Quijote de androide y su Sancho de ewok. Y la pastora Marcela sembraba semillas de torres en lugar de flores. 

-De acuerdo, cuéntame el sueño. Mira que mi amiga Luz me dijo que "quizás en los sueños, en el surrealismo esté la verdad de la vida, aunque eso si, bastante descolocada y alocada".

-Y tú contestaste que era una verdad muy encubierta y que las claves sólo las tenía el soñador. Así que no temo descubrir mis intimidades, allá voy. Escucha, me parece que el busto parlante de nuestro amigo Cervantes se recrea en sus palabras: 

"...me salteó un sueño profundísimo; y, cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana..."


-¡Es la hermosa ensoñación de don Quijote en la Cueva de Montesinos! 
"Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y claro cristal fabricados; del cual abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas salía y hacia mí se venía un venerable anciano..."


- Relataré mi sueño. Soñaba que me colaba en el sueño anestésico de don Quijote que ya es rizar el rizo. Era yo de la edad que tenía en 2001 y "hállabame en un lugar tan distinto de estas tierras, que no alcanzaría yo a ubicarlo así lo meditara mil años". Lo único reconocible era el vuelo de dos aviones que me causaban inquietud y no acertaba a saber el motivo. También reconocía a unas arpías que volaban y reían y me llamaban bloguera. Me preguntaba qué pintaban allí. 

Desde la atalaya de los sueños veía un ameno y deleitoso prado donde unos pastores suspiraban y se turnaban para cruzarse con una bella pastora a la que saludaban con el nombre de Marcela. 

-¿La que hizo morir de amores a Grisóstomo?

-No en mi sueño. Marcela llegó a los pies de un alcornoque, cavó un hoyo donde sembró unas semillas. Al momento, brotó de la tierra una torre preñada de personas de todas las razas. Miré al cielo y ahí estaban de nuevo los dos aviones que planeaban más bajo de lo que debieran. 

-¿Y don Quijote?

-Allí estaban don Quijote y Sancho, pero no los de la Mancha sino los de Manhattan, con sus atuendos de Star Wars. Marcela se fue un momento y el caballero aprovechó para escarbar otro pequeño hoyo. Se posó en sus manos un jilguero y tuvo la descabellada idea de sembrarlo como si fuera una semilla. ¡El pobre pájaro dejó de cantar!

Cuando volvió Marcela junto al alcornoque, brotó otra torre gemela de la anterior, asimismo repleta de gente. Pero uno de los aviones se lanzó contra ella y, algo más tarde, el segundo hizo otro tanto con la torre de Marcela. Comenzaron a llover tantos muertos que no podía contarlos. 



Un ángel arrojaba fuego, aquello era el Apocalipsis. Las arpías reían y los veinticuatro ancianos tañían sus instrumentos. ¡Eran como los del arco de la Isla! 



El fuego arrasó todo pero don Quijote aseguraba que Marcela no se había quemado. Se sentó junto al alcornoque que había quedado intacto, aunque rodeado de cenizas. De las cenizas brotaron dos palomas que volaron alto y luego descendieron como el Espíritu Santo de los dibujos del catecismo escolar. 

Era una sola paloma que, al llegar a cierta altura, trocose en otra enorme torre. Me acerqué y don Quijote de Manhattan me dijo que esa torre era Marcela, que deseaba acoger a las almas que habían sobrevivido. Iría a buscarla por esa ciudad de incontables torres porque esa Marcela había de ser el amor que confundiría su vigilia con sus sueños. 



-La torre que brotó de las cenizas de las dos sería la Torre de la Libertad.

-¿Libertad? Sí, Marcela fue aquella que manifestó: "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos...".

¿Amor? ¿Olvidaron sus mercedes a aquella que ya en el primer capítulo...?

"Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso..."

Don Miguel lo tiene muy claro y nosotras también. Sigue Austri con tu sueño. ¿O se acabó ya?

-El sueño anestésico de don Quijote terminaba ahí y yo salía de su sueño pero seguía soñando. Era un caos porque los sueños nos conducen de un lugar a otro y de un tiempo a otro, sin orden alguno. Después de lo de la torre, me encontré junto a la cama del hospital donde el caballero androide se recuperaba de la paliza policial. Yo veía sin ser vista, la atalaya de los sueños que dice el libro. Pero el cerebro es una extraña batidora porque aquella habitación hospitalaria neoyorquina estaba...¡en el desaparecido Hospital Yagüe de Burgos! Habían empezado a derribarlo y nos envolvía una niebla polvorienta. 



El caballero intentaba incorporarse pero sus pocas carnes le pesaban más que el esqueleto. Se miró en un espejo y se vio tan mal que consideró que el tiempo de inconsciencia había sido la propia muerte y que el despertar no era, ni más ni menos, que su resurrección. Así se lo comunicó a Sancho cuando entró en la habitación:

"Has de saber que de aquí en adelante poco habrás de temer por mi salud, pues ya he superado la propia muerte."

-Lo que vino a continuación no lo recuerdo bien, sé que el caballero creía haber resucitado y Sancho le llevaba la contraria, con un escatológico argumento: los resucitados no tienen necesidad de hacer aguas menores ni mayores. ¿Muerto y aún en el mundo de los vivos? Eso no era muy católico. Don Quijote se enfadó con Sancho, a ver por qué no habrían de cagar los resucitados. 

Iba a seguir con la bronca cuando escucharon los lloros de una mujer en la habitación de al lado. Se vistió su dorada armadura y se encomendó al amor de Marcela, seguro que habría algún entuerto que desfacer. Sancho y yo le seguimos. 

Era una bella muchacha de hasta dieciocho años que lloraba ante el cuerpo de su abuela muerta. El de Manhattan se le ocurrió que podría resucitar a la anciana, "por el poder que acaso se otorgara por estar resucitado". La angustia de la joven era tanta que se dejaba calmar por cualquier aliento aunque fuera disparatado. Don Quijote le habló: "Tu abuela no está muerta. Sólo duerme". Ante mi atónita mirada, y la de Sancho, y la de la nieta, seguía diciendo: "Yo soy la resurrección y la vida..." 





La muchacha se quedó muda mientras don Quijote tenía las manos puestas sobre la abuela. Sancho recitó maquinalmente unas palabras que le vinieron "como ráfaga de un vago recuerdo", pensando que eran fruto de su fantasía:  "...poco hará al caso que él esté en el otro mundo; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo que lo contradiga...".

-"...o, por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que quedéis más que medianamente satisfechas."

Lo que le dice don Quijote  a Maritornes que teme por la vida del ventero. Mas mi don Quijote no manifestó nunca tener poder de resucitar a nadie. Eso que recitaba el Sancho sevillano es mío, está en el capítulo 1.44 de mi libro, donde se prosiguen  los inauditos sucesos de la venta. 

-El milagro de don Quijote y la ensoñación de Sancho quedaron bruscamente interrumpidas por la llegada de cuatro siniestros personajes. Dos de ellos, trajeados de negro, eran de los servicios funerarios y recitaban los diferentes tipos de ataúdes a mayor velocidad que un camarero sevillano canta sus tapas: croquetah, calamaritos, papah aliñah, etc. La otra pareja preparaba el cuerpo de la abuela que ya estaba agarrotada. Era difícil papeleta meterla en el ataúd.

La nieta estaba horrorizada y yo también. Quebrantaron los huesos de la abuela con un extraño artilugio cuya mecánica era parecida al del garrote vil. Don Quijote buscó en la Biblia el pasaje adecuado, cuando los soldados iban a quebrar las piernas de Jesús pero no lo hicieron porque estaba muerto. Y arremetía contra ellos llamándoles buitres, quebrantahuesos, bárbaros y romanos. Pero irrumpió en la habitación la pareja de policías que venían a recoger a don Quijote, una vez curado de sus heridas, para llevarlo al calabozo.  



Quise consolar a la muchacha pero me di cuenta de que no entendía el cristiano, es decir el español. ¿Cómo había podido entender hasta ahora? Los quebrantahuesos se marcharon con la máquina de quebrantar a otra parte y, al poco, oíamos el horrible chasquido de huesos rotos, otro cadáver agarrotado. Cras, cras, cras, era horrible. Me asomé a la ventana, habían derribado ya medio hospital. ¿Un hospital neoyorquino o el Yagüe? Oía el estruendo de las excavadoras mezclado con los graznidos de las arpías. Buuuum, bloguera, bloguera. 

¿Dónde estaría la celda de don Quijote? Salí a la locura de las calles neoyorquinas, tenía sed y hambre. Entré en un restaurante de comida rápida, un Starbucks. Pero era muy tarde y sólo quedaba un empleado que "al terminar la jornada tenía que verter en el fregadero litros y litros de leche que ni siquiera caducaba al día siguiente". Lo sentía, no podía servirme nada, ni siquiera un café. ¿Un donuts? No, nada. 



¿Un poco de esa catarata blanca? No, por Dios, su compañero estaba cautivo por haber dado de esa leche a los "homeless". Por si se le olvidaba, junto a la máquina de café había un cartelito que recordaba: "Llevar a casa o regalar comida a punto de caducar es lo mismo que robar". Me contó que su jefa era terrible, la señora Cara Coles. Caracoles, vaya nombrecito. 

-¿Desperdiciar comida? Nunca, voto a Dios. En mi libro, en mi época, la comida era un bien más bien escaso. Recuerden vuesas mercedes que "todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire. Esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte".




-Me desperté  y en la mesilla había un café con leche de Starbucks y un donuts de colorines. Hasta otro día, amiga. 

-Hasta pronto. Gracias por contarnos tu sueño. 

¿Tiene remedio el mundo? A pesar de los aviones asesinos, de los inhumanos quebrantahuesos y Cara Coles, de la salud como negocio, de la leche derramada y la comida desperdiciada ante los atónitos ojos de los hambrientos...


Un abrazo de María Ángeles Merino

Y de Austri

Con la colaboración del busto parlante de Cervantes

Texto de color naranja tomado directamente de:
Don Quijote de Manhattan (Testamento yankee). Marina Perezagua. 
Primera edición: septiembre de 2016.
Los libros del lince s.l., 2016.

ISBN 978-84-15070-72-6

¡Feliz Año Nuevo 2017 y felices Reyes! 



12 comentarios:

La seña Carmen dijo...

¡Dios mío! ¡El Yagüe, qué bien traído! ¡Cuántos recuerdos! Que los Reyes sepan encontrar el camino con esta niebla.

Bertha dijo...

Gracias por compartir vuestro precioso tiempo...

¡FELICES REYES!

Pedro Ojeda Escudero dijo...

ESpero que lo tenga...
Qué bien traído todo: el Yagüe, las arpías... y qué bien ilustrado. Qué pulso. Por cierto: pobre Austri, dónde la metes, en el sueño de un sueño...
Feliz año, felices Reyes.

Myriam dijo...

¡Claro que lo tiene!
Peores cosas hemos visto.

Vaya, con este Sueño de Austri, que más que sueño parece pesadilla :-)!

Besotes.
Que te debo varios comentarios
Y allá voy, aunque te he estado leyendo.

Estoy entre páginas dijo...

Hola, me pasaba para decirte que te acabo de encontrar, tu blog me ha gustado mucho por lo que ya me tienes de seguidora, yo también tengo un blog, por lo que te invito a el, muchos saludos..

http://estoyentrepaginas.blogspot.com.es/

Abejita de la Vega dijo...

Encantada, Cristina. Pasaré por tu blog. Saludos.

Abejita de la Vega dijo...

Me gusta tu optimismo. Ojalá tenga arreglo el mundo. Pobre Austri, en su sueño se colaron sus fantasmas personales junto a lo de Don Quijote de Manhattan.
Deber, no por Dios.
Nos leemos.

Abejita de la Vega dijo...

Dónde la meto, pobrecilla. Gracias, Pedro, por tus palabras. Algo de arreglo,esperemos. Soñamos que soñamos.

Abejita de la Vega dijo...

¡Cuántos recuerdos nos trae el Yagüe a los burgaleses! Su demolición nos lleva a rebobinar nuestra vida. Encontraron el camino, cómo no. Pasarían por Gumiel.

Abejita de la Vega dijo...

Un abrazo a todos los que habéis pasado por aquí.

Paco Cuesta dijo...

Toda interpretación cabe en este nuevo Quijote políglota, intertextual, bíblico, sembrador de torres.
Besos

Ele Bergón dijo...

Vaya líos en los que metes a Austri, nada más y nada menos que en el sueño del otro, para que viva una pesadilla y ella en vez de enfadarse te obsequia con un café con leche de Starbucks y un donuts de colorines. Solo le ha faltado una rosa amarillas. Supongo que no tendrás queja de ella.

Besos