lunes, 26 de agosto de 2013

"Algún día...estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo"

No hay salida para Cipriano Salcedo.
 
Comentario en torno a la parte final de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Muy señor mío, don Cipriano Salcedo de Bustamante, protagonista de la novela “El hereje” de Miguel Delibes:

En mi última entrada, el Inquisidor anuncia "procedimientos persuasivos" y vuesa merced  sabe que no tardarán en llegar. Tres días, muy de mañana, solo una palabra: "síganos". Del zaguán al corredor y de ahí a los sótanos. Allí os esperan el inquisidor, el secretario, el escribano, el médico y el verdugo. Y "unos extraños artilugios, como los aparatos de un circo".

 Vuelven a la pregunta clave, quién os pervirtió y os ordenó viajar a Alemania en 1557. Y vos decís "suavemente" que en el interrogatorio ya habíais contestado. Se acabó, el verdugo os ata las muñecas a la polea de la garrucha, os iza y quedáis suspendido en el aire. No se imagina el sayón que vuestra musculatura de atleta os va a permitir flexionar los brazos. Como la garrucha se torna  ineficaz, os atan a los pies una gran pesa. Flexionáis igualmente. Delibes os pinta como a un atleta.

 
"El inquisidor sentía fría y torcía la boca; experimentaba una rara frustración":
-El potro-dijo lacónicamente."
 
Os atan por las cuatro extremidades al temible potro. El verdugo gira el husillo hasta alcanzar un punto doloroso, el inquisidor vuelve a preguntar quién os convirtió "a la maldita secta de Lutero". Guardáis silencio y gira el maldito artefacto. Intentáis aplicar vuestra vieja filosofía: si me meto en el dolor, si lo acepto,  se hace más soportable. No sirve eso aquí porque os están descoyuntando, intentan "sacar las apófisis de los huesos de sus respectivas cavidades". Axilas, ingles, espinazo, codos, rótulas, cabezas de músculos y nervios. El verdugo interrumpe para dar ocasión al inquisidor que ya no pregunta nada, para qué, y  vuelven a girar las tuercas. Los dolores se funden en un dolor, todo confluye en el cerebro; "una horrible punzadura" va creciendo, perdéis el control, gritáis y perdéis el conocimiento. Delibes nos hace vivir con vos el relato minucioso y magistral de una auténtica tortura inquisitorial. Alguien lo dejó escrito, pensamos. Y el escritor contó con las mejores fuentes disponibles...
 


 Recuperáis el conocimiento ya en la celda, "bajo las atenciones del médico", qué médicos más extraños los que se prestaban a esto. Sentís como si todos vuestros  huesos estuvieran fuera de su sitio. Si permanecéis inmóvil, podéis cambiar el dolor por "un cansancio infinito".

Fray Domingo de Rojas muestra ahora una sensibilidad  insospechada con vos y trata de convenceros de la sinrazón de vuestro silencio. Un día, ya harto,  le replicáis, "con muy poca voz":

-Y...y ¿no cree vuestra paternidad que el perjurio, aparte un fracaso personal, es un grave pecado?
 
Escucháis escandalizado  las palabras de vuestro compañero de celda. Trata de convenceros, hay que adaptarse a las circunstancias.  Al dominico no le habléis de mártires, piensa que ya no es preciso el testimonio, que el cristianismo ya está bien asentado.
 
Dos semanas después de la tortura, Dato os pasa un billete directo de doña Ana Enríquez. Sabe que os han dado tormento por no revelar el nombre de vuestros pervertidores. Os pide que no seáis obstinado:
 
"Satisfacer en algo a los inquisidores, pronunciar una palabra que les sea grata y les haga sentirse momentáneamente victoriosos, no significa doblegarse. Téngalo presente, pues su vida, sin que usted lo sospeche , puede un día ser necesaria para alguien..."
 
 Y recuerda vuestra visita a La Confluencia, la finca de su padre. "Aquellos minutos felices de un otoño dorado, paseando en su amable compañía por el jardín, me han dejado honda huella. ¿Nos darán ocasión de revivir aquellas horas algún día?..."


Vanas ilusiones. Bien sabéis, y bien sabe ella, que no os darán ocasión, mas la carta os anima. Las palabras no acuden, se enredan, al cabo de unos días lográis contestar. Agradecéis el interés por vuestra salud, recordáis aquel paseo, la atención que prestaba en los conventículos, aquel adiós efusivo el día de la huida que tanto os confortó. Le rogáis que no sufra por vos porque cumplir con el deber ya encierra recompensa. Saludáis, muy comedidamente, con "respeto y estima".

El otoño viene muy frío y pasáis los días tendido y cubierto con una manta que suponemos raquítica. El alcaide no ha ido en vuestra busca, en la interrupción del tormento veis la mano del tío Ignacio. Recibís de su parte un zamarro de jineta y una capa segoviana. Pero no se deja ver, visitar frecuentemente a un inculpado de herejía perjudicaría su carrera en la Chancillería.

Placa dedicada a Ignacio Salcedo en "La ruta del hereje", en Valladolid.
 
Cuando ya no lo esperabais, en Navidad, Dato os entrega unas líneas halagüeñas de Ana Enríquez. Leéis con el corazón desbocado: "me di cuenta de que vuesa merced no me era indiferente...Ahora quizá comprenda mejor vuesa merced mi interés por su suerte". Os sentís como un adolescente enamorado, por primera vez en vuestra vida; pero no podéis dar alas al amor, en qué momento llega...

 Escribís: "vos sentís, señora,  la ilusión de que algo nace...la idea de que algo concluye prevalece en mí". Reconocéis  vuestra ferviente admiración por su persona, su aplomo y discreción. Y, cómo no, por su belleza. Al llegar a esto último, tenéis una explosión de sinceridad. Una dama tan joven y hermosa para Cipriano Salcedo...


Las misivas se cruzan "y ponen un punto de luz y esperanza en la sordidez de las mazmorras". Pero os mostráis cauto ante el optimismo de la joven dama que afirma: "algún día nos dejarán ser felices". Decidís que no podéis alentar los proyectos de la muchacha conociendo, como bien conocéis, cuál será vuestro triste final. Porque estáis decidido a no delatar a quien os acristianó, actitud que nunca disculpará la Inquisición. Y se suma el obstáculo insalvable del voto de castidad que tenéis ofrecido a Nuestro Señor...La amáis pero es imposible. ¿Acaso ella no lo sabe también? ¿Por qué insiste en hacer castillos en el aire? ¿Os ama de verdad o  entretiene sus largas horas de celda con un juego galante?

Recibís la noticia de la muerte de Carlos V, en Yuste. En su lecho de muerte, el Emperador lamenta no haber matado a Lutero cuando lo tuvo a mano en Worms. En el testamento, pide a su hijo y sucesor, Felipe II, castigue con todo el rigor a  los herejes. Os llega a través de "un informe de procedencia imprevisible".


Maravedí a maravedí, Dato os va suministrando muchos "papeles de toda laya" que os entristecen profundamente: "declaraciones, noticias, informes, mensajes en torno a los procesos de los hermanos Cazalla, don Carlos de Seso, su vecino de celda, Fray Domingo, un informe del arzobispo de Toledo y varias comunicaciones más...". La delación y la mezquindad campea en todos ellos, no os impresionan pero aumentan vuestra desolación.

Vuestra debilidad os impide arrastrar los grilletes y pasáis los días y las noches tendido en el catre, cubierto con la capa. Ahora desestimáis algunos documentos que os aporta Dato, por cobardes, falaces o maledicentes. El carcelero os permite leer por encima antes de decidir si os lo quedáis. Lo que esperáis , en el fondo, es una respuesta de doña Ana, una pequeña dosis de los "dulces mensajes de antaño". Pero sois consciente de que vos mismo, inflexible, habíais dado carpetazo a aquella correspondencia. Ella respeta vuestra conciencia. ¿Respeto o despecho?

A mediados de abril, comienza "un martilleo fragoroso" que acelera el ritmo del penal. Están levantando los tablados para el auto, en la Plaza. Al día siguiente recibís un informe urgente, escrito con prisas por "el explotador del negocio". Buscáis el eje de visibilidad entre vuestros párpados inflamados. Después de tanta "humildad y acatamiento", don Carlos de Seso se desdice de "su expreso deseo de morir en el seno de la iglesia". Al saber que lo han condenado a la hoguera, ya no merece la pena fingir, expresa su fe en la de los apóstoles, que no romana. Purgatorio... ¿a quién se le ocurre si Cristo murió por nosotros?

"Ruta del Hereje", Plaza Mayor
 
"Los acontecimientos se encadenaban en una noria sin fin..."Se presenta el alcalde en persona para anunciaros una visita. Os quitan los grilletes, os hacen lavar los pies con agua y sal, ya no podéis andar. Dando tumbos seguís al alcalde, apoyado en el carcelero. Os bandeáis "como dos bueyes uncidos".

Es el tío Ignacio que os mira afligido y  habla con prisa para evitar preguntas. Pero, después de hablar de tus ojos enfermos y del proceso al arzobispo Carranza, basta una pausa para que formuléis la temida pregunta. "¿Cuál ha sido mi suerte?... ¿La hoguera tal vez?". El tío asiente: "Vas con otros veinte"



 
Preguntáis quiénes son esos veinte. "Los Cazalla, incluida su hermana Beatriz y los restos de doña Leonor, fray Domingo de Rojas, don Carlos de Seso, Juan García, tres mujeres de Pedrosa, el bachiller Herrezuelo, Juan Sánchez..." El tío Ignacio os da la lista y añade que esa misma noche os visitará un confesor y que mañana, en el auto, podréis cambiar la hoguera por el garrote. No piensas en ti, preguntas por doña Ana Enríquez. Quedará libre con unos días de ayuno. "Es una criatura demasiado bella para quemarla". Y demasiado linajuda, pensarán muchos. Y la pervirtieron demasiado joven...

Don Ignacio os atrae hacia sí, os besa en las mejillas y os retiene entre sus brazos. Y musita al oído una frase profética: "Algún día...estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo. Pide por mí, hijo mío." Un santo, hereje pero santo; así os ve el hermano de don Bernardo.

 Por la tarde comienzan las confesiones. Fray Luis de la Cruz llega a tu celda cuando el sol declina.



Acoges con afecto al confesor, al contrario que tu compañero de celda que no quiere saber nada de otro dominico como él. Le dices que en tu vida había tres pecados de los que nunca te arrepentirías bastante, ya los tienes confesados pero se los confías al padre en prueba de humildad. El odio hacia tu padre, la seducción de tu nodriza aprovechándote de su cariño maternal y el desafecto hacia tu esposa que la condujo a la locura. 


 Fray Luis asiente sonriente pero esos pecados no le interesan, lo que espera el confesor es un arrepentimiento por adscribirte a la doctrina de Lutero. Le respondes que abrazaste la teoría del beneficio de Cristo de buena fe, obraste en conciencia y ésta no te lo reprocha.


Como sin darle importancia, el dominico te pregunta quién te había pervertido y contestas que no puedes decirlo, lo has jurado, pero que tu inductor no obró con intención perversa. Al fraile, ya cansado, le impacienta y le irrita tu obcecación. No puede absolverte, pero aún estás a tiempo, desde medianoche el padre Tablares, jesuita, seguirá a disposición de los reos. Te recomienda que reflexiones y, antes de marcharse, te tiene cogido por las dos manos un largo rato y te llama "hermano mío".

A continuación, se produce en la celda de enfrente, la del Doctor, un gran alboroto. Suenan sus "gritos implorantes" pidiendo a Dios que le ilumine y le ayude a alcanzar su salvación. No cesa de proclamar que acepta la sentencia "como justa y razonable". Ha cesado el martilleo de la plaza y le oyes nítidamente. Cuando le entregan el sambenito manifiesta que es la ropa que vestiría con mayor gusto, la más apropiada para "purga de sus pecados".


Vuelve al arrepentimiento, reniega de cualquier doctrina contra la Iglesia, persuade a todos los reos a que hagan lo mismo. Cesan los gritos al poco rato, el médico debe de haber tomado alguna medida...

No duermes en tu última noche. Te agobia pensar en el procedimiento del auto de fe: "la luz, la multitud, el griterío, el calor". Un ardor de orina te obliga a visitar la cubeta cada pocos minutos. A la una empezaron a doblar las campanas. Toques lentos de agonía. Se convocan misas por el alma de los condenados, en una ciudad que no duerme.

Campanario vallisoletano.

Cuando cesa el tañido, se oye  gentío,  cascos de  caballerías, rechinar de ruedas. Comienza "el gran día", aún sin luz. A las cuatro, entran a despertaros, os sirven un desayuno extraordinario y con vino, no pruebas bocado. Te arden los ojos y sientes los bultos en las cuencas.

En la cárcel, reina el desorden, gente que entra y sale, reparto de corozas y sambenitos, los familiares de la Inquisición esperan charlando a que se organice la procesión.


Se presenta Dato en la celda y os entrega un papel doblado. Le pagas dos ducados por el servicio, el carcelero tontiloco emite un silbido, el último gasto de tu vida, qué te puede importar ya el dinero. El mensaje es de Ana Enríquez, solo dice "valor". Y trae su firma: Ana.

Te acompañaré hasta el final, nos queda un capítulo, Cipriano. Valor.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

 

domingo, 25 de agosto de 2013

Banderitas

"Tan inconstitucional es la bandera que representa al fascismo como la republicana"
Esto andan diciendo para justificar que las Nuevas Generaciones Gaviotiles se fotografíen con pollos y símbolos que representan valores contrarios a un estado democrático. No es la primera vez que oigo esta cantinela, pero afortunadamente sólo hay dos tipos (no excluyentes) de personas que lo dicen: Los ignorantes y los fachorros. Esta discusión la he tenido incluso con algún compañero de trabajo.
Constitución de 1931
Artículo primero:
España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.
Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo.
La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones.
La bandera de la República española es roja, amarilla y morada.
Lo cual quiere decir que la bandera de la Segunda República estaba reconocida por la Constitución vigente en su momento. Cosa que no ocurre con la del pollo. Ambas son banderas previas a la constitución de 1978, son pre-constitucionales. Pero representan cosas diametralmente distintas, nunca serán comparables, ni estará "al mismo nivel". Jamás.
El objetivo de quien dice estas tonterías está claro: equiparar el régimen franquista con la Segunda República, en lo que no es sino una falacia del tipo et tu quoque. Como igual de falaz es igualar "Segunda República" con "Comunismo", que no es sino la trampa argumental del bando vencedor de la guerra civil. ¡Pues no tuvo la derecha el gobierno de la República durante 2 años (1934-1936)!.
Pero si bien hay que reivindicar que la Segunda República no es comparable al franquismo, tampoco me parece que tenga mucho sentido agitar la bandera tricolor en manifestaciones y similares. En vez de eso, hay que mirar para adelante y reclamar si es menester una Tercera República, pero no idealizar la Segunda, que por muy avanzada que fuera la difícil época que le toco vivir, tampoco estuvo exenta de errores, ni hoy día asumiríamos aquella constitución.
(No se me despisten en los comentarios, que esto lo firma la Mosca, no la Abejita)

domingo, 18 de agosto de 2013

Aguas ocultas

 
"De todas las aguas de una vida, las más peligrosas son las ocultas. Deberíamos tantear el suelo en cada paso, porque es tan frágil que una pisada imprudente puede hacernos caer en ellas. Caer tan adentro que pareceríamos olvidarnos de nosotros mismos, de nuestra casa y del camino que cada día nos lleva hacia el amor, la palabra cariñosa y el abrazo que necesitamos junto al trozo de pan que nos alimenta..."


 


¡Cuidado con las aguas ocultas! Tanteamos el suelo y el amor es la mejor barandilla. ¿O no?



Un abrazo de:

María Ángeles Merino

 
Gracias a mi compañera Laura que me prestó sus fotos. 

lunes, 12 de agosto de 2013

"Patio de luces"

 
"Quizá la primera noticia de la lluvia nos llegue por el patio de luces de la casa: pequeño, en el que se confunden las voces de todos los pisos, las risas, los llantos, los olores, el canto de una vecina mientras hace las camas, el murmullo de una radio encendida que se escapa por una ventana. Barrios enteros de aluvión obrero construidos alrededor de estos patios, como espirales de todas las emociones..."
 
 
 
Patio interior con jardines, en la avenida Reyes Católicos, en Burgos. En los soportales de los que hablaba nuestra amiga Gelu. En "Penélope aguarda en Itaca"
 
¿Recordáis la primera lluvia? ¿Recordáis un patio de luces?
 
Un abrazo en el desierto veraniego y bloguero.
 
María Ángeles Merino
 
 

martes, 6 de agosto de 2013

“Ése es el rincón más íntimo del alma”

 
 
“Ése es el rincón más íntimo del alma”

Comentario en torno a la parte final de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Muy señor mío, don Cipriano Salcedo de Bustamante, protagonista de la novela “El hereje” de Miguel Delibes:

En mi entrada anterior, tras viajar a caballo reventado, llega vuesa merced a Cilveti, el pueblo navarro donde le espera Echarren, el guía que ha de conduciros al otro lado de los Pirineos. Entráis en su casa y allí os están esperando. Había demasiados caballos a la puerta...


“En nombre de la Inquisición, daos preso”. Y el mundo entero se os cae encima con las palabras del alguacil bizco. Os someten a un interrogatorio de urgencia: aseguráis ser el comerciante vallisoletano Cipriano, el de los afamados zamarros, en viaje de negocios e ignoráis todo acerca del grupo luterano de Valladolid.

Y os conducen hasta la “cárcel santa” de Pamplona. Una celda pequeña, “apenas el petate, una mesa, una silla y un gigantesco orinal con tapadera”. Allí van a parar también el gallardo don Carlos de Seso, corregidor de Toro, y fray Domingo de Rojas, dominico, de verde y con plumas. Y Juan Sánchez, el criado de los Cazalla, al que apresan en Flandes, tierras del Emperador al fin; pero inaudito.

La comitiva se pone en camino hacia Valladolid: cuatro alguaciles, los presos flanqueados por los "familiares de la Inquisición" y dos docenas de arcabuceros. Los cuatro maniatados vais caminando, de dos en dos, cinco o seis leguas diarias, bajo el sol. Y la caritativa gente de pueblos y aldeas os acoge “con denuestos y amenazas”, agua hirviendo, huevos, hortalizas, piedras, quema o ahorcamiento de muñecos alusivos...o intentando abrasar el pajar donde dormís. “¡Viva el Rey!” gritan algunos “en plena exaltación patriótica”. El pueblo exige el auto de fe y se adelanta a la autoridad oficial...¿Miedo? ¿Estupidez? ¿Convencimiento?

"El sol apretaba de firme y, a mediodía, los emisarios les esperaban en algún sombrajo próximo al camino, generalmente en el soto de los ríos, en cuyas aguas, los miembros de la escolta se bañaban desnudos, turnándose en la vigilancia de los presos, mientras éstos sumergían sus pies en la corriente...almorzaban, los reos con las manos atadas". Después cambiáis pesimistas impresiones, mientras sestean los guardianes.

 
 
Don Carlos de Seso os informa. Teme tanto a Felipe II como a Carlos V. Conoce la carta del Inquisidor Valdés al Emperador y las de éste a su hija Juana, la gobernadora en ausencia de su hermano, y a Felipe II, pidiendo "prisa, rigor y recio castigo". ¿Fugarse? No hay ocasión.
 

A las dos reanudáis la marcha, hasta las siete. Para huir de tanto horror, recreas tus ojos “en los extensos campos de trigo mecidos por la brisa”. Y vas reconociendo el camino de tu épica fuga a lomos de Pispás.
 


Entráis en un lúgubre Valladolid a medianoche porque “las turbas andan alborotadas y se temía un linchamiento”. “La torre de Santa María de la Antigua, bajo el resplandor violáceo, semejaba una aparición”. Os conducen a la “cárcel secreta”, en la calle de Pedro Barrueco. Es tu descenso a los infiernos.


Te corresponde compartir celda con fray Domingo de Rojas. El alto número de detenciones obliga a Valdés a olvidarse de encerrar a los presos en celdas individuales.  Muros de piedra, ventano alto y enrejado , puerta maciza con cerrojos y cerraduras chirriantes, dos catres con los petates en el frío suelo, mesa con dos banquetas, aguamanil con un jarro de agua y dos cubetas para los excrementos.

La medida del tiempo te la facilita el ritmo de las visitas obligadas: las de Mamerto para las comidas y las de Dato para vaciar los recipientes de inmundicias al atardecer y baldear la estancia los sábados. Mamerto es un guardián imperturbable que se ocupa de las bandejas de hierro sin pronunciar palabra. Dato es un "tontiloco" que no se somete a la rigidez carcelaria y habla contigo, aunque este prohibido. Fray Domingo no lo soporta, tú le tratas con paciencia y esperas conseguir de él alguna noticia.

¿Fray Domingo? "Corpulento, papudo, envuelto en sus ropajes verdes y en una estrafalaria loba doctoral". "Al día siguiente de llegar pidió libros, pluma y papel". Y lee compulsivamente, tumbado en el catre; un libro de caballería o San Juan Clímaco, qué más da. Mantiene muy alta la autoestima, no le importa hablar de su participación en la secta pero se muestra despiadado con algunos compañeros. Y siempre concluye en el arzobispo Carranza, su "bestia negra", "a quién nadie se atreve a echar el lazo". Que el teólogo gozara de libertad mientras sus discípulos...se pudrían en las mazmorras, le irritaba sobremanera. "

Como dominico que es, conoce bien "los entresijos de la Inquisición" y os los da a conocer, no vayas  a confundir al reo relajado con el relapso o el reconciliado...Mantenéis vuestras tertulias de catre a catre, os son imprecindibles. Fuera de ellas, os ignoráis; "pues la compañía obligada podía llegar a ser insoportable".

Permanecéis solo, en la penumbra, inquieto, muy abrigado a pesar del verano, evocáis a Cristo y reflexionáis, intentando olvidar la celda. "Había asumido la doctrina del beneficio de Cristo de buena fe...Creyó sencillamente que la pasión y muerte de Jesús era algo tan importante que bastaba para redimir al género humano". Encogido en vuestro fervor esperáis en vano la visita de Nuestro Señor, le pedís que os muestre el camino, gemís pero el Señor permanece en silencio. Llegáis a la conclusión de que sois vos quién debe decidir, en aras de vuestra libertad.

 
Una tarde, Dato os entrega un papel doblado en mil pliegues. Es la confesión de Beatriz Cazalla. La lees y permaneces "inmóvil, agarrotado por un extraño frío interior". Te invade el desánimo, nunca pensaste en la delación dentro del grupo. "¿Era posible que la dulce Beatriz denunciara a tantas personas, empezando por su propios hermanos, sin una vacilación? ¿Valía tanto la vida para ella como para incurrir en un perjurio y enviar a su familia y amigos a la hoguera con tal de salvar su piel?

Todavía no habíais sido llamado a la Sala de Audiencias cuando os anuncian una visita. Ay, esa luz. Entras en la sala deslumbrado, después de cuatro meses en penumbra. Entreabres los párpados y divisas a tu tío Ignacio, sientes un sobresalto similar al que tuviste cuando te visitó en el colegio.

Os sentáis frente a frente y tu tío se interesa por tus ojos enfermos, le explicas que la falta de luz los daña, te promete enviarte un remedio. Le acaban de ascender a presidente de la Chancillería y  lo felicitas. Esperabas una regañina, mas él te habla como si nada hubiera pasado y estuvierais en casa. Te informa de las novedades en las tierras, el almacén y el taller.

Deseas pedirle perdón y convencerle de tu buena fe al unirte a la secta. Apenas pronuncias la palabra religíón y al oírla tu tío te coloca una mano efusiva en el hombro y te dice: "Ése es el rincón más íntimo del alma...Obra en conciencia y no te preocupes de los demás. Con esa medida seremos juzgados". No hay duda, el tío Ignacio es un espíritu libre pero no posee tu valentía, no haría frente a los terribles inquisidores; mas tampoco se atrevió con su hermano Bernardo, tu padre, menos peligroso.


Placa dedicada a Ignacio Salcedo en "La ruta del hereje", en Valladolid.

De nuevo en la celda, tienes una sensación de irrealidad. No obstante, con la llegada de ropa y el remedio para los ojos, quedaste convencido de que tu tío era "real y tangible". Visillos, cortinas, pañito de encaje, cuadrito de la Asunción...aquella sala de visitas también era real y no soñada.

Te llega otro papel plegado, la confesión de Ana Enríquez, otra cadena de acusaciones. La lees, ahora no piensas en la delación sino en "en la amargura que aquellas palabras habrían producido en el espíritu de doña Ana".

La sensación de angustia y soledad se acrecenta. El carcelero os anuncia vuestra comparecencia ante el Tribunal al día siguiente. Entras en la Sala de Audiencias, cegado por el sol posado en las vidrieras, del brazo del carcelero que os sienta en una silla. Una mesa larga, el inquisidor en el centro, el secretario y el escribano, todos de negro.


Sientes una sensación de desdoblamiento, nada extraña en situaciones límite. Hay un Cipriano que responde sin tregua a la voz opaca del inquisidor “en un peloteo verbal picado”;  mientras tu otra mitad escucha sorprendido las palabras. Es como si quisieras imponer un ritmo rápido a las preguntas del acusador para que las respuestas adquirieran un tinte de veracidad. Quién os pervirtió, no puedo contestar, hacienda en Pedrosa, así es, conocisteis al párroco Pedro Cazalla, lo conocí y hablamos de pájaros, ¿de pájaros?, de pájaros y de sapos, ¿y don Carlos de Seso?, apenas lo traté, ¿había amistad entre Seso y Cazalla?, conversaban, nunca le habló don Pedro de religión, la religión sería uno de los temas, considera la religión un tema importante…Y desembocas en las palabras de tu tío Ignacio: “la religión pertenece al rincón más íntimo del alma”.
 
La pelota viene y va. “¿Es posible que no recuerde ninguna conversación sobre religión con Pedro Cazalla?”, ¿recuerda lo de los sapos y no lo de Dios?, "el hombre es un animal muy complejo, eminencia"...


"Y ¿con don Carlos de Seso?, ¿con don Carlos de Seso, qué?", ¿hablaron de religión?, lo conocí…iba cabalgando…montaba un pura sangre…"me interesó más la montura que el caballero", ¿le gustan los caballos?," los caballos de raza me producen verdadera fascinación", ¿no hizo un viaje a Francia con su caballo Pispás?, así fue, quién le ayudó a pasar el Pirineo, el guía navarro Pablo Echarren, "¿quién se lo recomendó?, entre la gente que visita Francia es un personaje familiar", ¿llegó hasta Alemania?, estuve en varias ciudades alemanas, quién le indujo, soy comerciante...el creador del zamarro, tengo corresponsales...Tu doble no acusa, no miente, no delata; y va a ser muy claro, y muy valiente, al expresar tu verdadera fe:

 
"-¿No había motivos religiosos en ese viaje? 

-Me parece que lo que vuestra paternidad desea saber es cuál es mi fe. ¿No es así? Si le digo que la doctrina del beneficio de Cristo me cautivó podemos ahorrarnos algunas palabras..."

No has vivido en el error, crees en lo que crees de buena fe. No predicaste, solo procurabas ser fiel a tu creencia. Conocías a doña Leonor Vivero, y al Doctor, a través de tu amigo Pedro Cazalla, hijo y hermano. El escribano levanta los ojos por primera vez, no ha parado de escribir, está sometido a una prueba de resistencia.
 
Te escuchas a ti mismo, "con los ojos cerrados, complacidamente". Apuntad esta palabra, complacidamente, ante un severísimo inquisidor. Su voz se hace aún mas opaca cundo os dice:
 
"Vuestra merced trata de eludir más preguntas aunque no ignore que dispongo de sistemas eficaces para desatar las lenguas. ¿Ha oído hablar del tormento?"
 
Has oído hablar de ello, desgraciadamente. Y también del purgatorio, en el que no crees. Porque "si Cristo sufrió y murió por mí, huelga toda pena temporal". Y crees en la "Iglesia de los Apóstoles", eludiendo el adjetivo romana. Simplemente te encontraste con ella, apostataría si su reverencia le convenciera del error, "aunque nunca lo haría por salvar la vida".

No sientes escrúpulos, la nueva doctrina aquietó tu espíritu. Osáis decir a su eminencia que los dos buscáis a un mismo Dios por distintos caminos.
 
El Inquisidor ya no puede más:
 
"-Por última vez, señor Salcedo, antes de apelar a procedimientos más persuasivos, ¿quién le pervirtió? ¿quién le indujo a viajar a Alemania en abril de 1577?"

Y tú, "complacidamente" y con los ojos cerrados, comparas a la herejía ¡con una novia!:
 
"Tropecé con la nueva doctrina, señoría, como se tropieza con una mujer que mañana será nuestra esposa, casualmente."

 Y, en cuanto al viaje, le repites que un hombre de negocios ha de viajar al extranjero, puede preguntar a los mercaderes de Anvers.
 
No, su eminencia no se dirigirá a los de Anvers. Los procedimientos más persuasivos no tardarán en llegar.


Interrumpo aquí mi carta, dirigida a vos, el valiente hidalgo don Cipriano Salcedo, que continuaré en una próxima entrada. Disculpadme la alternancia que hago del tú y del vuesa merced, al dirigirme a voacé, digo...a ti, a Cipriano, "El hereje".
 
Un abrazo, en medio del desierto veraniego, de:
 
María Ángeles Merino


Nota: he cometido la herejía de convertir las ventanas de la iglesia visigótica de Quintanilla de las Viñas (Burgos)  en celda de la Inquisición y los paisajes trigueros de Palacios de Benaver en los que recorrió Cipriano en su vuelta forzosa a Valladolid. Bueno, el camino hacia León no es tan diferente al de Valladolid.

lunes, 5 de agosto de 2013

"Esguevas"

 
"Por eso, una persona acodada en el pretil de un puente se interroga siempre sobre qué debe arrojar al cauce de todo lo que más le pesa"
 
 
Foto de María Ángeles Merino

¿Qué arrojamos?

¿Qué es lo que más nos pesa?

¡Felicidades Pedro!