miércoles, 6 de mayo de 2015

"Sefarad": "Así vivía en un exilio inmóvil, en una lejanía que casi nunca se aliviaba..."


El viernes pasado  me fijé en este hombre del sombrero con plumas.
Pensé en Mateo Zapatón, con todos los respetos.
 
 
Aquí tenemos de nuevo a las jóvenes Gracia y Justina, con su trabajo comentario en torno a "Sefarad". Como otras veces, han quedado en una céntrica cafetería, bajo los plátanos, para poner en común sus reflexiones. Gracia espera, acompañada de doña María Tirgo, a la que también conocéis. Confía en que la vieja "tíita" ahueque pronto, no había mesas, qué remedio sentarse con ella. Porque cuando tocan temas de los suyos se pone muy pesada.
 

-¡Eh! ¡Justina! ¡Estoy aquí!

-¡Hola! No te veía entre tanta gente. Veo que estás bien acompañada. ¿Qué tal está doña María?

-Muy bien, hija. Dale recuerdos a tu madre.

-Se los daré de su parte. Gracias.

-Podéis hacer vuestro trabajo, enseguida vendrá Jocelyn, la ecuatoriana ya sabes, que la he mandado a la farmacia. Me va a llevar al Casino, a jugar un poco a las cartas, con Juana Teresa y otras amigas.



El Casino de Burgos, un buen lugar para los exiliados de otros tiempos, como nuestra María Tirgo.

-Bueno, tita. Echa un vistazo al “Hola” mientras tanto. Venga, Justi, al tajo. ¿Ya te has leído toda la novela?

-Sí, la tuve que devolver a la biblioteca de San Juan, pero tenían otra en la  Gonzalo de Berceo, cerca de mi casa. Me la he leído enterita y me daba pena que se acabase, con lo liosa que me parecía al principio.

-¿Liosa?

-Liosa, liosa. Recuerdas que la primera voz era la de "Sacristán", un hombre de Mágina, ya sabes la ciudad imaginaria creada por Muñoz Molina, como imagen de su Úbeda natal. Exiliado en la gran ciudad, parado de larga duración, no podía evitar cultivar la nostalgia y nos conducía desde un museo local hasta el "sefarad" perdido del mundo de su infancia. Entre otros, resucitaba  al zapatero Mateo y a Utrera el escultor moroso, acosado por el sastre irascible con la factura del último traje. El mismo que tallaba la Santa Cena de la procesión y se vengö del irascible retratándole en la cara verdosa y "semítica" del Judas.

 

Y, en el siguiente capítulo, identifico la voz del mismo escritor, viajero adolescente, en el primer tren hacia Madrid, con su abuelo y los recuerdos de guerra que comparte con otro viajero. Y como un viaje lleva a otro viaje y a otro, y a otro...Zas, de repente vivo en aquella Europa de persecuciones  implacables y vagones siniestros. Hitler o Stalin qué más da, con Kafka Milena Jesenská, Heinz Neumann y  Margaret Buber Neumann, Willi Munzenberg y Babette Gross y muchos más. Doy caña a la Wikipedia que está que echa humo.


Y, a partir del tercero, una voz que ya es universal me pregunta: "y tú qué harías". Poco después de Josef K. y su kafkiano proceso, aparece la palabra esperada "juden" y ya le hemos cogido el punto al libro. Ya no me extraña que detrás de una historia brote otra y otra. Porque "no eres una sola persona y no tienes una sola historia". 

El soldado escondido que espera la muerte, la enferma terminal de "Ademuz", la voz que clama "Oh tú que lo sabías"...Ahora disfruto con el libro, ya no me molesta la colmena de personajes ficticios o reales, deportados desde su particular mundo perdido. La infancia, la juventud, la patria chica, la patria grande, la persecución racial o política, la salud, la pérdida de los recuerdos, la marginación, el desengaño amoroso, las contradicciones...tanta variedad de exilios como variada es la vida humana.

La patria perdida de la infancia
 
¡Ah se me olvidaba! No es menos duro el "exilio inmóvil" de una vida vivida como inauténtica, como un trampantojo:

"Así vivía en un exilio inmóvil, en una lejanía que casi nunca se aliviaba y que, sin embargo era tan falsa como una perspectiva de campo abierto pintada en un muro..."

 
-Justina, me dejas con la boca abierta. Escribe todo eso, antes de que se te olvide. Algo parecida a la tuya ha sido mi lectura de "Sefarad". Y también he quedado enganchada. Ese capítulo ambientado en el barrio de Chueca es buenísimo. Y también me sorprendió "Sherezade", el de la mujer rusa y española, de los que fueron a la Unión Soviética cuando la guerra.


-(Aquí mete baza doña María Tirgo) Sí, Gracita, así era. Que los rojos separaron  a los niños de sus padres, menudo frío pasarían en Moscú las criaturitas y malos tratos, y de todo, eran el demonio.


-Con rabos y cuernos, tíita, que ya nadie dice rojos, sólo tú. ¿No estabas con el “Hola”?

-Sí, cariño, pero como has nombrado las checas y los rusos. Así te ayudo para que te ponga buena nota el profesor.

-Checas, no, Chueca, un barrio de Madrid. Lo que te decía, Justina. La niña española se quedó en Rusia y allí se volvió estalinista hasta las cachas, menudo culto a la personalidad se gastaba el tal Stalin. 

 
Ya de viejecita, se viene aquí a vivir, a España, con una pensión corta pero mejor que la de Rusia. ¡Y su apartamento tiene calefacción! Un lujo que no se lo puede ni creer. Y ahora va y confiesa que siempre tuvo contradicciones de burguesa, desde niña. Que le hubiera gustado hacer la comunión con vestido blanco y misal con tapas de nácar. ¡La burguesa estalinista!


A la rusa española le hubiera gustado hacer la comunión con estas cositas que venden en "A la villa de Madrid"


En realidad, lo que siempre deseó es vivir tranquila, algo que nunca tuvo. Ahora se despierta en su pisito madrileño y siente remordimientos de tener agua caliente y televisor y todo lo que sus padres y hermanos no disfrutaron. ¿Dónde estará aquella cajita de música que le trajo su padre, aquella en la que sonaba "Sherezade". Ni la Internacional, ni el coro de Aida, nada como Sherezade.

-Pobre  mujer, condenada a vivir siempre fuera de su "sefarad", ya sea en Moscú o en Madrid, con sus contradicciones imposibles de resolver.


-(Otra vez doña María) ¡Ya está! Niñas, ya sé de lo que habláis. Chueca, el barrio ese de los guais, no de los gays, como decís ahora. ¿Qué cuenta Muñoz de ese barrio?

- Pues verás, tita...Aquí lo tengo apuntado, Justina. El capítulo se titula "Doquiera que el hombre va" y ahí tenemos una vivísima  pintura de la plaza Vázquez de Mella, en los ochenta, cuando el escritor se instaló allí en la "casa nueva, recién ocupada" con su pareja, su hijo pequeño y un perrito. Lo del perro es importante, que no hay nada que promocione las relaciones sociales mejor que  un cachorrillo.

Una ciudad que, en estas calles, se vuelve "menestral y recóndita, desastrada, popular, confusa de gentes raras y diversas, de tres o cuatro sexos, tonos de piel y rasgos faciales llegados de muy lejos, idiomas escuchados al pasar que traen un sonido de suburbios asiáticos, de alcazabas musulmanas y mercados tropicales de África, de aldeas andinas".

Plaza de Vázquez de Mella, en el barrio de Chueca, con su lazo rojo, monumento a las víctimas del SIDA. De aquí.

-¡Sí el barrio de Chueca, doña María! Cada uno cargaba con su mundo perdido en aquel hormiguero: los "hombres mujeres", las señoras con bata de felpa, los afilados camellos, los chinos de pisos oscuros, las indias diminutas, la vieja arreglada y pintada que convertía un cubo de basura en su mesa comedor, el borracho que se fabricaba con cartones sus cabañas de náufrago en el hueco de un portal, los yonquis que se pinchaban mientras los niños jugaban  a la pelota o a la comba, la prostituta que fingía ser una secretaria cada vez más desastrada y abrazada a  su eterna carpeta, el hombre en pijama que ve pasar la vida desde el balcón, la de la droguería, la del estanco...
 
 


-Y la voz del escritor que se pregunta: "Quién eres en la conciencia de quien te ve como un desconocido y para quien te vas volviendo poco a poco familiar, aunque no hayáis cruzado nunca una palabra"

-Mira, Gracia, como no podemos contarlo todo, nos darían las uvas, vamos a seguir el rastro a algún personaje que aparezca en más de un capítulo. Alguno de los del “ritornello”, una palabra muy bonita del mundo de la música, como dice aquí, mira este enlace que he pillado en el ordenador. Como si fuera una composición musical, la novela está “elaborada a partir de la repetición de temas, personajes, imágenes e incluso frases que aparecen una y otra vez, a modo de leitmotivs o ritornelos”.

-Pues…avanti con el ritornello. ¡Ya está! Nos ponemos con el zapatero maginés Mateo Zapatón. Lo conocemos en la página diecinueve, cuando Godino, el secretario de la casa regional de Mágina en Madrid, lo recuerda como "el insigne Mateo Zapatón, ahora retirado en la Villa y Corte". En la treinta, tenemos su instante de gloria pública, cuando el escultor Utrera lo ´retrata en el San Mateo del paso de Semana Santa, al lado del Judas sastre. "Recio de cuerpo y colorado de carrillos", con el gesto tan suyo de mirar de lado y hacia arriba, como desde el taburete en el que pasaba la vida.



-De ahí pasamos a la "erudición charlatana" del zapatero, siempre rodeado de contertulios, con la tachuela o el cigarro en los labios. Narrador incansable de faenas taurinas, se le quebraba la voz y los ojos se le llenaban de lágrimas cuando rememoraba la tarde en que vio al toro embestir a Manolete.

-(Aquí interviene doña María, hemos dado con algo de su mundo). Sí, el toro Islero, en la plaza de Linares, aunque dicen que no le mató el toro sino el suero que le dio el médico. Muy grande era Manolete, aquellas eran corridas y no las de ahora.


-Sí, doña María, muy interesante. Bueno,  a lo que vamos. Sacristán nos relata su encuentro con Mateo en la plaza de Chueca. Ya era mucho más viejo y no se parecía al de la Última Cena. Se puso a recordarle lo de la zapatería, que su madre fue siempre parroquiana, que su padre participaba en las tertulias taurinas de su portal, en las suyas o en las de la barbería contigua. Pero a Mateo le costaba recordar:

"Inclinaba la cabeza y sonreía, aunque también me pareció advertir en su cara una expresión de recelo o de alarma, o de incredulidad, quizás temía que yo quisiera timarlo o atracarlo..."

 
- "Sacristán" tenía que irse y Mateo Zapatón seguía sujetando su mano "con distraída cordialidad", le sonreía con la boca entreabierta y un "brillo de saliva en la comisura de los labios". "¿No se acuerda maestro...Usted me llamaba siempre sacristán".

-No, Mateo no recordaba. Aunque decía: "Claro que sí hombre, cómo no". Y guiñaba sus ojos. Repetía sacristán sacristán, le agarraba con su mano. Ahora Sacristán quería desprenderse, atrapado y angustiado por irse. Se apartó y siguió quieto y con la mano levantada, "solo como un ciego en mitad de la plaza".

-Aquí tenemos otro sefarad, la pérdida de la memoria, qué tremendo. El deterioro cognitivo, tal vez el Alzheimer, ya no eres tú, qué pena.

El mismo señor del sombrero con plumas.


-(Ahora doña María sí que se ve implicada y protesta). ¡Niñas, que yo no tengo Alzheimer! Sólo me van las ideas, de vez en cuando.

-Que no tía, que no hablamos de ti. Venga, vamos a acabar por hoy con Mateo Zapatón.

-Mira, nos lo volvemos a encontrar precisamente en el capítulo "Doquiera que el hombre va", otra vez en Chueca. El  ritornelo de Mateo. Ahora es el hombre con el sombrero de plumita. Escucha, en medio del hormiguero de Vázquez de Mella:

"Había otro testigo permanente de todo, ahora me acuerdo, un viejo grande, de sonrisa ancha y mofletes colorados...Paseaba siempre por las calles del barrio...agrandado por un abrigo de corte rancio y opulento, con la cabeza singularmente pequeña cubierta por un sombrero tirolés, pluma verde incluida. Me fijaba en su sombrero y en sus zapatos de gigante, pero sobre todo en la perfecta complacencia de su actitud hacia el mundo, en el modo en que parecía recrearse con ecuánime objetividad en todo lo que veía a su alrededor..."

No hay duda,  hay ecos de Mateo Zapatón en este hombre que sonríe a todo y a todos. ¿Es acaso el mismo del capítulo "Sacristán"?

-Muñoz Molina nos ofrece todavía otra aventura del zapatero, en el capítulo "América".  Un muchacho espera a que suenen las campanadas de las doce, en la iglesia del Salvador, para ir al encuentro de su amada. Son los años oscuros de la posguerra...

 
Ella le había dicho: "Por lo que más quieras...no salgas antes de tiempo, no te dejes ver". Y él, con el vigor de la juventud, se moría de ganas y se le había puesto como "la tranca de una puerta" o "la mano de un almirez".

-¿El zapatero?

-No, era el muchacho que bajaba por los callejones y veía otra figura solitaria que se ocultaba. Y ese sí era el zapatero...  ¿A dónde iba? Al encuentro de una mujer sin duda, mucha cofradía pero " a cuantas damas de buen ver y comunión diaria se pasó por la piedra".

-Iba en busca ¡de una monja!, pero vamos a dejarlo para otro día. ¡Vaya con Mateo Zapatón!  ¡Me dejó con la boca abierta su historia!

-Sí, y nos acordaremos de la monja cuando conozcamos a  la guía de la Hispanic Society de Nueva York, la que aparece en el último capítulo: "Sefarad". Todo por un lebrillo. Y no digo más.

-No sabía que existía un museo así, en la ciudad de los rascacielos. La primera edición del Quijote, un Velázquez, unos enormes y folklóricos Sorolla...y un lebrillo. Ese museo, y esta novela, es una caja de sorpresas.


-Vamos a descansar un poco. A ver si vienen a buscar a la tíita. ¿Pedimos otro café?

-Y algo sólido.

Me despido de Gracia y de Justina, y de María Tirgo.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

7 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Minuciosa visión que te hace una y otra vez volver sobre los detalles perdidos.

Vázquez de Mella, destartalada plaza a pesar de los muchos esfuerzos por mantenerla decente.

En sus terrazas se está bien viendo pasar el mundo, y alguno de esos personajes con sus historias a cuestas.

Bertha dijo...

Gracias a este ritornello.Me voy refrescando la memoria...

Estas muchachas se han buscado un sitio estupendo para ir desgranando esta novela.El profe, tiene que estar encantado con ellas;)


Un abrazo MªAngeles


Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué buena forma de comentar. Dan ganas de sentarse a charlar con ellas de la novela entre café y café y que pase la tarde.
En efecto, esa forma "liosa" de contar la novela, atrapa finalmente y no suelta.
Besos.

Kety dijo...

Siempre encuentras la forma adecuada para comentar los libros.
Ahora que estoy leyéndolo puedo seguirte, los personajes los reconozco, cosa que antes, por más que lo intentaba, me perdía.

Besos,

Ele Bergón dijo...

¡Qué buena foto la del señor de la gabardina! Me encanta.

Voy por mitad de la novela y al leerte, veo que aún me faltan muchas "novelas" que leer. A ver si le doy un empujón. ¡Cómo me la dejé olvidada! y luego la olvidé para hacer otras cosas, pues así pasa que no es un libro para leerlo a trompicones como estoy haciendo.

Tengo ganas de llegar a lo de la monja.
Las confusiones de tus personajes,me han hecho mucha gracia. Los diálogos son muy ágiles.


Besos

Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Myriam dijo...


Me gusta como estas dos amigas tuyas se han fijado en los "retornellos". Sobre tu pregunta: Lo del amigo de mi Mateo que presumo abogado, lo digo no sólo porque "lleva un traje muy formal, de abogado o de oficial de Notaría" P 345 sino porque también más adelante, como 7 u 8 folios en la P 360 de mi edición, Mateo le pregunta al amigo: " A ver si tu me lo puedes explicar, tú que tienes estudios (sobreentendido: universitarios) y sabes tantas cosas".... Y cómo en Argentina tenemos un dicho que reza así: " serás lo que debas ser o sino serás abogado" jajaja sumé dos más dos, por cierto el notario también tiene que estudiar abogacía, aunque un año menos que un abogado. Pues, eso jajajaja.

Volviendo a lo tuyo, me ha gustado mucho coo has recuperado a estas dos mujeres para hacerlas dialogar aquí, un trabajo muy creativo.

Besotes