miércoles, 21 de enero de 2015

"Usos amorosos del dieciocho en España" de Carmen Martín Gaite, con el cortejo, dos grabados de Goya y una carta apócrifa.


Grabado de Goya titulado No hay quien más desate.
Comentario al ensayo "Usos amorosos del dieciocho en España", de Carmen Martín Gaite. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Iniciamos una nueva aventura lectora: “Usos amorosos del dieciocho en España”, de Carmen Martín Gaite, para la lectura colectiva" de "La acequia". Recordamos a Carmen Martín Gaite y su amplia obra narrativa, de extraordinaria calidad, iniciada en 1954 con "El balneario"(Premio Café Gijón de relatos). 



Una buena escritora  que recibió el premio Nadal por dar vida al conflicto de unas inolvidables muchachas condenadas a ver pasar la vida "Entre visillos"



La misma que nos hizo sonreír con los recatados y ñoños "Usos amorosos de la postguerra española", no tan extraños para los que fuimos jóvenes en los setenta, tanto duraron los estertores de aquella longeva y casposa dictadura. 



Recordamos también su aspecto de niña grande y rebelde, con su melena gris y su boina, una niña traviesa que fue capaz de llevar a Caperucita Roja a Manhattan. Una mujer especialmente sensible al papel de la mujer en la sociedad, en el pasado y en el presente. 




"Usos amorosos del dieciocho en España" es un ensayo que tiene su origen en una Tesis Doctoral. ¡Cielos un texto académico! ¡Huyamos! No, no, el lector medio no debe asustarse. Pedro Ojeda nos tranquiliza: "precisamente por la faceta como escritora de Carmen Martín Gaite se lee con pasión no exenta de sorpresas".



Vamos a leer y a sorprendernos con los"usos amorosos" de un siglo que llega de la mano de unos Borbones de peluca empolvada, ávidos de  barrer el tétrico luto de los últimos Austrias,  unos  déspotas muy ilustrados para una sociedad rígidamente estamental.

 ¡Y de la aridez literaria! Porque nuestros manuales de Literatura se explayaban con el XVII para frenar en seco al llegar al dieciocho, los escritores ocupaban escasas líneas  y tan didácticos que debían aburrir a las ovejas, suponíamos. Qué poco se salvaba: Cadalso, Jovellanos, el padre Isla con Fray Gerundio Campazas…y Leandro Fernández de Moratín, el de las niñas que decían sí. 

Viejos clichés de bachillerato para un “siglo tan mal estudiado…en nuestro país desde el punto de vista de la historia de las ideas”, como nos advierte Carmen Martín Gaite, en su “exordio preliminar”. Para conocerlo mejor, la autora va a excavar en unos temas a los que los ensayos prestaban poca atención, los que señala Pedro Ojeda:"la vida íntima de las personas, a los comportamientos habituales en las relaciones sociales y, en especial, a la perspectiva sentimental centrada en la mujer".

Carmen Martín Gaite toma como punto de partida la absurda moda del cortejo que hizo furor entre las damas de la alta sociedad dieciochesca, un conato de rebelión femenina, para coger el hilo de los cambios de costumbres que van a tener lugar en la vida española: el sentido tradicional del honor, la sociedad de consumo, los conflictos matrimoniales, el "majismo", lo tradicional frente a lo moderno, el amor romántico, las primeras reivindicaciones feministas...
Ahora había de hablaros del "cortejo", pero ha llegado a mis manos un documento que os lo puede contar mejor. Es una carta fechada en Madrid, 29 de abril de 1795, apareció entre documentos antiguos sin clasificar, procedentes de una vieja biblioteca particular cuyo dueño falleció, sus herederos lo donóaron recientemente a un archivo municipal de una ciudad de provincias. Allí los encontré yo, entre ellos había un manojo de viejas cartas firmadas por una mujer llamada Rosita. Cual sería mi sorpresa al ver que hablaban del cortejo y de otros temas que coincidían un poco con el contenido de "Usos amorosos del dieciocho en España" (1).

Leamos la primera.

En Madrid, a 29 de abril del año de Nuestro Señor de 1795.
Mi querida Mariquilla:

Te escribo unas pocas letras para contarte cosas de este Madrid de mis pecados, las cuales te dejarán, seguro, con los ojos abiertos como platos, acostumbrada como estás a vivir en el pueblo.

Te contaré que mi señora ha tomado una moda extranjera que dicen “cortejo”. No sé si de Italia o de la Francia. Será de la Francia porque mi ama se hace llamar madama Baldomera.  El caso es que la siguen las duquesas, marquesas y señoras principales. Y dicen, pásmate,  que a la de Alba, la duquesa Cayetana, le sirve de cortejo un pintor maño, Goya creo que se llama.
El cortejo se da solo con maridos de condición principal que consienten  a sus mujeres tener amistad ¡con otro hombre! Sí, lo que estás oyendo, o leyendo. Bueno, ya sé que te lo leen, que tú no sabes leer. No has tenido la suerte de aprender, como yo, que me comía las letras  fijándome en la licción que el dómine da a Baldomerita y a Ciriaquín. Y qué miradas me echa el maestro, tanto que mi Pepón, no sé quien le contó, sería el aya que menuda lengua de víbora, se puso celoso.

Como te decía, el señor permite que la señora tenga un amigo que entre en casa, le dedique atenciones y regalos y galanterías. No, no pienses mal, no hay adulterio, como diría el señor cura. Ni cuernos, aunque todo se andará. El caso es que mi señora tiene dominao  al currutaco  que la corteja, Frasquito le llama. 


Perfecto currutaco.

Por las mañanas, a primera hora ya está en casa, toma con ella el chocolate y le abrocha la cotilla. Por las tardes, toca paseo. De noche juega con ella a las cartas y a no sé qué más cosas. Le trae flores de lo mejor y manda a uno de la corte que le cuente de las modas de palacio, que mi ama quiere saber lo que se estila, no vaya a quedar en ridículo y asome su pasado de menestrala.  Que el pisaverdes se presenta con el último abanico extranjero o la cofia de nueva invención, no veas tú qué elegancia, qué encajes.  Y cuando la señora estuvo delicada,  ahí estaba Frasquito cada cuatro horas a darle las melecinas. Dicen que dejó sus negocios pa a estar a su cabecera, qué exagerao, cobrar rentas no lleva tanto tiempo, digo yo.

Mi señora contenta de que la traten como a una imagen de la iglesia a la que hay que dar incienso, que el señor Cortejo se le ponga de rodillas y le sobe la mano, beso va, beso viene. Y si se le antoja de una joya, allá va don Frasquito a comprársela, perdiendo el cu…, no se le vaya a poner mala su Baldomerita adorada.

Lo de cortejo y cortejar…yo pensaba que era algo pa acompañar a los reyes. Me contaron que antes lo llamaban chichisveo, algo así como hablarse al oído. Y es palabra bien puesta, que no dejan estos dos de chichisvearse. Na, y el marido tan contento. ¿Conversaciones secretas entre un hombre y una mujer? Antes sólo en los confesionarios y había quien veía peligro en ello, que un cura no deja de ser un hombre. 

Porque pa las mujeres honradas regía el refrán “entre santa y santo, pared de cal y canto”. Ahora, las madamas sonríen a su cortejo detrás del abanico, le mandan billetitos amistosos, le estrechan los dedos cuando él se los alarga para ayudarla a bajar de la carroza. ¿Cómo se permite esto en un país cristiano como el nuestro? ¿Dónde queda la jonra de estas señoronas cortejadas?

Que las mujeres españolas estamos acostumbrás de antiguo a “darnos a valer”, que se lo ponemos caro al amante, nosotras que tanto nos han machacado con el pudor y el recato.  Que nos miren como bobalicones, na más y luego si hay boda...la cosa cambia.


El majo de la guitarra, Tiépolo.

Nos casamos y ya sabemos lo que hay. Quietecita en casa, barriendo, fregando y limpiando. Y pa entretener las tardes, remendar y hacer calceta. Sin hablar con nadie, ni con el gato. Bueno...con alguna vecina. Que los maridos de las mujeres probes no quieren ser como el zanguango de mi amo que prefiere que otros hagan lo que él debería hacer. Yo no entiendo na, bueno es mi “majo” pa tolerar a un mozalbete antojadizo a mi vera. Cuando nos casemos, pues seré como toas, como tú. ¿Qué me cuentas ahora, Mariquilla, que eres mujer casá?

Como ves, escribo muy bonito, es el dómine que me corrige. Y me coge la mano, no seas mal pensá, es para decirme como tengo que poner bien los dedos. Si lo hago mal, me da con la palmeta, como a los niños, pero flojito…me hace cosquillas.

Recibe un abrazo de tu amiga que lo es:

Rosita

Nota: como podéis apreciar hay  dos líneas y media que aparecen tachadas. Alguien, no sabemos con qué método, eliminó las tachaduras que lo hacían ilegible. Rosita se arrepintió de contar a su amiga sus intimidades con el dómine. Dice: Y me coge la mano, no seas mal pensá, es para decirme como tengo que poner bien los dedos. Si lo hago mal, me da con la palmeta, como a los niños, pero flojito…me hace cosquillas.
Después de leer la primera carta de Rosita, tenemos claro lo que suponía el cortejo. Si la hubiera leído Carmen Martín Gaite, hubiera pensado que la amiga de Mariquilla era persona que conocía su libro. Por desgracia, doña Carmen ya no puede leer nada, que se nos fue en el redondo 2000.

Para la próxima semana tengo otra carta. Mientras la leo, está un poco borrosa, canturreo una canción popular castellana que dice:

"Cortejo que cortejas a dos madamas, cortéjame a mí sola, que soy contraria. Tienes ojos azules, mala pintura, donde no hay ojos negros, no hay hermosura. Cortejo que cortejas..."

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

(1) Perdonadme la mentira literaria. En mi imaginación, el libro de Carmen Martín Gaite bailó una contradanza con fragmentos que yo recordaba de “La escuela de los maridos” de Molière traducida y adaptada por Moratín,y de “La dama boda” de Lope de Vega. Y encontré una manera distinta de comentar la obra de este mes, más divertida que la línea recta.

8 comentarios:

pancho dijo...

Algo leí por encima del libro el verano pasado y es cierto que se parecen mucho las cosas que cuentan. Lo leería la autora como documentación para la tesis.
Entretenedor de damas de posibles. No está mal para sacar a unos cuantos del paro, ahora que hay tanto. Bueno, también ahora se clausuran en sitios cerrados para entretener al personal que ve la tele en las largas tardes de invierno. Y no hacen nada más que dejarse ver.
Ya vemos que el asunto viene de atrás.
Buen trabajo y muy oportuno el hallazgo.
Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta Rosita da mucho juego...
El cortejo -qué curioso pensarlo así y ahora- fue parte de la liberación de la mujer... aunque no lo parezca.
Adelante, a por otro volumen.

Bertha dijo...

Que bien se expresa la Rosita; alumna aventajada del dómine :porqué la licción la agarra al vuelo.Y el currutaco o pisaverdes y sus chichisveo con la madama.

Menda deseando enterarse de más.

Un abrazo y seguimos...pasando.

Ele Bergón dijo...

Eso sí que es un buen hallazgo,un documento de finales del XVIII. Ya me contarás de qué biblioteca lo has sacado, aunque quizá algo me imagino, aunque puedo estar equivocada.

Estoy con otro libro, ya sabes del XIX. Me me encuentro atrapada en este siglo.

El de Carmen Martín Gaite, ya lo he sacado de la biblioteca, ahora tendré que empezar a hincarle el diente.

Besos

Luz

Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Myriam dijo...

Genial tu carta de Rosita, todo un lujo que he disfrutado mucho ¡Gracias!. Me encantó eso de "el zanguango de mi amo", me hiciste reír.

Intuyo que tus aportes ala lectura van a estar muy divertidos.

Besos

María Pilar dijo...

Precioso el semblante que haces de la escritora Carmen Martín Gaite. Y lo del cortejo que nos cuentas con la carta de Rosita parece divertido y nos deja con ganas de más.
Besos

Paco Cuesta dijo...

Los paralelismos con nuestra realidad resultan verdaderamente sorprendentes.

Besos