miércoles, 25 de junio de 2014

"El río que nos lleva": "Y la luz crepuscular, con su seda violeta, creaba un ambiente de patética melancolía y de renunciación"

Los misterios del sueño me habían conducido hasta allí. "Una ensenada oro y azul", en una isla mediterránea con sus pinos y sus columnas truncadas. Dormí en paz, al fin había llegado a mi Ítaca prometida, donde aguardaba la mujer vestida de niebla, "pura y fantasmal"Paula, se llama Paula, anoche pude oír su nombre.


La luz dorada se tornó grisácea, ¿Dónde estaba mi ninfa? Un frío escarchado me había despertado y mis ojos, incrédulos, contemplaban a un hombre que andaba sobre el río, una visión de resonancias bíblicas. 

“Sí, tranquilamente...avanzando entre los últimos jirones de niebla, creí que todavía soñaba.  Al punto comprendí, el hombre pisaba sobre los troncos flotantes”. 

El río era una enorme tarima y él cruzaba de una orilla a otra, apoyándose en una vara terminada en gancho. Era un ganchero, en el alto Tajo.



Me volví al oír una voz que me decía "¿Se ha dormido, eh? Allí estaba Paula, la cara casi de niña tímida y las manos con rasponazos. Preparó para mí unas humeantes sopas de leche y pan, en un puchero arrimado a un rescoldo; decía que "el americano" le había dicho "de" atenderme. Cuando le contesté que no merecía la pena "de" ocuparse de mí, me recordó  lo que ayer hice por ella. En un impulso contesté: "Pero...Usted es otra cosa".  ¿Se quedaría pensando por qué ella era otra cosa?

Tenía que despedirme, me conmovió su extrañeza tan sincera, tan extraña en una mujer:
 -"¿Quiere irse? ¿Ahora?"

Mostré  mis dudas: 
-"No sé. Quisiera saber lo que tengo que hacer"
-"¿Y no lo sabe?
-Hace meses que nunca lo sé, de verdad.

Me miró, incrédula, casi burlona, me daba un poco de miedo. Me preguntó si estaba enfermo. "Puede", le contesté. Y eso dulcificó su gesto. Me invitó a ver trabajar a los gancheros. Supe que Paula era tan extraña al grupo como yo  y que se alegraban mucho de que hubiera vuelto.

Los gancheros faenaban mandados por el Americano, a a luz del atardecer, junto a una hoz angosta. 

"Su tono era cordial, pero las miradas de los hombres resultaban inquisitivas, bajo aparente indiferencia. Con las cerradas barbas, los pañuelos anudados a la cabeza bajo el sombrero, los ganchos como lanzas y los pantalones atados al tobillo, parecían, a primera vista, jinetes a punto de montar a caballo para una aventura siniestra".  La faena estaba resultando especialmente penosa, el paso de los troncos por "La Escaleruela" era muy difícil. "¡Moler con ella!", como decía el Seco.


Habían construido un castillete de troncos en rampa, sin clavos ni cuerdas. Era fácil acabar en el agua. Y eran pocos, notaban la falta del ganchero que se accidentó en un pie. Y yo me atreví, me ofrecí a echar una mano, ya había probado los ríos...los de Italia, con nieve incluso. El Americano dudaba, me entregó el gancho. Lo demás le animaban, que me ganara las migas, sobraban mirones...Me convertí en un ganchero más, incluso recibí el bautismo en el Jordán...me caí al río. Y tuve que mantener a raya al malicioso Dámaso...


Migas

En cuanto a Paula, los gancheros eran hombres solos y se respiraba la tensión que provocaba una mujer joven y atractiva. El "recadero de amores", con sus ardorosos recados de parte de novias y esposas, la aumentó. Existía un equilibrio inestable, la respetaban, el Americano imponía disciplina pero...decidí ofrecer mi ayuda, la veía tan sola, tan desamparada...como yo:

"Usted arrastra una pena. No sé cuál será, ni quiero saberla si no quiere decírmela. Pero si necesitara algo...Si, por ejemplo, tuviera usted que irse de aquí, y quisiera ir bien acompañada...Sólo busco poder servir alguna vez para salvar a alguien. La acompañaría como un hermano, créame".

La respuesta cortante de ella fue: "No te desvíes de tu camino. Yo no soy mujer para un hombre bueno, para un hombre como tú".

Anhelaba repetir un encuentro como aquel entre la niebla. Fue aquel día, en Huertahernando. Paula había ido con Santiago, el Chepa, a comprar víveres, en la miserable tienda de ultramarinos del pueblo. El Chepa salió a ahuyentar a unos chicos del pueblo que se entretenían en varear al burro Canalejas en las ancas...los angelitos querían comprobar si era un asno gitano.



 La muchacha se quedó sola con un tendero tan sucio como su grasienta tienducha. Cuando fue a pagar, se insinuó groseramente: 

"¡Ay, paloma, y para qué necesitas tú el dinero! ¡Si nos podemos entender muy bien! Ya verás yo...
No te hagas la moza, que una hembra de gancheros bien probada estará"

No tuvo que usar aquellas tijeras que había cogido como arma, Santiago acudió y salvó la situación. Y ni siquiera pagó, todo un hombre el Chepa. Haber cogido el dinero antes...



Después del desagradable incidente, Paula vio una ermita y sintió necesidad de consuelo religioso. Entró sola por el senderillo, la seguían mis ojos imantados por la gracia de sus andares. Oculto entre las sabinas, veía sus facciones contraídas y angustiadas. Cayó de rodillas ante la puerta y pegó la cara a la reja del ventanillo. Me sentía "casi avergonzado de interferir en aquella íntima soledad".


"El sol llegaba a su ocaso y todo el cielo se ponía violeta"



Se sentó en el soportal y me decidí a hacerme visible, al ver su desfallecimiento. Puse como excusa que yo también iba a rezar. Paula consideraba que yo no necesitaba rezar, que yo era muy bueno, que rezar hace falta a los que no tenían remedio, como ella, tan marcada como el Dámaso, el peor de los gancheros. Tuve la osadía de decir:

"Digo que eres muy desgraciada y que no quieres confiarte a a quien te serviría de descanso"

Ella se desentendía de mis palabras, se acariciaba el talón del pie. Se le había roto la alpargata y tenía que arreglársela, ahora que tenía la aguja y los hilos de la tienducha. Quise besar aquellas manos, me lo impidió: "no puede ser".

"El aire estaba de pronto increíblemente inmóvil, como si no existiera.Tampoco el frío. Y la luz crepuscular, con su seda violeta, creaba un ambiente de patética melancolía y de renunciación. Algo parecía en suspenso; algo estaba también a punto. Cualquier milagro podía suceder, como en las historias de la leyenda dorada". 


Leyenda dorada

Y el aire me inspiró palabras extrañas y místicas, no sé por qué las dije:

"Ya sé que no puede ser. Mejor dicho: no es que no pueda ser, es que no es"

No sucedió nada, me dijo que no entendía. El silencio se materializó en una lechuza guardiana de la ermita, el ave de la sabiduría. Expresé mis deseos imposibles: 

"¡Si fuera posible no movernos de aquí, no levantarnos, permanecer por toda la eternidad!

En aquel aire cualquier milagro hubiera podido cuajar, pero no sucedió nada. Emprendimos la marcha monte abajo. Se acercaban las sombras y el frío, apareció una "inmensa luna sangrienta".

Yo me preguntaba si sería ese el milagro: no había sucedido nada. Titiaba una colorilla y Paula recordaba la copla del prisionero al que mataron la avecilla que le cantaba al albor. 



Y yo recordé el de la infanta de Francia que iba sola por el campo con un caballero y él era demasiado formal. Cuando llegaron al palacio del rey, ella se burlaba y decía: "Ríome del caballero y de su gran cobardía: ¡Tener la niña ne le campo y catarle cortesía!"

Ella guardó silencio y me miraba con ojos dolidos. Me arrepentí de mi torpeza y rectifiqué: "Hay otros romances más dulces y que te van mejor". Me contestó con firmeza: "Y a ti también. Tú no eres el Seco". 

Era verdad, eso era lo malo. Le conté lo que me pasó en Italia, en la guerra, con una mujer hambrienta que se vendía a cambio de comida para su hijita. Yo tenía una lata de carne, se la puse en las manos y me marché. Ella me alcanzó y me dijo: "santo, santo". Me dio un fetiche de coral, me decía que daba suerte. Le pregunté qué suerte le había dado a ella, me señaló a la niña y exclamó: "¡está viva!". No consintió que le devolviera el amuleto, lo llevo siempre conmigo.

Ya estábamos junto al río y la luna rielaba sobre los troncos. Recordé como un amigo mío daba la vuelta a la historia: ella quería pan para la niña, hombre para ella y encima sentirse víctima inocente. Yo no lo veía así, pedí opinión a Paula que me dijo:

"Yo nunca buscaría así a un hombre, Royo, estáte seguro".

Se alejó para dar un rodeo y no llegar juntos al campamento. Pensaba si en el cerro habría ocurrido algo todavía no revelado. 

¡Ay, si ella pudiera quererme! 

Roy Shannon, el irlandés ganchero y ex combatiente.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

miércoles, 18 de junio de 2014

"El río que nos lleva": "La mujer, inmóvil, se recortó en el aire, más pura y fantasmal que nunca"



Comentario al prólogo de la novela "El río que nos lleva" de José Luis Sampedro. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.


"La puerta en la roca"

"Todo estaba dispuesto en la sierra fría". Shannon  dio los pasos precisos en el lugar preciso, ni uno más ni uno menos. . La corriente de la vida le reunió "a la callada" con el hombre herido, "el cebo", la mujer "envuelta en sombra" y el animal, un burro, "encargado de extraviarlos hacia su destino". El día acababa de extinguirse, la luna "esperaba su momento para asomarse a tender puentes de plata sobre los abismos de la noche".



Shannon avanzaba hacia Zaorejas "sobre la recta interminable de la carretera", rodeado de una tierra y un cielo enérgicos, como gigantes amenazadores:



"ímpetu geológico", "tierra levantándose entera, como la tensa piel de un tambor exasperado", "ansia de altitud", "nubarrones cenicientos, agitados por extrañas fuerzas", "el ceñudo cielo del invierno", "como entre las placas de un condensador cósmico".



 Porque "el caminante avanzaba inquieto". Venía de una guerra mundial, y caminaba "sin enterarse" sobre las cicatrices de una guerra civil. El suelo que pisaba fue "sin duda  aprovechado para aterrizajes". 



Pero Shannon, excombatiente, traía su propia guerra puesta,  Porque acabados los combates "había visto a su verdadera luz aquel mundo del que le habían hecho cómplice: niños mutilados, mujeres deshabitadas, palabras hueras y asesinos de uniforme orgullosos de sus bombas". Y huía de sí mismo, desde hace unos meses, "tras la borrachera del armisticio". Una  huida desesperada desde Italia hasta las tierras del Alto Tajo.



Un pie tras otro, sin enterarse de nada; pero, de repente, unas figuras humanas, allí en su camino, cobraron vida. Vio un hombre tendido, con el pie liado en un trapo sanguinolento, y una mujer sentada. Preguntó, no estaba seguro de atreverse a intentar aliviar el dolor humano. No le contestaron, la mujer se escondía tras una manta. Por fin, el herido se quejó: "El palo...¡Roío palo!

Shannon reaccionó, se sentó junto al hombre. Y la mujer torció el cuerpo como para esquivarle mejor. Le arremangó el pantalón, descubrió la herida, el palo había golpeado de lado. "El herido apartó enseguida la vista de la hinchada masa, deforme y amoratada".

Shannon se llamaba Roy y lo de "roío" le suena a palabra conocida. Trató de animarle: "he visto casos peores". Estuvo a punto de soltar aquello de "has tenido suerte", como se decía a los soldados que "a cambio de un pie salvaban la vida". Roy se situó de nuevo en un campo de batalla. 

Sólo podía limpiar y mejorar el vendaje. Cuando terminó, ya se había puesto el sol. Calló el viento, aumentó la desolación, reinaba el silencio; sólo se oía la masticación impasible del asno, quijada contra quijada, hierbecilla tras hierbecilla. Chas, chas. Y el resuello fatigoso del herido. Había que llegarse a un hospital o a un médico, les dijo; ni una respuesta, ni un gesto.

El accidente ocurrió al atravesar el río por el camino de maderos, querían llegar a Zaorejas. Shannon se ofreció a acompañarlos, no estaba muy lejos. El herido se negó: "montao me cuelga la pierna...me se pone peor". Perderá el pie si se queda, le advirtió, no importa, contestó casi ufano, lo pagará el seguro. "Si se le gangrena, lo que tiene seguro es el cementerio" replicó excitado Shannon.

Pidió a la mujer que le ayudara a colocar a su marido en el burro. Ella protestó:"no es na mío. Es un ganchero". "...le mandaron acompañarme" añadió el herido. El caminante iba entendiendo la situación, aunque no sabe qué cosa es un ganchero. 



Iba a acercarle al asno cuando vieron un carro. Hablaron con el carretero, llevaría al herido hasta Villanueva de Alcorón, adonde se dirigía. Shannon acompañaría a la mujer hasta Zaorejas. 

Y se quedó a solas con ella y percibía un distanciamiento hostil, de tal manera que deseaba dejarla en el pueblo cuanto antes. La mujer montó en el burro y se volvió con esfuerzo para decir  gracias y adiós. Y él: "¿Como adiós? Yo también voy a Zaorejas"

"Ella se encogió de hombros y taloneó al burro". Él detrás, andando, sintiéndose obligado  a acompañarla, dolido por la indiferencia. La mujer se detuvo pensativa, antes de tomar un sendero hacia los pinares, obviando las luces amarillas del pueblo. ¿Adónde se dirigía? ¿No iba a Zaorejas con su familia? Ni lo uno ni lo otro. 

"Vuelvo a la maderada. Éste ha de ser mi camino."

Roy no entendía nada. ¿Maderada? ¿Ahora que cae la noche? ¿Sola? ¿Estaba loca?

La mujer era ahora "un negro bulto fugitivo". Y de él le llegó el grito. "Más fuerte que el rumor del agua, más metálico que el choque de las herraduras, más agudo que el viento:
-¡Sí, estoy loca!"



¡Loca! No parecía la misma voz, era "una desesperada catarata de voluntad" Shannon echó a correr, gritaba en vano para retenerla. ¿Por qué corría? ¿Por obstinación, por salvarla, por curiosidad? Cuando pudo reflexionar ya no podía desertar, seguía adelante, palpaba las sombras, escuchaba su respiración, la sangre le marcaba el ritmo de la marcha...Ella era una "sombra imantada" que le atraía con la fuerza del destino. 

Pero ella no se volvió ni una sola vez, el camino era cada vez más áspero y pedregoso, los pinos más achaparrados, mezclados con sabinas y enebros. Una luna gigante modelaba las sombras:

"Una luna gigante se asomó por el monte y empezó a recortar con su buril de plata las sombras quietas de las peñas, las sombras vivas de los caminantes."




Ahora la torrentera se tornaba en nava de fina hierba que hizo relinchar salvajemente al burro. ¡Agua! El río era "un ancho espejo de luz", "el animal se inclinó a beber y la plata líquida se llenó de temblores en aquella claridad, convirtiéndose en seda estremecida por el viento". Platero, digo el burro Canalejas, reanudó la marcha. 



"La mujer, inmóvil, se recortó en el aire, más pura y fantasmal que nunca". Shannon se acercó a la orilla, contempló conmovido un largo instante el milagro del agua entre los riscos, secreto de blandura en corazón de roca". 

Alzó la vista, la mujer había desaparecido. "¡Y enfrente no había salida! Al otro lado, sólo una pared de roca "metalizada por la luna". Rodeó la orilla y "la roca se fue abriendo como un Mar Rojo de piedra". Había sido víctima de un trampantojo lunar.

Entró por un breve desfiladero, a la salida el monte se bañó en "un inmenso mar de niebla, campo blanquísimo de luna bajo la pura serenidad nocturna, decantado en el cuenco de los montes por la leve densidad de los vapores". En aquel ambiente onírico aguardaba una mujer que bien podía ser la metamorfosis del mensajero de los dioses. ¡Su joven rostro bajo la lámpara de la luna! ¿Bécquer?



La pregunta era absurda: "¿Hemos llegado?". Ella murmuraba: "En lo hondo está el río...Pero no sé..."

En el desfiladero se debieron desprender la hostilidad y el recelo. Porque pedía ayuda. 

-Bajando lo hallaremos-tranquilizó Shannon. Andando hacia abajo se encuentran los ríos."



Avanzaban hacia la niebla que se deshacía en vedijas, "descubriendo y ocultando fantasmas de pinos como algas en el fondo de un lago. A veces se vislumbraba una luna ahogada en la bruma."

"Caminaban en silencio como niños perdidos, sin más guía que un continuo descenso...". 



Se fue suavizando la ladera, distinguieron un resplandor rojizo. Él "sintió un choque doloroso, era como si todo-pero ¡qué?-hubiera de terminar allí". Hizo ademán de marcharse, "deben ser los suyos...será mejor que la deje". Ella casi suplicó un "espere, espere"

¿Quién va? gritaron los de la hoguera. Ella gritó con júbilo: "¡El Americano!...¡Soy la Paula!"

Shannon la siguió, murmurando: Paula, Paula.

Paula puso al día al Americano: no se fue a Zaorejas con su gente, el hombre curó al Tejero y nos ayudó.

El hombre se presentó: "Me llamo Shannon, Roy Shannon. Pensé que no debía dejarla sola por el monte. Pero ya ha llegado".

El Americano le aconsejó que se quedara a la lumbre, que la noche no estaba para andar. Paula le advirtió que la humedad era muy recia y le ofreció una sonrisa, por primera vez. 

Paula durmió en el saco de dormir del irlandés, que era irlandés y no inglés ni americano. Al día siguiente conocería a los gancheros que dirigía el "Americano". Y sabría lo que era la "maderada" y los ganchos, y...


Paula, Paula...durmió con la manta de la muchacha, olorosa a pinocha y resina, con algún recuerdo caliente y peludo de la cabalgadura. Caminaba por un planeta confuso, a veces sombra y a veces luz. Hasta que, de repente, su sueño desembocó en una ensenada oro y azul, en una isla mediterránea, con pinos y un templo consagrado a los antiguos dioses, a aquellos hechos a imagen y semejanza del hombre.

Seguiremos por el río que nos lleva, tras el hechizo de este encuentro,

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

miércoles, 11 de junio de 2014

"El río que nos lleva": "Al otro lado del agua, sólo una franja de tierra y una vertical pared de roca, metalizada por la luna"


Comentario de introducción a la lectura de la novela "El río que nos lleva", de José Luis Sampedro. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

"Al otro lado del agua, sólo una franja de tierra y una vertical pared de roca, metalizada por la luna"

Tierra, agua y madera. Murallas de roca, agua brava o en calma y troncos de árboles cortados empujados por los ganchos de los gancheros. Se atascan, se amontonan, obligan a arduos equilibrios, a veces hay que cortarlos, pueden sepultar a un hombre...es preciso pelear con ellos, desde la Serranía de Cuenca hasta Aranjuez. 



Es “El río que nos lleva”, aguas en la que solo nos bañamos una vez,  nuestras vidas que van a dar a la mar que es el morir, un eco repite a  Heráclito y a Manrique. Y"nos" lleva, verbo teñido de fatalidad, pronombre que nos incluye.

A los rudos gancheros del Alto Tajo, con el Americano de capataz, realizando un trabajo a extinguir que desaparecerá con el fin de la obra del embalse de Entrepeñas. La maderada tiene los días contados, sus hombres son más pobres que los labradores pero no conciben otra vida.

A Roy Shannon, irlandés, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, marcado por la crueldad humana , vagabundo circunstancial en España. Se enrola en la ganchería por casualidad.

A Paula, mujer misteriosa y fugitiva que focaliza toda la novela, una ninfa diferente a las de Garcilaso. 

A otros personajes del libro que viven en la España mísera de los años cuarenta...

A José Luis Sampedro que en un borrador de sus memorias, "Sala de espera", se denomina a sí mismo como "El río José Luis". Y comienza con un hermoso y fluvial nacimiento:

"El niño nace como el río. Emerge de lo profundo; una vida de carne, una vida de agua. Unas veces con violencia, con desgarro, como el agua se despeña brotando en la barrancada. Otras con esfuerzo, abriéndose paso por la carne, por la tierra. A menudo con natural empuje, manando del hondón como agua que rebosa y empieza a ocupar su lecho." 
(José Luis Sampedro, "Sala de espera", Plaza y Janés, abril 2014)



Y a todos nosotros, que también somos río. El río ¿O somos la maderada?

Un abrazo del río María Ángeles Merino

"El sí de las niñas": "excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo"



Rápido, Simón, monta a “Moro” y a toda carrera, alcánzalo y tráelo de vuelta a la posada de Alcalá de Henares. Amanece, se salvarán los obstáculos que impiden vuestro amor. Que se superen también los que han impedido frecuentemente a España “el progreso rápido de las luces”…eso llevará más tiempo, el escritor lo sabe. ¡Menudo siglo XIX le esperaba a este maltrecho país!

Pero vosotros, Paquita y Carlos, gozaréis de la libertad de amar y os espera la posterior vida ficticia que cada lector o espectador de “El sí de las niñas” pueda pintar en su imaginación. Ya sabes: “y fueron felices y…”. 



Mi señora doña Paquita:

En la escena VIII del tercer acto, por fin hablas a solas con Don Diego que también está deseoso de oír tus palabras sin las interrupciones de doña Irene. Calor, insomnio, desazón; la conversación anodina pronto desemboca en la pregunta clave: “¿Qué siente usted?" No sientes nada, no tienes nada, solo un poco de algo que no puedes expresar. Don Diego no se conforma con una respuesta así y sondea: “Algo será, porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted que la quiero tanto?”.




Te quiere, tendrá mucho gusto en complacerte, tienes en él a un amigo; lo sabes. Don Diego no se rinde y sondea tus sentimientos.

"¿Pues cómo, sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga con él su corazón?"

Que, por fin, asoman tímidamente: “Porque eso mismo me obliga a callar”.

Don Diego tira un poco más del hilo: “Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de su pesadumbre de usted.” No lo admitirías nunca," no señor", replicas, "usted en nada me ha ofendido... No es de usted de quien yo me debo quejar". A ver cómo contestas ahora, que vienen las preguntas directas:

“Dígame usted: ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que se la propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?”



Y tú que “ni con otro”. Y don Diego:

“¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien, y que la corresponda como usted merece?”

Y tú, Paquita, que no y que no. Y que de monja…tampoco.

Llanto y tristeza, no parecen señales de casarse gustosa, no anuncian ni alegría ni amor. Y así te lo expone el que va a ser tu marido que no cesará en su empeño de hacerte hablar.

Se va iluminando la escena, llega la luz del día y “las luces de la razón”.



Reaccionas, don Diego te está llevando a donde él quiere. Preguntas, airada: 

“Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?” 


Otra vuelta de tuerca:

“ ¿Pues qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si su madre de usted sigue aprobándola y llega el caso de...” 



Respondes, sin titubeos, que harás lo que tu madre te manda, te casarás con él y, después, serás mujer de bien. Pero él no se rinde:

“Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor?”


Don Diego se ha de emplear en tu felicidad, no es mal ofrecimiento; pero tú ya no puedes más:

-"¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.
-¿Por qué?
-Nunca diré por qué.”

Para romper tu obstinado silencio, él también rompe el suyo, no está ignorante de lo que hay y tú debes saberlo. Tu respuesta es rápida: "Si usted lo ignora, señor Don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte".  

A continuación,  establece un plazo corto para que te rindas ante la evidencia: "hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer". Pero no consigue que rompas la línea de tu discurso: darás gusto a tu madre, vivirás infeliz, lo sabes. Don Diego no te culpa, son los frutos de una educación cuyo principal objetivo es el disimulo y la insinceridad:

"Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo"


"El sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega", Goya como Moratín.

Eso exigen de vosotras, eso os enseñan, lo reconoces, así fue la educación femenina durante siglos. Como esclava de un sí perjuro, pides ayuda a don Diego que se muestra "como un buen amigo". Bien sabe el genio de tu madre, no te abandonará en la situación dolorosa en que te ve. Quieres arrodillarte, no te lo permite...¿Ingrata? No, todo ha sido una equivocación, tú, inocente, no has tenido la culpa. 

Tras mostrarle la carta, Don Carlos, tu don Félix, relatará a su tío vuestra historia de amor. Todo comprobado y arreglado:

"Si tú la quieres, yo la quiero también. Su madre y toda su familia aplauden este casamiento. Ella..., y sean las que fueren las promesas que a ti te hizo..., ella misma, no ha media hora, me ha dicho que está pronta a obedecer a su madre y darme la mano, así que..."

Así hay que contárselo a la fiera...digo a tu madre. Siéntese, no hay que asustarse ni alborotarse. Y ahí va la bomba: "Su hija de usted está enamorada...". Doña Irene, encantada de la vida, que ya se lo dije yo mil veces, escuche señora y no interrumpa; que está enamorada... pero no de mí. Y ella: qué dice usted, quién le cuenta esos disparates...Y don Diego que es verdad... se echa a llorar y lloriquea, compadeciéndose a sí misma.

Dios mío, una pobre viuda, con sus años y sus achaques, verse tratada como "una puerca cenicienta". Ay, si vivieran sus tres difuntos, sobre todo el último que tenía un genio como una serpiente y repartía mojicones que era una bendición.





Don Diego pierde la paciencia, por Dios...que se calle y me deje hablar. Y tu madre que si busca pretextos para zafarse de sus obligaciones...y venga a llorar. Por fin, se presta a escuchar a don Diego que lo cuenta así:

"Pues hace ya cosa de un año, poco más o menos, que Doña Paquita tiene otro amante. Se han hablado muchas veces, se han escrito, se han prometido amor, fidelidad, constancia... Y, por último, existe en ambos una pasión tan fina, que las dificultades y la ausencia, lejos de disminuirla, han contribuido eficazmente a hacerla mayor"


¿Amante?  Eso es un chisme inventado...la hija de mis entrañas encerrada en un convento, bonita es Circuncisión para haber disimulado a su sobrina un desliz. Que no, señora, que no hay deslizamiento alguno, que se trata de "una inclinación honesta". Mire esta carta...todos estábamos equivocados.Y tu madre, sin leerla, invoca a la Virgen del Tremedal y te llama a gritos. Y, ahora, quiero que nos cuentes tú el final de esta historia.


Con gusto lo haré, señora, aquí deposito mis palabras:

Así es, mi madre me llama picarona y...la reprimenda no es pequeña:


"¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice? "

Don Diego lee la carta que me arrojó don Félix por la ventana:
«Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mí enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa y olvide para siempre a su infeliz amigo.- Carlos de Urbina.»


Mi señora madre se encamina colérica hacia mí, en ademán de querer maltratarme. Asegura que me ha de matar. Mas, en ese momento, aparece mi don Félix, como un héroe calderoniano, me toma del brazo y me aparta para defenderme. Y la que me dio a vida gritando:

"¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo!"




 Don Diego explica la situación:

" Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer."

Don Carlos y yo nos abrazamos y nos arrodillamos a los pies de don Diego. Mi madre cambia la cara, sonríe, así que era el sobrino de don Diego...le gusta la idea, ve arreglada nuestra maltrecha situación económica. Era su principal preocupación, al fin y al cabo es el heredero...si no hay pan, buenas son tortas.

A don Diego le hemos dado la peor noche de su vida, con música y palmadas. Nos perdona y nos hace felices, nos hace levantar con ternura. Reconoce la dolorosa impresión que le deja en el alma el sacrificio que acaba de hacer, se califica a sí mismo como "miserable y débil". ¡Qué buena persona es el señor don Diego! ¡Qué hermoso ejemplo de buenas costumbres ha de dar a los espectadores del teatro!



Mi don Carlos le besa las manos, nuestro amor y agradecimiento le compensarán de la pérdida. Don Diego habla ahora de su error, y de las tías monjas y de mi madre. Qué bien explica lo de abusos de autoridad y lo de ese sí, más falso que Judas, que dan algunas niñas como yo:

"Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!"


Ahora todos son abrazos y a mi madre le parecen hechiceros los ojillos de mi don Carlos. Rita añade con guasa: "Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... señorita, un millón de besos. " Y la beso con ganas qué buena amiga es mi Rita, si no es por ella..., me quiere tanto...

Don Diego me abraza como un nuevo padre y nos asegura que ya no teme a la soledad. Nos coge de la mano y ¡nos habla de nuestro primer niño!:


"Vosotros seréis la delicia de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor... sí, hijos, aquél... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa."





Bendita sea la bondad de don Diego, proclama mi futuro esposo. Y bendita sea la de Dios, añade mi nuevo padre. Para que luego digan que don Leandro Moratín no es un buen cristiano.

Me despido de ustedes, aquí permanezco en la sala de paso de la posada de Alcalá. Ya saben, en un libro o en un teatro. Soy un inmortal personaje de ficción. Que las luces de la razón les alumbren. Se despide:

Doña Francisca, la niña que dio el sí, mas fue un buen sí, ni perjuro ni sacrílego. Porque don Leandro Fernández de Moratín quiso impartir una buena enseñanza y yo fui un buen ejemplo.


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de.

María Ángeles Merino

miércoles, 4 de junio de 2014

"El sí de las niñas": "¿Y a quién debo culpar? ¿Es ella la delincuente, o su madre, o sus tías, o yo?"




Simón acercó la luz. Era inevitable, se produjo el encuentro entre don Diego y su sobrino don Carlos. Porque no lo sabías, pero tu galán era el sobrino…qué sería del teatro sin estas felices coincidencias. Ya has visto, al tío le incomodaba su presencia, precisamente cuando estaba a punto de concertar la boda, contigo, con doña Francisca, la niña del “sí”, del terrible “sí”. Más tarde lo sabría, mas ahora estorbaba. ¿Temía acaso que los ojos del apuesto teniente se posaran en ti? ¿O eran los tuyos el problema? Si es así, no andaba descaminado.



Lo reprendió como a un chiquillo ¿Qué haces aquí, lejos de tu guarnición en Zaragoza? ¿Qué has hecho? ¿Desafío, deudas, algún problema con tus jefes? ¿No? Aquí tienes dinero, paga el gasto, vete con los caballos al mesón de afuera y mañana con la fresca tomarás la de Aragón, la puerta de los Mártires, no la de Madrid, no te desvíes, no hagas como la última vez que… tus soldados esperan a su oficial, que para eso te puso el Rey allí. 




Y tu don Félix, sumiso, le besa la mano y obedece…demasiado. Este chico es "una malva", tanto que don Diego enjuga una lágrima:

“Demasiado bien se ha compuesto dispuesto... Luego lo sabrá enhorabuena... Pero no es lo mismo escribírselo que... Después de hecho, no importa nada... ¡Pero siempre aquel respeto al tío!... Como una malva es.”

"Como una malva es"

-Cuéntamelo tú, Paquita.

-Así lo haré, mi señora que escribe. 
Mi don Félix desapareció... Cuando supe que el oficial y el criado se habían ido para Zaragoza, los que ocupaban la habitación 3... temblaba, no comprendía, me preguntaba en qué le había podido ofender. 

“ ¿Pues no le quise más que a mi vida?... ¿No me ha visto loca de amor?
“Que no me ha querido nunca, ni es hombre de bien... ¿Y vino para esto? ¡Para engañarme, para abandonarme así! “


¿Celos? ¿Miedo de su competidor? ¿Algún otro motivo? No, ni Rita ni yo alcanzábamos a comprender. Pérfido, monstruo, cruel…duros calificativos salían de mi lengua.



Nos recogimos, qué noche más calurosa, y más triste, sin poder conciliar el sueño.

Dieron las tres en la iglesia de San Justo…oímos  tres palmadas y un punteo de guitarra. ¿Sería algún barberillo buscando amores con alguna Maritornes? ¡Era don Félix! 

Nos acercamos a la ventana, a oscuras, tanteando la pared. Volvió a sonar la sonata que tan bien conocíamos, la seña no podía mentir. Rita abrió la vidriera y dio otras tres palmadas. Cesó la música. Me asomé a la ventana y pude, por fin, hablar con mi galán:




Yo soy... Y ¿qué había de pensar viendo lo que usted acaba de hacer?... ¿Qué fuga es ésta?... ¿Para siempre? ¡Triste de mí!... Bien está, tírela usted... Pero yo no acabo de entender... ¡Ay, Don Félix! Nunca le he visto a usted tan tímido... 

Mas no me explicó el misterio. ¿Y no he de saber yo hasta que llegue el día los motivos que tiene usted para dejarme muriendo?... Sí, yo quiero saberlo de boca de usted. Su Paquita de usted se lo manda... Y ¿cómo le parece a usted que estará el mío?... No me cabe en el pecho... ”

Tiraron una carta que cayó por la ventana, yo la buscaba, ansiosa, la oscuridad la ocultaba a mis ojos.
¡Infelices! No sabíamos que don Diego y su Simón habían oído el rasgueo de la guitarra y las palmadas, que habían seguido tras la puerta nuestra aventura, que sabían lo de la carta arrojada. Y Simón la buscó, la encontró y se la entregó a su amo. ¡Ay! Un farol y la leerá, ay Dios mío, mi madre me matará con sus propias manos.

-Sí, Paquita, don Diego la leerá, se preguntará:

“¿Y a quién debo culpar? ¿Es ella la delincuente, o su madre, o sus tías, o yo?... ¿Sobre quién... sobre quién ha de caer esta cólera, que por más que lo procuro no la sé reprimir?... ¡La naturaleza la hizo tan amable a mis ojos!... ¡Qué esperanzas tan halagüeñas concebí! ¡Qué felicidades me prometía!... ¡Celos!... ¿Yo?... ¡En qué edad tengo celos!... Vergüenza es... Pero esta inquietud que yo siento, esta indignación, estos deseos de venganza, ¿de qué provienen? ¿Cómo he de llamarlos?”

-No, no soy culpable, no soy yo la delincuente, señora mía. Así me educaron, para que disimulara mis sentimientos y me sometiera a los deseos de mis mayores. Mi madre, las tías monjas con sus sermones...me inculcaron el silencio, el temor, el disimulo del esclavo. Me criaron como al tordo enjaulado...sí, sí, sí...piaré que sí en el momento adecuado.


Me daba lástima mi señor don Diego,  a pesar de todo, es un hombre de bien.  Decepcionado, colérico, avergonzado y ¿celoso? ¿a su edad? Si no son celos, era algo que se le parecía mucho. 

-De vuestro señor don Diego vendrá la solución, se resolverá vuestra contradanza, pero no adelanto acontecimientos. De momento, ordenó a Simón:

"Mira, y haz que ensillen inmediatamente al Moro, mientras tú vas allá. Si han salido, vuelves, montas a caballo y en una buena carrera que des, los alcanzas... ¿Los dos aquí, eh? Conque, vete, no se pierda tiempo."

No había tiempo que perder. Iba a amanecer, se haría la luz, se salvarían los obstáculos. Asistiremos al desenlace, Paquita. 

Pasará mucho tiempo; pero llegará el día en que se salven también " los obstáculos que han impedido frecuentemente en España el progreso rápido de las luces". Don Leandro lo soñó así.




Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino