miércoles, 8 de abril de 2015

"El héroe discreto": "Pobrecita, pobrecita, mi amor"

La niña del perro se fue...
 
La niña del perro se fue y yo apuraba, sentada en un banco, el fin de "El héroe discreto". El sol acariciaba el verde nuevo y el blanco con botoncitos amarillos de las chiribitas. Las últimas líneas, las leí caminando hasta el puente de "San Amaro" y desde allí, otra vez, por la otra orilla, hasta el llamado "Malatos". Justo allí, me sorprendió la presencia de una mujer de rasgos andinos, guapa, rellenita y sonriente.



Así la vi yo y fue un placer escucharla:
 
-¡Señora Josefita! ¡Qué alegría verla de nuevo!
 
-Mi señora lectora, aquí estoy para contarle mi versión del caso del secuestro de mi señora doña Mabel. Porque sabe usted que secuestraron a doña Mabel, la muy amada por el señor Yanaqué. La banda de la arañita había cumplido con sus amenazas, che guá.
 

 
¿Pero qué cojudez digo yo de la banda de la arañita? Cuando don Felicito me lo contó, me costaba creerlo. Que mi jefe era muy feliz fuera de su matrimonio, yo lo sabía; que doña Gertrudis era buena esposa, buena cristiana y hacendosa donde las haya, pero no muy cálida. Que había construido en torno a la señora Mabel un pequeño paraíso semanal, su recinto de felicidad. Pudo comprobar, che guá, que el paraíso es un imposible, que siempre está en la otra esquina, como en el juego de los niños. Que la felicidad se nos escurre justo en el momento en que creemos haberla atrapado, nomás.
 

  
Me lo contó mi admirador, el capitán Silva. Les habían avisado; habían soltado a doña Mabel y fueron a su casa, el paraíso de don Felícito, nomás. Lituma y él se preguntaban, hombres al fin, si la habrían paleteado o violado. Que , con lo buena moza que era, cómo no iban a aprovecharse. Me contuve para no espetarle que un caballero de verdad no se aprovecha, che guá.

Dejémoslo, nomás, que allí esperaba mi don Felícito con los brazos abiertos, dispuesto a palmear efusivamente a Silva y a Lituma. Los cachacos lo veían tan emocionado que lo juzgaron como "templado de ella hasta los tuétanos". No, no la habían pegado ni vejado; en cuanto saliera de la ducha les daría detalles.

Por fin salió, con su batita floreada, y los dio, che gua. Que la maltrataron, nomás, que la tuvieron en el suelo con los ojos vendados y las manos amarradas, que le dolerían los huesos toda su vida. Don Felícito le pasaba la mano por la cara con dulzura, como a una perrita engreída. 



A doña Mabel le temblaba la voz y asomaba a sus ojos un miedo profundo que hacía esfuerzos por dominar, bien lo observó el comisario. Aseguraba que no pudo ver la cara a sus secuestradores, sólo vio a uno de ellos, y apenitas. Le echaron una frazada encima y ya no vio nada más.

El capitán Silva la consolaba, la pedía un esfuercito. Ella se sobrepuso, seguía con un relato que al sargento Lituma le pareció coherente y fluido, al sargento que no al capitán. A ratos, Mabel temblaba, palidecía, le chocaban los dientes. El secuestro tuvo lugar hacía siete días, después de asistir a un concierto en la iglesia de San Francisco, con su amiga Florita, su compañera para ir de tiendas y tomar lonche.


Como el concierto de ese viernes resultó ser religioso y con muchos latines, se aburrían y se despidieron.

 Mabel regresó a su casa caminando ya que estaba tan cerquita. Perros callejeros, churres metiendo vicio, gente tomando el fresco a la puerta, radiolas a todo volumen, todo normal.




La callecita de su casa estaba desierta. ¿Luna? No se acordaba si había luna. Una silueta masculina medio recostada en la ponciana.


Cuando metió la llave, sintió unas siluetas, no tuvo tiempo de reaccionar. Le echaron una manta por la cabeza, la cogían varios brazos, no sabía cuántos, la cargaron en peso, le taparon la boca, daba patadas, movía los brazos, la tumbaron en un vehículo, la inmovilizaron, quieta y calladita si quería seguir viva, algo frío por la cara, un cuchillo, tal vez un revólver, el vehículo arrancó, "voy a morir", ni ánimos para rezar, no se resistió, la vendaron los ojos, le pusieron una capucha, le amarraron las manos, todo a oscuras, no les vio las caras, vueltas y vueltas, perdió la noción del tiempo, la tendieron en un suelo muy duro, sentía insectos, en la casa una radio tocaba música criolla, temblaba en la oscuridad...Pudo rezar, a la Virgen, a Santa Rosa de Lima y al Señor Cautivo de Ayabaca.
 


En siete días no le quitaron la venda de los ojos, había un balde para sus necesidades, dos veces al día alguien le traía un plato de arroz con menestras y una sopa, con una gaseosa medio caliente o una botellita de agua mineral. Le quitaban la capucha y le soltaban las manos, nunca pudo bañarse, qué deseos de meterse en la ducha, botaría la ropa que llevaba puesta, haría un paquete para los pobres de San Juan de Dios. ¡Qué generosa doña Mabel!

Y, cuando la liberaron, otra vez lo mismo, pero al revés. Un secuestro de película:
"Cuenta hasta cien antes de quitarte la venda. Si te la quitas antes, te tumbará un balazo".

Mi don Felícito, mientras Mabel contaba su odisea, venga a pasarle la mano por la frente. La miraba con unción religiosa: "pobrecita, pobrecita, mi amor". "Templado hasta las cachas el vejete" comentaba el sargento Lituma que no alcanzaba a comprender por qué el comisario quería saber si oyó a los gallos o a las gallinas, a los gatos, a los perros...O si los secuestradores hablaban como limeños, piuranos, serranos o charapas. El capitán seguía con el interrogatorio, más educado de lo que era habitual en él, pidiéndola esfuercitos.



 Mabel se mostró sorprendida, aseguraba no saber nada de rescates. Felícito le explicó que le querían obligarle a pagar un cupo por Transportes Narihualá. Que la soltaron porque les hizo creer que aceptaba el chantaje. Pero que no pagaría ni muerto. Mabel susurró entonces que los iban a matar a los dos. Sollozaba. Silva le aseguró protección las veinticuatro horas del día, no tenía por qué preocuparse. Y que juraba que esos forajidos tenían los días contados.

Lo podía jurar porque...no había tales forajidos. La forajida...era Mabel, fingidora de su pretendido secuestro. Y Lituma, mal policía y peor psicólogo, se creyó el cuento. Un cojudo a la vela.

El comisario capitán Silva lo tenía clarísimo y así se lo explicó : "que no hizo más que contradecirse y contarnos un cuento del carajo". Que doña Mabel "del potito triste" nunca estuvo secuestrada, que era "cómplice de los chantajistas y se prestó a la farsa del secuestro para ablandar al pobre don Felícito, al que también ella querrá desplumar". Su subordinado lo calificó de "genio", el capitán no tenía abuela y él mismo estaba de acuerdo, se jactaba de dominar la psicología de la gente. Sólo faltaba echar el guante a esos zamarros, lo cual sería muy prontito. Y ese día...a la señora Josefita de su alma...qué vergüenza Dios mío. Vea usted la página 190. ¡Este hombre es una fiera!

¡Qué sagaz el comisario capitán Silva! A la interrogada se lo puso de tal manera que hubo de abandonar su farsa y terminar confesando quién era el cerebro del chantaje y falso secuestro, además de habernos quemado la oficina, che guá.  Que yo todavía recuerdo cuando tuve que trabajar sobre un tonel y a la vista de todo el mundo. Todo se resolvió en una visita no oficial, una visita de amigos, sin grabadora, ni siquiera papel y lápiz, confidencial.

Le hizo una propuesta para evitar la cárcel, ocho a diez años, muchos, sobre todo si los había de pasar en la de mujeres de Sullana: hacinadas, dos o tres en cada camastro, muchas con los churres, sin agua ni electricidad la mayor parte del tiempo, oliendo a caca y a orines porque los baños están casi siempre malogrados, haciendo sus necesidades en baldes o bolsas de plástico, botar el pis y la caca una vez al día... Silva conocía esa cárcel como la palma de su mano, no la aguantaría una mujercita como Mabel, acostumbrada a otra vida.



"Si tu colaboras de manera leal y tu ayuda nos permite meter en chirona a los delincuentes que te metieron en este merengue, quedas libre de cárcel y hasta de ser enjuiciada. Y con mucha razón, porque tú también eres víctima de estos bandidos..."

Después de leer el capítulo XIII, ya tenemos muy claro quién es el que la metió en el merengue: "un muchacho blancón, atlético, bien parecido y bien vestido", el "que le lanzaba miraditas insinuantes y sonrisas coquetas". Sabemos por qué al bueno de don Felícito Yanaqué le dio un patatús, yo diría el disgusto de su vida. Que como hijo lo crió, tan blanquito, y...bueno, me callo.

La colaboración de Mabel sería útil, no solo para pescar al "blancón", que ya estaba requetejodido, sino para tenderle una trampa y dar con los cómplices, punto que la policía no tenía nada claro.
 
"Me jodí. Me jodí. Te jodiste Mabel". Ese sería el pensamiento de la falsa secuestrada, che guá. Tomaría una decisión. Y don Felícito tomaría otra, la propia de un caballero, es muy grande mi jefe. Y no le cuento más, que yo deseo que los que pasen por aquí lean al premio Nobel, señor don Mario Vargas Llosa. Y no a usted, nomás. Con todos los respetos, mi señora lectora, lisensiada doña María Ángeles Merino.

 


Me despido de doña Josefita, no sin antes aconsejarla que no se deje avasallar por el capitán Silva, que sea su voluntad y su gusto los que lleven la batuta. Y que tenga paciencia con su jefe don Felícito, que ahora lo va a pasar muy mal. Tal vez usted esté, como la secretaria de la canción, "un poquito enamorada". ¿No?


 
La próxima semana, tendremos lectura colectiva presencial.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino
 


5 comentarios:

Bertha dijo...

Nomás, que forma de enredar al pobre Felicito.-Es que el amor es ciego...

Me encanta ese dialogo que tienes con los personajes.

Un fuerte abrazo MªAngeles.



Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta mujer es de las que más ganan en el libro...
Certero el comentario y las ilustraciones.

Myriam dijo...

Primero contarte que no sabía que la Ponciana era el qur conozco como el Flamboyant o delonix regia. Aunque son africanos de origen, creo, aquí se dan muy bien y son tremendamente vistosos con sus flores naranja rojizo.

Segundo, que me he divertido con tu recreación de Josefita. Creo que ella se ka pasará bomba con el Capitan-culo, como uo lo llamo.

Tercero y último, que me gustó del Cap. la forma cuidada con que le da la moticia a Felícito.

Besos

Myriam dijo...

Primero contarte que no sabía que la Ponciana era el qur conozco como el Flamboyant o delonix regia. Aunque son africanos de origen, creo, aquí se dan muy bien y son tremendamente vistosos con sus flores naranja rojizo.

Segundo, que me he divertido con tu recreación de Josefita. Creo que ella se ka pasará bomba con el Capitan-culo, como uo lo llamo.

Tercero y último, que me gustó del Cap. la forma cuidada con que le da la moticia a Felícito.

Besos

Paco Cuesta dijo...

En todo folletín que se precie no puede faltar un observador contumaz de los encantos femeninos. Vargas Llosa lo transmite.
Besos