sábado, 6 de diciembre de 2014

Luces de Salerno

Después de casi todo el año sin moverse de casa, ya iba tocando otro viajecito de la Mosca Viajera del este blog. Esta vez el destino era Italia. A Salerno, una localidad a 50 km de Nápoles y en las cercanías del Vesubio.

Lo cierto es que las desventuras comenzaron antes de empezar el viaje. Yo ya tenía mi ruta bien preparada y planificada: a Nápoles vía Munich, y luego un trenecito para llegar sin apuros a media tarde a un hotel en primera línea de playa. Pero justo el día anterior recibo un mail indicando que mis vuelos se habían cancelado. La razón, una huelga de pilotos de Lufthansa. Así que rápido y corriendo reprogramando los vuelos para finalmente ir vía Roma, llegando a Nápoles a las 22:20. Problema ¿resuelto?. 

Pues no. Justo tras conseguir los billetes, me surje la siguiente duda: ¿y el tren? Corro a consultar los horarios de trenes, y resulta que el último sale de Nápoles a las 23:07. Muy justito.

Así, con la preocupación de mis medios de transporte empezó el viaje. Llegué a Roma si problema. Me comí una pizza cutre, y busqué la puerta de embarque para Nápoles. Nada más llegar, más preocupaciones: se anuncia que el vuelo se atrasa 10 minutos... que finalmente se convirtieron en 60. Para cuando estaba despegando, era la hora a la que tenía que llegar a Nápoles. 

El vuelo... bueno, más que vuelo fue montarse en la montaña rusa. Volamos a través de la tormenta y la lluvia, con sacudidas y caídas. Muy entretenido, pero aún lejos de aquella vez en Washington donde tuvimos que aterrizar a la segunda. Llegamos finalmente a las 11 de la noche a Nápoles. Y aún quedaba el asunto de llegar hasta Salerno. El tren ya quedaba descartado, y la única opción era cojer un taxi.

De mis anteriores periplos por Roma, sabía que cruzar la calle era un deporte de alto riesgo. Al lo largo de este viaje he descubierto: 
a) que es un deporte nacional
b) que existen modalidades asociadas, como viajar en transporte público.

Porque meterse en un taxi a las 11 de la noche, con lluvia, el taxista conduciendo con una mano, la otra con el móvil, a 120 por el medio de la autopista... es un deporte de riesgo. Así que tras encomendarme a Júpiter, cerré los ojos y llegué por fin a medianoche a Salerno. 

Ya saben que mis viajes no son por placer, pero eso no quita que busque mis ratos de asueto. Y estando a los pies del Vesubio no podía perder la oportunidad de ver Pompeya.

Madrugué al día siguiente y a las 7 ya estaba desayunando, porque tenía que coger un tren a las 7.45 que me dejaría en Pompeya a las 8.30, la hora a la que abrían las puertas para las visitas. Pompeya es hoy día un pueblo como otro cualquiera, con su estación de tren, iglesias, escuelas, pero además, con una zona de excavaciones arqueológicas. Y por si fuera poco, un monumento llamativo a los atentados del 11 de Septiembre: 

Debí ser el primer visitante de Pompeya aquel día, porque no tenían ni listo el sistema informático para sacar las entradas. Pompeya era una población romana a los pies del Vesubio, y allá por el año 79 DC fue destruida por una erupción del volcán. No sólo Pompeya, sino Herculano, Estabia, y alguna más que no recuerdo, pero curiosamente, Pompeya es la más famosa a pesar de que Herculano por ejemplo está mucho más cerca del Vesubio.

La erupción fue de un tipo muy particular que provocó que las ciudades fueran sepultadas por ceniza ardiente. De esta forma, las ruinas se han preservado muy bien y pasear por Pompeya es muy distinto a pasear de otros lugares como Itálica o Clunia. Allí donde sólo quedan los restos de suelos y mosaicos, aquí tenemos calles con sus pasos de cebra, paredes, pinturas en estas, grafitis, e incluso techos en muchos casos.





Además de poder ver la estructura de la ciudad, parece notarse la diferencia entre la zona más noble, y la del populacho. En unos lugares están las casonas, con su atrio de entrada, y sus viñedos en la parte trasera. 




En otros lugares se observan tiendas, o algo parecido a restaurantes, donde tenían mostradores donde ponían la comida.Luego dentro, existían los triclinium donde comían. En una de estas apareció una bolsa con monedas que un pompeyano escondió con la esperanza de recuperarlos cuando pasara el cataclismo que Júpiter les mandaba.



Uno de los edificios más enteros eran las termas. Dentro se hallaban expuestos un par de pomepyanos que no pudieron huir. La nube de ceniza ardiente, que cayó por la ladera a alta velocidad, se depositó sobre ellos, dejando grotescas "esculturas" en la que se pueden apreciar detalles tales como las sandalias.




El último sitio al que llegué fue el foro, desde donde se ve el Vesubio al fondo. La típica postal pompeyana.



Por desgracia, sólo tenía una hora para un paseo que bien merece 3 o 4 acompañado de un buen zapatófono que te cuente las cosas. Habrá que volver algú día. 

Y así me cogí el tren de vuelta para ir a mis quehaceres laborales. Terminado el trabajo, la noche la pasamos paseando por Salerno. Es típico de esta localidad colocar luces de Navidad...

 - Pues como en todos lados, tú

Sí, pero no. Las luces se las curran, y cada año las hacen nuevas. Escogen un tema en particular, y decoran las calles. Este año tocaba algo así como flores y jardines. Todo el centro histórico está decorado con luces que asemejan flores o almendros en flor. 





Algún dragón perdido, 


Y finalmente, un parque dedicado a cuentos infantiles, con el barco pirata del Capitán Garfio, o la carroza de Cenicienta.






Unas luces  muy bonitas, sin duda. (Y como toda comparación siempre es odiosa, no hablaremos de las de Madrid)


El día siguiente la jornada laboral comenzó desde primera hora, lo cual me dejó toda la tarde libre. La opción uno pasaba por meterme a remojo varias horas en la piscina-spa del hotel. La segunda era irme con un colega a pasear por Nápoles. Ganó la segunda opción. ¡En que hora!. 


A esas horas se estaba desarrollando una tormenta del copón, pero sólo lo supimos tras estar montados en el tren. Que estuviera retrasado nos debería haber hecho sospechar. Pero nos dimos cuenta tarde, cuando el tren comenzó a pararse a mitad de trayecto. Un viaje originalmente de 36 minutos que se convirtieron en hora y media. Y aparecimos en la estación Nápoles con una curiosa serie de escaleras que por momentos recuerda a las escaleras imposibles de Escher.


Lluvia, obras, tráfico,... ¿tienen la imagen de ciudades de la India, o El Cairo de tráfico caótico, todos cruzando y girando donde Júpiter les da a entender, pero sin accidentes? Pues algo parecido es Nápoles. Allí nos doctoramos en "cruce de calles" mi colega y yo. Estamos ya en disposición de presentarnos al Mundial de esta disciplina deportiva de alto riesgo. El truco está en no mirar. Cruzar y confiar que alguien frenará. El tráfico es una especie de organismo vivo que se autoregula. 

Pero sigue siendo un caos. Y muy descuidado. Desconchones en las paredes, sucias... No. No me gustó Nápoles. Lo que no quita que tenga sus curiosidades. Estábamos buscando el centro antiguo de la ciudad, pero lo que nos topamos es con mercadillos, una especie de rastro, pero donde exponen pescaco, frutas y verduras en plena calle, por donde pasan continuamente coches y motos. 

Pensábamos que era sólo un barrio chungo con el que nos habíamos topado en ese momento, pero luego en el casco histórico volvimos a encontrar estos puestos, que no parecen recomendables precisamente. En todo caso, la ciudad es que ni fú ni fá. Aún así, el paseo nos duró un par de horas, y llegamos al tren un poco antes de lo previsto.

Y ahí empezó otra odisea, pues las tormentas que había en la zona del Vesubio habían hecho retrasarse a casi todos los trenes. Trenes a Roma llevaban unas 3 horas de retraso. Una hora esperamos nosotros hasta que por fin salimos de vuelta a Salerno, donde pudimos cenar un algo. Que rematamos con un heladito. Limón con chocolate, que siempre me dicen que es una mezcla muy rara, pero a mi me encanta.


Y con esto, al  día siguiente comenzó el viaje de vuelta. Todo minuciosamente programado: cojo un tren en Salerno, llego a Nápoles. Autobús al aeropuerto en 15 minutos, avión a Roma, y avión a Madrid y descansando en el sofá a las 5 de la tarde... pues no. 

Llego al tren, y resulta que los regionales todavía iban con los retrasos del día anterior. Así que me cogí otro que iba hasta Milán, pero paraba en Nápoles. En la estación, veo un lugar con gente con maletas esperando... pero resulta que de ahí no salía en autobús, que lo habían cambiado de sitio hacía unos meses. Bueno, da igual. Llego por fin al aeropuerto, y conseguimos salir y llegar a Roma más o menos en hora. 

Para la conexión a Madrid tenía 50 minutos. Así que busco la puerta de embarque, y ya relajado me pongo a comer algo. Según termino de comer, observo que me han cambiado la puerta a una zona totalmente distinta, y además se ha retrasado el vuelo 20 minutos. Pues hale, paseito de nuevo. Y al llegar a la puerta veo que está anunciado un vuelo a Copenhague. ¿Donde acabaría? ¿En Copenhague, Australia, Madagascar...? Finalmente, se abren las puertas de embarque al mismo tiempo que cambia el cartel para Madrid. Que alivio. Pero todavía quedaba llegar al avión, porque en Italia he ido todo el tiempo de jardinera en jardinera. Que son los buses que ponen en el aeropuerto para llevarte al pie del avión.

Como decía, en Italia todo lo relaciondo con ruedas son deporte de riesgo. Cruzar la carretera, montar en taxi... y montar en jardinera. Normalmente, en los aeropuerto está todo señalizado: por donde ruedan los aviones, donde se colocan, por donde circulan los coches, autobuses y jardineras... pues nada, en Italia como si no existieran. Las jardineras van por medio de los carriles, o cortando las curvas metiéndose en zonas reservadas para aviones. Lo dicho, deportes de riesgo. 

Al final salí con una hora de retraso. Y al sofá llegué a las 6 y media. Ahora, a descansar. 

Reportaje ofrecido por Julio Plaza, "La mosca cojonera" de este blog.

7 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...


Juliooooo

¡Ya llovió desde el último reportaje!
Una alegría verte por aquí revoloteando y narrando jugosamente tu viaje. Lo de Pompeya y el Vesubio me interesa especialmente. Las fotos estupendas, ay ese pie, qué pie.

Gracias y besos a Esther. Y a las fieras.

Merche Pallarés dijo...

Sííí, como dice Abejita ¡se te echaba de menos! Magnífico reportaje querido Mosca, sobretodo de Pompeya. ¡Me ha encantado!

Ele Bergón dijo...

A tu papá y a mi también nos ha gustado mucho el relato un poco trastocado de este viaje por tierras italianas. Ya sabes que Italia siempre fue nueszro país preferido.
Pompeya es mi asignatura pendiente. Otra de algunas que me quedan.
Las fotos muy bonitas . Me gustan las luces.

Besitos de tu mami

Myriam dijo...

¡Estupendo reportaje, con todas las anécdotas a cual mejor! Gracias, Julio.

Besos

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches:

¡Qué grande es ser joven! ¡Cuánta energía!
Gracias por el estupendo reportaje.
Dejo ‘Y brillaban las estrellas’ con la voz de Caruso, e imágenes de Salerno.

Abrazos.

P.D.: En el min.1,32 un mercado callejero, como el de tu fotografía.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esto sí es viajar...

Paco Cuesta dijo...

La arañita viajera.
Besos