jueves, 28 de enero de 2016

Recuerdos en torno a "El Alcalde de Zalamea", un vídeo de You Tube y una visita pícara e inesperada.


Viejo libro de texto y edición de "El Alcalde de Zalamea" de Cátedra.

Comentario inicial a "El Alcalde de Zalamea" de Pedro Calderón de la Barca. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Inicio una nueva aventura lectora: “El Alcalde de Zalamea” de Pedro Calderón de la Barca. Elijo la edición de Cátedra. Se ofrece en ella el texto de la edición príncipe de "El garrote más bien dado", título que defiende Ángel Valbuena Briones, autor de la edición. Lo del garrote me sobrecoge un tanto. 



Leo la introducción que incluye una información muy completa sobre la vida y la obra de Calderón, junto a un análisis de "El Alcalde de Zalamea". Pero, de pronto, me acuerdo de un viejo libro de texto de séptimo de Educación General Básica, firmado nada menos que por Lázaro Carreter, que todavía conservo. Porque yo fui a E.G.B. 

Y siento nostalgia leyendo su sucinta información: seguidor de Lope de Vega, maestro de autores de teatro, nació en Madrid en 1600, familia acomodada, universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, autor dramático, no cultivó otros géneros, sigue de cerca las comedias de Lope pero se hace más reflexivo, sosegado y profundo, Felipe IV le pone al frente del teatro de Palacio, sus dos obras maestras "El alcalde de Zalamea" y "La vida es sueño", autor de autos sacramentales, se ordena sacerdote y muere en 1681. 


Viejo libro de texto y edición de "El Alcalde de Zalamea" de Cátedra.

¿Y qué dice de "El Alcalde de Zalamea"? Las tropas españolas van hacia Portugal. El capitán don Álvaro y sus hombres se detienen a descansar en el pueblo de Zalamea, a la espera del general don Lope de Figueroa. El capitán va a hospedarse en casa de un rico labrador llamado Pedro Crespo, el cual tiene una hija, Isabel, que es la más hermosa de toda Zalamea. Don Álvaro la ve y desea conquistarla...

Después los niños leerían el diálogo entre el digno  e irónico alcalde y el colérico don Lope. El libro pide que comparen sus diferentes caracteres, que vean como Pedro Crespo se burla de los juramentos y bravatas de don Lope, que identifiquen la estrofa como romance...Tenían doce o trece años. ¿Podían leer a Calderón? Nostalgia de una profesora de E.G.B., qué antigua soy.



Pedro Crespo, para mí Pedro Crespo es Paco Rabal, en una película de 1974, proclamando  aquello de "Al rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios". 



Lo confieso, no me es simpático eso del honor calderoniano. ¡El honor! ¿Qué consistencia podía tener esa palabra para que, en su nombre, se cometieran, y se cometen todavía, ay, tantas burradas. Burradas, sí, aunque les pido disculpas a los burros. Veamos lo que dice el diccionario de la RAE: "Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual transciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea". Eso está muy bien, pero también: "honestidad y recato en las mujeres y buena opinión granjeada con estas virtudes". No me gusta, la inocente Isabel no va a tener otro camino que el convento, donde encontrará "esposo que no mira en calidad". ¡Mira tú que ley!

Anda, ponte ya a leer, María Ángeles. Deja el honor para otro momento.

Me pongo. Leo la "comedia famosa" hasta la jornada tercera, en que sale Isabel como llorando. Disfruto mucho de la lectura pero echo en falta  imágenes y voces y la solución está en los vídeos de"You Tube". Elijo una versión añosa que anuncia ser completa, asegura que es de 1954, pero debe ser una equivocación puesto que tiene todo el aspecto del teatro televisivo de los setenta y las caras son las conocidísimas de aquella época: Fernando Delgado, Pablo Sanz, Francisco Morán, Lola Cardona, Alicia Hermida, Nicolás Dueñas...Escucho y echo un vistazo mientras...hago la comida, por ejemplo. 


Estoy metida en harina, en la obra y en la comida. De pronto, la pantalla del móvil me muestra a una mujer vestida de hombre, a la moda del siglo XVII. Pero no recita a Calderón sino que se dirige a mí. ¡Es Chispa, que me está hablando! Vuelvo a las andadas con los secundarios, al parecer. Ya no me sorprende, escúchola:

Saludo a su merced. Me llaman la Chispa, la Chispilla, y por amor, sí por amor, estoy aquí. Bien conozco la fama de las soldaderas, tal es mi condición: "mujer que convivía con los soldados durante las campañas de guerra”.  A la guerra de Portugal vamos, donde el rey Felipe II, mi Señor, anhela ser coronado como rey luso, por la sangre de su bellísima madre doña Isabel y su matrimonio con doña Manuela que en la paz de Nuestro Señor descanse.



Mas a  “perecer con Rebolledo me resolví”, un pícaro soldado, tan alto y recio como los rebollos. Porque yo, maguer chiquita y graciosa, “ barbada el alma nací” y vine “para sufrir trabajos con mucha honra”, que para estarme regalada “no dejara en mi vida…la casa del regidor donde todo sobra, pues al mes mil regalos vienen”. Viva, ingeniosa y aficionada al buen vino, que no borrachina. Mis jácaras dan una poquilla alegría a la dura vida de los soldados y si saco el "barato" en algún juego de azar, bien venido sea. 

Bien sé que otros escritores de mi persona han usado, mas ninguno como mi don Pedro Calderón de la Barca. Voacé puede leer “El diablo cojuelo” o la “Jácara entremesada de la Pulga y la Chispa”. Doy licencia  a los de péndola que “vaya y venga la tabla al horno y a mí no me falte pan”.



Voacé se preguntará por qué don Pedro comienza su obra con unos personajes como Rebolledo y una servidora, de la calaña de los pícaros, como Lázaro del río Tormes o Justina la pícara o la andaluza lozana; que también hay soldados lectores y cuéntanme historias, que para todo hay tiempo. El mismo Cervantes, el de don Quijote, qué risas cuando lo leen en voz alta, puso gente apicarada y hampona en una comedia donde salía un rufián dichoso. Tan pícaros como mi Rebolledo, soldado apicarado donde los haya, ay qué dulzura la de entrar en esos rebollos.



Su mercé me pregunta por qué y yo aquí dando palique. Paciencia, que pongo a refrescar la memoria y cuéntole lo que largaba un soldado estudiante de Alcalá de Henares, cuando juntábase con un sargento que sabía de gramáticas, la puerta decían, tal puerta nunca vi. Pues decía que el Arte Nuevo de hacer comedias, el que inventó don Lope de Vega, tenía como propósito el ser “un espejo de la vida”. “Buscó un acercamiento a la realidad…Lo cómico y lo grave, lo humilde y lo hidalgo se mezclaron…se esforzó…en captar una apariencia de lo real”. 




Sólo apariencia, que yo no muestro lo feo y lo repugnante de mi oficio. Y nuestro mundo de “hampa” se sugiere por nuestra manera de hablar, el estudiante aseguraba  que tales vocablos eran de “germanía”. Tampoco conoceremos detalles de la desgracia de Isabel, la hija del alcalde Pedro Crespo, mas no adelanto acontecimientos.

Mas lo creen ciertamente los que van al corral de comedías porque don Pedro Calderón es un maestro de la palabra. ¡Y cómo acarician los versos nuestros oídos! ¡Qué música sin instrumentos! Un poco repetitivo sí es, digo yo que para que el público comprenda, como el maestro que dice lo mismo unas cuantas veces para que a los muchachos se les quede. "Anadiplosis, epanadiplosis, reduplicaciones o epímones, epiforas y expoliaciones". Casi nada. 

¿Qué de dónde saco tales vocablos? Pedile al de Alcalá que me las apuntara en un papelillo que llevo escondido en los pliegues de la camisa, no sé lo que quieren decir pero suenan bien y tal vez un día me sean útiles para camelar algún pardillo. Sé leer, no le extrañé a voacé, tuve buenos maestros, que tiempo había para todo y...por algo me llaman la "Chispa".

Así que comenzamos la jornada primera. Salimos Rebolledo, los soldados y yo. Rebolledo rompe el silencio con un devoto y blasfemo "¡Cuerpo de Cristo...! Los soldados llevan mucho tiempo de marcha "sin dar un refresco". No se quejan, contestan con un amén. Mi hombre trata de arrancarles una queja, si son acaso gitanos para andar así, aturdidos por el tambor, seguir siempre a la bandera. 



Replican, el cansancio se les olvidará a la entrada del lugar, no han de mostrar pesar. ¿Y si el comisario viene a la entrada con malas noticias? Porque hay concejos que pagan para que los soldados se vayan. "Señores soldados, orden hay que no paremos, luego al instante marchemos". Y ellos a obedecer. Rebolledo no puede más, previene a su compañeros, amenaza con dar un tornillazo, desertar. Un soldado le advierte,le puede costar la vida, que don Lope de Figueroa es "el hombre más desalmado...y que sabe hacer justicia del más amigo".

 A Rebolledo no le inquieta, " sino por esa pobreta que viene tras la persona". Le digo que no se aflija,que "barbada el alma nací", que vine "a marchar y perecer" con él. Él se anima y me proclama: "¡Viven los cielos, que eres corona de las mujeres!". Hay vivas a la Chispa y no me puedo negar cuando Rebolledo me pide que cante una jácara. Cantamos los dos:

CHISPA: Yo soy tiritiritaina,
flor de la jacarandana.

REBOLLEDO: Yo soy tiritiritina
la flor de la jacarandina.

CHISPA: Vaya a la guerra el alférez
y embárquese el capitán

REBOLLEDO: Mate moros quien quisiere
que a mí no me han hecho mal
...

Y se acabó el pesar. ¡Lo que pueden mis mágicas jácaras! Que vaya otro a la guerra. ¿Que nos han hecho a nosotros los enemigos?

Volveré, le contaré, señora mía. No se olvide de la Chispa. 

-Adiós, Chispa. Aquí espero tu próxima visita. 

Un abrazo de:

María Ángeles Merino en su entrada número 1000.



Bibliografía


"El Alcalde de Zalamea", Pedro Calderón de la Barca,edición de Ángel Valbuena, Cátedra, Letras Hispánicas. Fragmentos en azul de la introducción. El texto de Calderón de color naranja.
Texto completo de "El Alcalde de Zalamea", aquí.
Vídeo, aquí.
Curso de Lengua, 7 º EGB, Fernando Lázaro Carréter, 1983, Anaya.

jueves, 21 de enero de 2016

"Los Pazos de Ulloa": una novela de tesis vestida de folletín.

Sesión de lectura del día 19 de enero de 2016. Buenas lectoras y buen profesor.

Pequeña crónica de la reunión del Club de Lectura presencial, de la UBU. Comentamos "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por el profesor Pedro Ojeda. 

Estamos a 19 de enero de 2016, son las cuatro y media de la tarde. Comienza nuestra sesión de lectura en la Sala de Juntas de la Facultad de Humanidades de Burgos. Recibimos noticias de las futuras lecturas y los encuentros con escritores, así como los posibles viajes. Ahora vamos con "Los Pazos de Ulloa" de Emilia Pardo Bazán.

Como ya nos dijo Pedro Ojeda en la sesión anterior, y ahora nos lo recuerda, estamos ante un “novelón”. Algunos ya lo conocíamos, aunque, tal vez, ahora lo hayamos contemplado desde una perspectiva diferente. 

Mi nuevo cuaderno de notas junto al "novelón"

La exposición de Pedro Ojeda fue tan amena e interesante como siempre. Aquí tenéis lo que mi cuaderno pudo recoger de la misma y mi interpretación, confiando en la memoria y en la capacidad de traducir notas manuscritas a la carrera:


Emilia Pardo Bazán escribió la novela después de “La cuestión palpitante”, un estudio del Naturalismo europeo, con Émile Zola a la cabeza. La escritora se sentía con fuerza para incorporar esa corriente literaria a su obra. Su intención  era mover el árbol para ver si caían nueces, probar con el cambio: incorporar la narrativa española a la narrativa europea.  El estudio fue muy alabado por Zola; pero más adelante, cuando E.P.B. escriba “Los Pazos de Ulloa”, el escritor francés dirá que E.P.B. no podía ser naturalista por ser católica, que podía utilizar técnicas naturalistas, pero no era naturalista. 



Esa fue precisamente la intención de la escritora, la de hacer una obra naturalista dentro del contexto español, arriesgándose a recibir críticas, siendo además una mujer…Se puso en primera fila y se arriesgó a no seguir una escuela, a romper y hacer algo nuevo. 


En su vida personal, coincidió con el fracaso de su matrimonio y las relaciones extramatrimoniales; lo cual nos lleva a recordar a Galdós, al que llamaba cariñosamente "miquiño mío". 


Una mujer de armas tomar que mantenía polémica con muchos escritores. Pedro nos cuenta una significativa anécdota relacionada con José Zorrilla: cuando le dijeron que  iban a coronar al viejo escritor como poeta nacional, ella preguntó con sorna si estaba todavía vivo. Anécdotas aparte, de lo que no hay duda es de que estamos ante una novela muy bien escrita, de una mujer que rompe.


Coronación de José Zorrilla

En su época, hay muchas novelas con protagonistas sacerdotes. Pero lo que hace diferente a "Los Pazos de Ulloa" es que está focalizada en Julián, un cura débil, lleno de dudas que resuelve con un "¡Dios sobre todo!". Un espíritu femenino, tal eran las acusaciones de sus compañeros en el Seminario. 

Lo que se leía entonces era el folletín y E.P.B. quería que su novela se leyera, que tuviera un público. Para ello, utiliza la estructura argumental del folletín. Es una historia cantada, va a acabar mal y lo sabemos desde el principio. Usó las fórmulas folletinescas para ir donde quería ir, hacer otra cosa,  ir más allá. 



La sorpresa  no va a ser la sorpresa argumental, estamos ante una novela de tesis, aunque entonces no se llamara así. Su intención era demostrar algo y, para ello, la escritora deseaba que la novela se comprendiera muy bien. Era como un experimento científico comprensible, para introducir una reflexión, como un caldo de cultivo al que se añadía un reactivo. E.P.B. entendía la literatura  como una herramienta de cambio social. La pretensión de su novela de tesis era cambiar conciencias y, con ello, la estructura de un país ¿Las conciencias de quiénes? 

¿Del pueblo? No, E.P.B. no escribía para la clase popular, ningún escritor lo hacía entonces. Escribía para la burguesía, en todos sus sectores, desde los demócratas republicanos hasta los conservadores, incluidos los carlistas, un público muy amplio. 



E.P. B. era una monárquica católica  que deseaba levantar la bandera de que esto había que levantarlo. Criticó ferozmente a la aristocracia y a la burguesía por no cumplir su misión social. El país estaba abandonado, la aristocracia dejó de cumplir su misión histórica y estaba en decadencia.  La burguesía no había ocupado su lugar, no hacía nada. Lo vemos en ese Santiago de Compostela, llamado con toda intención pueblo. Los burgueses se limitan es ocupar el diván de los maldicientes, a pasear y, en el caso del señor de la Lage, casar más o menos satisfactoriamente a sus hijas. 



El retrato de ambientes y personajes es extraordinario. La borrachera del niño atrapa. Las emociones las vive Julián que es el débil y fracasa. Nos encontramos, además, por primera vez en la literatura, con una condena a la violencia de género, en una voz de mujer, en unos tiempos en que regía el "te pego porque eres mía".

¿Por qué no era posible cambiar? ¿Por qué Primitivo tenía tanta fuerza? Primitivo podía porque había un vacío de poder, la clave era la lucha entre civilización y barbarie.

 Si no hay civilización, hay barbarie. Las fuerzas de la Naturaleza sólo se pueden vencer con un poder ordenador. E.P.B. denuncia la ausencia. ¿Dónde está la burguesía revolucionaria que tenía que ordenar este territorio? 

Porque, desde el primer capítulo, aparece el abandono, unos caminos infernales donde Julián casi se despeña. 

Ahora veamos las opiniones de los lectores:
  • Abre el fuego un lector que da su opinión como lector del siglo XXI y anuncia que va a ser abogado del diablo. Quiere que una obra le sorprenda y E.P.B. nos lleva por un carril conocido, sabemos que va a ser una tragedia, que el hijo de Nucha va a a ser niña, todo está predeterminado. Hay, además, demasiadas palabras para contarnos esa Galicia húmeda y rural. Ella pide a una obra que le emocione, le entretenga y le enseñe. Sólo le ha emocionado en el último capítulo cuando se mete dentro del niño Perucho que rapta a la niña. El lenguaje le ha parecido correcto, académico, burgués, frío. El tiempo, demasiado lento y la obra, en general, ha envejecido mal.
  • Me ha entretenido y me ha ilusionado. ¡Qué suerte haber nacido más tarde!
  • La que esto escribe, se ha sentido especialmente emocionada durante el parto de Nucha, abandonada por todos. El médico y el marido charlan y beben, comentan lo debiluchas que son estas mujeres de ciudad. Mientras tanto el cura Julián sufre sin poder hacer nada, hay tormenta, se angustia, reza, muestra amor de verdad. Pienso cómo vivirán ese capítulo las mujeres que conocen la experiencia del alumbramiento. Me quedé helada leyéndolo junto a las tapias del Parral, en un atardecer de diciembre, a quién se le ocurre.
  • Hay capítulos más ágiles, otros más lentos.
  • Lo sabes, lo barruntas, pero está maravillosamente escrita. El mundo de la burguesía, los criados, las brujas...
  • Yo no creo que haya pretendido hacer una novela de suspense. El ritmo está muy meditado. Unas veces rápido, otras lento. Yo no busco que una novela me enseñe, casi no quiero.
  • Es el tipo de historias que gustaban en esa época, dramas familiares y personales. Como en "Jane Eyre", en las novelas inglesas. Sabes lo que va a ocurrir, está cantado, no te sorprende...pero me ha parecido una novela muy interesante. Yo le pediría a Julián que fuera más atrevido.
  • Era una mujer "oronda" que había sorprendido en un momento decadente y convulso. Una mujer de siglo XIX que habla de corrupción, algo posible gracias a su educación y a sus viajes por el extranjero. Este libro me trae recuerdos de cuando hice el Camino de Santiago por paisajes tenebrosos, oscuros y solitarios que daban miedo. Me ha servido para buscar otras cosas: la degradación de España por el caciquismo.
  • Hay una crítica a la falta de cultura, ese médico disparatado...
  • Me gustan algunos capítulos: la borrachera del niño, las visitas de los recién casados, las elecciones...Me encanta el pucherazo.
  • Hay un determinismo biológico, todo está determinado por más que se intente cambiar de situación.
  • No la veo como feminista, el narrador describe como es golpeada Sabel, no toma partido.
  • En la segunda parte, en "La Madre Naturaleza", Julián se sale con la suya a su manera.
  • Un guiño para que leamos la continuación ideológica de la primera. Pedro Ojeda nos anima a hacerlo.
  • Concluyo con una anécdota personal, vivida por la que esto escribe. La primera alumna analfabeta que tuvo en sus clases de educación de adultos, en 1989, en Beasain (Gupúzcoa) fue una mujer natural de una aldea cercana a Carballino, en Orense, la misma comarca de "Los Pazos de Ulloa". Cebre es Cea. Ahora comprendo...
Acabamos la sesión con el anuncio de la próxima lectura: "El alcalde de Zalamea" de Calderón de la Barca. Una obra de teatro para nuestra próxima aventura lectora.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Dedico esta entrada a mi alumna Josefa, nacida en una aldea próxima a Carballino, en Ourense. Nunca olvidaré su pena por no haber podido aprender a leer y su sentido mágico de la vida. 

jueves, 14 de enero de 2016

"Los Pazos de Ulloa": "ya no podía continuar en los Pazos"



Comentario al capítulo séptimo de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Os saludo a todos los que pasáis por aquí, en un 14 de enero, ya acabadas las vacaciones de Navidad, de vuelta a la rutina, todavía con los adornos navideños en las calles. Recordáis de la entradas anteriores que, de perspectiva a perspectiva, cometí una travesura literaria y de la tercera pasé a la primera persona porque...me resultaba más cómoda. Siguiendo al narrador sabelotodo, me perdonará doña Emilia, me inventé un cuentecillo:

Érase una vez una vieja carpeta, encontrada en una vieja casona de Santiago de Compostela. Estaba en un cajoncillo oculto en un viejo bargueño y encontrola, por casualidad, un peregrino alojado en la casona, convertida en albergue. Contenía unas cartas que Julián Alvárez envió a su madre, poco después de su llegada a los pazos. Ya sabéis, misia Rosario, ama de llaves de los de la Lage, personaje apenas esbozado por doña Emilia. Entregómelas el peregrino para que se las custodiase, pronto volvería a por ellas. Me había conocido leyendo "Los Pazos de Ulloa", junto a las tapias del Paseo del Parral, un lugar que ve pasar a muchos que van camino de Compostela. Le parecí persona de confianza, que no esperaba encontrar una lectora de la Pardo Bazán por estas castellanas tierras. Y colorín colorado.

Aquí tenéis la quinta carta de Julián a su madre.

Mi queridísima madre:

Comienzo esta carta deseando, de todo corazón, que al recibo de la presente se encuentre usted bien de salud. Su hijo de usted, el que esto escribe, hállase sano de cuerpo y alma, gracias sean dadas a Dios y a la Santísima Virgen.


Como le decía , en mi anterior carta, volvía a la casa solariega preocupado, acusándome de no haber reparado en cosas de bulto. No, "ya no podía continuar en los Pazos". Pero no podía vivir a cuestas de usted, madre, sin más emolumentos que la misa. ¿Y cómo dejar al señorito que me trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa que necesitaba un restaurador celoso y adicto? ¿Y mi deber de sacerdote?

El sosiego que derramaba la madre naturaleza vino en mi ayuda. Aquella noche aprecié por primera vez la dulce paz del campo. Olía a manzanillas y cabrifollos. "¡Dios sobre todo!" era mi respuesta de sacerdote.




Mas no imaginaba la tormenta que iba a encontrar en los Pazos. En el umbral de la cocina me quedé paralizado. Sabel aullaba en el suelo. Don Pedro, loco de furor, la brumaba a culatazos. Perucho sollozaba.

Ahora sigo contándole, que me temblaba la pluma y no pude rematar la misiva. Como es natural, arrojóme hacia el grupo, clamando:

-
"¡Señor don Pedro..., señor don Pedro!"

Volvióse y “se quedó inmóvil con la escopeta empuñada por el cañón”. Poseído por la ira, no se disculpaba ni acudía a la víctima sino que balbucía insultos y amenazas con voz ronca y terrible. La instaba a levantarse para hacer la cena. Yo la ayudaba a incorporarse y ella gemía, con el traje de fiesta sucio y roto. Uno de los zarcillos se le había clavado en la nuca y salía sangre. “Cinco verdugones rojos en la mejilla contaban cómo había sido derribada". "¡La cena he dicho!", repetía don Pedro pero, lo de menos era la cena, lo de más era reparar su orgullo de macho herido.



Sabel no hablaba, gemía y tomó en brazos a Perucho que lloraba a moco y baba. El señorito cambió de tono, pasó la mano por la frente del niño y encontró sangre. ¡Acababa de herir a su hijo! Se maldecía a sí mismo mientras mojaba un pañuelo y lo ataba sobre la descalabradura. Mas no cesaba en su ira: "¡...yo te enseñaré a pasarte las horas en las romerías sacudiéndote, perra!".

Por fin, la mujer reaccionó. Debía dolerle mucho el hombro. En voz baja, pero con energía repetía : "Yo me voy, me voy...". Yo veía al señorito que estaba dispuesto ya "a hacer alguna barrabasada notable". Gracias a Dios, en ese momento, salió Primitivo de un rincón oscuro donde estaba oculto. Y preguntó muy sosegadamente: "¿No oyes lo que te dice el señorito?". La moza se tragó los sollozos y tartamudeó: "Oi-go, siii-see-ñoor, oi-go". Bajó de la espetera una sartén e inmediatamente apareció la bruja de las greñas blancas, con un mandil atestado de leña. Primitivo cogió respetuosamente la escopeta de la mano del marqués y se la llevó. 

Creí llegada la ocasión de actuar. Invité al señorito a pasear por el huerto, a disfrutar de la noche. Salimos, oíamos a las ranas, no se movía una hoja. La oscuridad me ayudaría a soltar la lengua.



Empecé con un respetuoso "Señor marqués, yo siento tener que advertirle...". Se volvió bruscamente y me cortó en seco, se sabía ya el sermón, así que a callar. Como si fuera lo más normal, uno de esos momentos en que el hombre no era dueño de sí, me decía, aunque digan que no se debe pegar nunca las mujeres, que según sean, que algunas harían perder la paciencia al santo Job. Que lo que sentía era el golpe que le tocó al chiquillo.

Le dije, como era mi deber, que no estaba bien maltratar a nadie, que la tardanza de la cena no era motivo. El señorito explotó: "¡La tardanza de la cena!". Eso importaría muy poco, si la moza no tuviera "otras mañas". Que la había visto "bailar como una descosida" y "bien acompañada" después. 



Me estaba revelando unos celos feroces y yo no sabía qué responder. Le pedí que disculpara la libertad que me tomaba, que una persona de su clase no debía rebajarse por una criada, que a la gente le diera por pensar. Lo estaba pasando muy mal, no podía olvidar que estaba ante don Pedro Moscoso, aunque hablara con la autoridad que me concede el Orden Sacerdotal.

Al fin tuve valor y rectifiqué: "Digo pensará. Ya lo piensa todo el mundo...". Y solté lo que había preparado concienzudamente. Lo había ensayado, incluso.

"Y el caso es que yo..., vamos..., no puedo permanecer en una casa donde, según la voz pública, vive un cristiano en concubinato... Nos está prohibido severamente autorizar con nuestra presencia el escándalo y hacernos cómplices de él".



"Leria, leria" murmuraba galaicamente el marqués. La juventud, la robustez, la hombría, valientes justificaciones. Me pedía que no le pidiera imposibles, que el que más y el que menos...Sólo le faltaba preguntarme. ¿y usted?

Le repliqué contundentemente, yo era un pecador pero estaba obligado a decirle la verdad. Le regañé como se regaña a un marqués: "¿no le pesa de vivir así encenagado? ¡Una cosa tan inferior a su categoría y a su nacimiento! ¡Una triste criada de cocina!". Sí, madre, ya sé que nuestro Señor Jesucristo predicó la igualdad de todos los seres humanos, pero tenía que decirle algo que pusiera el dedo en su soberbia.

Seguimos andando por el huerto. Después de un rato de silencio, exclamó: "¡Una bribona desorejada, que es lo peor!" . Don Pedro Moscoso se sinceraba mientras trituraba una ramita de castaño:" a toda esa gavilla que hace de mi casa merienda de negros, a la aldea entera que los encubre, era preciso cogerlos así ". Porque era saqueado y comido vivo por Sabel, por Primitivo, por la Sabia con sus hijas y nietas...Pensé en los pequeños hurtos de la cocina; mas no era eso lo que le hería sino la "tunanta" que le aborrecía y prefería irse con cualquier gañán descalzo. ¡La aplastaría los sesos como a una culebra! Yo oía estupefacto aquellas miserias de la vida pecadora y me admiraba de lo bien que tejía el diablo sus redes.

Aquello me parecía fácil de arreglar, bastaba con poner a Sabel en la calle. El marqués meneaba la cabeza y torcía el gesto. Me explicó, si la echaba no encontraría quien le guisase y le sirviese. Su padre, Primitivo, tenía amenazadas a todas las mozas, si se atrevían a sustituirla en el pazo. ¡Y que ya lo había intentado! Un día la puso en la puerta de casa y esa noche se despidieron todas las criadas. Primitivo se fingió enfermo y don Pedro estuvo una semana comiendo en la rectoral y haciéndose la cama él mismo. Y tuvo que pedirla que volviese.

Me descubrió que "ellos" podían más y obedecían a Sabel ciegamente. Que no ahorraba ni un ochavo, que toda la parroquia vivía a su costa: vino, gallinas, leña, pan, bueyes y terneros para labrar sus tierras...Que la renta se cobraba "tarde, mal y arrastro". Que sostenía siete u ocho vacas y la leche que bebía cabía en el hueco de la mano. 




Le sugerí poner otro mayordomo y su respuesta fue un ay, ay, ay. Primitivo le largaría un tiro en la tripa. Y, además, Primitivo no era mayordomo. Mandaba en todos, incluso en él, pero jamás le fue concedida mayordomía alguna. Porque el mayordomo fue siempre el capellán. Primitivo no sabía leer ni escribir; pero se echaba mano de él para todo, las manos y los pies del señorito que "colgadito" estaría sin él.

Yo tampoco he podido amañarme solo y así se lo he reconocido humildemente. Nunca me obedecerá nadie porque soy un infeliz, demasiado bonachón. Así me lo dijo el señorito y hería mi amor propio. No tengo picardía, no conozco las máculas de la gente. Eso ya lo conoce usted bien, madre.

Dándole vueltas al caletre, se me ocurrió sugerirle que saliera un poco del pueblo, que me admiraba de que aguantara todo el año en estas montañas fieras. 





¡Salir de aquí! -exclamó. Mal o bien, era el rey de la comarca, acostumbrado a pisar tierra suya. Yo le repliqué que, al fin, aquí mandaba Primitivo. Él me respondió con "la lógica de la barbarie":

"Bah... A Primitivo le puedo yo dar tres docenas de puntapiés, si se me hinchan las narices, sin que el juez me venga a empapelar... No lo hago; pero duermo tranquilo con la seguridad de que lo haría si quisiese. ¿Cree usted que Sabel irá a quejarse a la justicia de los culatazos de hoy?"

Le contesté que apartándose algún tiempo, tal vez Sabel se casase con alguien de su esfera y él encontraría una esposa legítima. Le sermoneé: la carne es débil, no es bueno que el hombre esté solo, mejor casarse que abrasarse, por qué no se casaba, habiendo tantas señoritas buenas y honradas...

Creo que toqué su fibra sensible. Me contestó que soñaba todas las noches con un chiquillo que continuara el nombre de la casa, que se le pareciera y no fuera hijo de una bribona, que se llamara Pedro Moscoso y le heredera cuando muriera...




Aquellas palabras me llenaban de esperanza pero, de repente, creí sentir a mis espaldas el paso de un animal, el zorro tal vez. Me estremecí. El marqués me cogió del brazo. Articuló en voz baja y ahogada de ira:

"Primitivo...Primitivo que nos atisbará hace un cuarto de hora, oyendo la conversación...Nos hemos lucido... ¡Me valga Dios y los santos de la corte celestial! "



Zorro (Wikipedia)

Creo, madre, que emprenderé el camino a Cebre un pie tras otro y esperaré la diligencia de Orense a Santiago. Me da tristeza cuando miro el paisaje ameno, el prado, los maizales...Pero Dios nos lleva y nos trae.

Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez. ¿Qué me aconseja usted?

Aquí acaba la quinta carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario, desde los Pazos de Ulloa.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino




miércoles, 6 de enero de 2016

"Los Pazos de Ulloa": ¡Vivir en los Pazos y no saber lo que ocurre en ellos!


Comentario al capítulo sexto de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Os saludo a todos los que pasáis por aquí, en un 6 de enero, a punto de llegar los Reyes Magos de Oriente. Recordáis de la entrada anterior que, de perspectiva a perspectiva, cometí una travesura literaria y de la tercera pasé a la primera persona porque...me resultaba más cómoda. Siguiendo al narrador sabelotodo, me perdonará doña Emilia, me inventé un cuentecillo:

Érase una vez una vieja carpeta, encontrada en una vieja casona de Santiago de Compostela. Estaba en un cajoncillo oculto en un viejo bargueño y encontrola, por casualidad, un peregrino alojado en la casona, convertida en albergue. Contenía unas cartas que Julián Alvárez envió a su madre, poco después de su llegada a los pazos. Ya sabéis, misia Rosario, ama de llaves de los de la Lage, personaje apenas esbozado por doña Emilia. Entregómelas el peregrino para que se las custodiase, pronto volvería a por ellas. Me había conocido leyendo "Los Pazos de Ulloa", junto a las tapias del Paseo del Parral, un lugar que ve pasar a muchos que van camino de Compostela. Le parecí persona de confianza, que no esperaba encontrar una lectora de la Pardo Bazán por estas castellanas tierras. Y colorín colorado.

Aquí tenéis la cuarta carta de Julián a su madre.

Mi queridísima madre:

Comienzo esta carta deseando, de todo corazón, que al recibo de la presente se encuentre usted bien de salud. Su hijo de usted, el que esto escribe, hállase sano de cuerpo y alma, gracias sean dadas a Dios y a la Santísima Virgen.


Me pregunta usted, madre, si no he hecho buenas migas con algún párroco de las inmediaciones. Le diré que sólo con don Eugenio, el abad de Naya. Me nombra usted al de Ulloa, mi antecesor. Dios me perdone, que no soy quien para juzgar a nadie y menos a un sacerdote; mas le diré que no soporto su desmedida afición al jarro y a la escopeta. Para un hombre como él, la última de las degradaciones en que puede caer un hombre es beber agua, lavarse con jabón de olor y cortarse las uñas. “Afeminaciones”“mariquita”, palabras que suele gruñir entre dientes, espero que no sea yo su destinatario. Aficionado a la correcta higiene sí lo soy y detesto a esos clérigos que huelen a bravío desde una legua.

En cuanto a los demás curas, por supuesto que me convidan a las funciones de iglesia. Asisto a las ceremonias, pero huyo de las comilonas que vienen después. Mas cuando me convidó don Eugenio a pasar en Naya el día del patrón, acepté de buen grado. 




Hice el viaje la víspera, a pie, que todavía recordaba al jaco que estuvo a punto de despeñarme. Joven y alegre como unas pascuas, con un singular don de gentes, me esperaba en la portalada misma, recogidas las mangas de la chaqueta, levantando en alto un jarro de vino. Diome la mejor cama y habitación que poseía y “me despertó cuando la gaita floreaba la alborada”. 


Pintura costumbrista gallega (Eladio Mosquera Méndez)

Juntos revisamos el decorado de los altares, con especial devoción; pues veneramos al mismo patrón, el bienaventurado San Julián con su sonrisilla, su calzón corto y su palomita. Imagine la imagen modesta y una desmantelada iglesia, sin más adorno que algún rizado cirio y flores en cacharros de loza. Aquello desentumecía mi espíritu, me hacía bien, no sabría explicar por qué.



Nos esperaba una alborozada fiesta campesina, sí. Hoy no toca hablar de bicharracos ni de legajos polvorientos , que el archivo quedó adecentado si no clasificado. 

Llegan los curas, suena la gaita, huele al hinojo esparcido y pisado por los que van entrando. Bajan a San Julián, rodeado de cruces y estandartes llevados por los mozos vestidos de fiesta. Dos vueltas por el atrio, se detiene frente al crucero, el santo vuelve a entrar en la iglesia y es pujado con sus andas a una mesilla engalanada, al lado del altar mayor. 



Empieza la misa, "regocijada y rústica", no podía ser de otra manera. Más de una docena de curas la cantan y el incensario va y viene, suavizando  la "aspereza de las  broncas laringes eclesiásticas". 

El gaitero prodiga sus recursos, se desgañita. Una solemne marcha real en la elevación de la hostia y una muñeira de las más brincadoras en el postcomunio, repetida en el vestíbulo, ya terminada la misa. Mozos y mozas se desquitan "bailando a su sabor" de la compostura guardada en la iglesia. El baile en el atrio, el sol, los curas habladores y el santo "risueño en sus andas". "Todo era alegre, nada inspiraba la augusta melancolía que suele imperar en las ceremonias religiosas"



Yo me sentía tan contento como el santo bendito y salí a  gozar del aire libre cuando distinguí a Sabel, girando con las demás mozas, al compás de la gaita. Y se me aguó un tanto la fiesta, madre. 



Ya le he dicho que acostumbro a huir de comilonas y la que se estaba preparando en la rectoral de Naya era un infierno culinario, Infierno o paraíso, según paar quién. Allí regía un ama de rompe y rasga, la del cura de Cebre, una "fornida guisandera", bigotuda "y de ademán brioso" que, tras unos cuantos escobazos, puso en marcha un formidable ejército de guisos, después de pasar revista a "la hidrópica despensa atestada de dádivas de feligreses": "cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas". A continuación, "ordenó las maniobras del ejército": desplumar, fregar, desollar y limpiar. Unas bodas de Camacho con más curas y a la gallega. 


Pintura costumbrista gallega (Eladio Mosquera Méndez)

En la sala de la rectoral nos esperaba el homérico festín, sobre la mesa cotidiana ensanchada por media docena de tablas cubiertas con limpios manteles. Nunca vi jarros tan grandes, rebosando tinto añejo. Y, sin embargo, le debía parecer poco vino al ama, pues en una esquina esperaban turno dos ollas henchidas de...vino. Bien conocía la sed de los comensales.

Fueron entrando los padres curas y a mí me colocaron junto al obeso Arcipreste de Loiro, en los asientos de preferencia, porque mi humilde persona honraba la ilustre casa de Ulloa. Usted hubiera reventado de gusto. Su hijo de usted pasó mucha vergüenza, al ser el blanco de todas las miradas. Me rodeaban quince curas y ocho seglares, entre ellos el famoso cacique apodado Barbacana, "lo más granado de la comarca". El marqués de Ulloa vendría a los postres, aseguraban.

Circulaba la monumental y grasienta sopa en gigantescos tarterones. El anfitrión nos animaba a los remisos en mascar, afirmaba que había que aprovecharse, pues apenas había otra cosa. Yo lo creí así y, para no desairar al huésped, cargué la mano en la sopa y el cocido. Grande fue mi terror cuando desfilaron los veintiséis platos tradicionales en la comida del patrón de Naya. Ninguna salsa o pebre de origen gabacho: asado, frito, en pepitoria, estofado, con guisantes, con cebollas, con patatas y con huevos. Todo aplicado al pollo, al puerco, al pescado y al cabrito. Un cocinero francés se hubiera hecho de cruces. Las mismas del ama si le hablan de verduras...


"Ahíto y mareado" no tenía fuerzas para rechazar con la mano las fuentes que se pasaban unos a otros. Menos mal que ya me observaban menos, que la conversación se calentaba. Comenzaron con chistes y anécdotas, siguieron hablando de mujeres y derivaron en  pullas sobre política. Yo bajaba la vista cuando hablaban de las señoritas de Molende o la lozana panadera de Cebre. A medida que se vaciaban los jarros, las bromas echaban chispas, los sacerdotes también...no se quedaban atrás.

Las puntadas sobre política subían de tono, que si Sor Patrocinio y sus manejos en Palacio. Alborotábanse  algunos curas y el cacique Barbacana sentenció que "muchos hablaban de lo que no entendían", señalando a un joven médico allí presente, recién salido de las aulas compostelanas.



El bisoño galeno anunciaba la llegada del día de "la gran barredura" cuando la mayor parte de los párrocos ya se hallaban enzarzados en la discusión teológica indispensable en un convite patronal. Menos mal. Ni el bronco abad de Ulloa, ni el belicoso de Boán ni el sordo Arcipreste...Corrían las fuentes de arroz con leche, y las copas de tostado, al mismo ritmo que los latines y los silogismos:

-Nego majorem...

-Probo minorem.

-Eh... Boán, que con mucho disimulo me estás echando abajo la gracia...
-Compadre, cuidado... Si adelanta usted un poquito más nos vamos a encontrar con el libre albedrío perdido.
Siguieron los debates teológicas que desembocaron en formidable barullo. El Arcipreste, con las manos en los oídos, intentaba dirimir la contienda cuando se oyó un repique de cascabeles. Entró el señorito de Ulloa seguido de dos perdigueros, distrayendo los ánimos. Venía "a tomar una copa a los postres; y la tomó de pie, porque le aguardaba un bando de perdices allá en la montaña". Todos le agasajaron, al señorito y a sus perros. La Chula y al Turco no cesaban de lamer platos y zampar bizcochos. El señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañarle en su excursión cinegética, que a punto tenía allí el morral.

Se marcharon los hidalgos y yo hubiera dado algo bueno por poderme retirar, pero no me atrevía y menos ahora que se entregaban al deleite de murmurar sobre las personas más señaladas en el país. Comenzaron con el señorito de Ulloa y su habilidad para tumbar perdices. E inmediatamente se pusieron a a hablar de Sabel. Todos la habían visto en el baile, se encomió su palmito y...¡Ay madre! Me dirigían señas y guiños, como si yo tuviese algo que ver. 


No me pude contener, sentí uno de mis chispazos de cólera repentina que no soy dueño de refrenar. Tosí, miré en derredor y solté "unas cuantas asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea".

Don Eugenio me propuso que saliéramos a tomar el fresco en el huerto. La brisa fresquita "acariciaba el recio follaje de las higueras, a cuya sombra, en un ribazo de mullida grama", nos tendimos los dos. Todavía me duraba el sofoco y la indignación; pero ya me pesaba mi corta paciencia y "resolvía ser más sufrido en los venidero". 



Le pedí a Eugenio que me dispensase el enfado que tomé en la mesa: "Conozco que soy a veces así... un poco vivo... y luego hay conversaciones que me sacan de tino, sin poderlo remediar. Usted póngase en mi caso". Que hay bromas y bromas. Que "me parecen delicadas para un sacerdote las que tocan a la honestidad y a la pureza". Que si uno aguanta, acaso pensarán que ya tiene medio perdida la vergüenza, creerán que en efecto...

El de Naya aprobaba con la cabeza, pero su sonrisa era "suave e irónica protesta contra tanta rigidez". Me decía que había que tomar el mundo según venía, que lo que importaba era ser bueno, que teniendo la conciencia tranquila...que digan y gasten guasas.

Yo replicaba acaloradamente, que estamos obligados a ser buenos y también a parecerlo. Y aún es peor en un sacerdote porque damos mal ejemplo y escándalo, peor que el mismo pecado.

Eugenio insistía, que me apuraba por una chanza, una tontería, lo mismo que si ya todo el mundo me señalase con el dedo. Que se necesitaba "una vara de correa para vivir entre gentes". Que no iba a sacar para disgustos. 

Cavilaba, no estaba dispuesto a tener correa alguna. De pronto, me decidí. Le pegunté si era mi amigo, me contestó sinceramente que siempre. Le pedí que me contestara como si estuviéramos en el confesonario: 

. "¿Se dice por ahí... eso?
-¿Lo qué?
-Lo de que yo... tengo algo que ver... con esa muchacha, ¿eh? ..."



Le aseguré que tal mujer hasta me era aborrecible, que no la había mirado a la cara una docena de veces. La respuesta me dejó con los ojos abiertos de par en par:

- "Ea, sosiéguese: a mí se me figura que nadie piensa mal de usted con Sabel. El marqués no inventó la pólvora, es cierto que no, y la moza se distraerá con los de su clase cuanto quiera, dígalo el bailoteo en la gaita de hoy; pero no iba a tener la desvergüenza de pegársela en sus barbas, con el mismo capellán... Hombre, no hagamos tan estúpido al marqués".

Yo no entendía nada, que tenía que ver el señorito. El cura de Naya soltó una carcajada. Por fin comprendí, me puse como la grana. ¡Perucho era hijo del marqués! ¿Cómo había sido tan ingenuo? Don Eugenio no podía más de risa y se disculpaba, que no me ofendiera, que no se podía contener, que era involuntario, como las cosquillas. Cuando dejó de reírse, añadió que siempre me tuvo por un bienaventurado, como San Julián. Pero que esto pasaba de castaño oscuro, vivir en los Pazos y no saber...¿O acaso me hacía el bobo? Dijo bobo, madre.


Le aseguré que no sospechaba nada, que no me hubiera quedado allí ni dos días, de haberlo averiguado. "¿Autorizar con mi presencia un amancebamiento? ".

He estado ciego. Uno no está en la malicia. Y el niño me daba compasión, como un morito.




El cura de Naya me la pintó como una moza alegre a la que todo el mundo en las romerías le debe dos cuartos, la invitan, la sacan a bailar. Dicen que el gaitero, el Gallo de mote, el que tocó en misa, es el que la acompaña por los caminos. "¡Historias!"

Volvía a la casa solariega preocupado. "Ya no podía continuar en los Pazos". Pero no podía vivir a cuestas de usted, madre, sin más emolumentos que la misa. ¿Y cómo dejar al señorito que me trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa que necesitaba un restaurador celoso y adicto? ¿Y mi deber de sacerdote? 

Aquella noche, madre, aprecié por primera vez la dulce paz del campo, aquel sosiego que derrama la madre naturaleza. Olía a manzanillas y cabrifollos. "¡Dios sobre todo!"

Llegué a los Pazos. En el umbral de la cocina me quedé paralizado. Sabel aullaba en el suelo. Don Pedro, loco de furor, la brumaba a culatazos. Perucho sollozaba. 

"Ya no podía continuar en los Pazos". Le contaré, madre. Ahora no puedo, me tiembla la pluma.

Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez. ¿Qué me aconseja usted?

Aquí acaba la cuarta carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario, desde los Pazos de Ulloa.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

¡Y Feliz Día de Reyes!