miércoles, 21 de mayo de 2014

"El sí de las niñas": "El cariño que a usted la tengo no la debe hacer infeliz"




Comentario en torno a "El sí de las niñas" de Leandro Fernández de Moratín, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Podemos ser espectadores de la obra entera aquí, a través de You Tube. Aunque es una versión televisiva y viejilla, la actuación de Pablo Sanz, como don Diego, merece la pena. Para leer la obra tenemos este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.

"-¿Qué es eso? ¿Ha llorado usted?
-¿Pues no he de llorar? Si vieras mi madre...Empeñada está en he de querer mucho a ese hombre...Si ella supiera lo que sabes tú, no me mandaría cosas imposibles...
-Señorita, por Dios, no se aflija usted. "

No te aflijas, Paquita; mira que tu fiel Rita es portadora de buenas noticias. Don Félix está aquí, en la posada. Acaba de encontrarse con Calamocha que llega en compañía de maletas y agujetas. En una breve escena, ha tenido tiempo de ponerla al día en cuanto a noticias, amén de requiebros e insinuaciones.

Sí, recibió tu carta y se puso de inmediato de camino. "Enamorado más que nunca", no va a consentir que nadie le dispute a "su Currita idolatrada". ¿Que te imponen el matrimonio con un señor rico y mayor?  De ninguna manera. No se limitó a un "pobre Paquita". Desde Zaragoza, se puso de inmediato de camino, en Guadalajara ya no te halló y sí paró en Alcalá es porque "los caballitos no podían más"



Hay que traer luces, las que trae Rita y las de la Razón, las que iluminaron el siglo llamado de las Luces, así con mayúscula. 



¿Recuerdas aquel día de asueto en la casa del intendente? Nunca lo olvidarás, el joven militar con  la cruz verde de Alcántara, al que volviste a ver tantas noches. Nadie sospechó nada en el convento,  pues él no atravesó puerta alguna  y mediaba una maldecida distancia. Tres palmadas entre once y doce de la noche y una guitarra sonora "punteada con tanta delicadeza y expresión". A nadie disteis escándalo, tan prudentes, tan comedidos, tan castos...ni siquiera una reja. Eso sí, no faltó la música.



Rita vigilará abajo y la contraseña será una tosecilla. Cuidado, que "pudiera haber una de Satanás entre la madre, la hija, el novio y el amante". Y si no ensayáis bien "esta contradanza" os habéis de perder en ella.



Don Félix te dijo la verdad, salvo el nombre. Te vas a cuarto de tu madre, acaba el acto I, el del planteamiento, comienza el segundo, el del nudo. Vamos a ver como atamos lo que hay que atar.
Sales, te acercas a la puerta del foro y vuelves, estás impaciente. Hablas para ti y para el público:

"Y dice mi madre que soy una simple, que sólo pienso en jugar y en reír, y que no sé lo que es amor...Sí, diecisiete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta."

Faltan luces. Sale tu madre quejándose, a ver si Rita trae las velas. Y vuelve a la carga. Don Diego está sentido, niña, y con razón. No te riñe, no por Dios, sólo te aconseja porque...tú no tienes conocimiento para considerar el bien que os ha entrado, mira tu pobre madre, atrasada en sus cuantiosos pagos al boticario, veinte y treinta reales por cada papelillo esdrújulo de coloquíntida y asafétida. Mira que algo así pocas lo consiguen, gracias a los rezos, y a los sermones de tus tías, no a tus méritos...que tú...



No dices nada y tu madre se irrita. Los parches de alcanfor no le hicieron efecto, mejor con las obleas. Qué jaqueca, el tordo que no la dejó dormir; toda la noche se  pasó el animalito "rezando el Gloria Patri y la oración del Santo Sudario", muy edificante. Tan "gazmoño" el pájaro como la dueña, el público se ríe...A la censura eclesiástica no le gustó el piadoso rezo del ave canora y lo cambió por "cantando el Malbruc y la jota", quitándole la gracia.



Tordos habladores pero no rezadores

Rita se va a prepararos unas sopas "para el abrigo del estómago" y te quedas de nuevo con tu madre, impaciente porque don Diego no ha llegado todavía, no se le vaya a perder por ahí la joya de yerno. Tan mirado, tan atento, tan buen cristiano...y tan, tan de posibles. Qué casa como un ascua de oro, qué batería de cocina, qué ropa blanca, qué despensa llena de cuanto Dios crió, qué minuciosa inspección doméstica la de tu madre que va...a lo que va. Y se desespera porque no proclamas tu entusiasmo.

 Y se enfada y trata de sacar de mentira verdad. Ahora se le ocurre que como has vivido entre monjas, tal vez quieras serlo tú. Por si acaso, te recuerda que el complacer a tu madre es tu primera obligación.

Se lo aseguras: "La Paquita nunca se apartará de su madre, ni la dará disgustos". Tus palabras más parecen salir de un mecanismo automático que de un ser humano. Solo deseas que te deje en paz. Vaya, menos mal, por ahí viene don Diego, harto de ser agasajado con chocolate y bollos por sus amistades eclesiásticas.



Pregunta a doña Irene cómo va. Añade ¿y doña Paquita? Tu madre contesta por ti: "Doña Paquita siempre acordándose de sus monjas". Y añade que a tu edad no se sabe lo que se quiere ni lo que se aborrece. En eso no está de acuerdo don Diego, muy razonable:

"Precisamente en esa edad son las pasiones algo más enérgicas y decisivas que en la nuestra, y por cuanto la razón se halla todavía imperfecta y débil, los ímpetus del corazón son mucho más violentos"

Te coge de la mano y te hace sentar junto a él. Te pregunta si te volverías al convento, de verdad. Doña Irene no quiere que respondas y tú pones la voz de autómata para decir: "Bien sabe usted lo que acabo de decirla...No permita Dios que yo la dé que sentir". Don Diego capta el tono de tu voz y el miedo que sientes a oponerte a tu madre. En todo lo que te mande, ella, la obedecerás. ¿Mandar? No, Moratín, a través de su personaje, expresa su desacuerdo:

"En estas materias tan delicadas los padres que tienen juicio no mandan, insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí; ¡pero mandar!...¿Y quién ha de evitar después las  resultas funestas de lo que mandaron?...matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera."


Don Diego sabía que ni su figura ni su edad eran para enamorar a nadie, pero no le parecía imposible que una muchacha de juicio llegase a quererle con "aquel amor tranquilo y constante que tanto se parece a la amistad y  es el único que puede hacer  los matrimonios felices". Ha buscado una niña que no hubiera estado prevenida en favor de otro amante más apetecible, por eso te eligió a ti, recluida en el convento de Guadalajara. 

Ahora, dice hacerse cargo de lo que han podido influir en ti las santas costumbres que has visto practicar "en aquel inocente asilo de la devoción y la virtud". Estas palabras suenan un poco irónicas...o bastante. 

Tu maduro prometido, más bien piensa en la posibilidad de que se haya cruzado "un sujeto más digno". Te pide sinceridad, el cariño que te tiene no ha de hacerte infeliz. 

Doña Irene pide la palabra, está que no se aguanta. Don Diego no quiere intérpretes ni apuntadores, habla de una vez, Paquita. Y tu madre: "Cuando yo se lo mande". Y don Diego: "pues ya puede usted mandárselo porque a ella le toca responder. Con ella he de casarme, con usted no"



"Ni con ella ni conmigo. ¿En qué concepto nos tiene usted?". Tu progenitora finge estar ofendida y busca artillería. Y saca a relucir la carta de tu padrino, el de Burgo de Osma, el "del ramo del viento", que no te ha visto desde la pila  pero  te quiere muchísimo. Y en su misiva, casi toda en latín, buenos consejos daba, tan acertados "que no es posible sino que adivinase lo que nos está sucediendo". 

Nos quedamos sin saber de qué iba la carta del padrino. Don Diego  asegura que no hay motivo de disgusto. Doña Irene saca la fiera que lleva dentro:

"¿Pues no quiere usted que me disguste oyéndole hablar de mi hija en términos que...¡Ella otros amores...!...la mataba a golpes, mire usted...Cuéntale los novios que dejaste en Madrid cuando tenías doce años...y los que has adquirido en el convento..."

Comprendo, Paquita, que cada vez estés más aterrada. Don Diego dice que sólo quiere que estés contenta. Veamos tus sumisas palabras:

"Sí, señor, que lo estoy"
"Gracias, señor don Diego...¡A una huérfana, pobre, desvalida como yo!"

A continuación, abrazos y caricias. ¿Ves lo que te quiere tu madre? ¿Y cuánto procura tu bien, que sólo desea verte colocada antes de que ella falte? Y tú: "Bien lo conozco".

Doña Irene cree que ha conseguido su objetivo, está que revienta por todas las costuras de su cuerpo:

-"¡Hija de mi vida! ¿Has de ser buena?
-Sí señora.
-¡Ay, que no sabes tú lo que te quiere tu madre!
-¿Pues qué? ¿No la  quiero yo a usted?

Los tres lloráis. Cada uno por un motivo diferente. Os vais. Pero Rita sale por la puerta del foro y te detiene:

Señorita...¡Eh! chit...señorita.

Vas a encontrarte al fin con tu don Félix, digo...don Carlos. Seremos testigos, en la escena VII, segundo acto.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué buen diálogo y qué acierto tu frase central:luz, más luz. Pobre España... quiero decir, Paquita.

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

¡La seguridad que da el dinero! Con qué aplomo contesta don Diego a la madre de la inocente Paquita. (Niña enamorada ...de don Félix (don Carlos).
“Con ella he de casarme, con usted no"
Es una descortesía de parte del caballero, que por la edad iría más acorde emparejando con ella.
Por eso, ofendida, le responde doña Irene. No finge, pero tiene que cambiar el tono y de táctica, pues el negocio lo merece. Es el futuro de ella, con su mercancía que es la hija.

Un abrazo.

Paco Cuesta dijo...

Verdaderamente las relaciones paternofiliales, necesitaban de ejemplos como el que propone Moratín.
Besos

pancho dijo...

Bien seleccionados los momentos claves de la obra y mejor acompañada con las ilustraciones de Goya. Cómo le sacas las entretelas a cada frase.
Las cosas pasan de noche en esta obra, duermen poco y mal en la fonda. Hay mucho ajetreo.
Un abrazo.