miércoles, 6 de noviembre de 2013

"La estafeta romántica": a doña María no le placen los que piensan y obran a la romántica.




Comentario a la carta número 1 de "La estafeta romántica", de Benito Pérez Galdós. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Uno

De doña María Ángeles Merino a doña María Tirgo

En Burgos, a 5 de noviembre de 2013.

Amiga y señora: Por la suya del 20, enviada desde La Guardia, la cual me trajo don
Benito Pérez Galdós en su Episodio Nacional número 26 tercera serie, he comprendido que las cartas en su tiempo andaban por esos caminos "atontadas y perezosas", que era algo que solía acontecer a todo papel que al correo se fiaba, de tal manera que le daban el nombre de “la mala”. La presente no va en manos de ribereños que lleven trigo sino en unos canalículos infernales de un invento del demonio llamado Internet, el cual no veo fácil de explicar a una dama madura y terrateniente que vive en 1837.
Y, en cuanto a Galdós, es un viejo amigo mío; si tuviera que elegir una entre sus obras me quedaría con "Fortunata y Jacinta", o con "Misericordia", tal vez. De los "Episodios Nacionales" leí "Trafalgar" y , me avergüenza decirlo, casi no lo recuerdo. Confío en que "La estafeta romántica" no se me olvide...una lectura colectiva se graba mejor en el disco duro, digo en el cerebro.
Doce de Galdós tengo, con éste trece.
 
A salvo de alifafes con los cuales, todavía, no me obsequia mi más de medio siglo de edad, disfruto de salud corporal, gracias a Dios. Y la tristeza no me visita más que a cualquier mortal, de vez en cuando, que la risa suele ir por barrios.

Siento que su hermano, don José María, y usted no hallen fácil consuelo al término desairado de aquellos planes que eran su ilusión. Me alegra que las niñas estén sanas y alegres como si nada hubiera pasado; pues, en verdad, nada ha ocurrido, doña María, piénselo así. Me place imaginar a Demetria, “inalterable en sus hábitos de mayorazga y gobernadora de hacienda”. Y a Gracia, “juguetona y risueña los más de los días”, su nombre así nos lo sugiere. Que su sobrina pequeña pase algunos días “caída y quejumbrosa” no se aparta de lo natural; que los humanos solemos padecer altos y bajos en nuestro estado de ánimo.

Ruégole encarecidamente que cese de buscar razones a la negativa de su sobrina Demetria, la muchacha no lo desea y es suficiente, no me sea usted
una doña Irene. Que… ¿quién es esa señora? Dejemos el teatro  para otra carta, que tiempo habrá para hablar de literatura, que de eso trata “La estafeta romántica”, de literatura cruzada con nuestra vida cotidiana. ¿Qué no conoce tal estafeta? Al tiempo. ¿Que no le placen los románticos? Como estilo de vida y de escritura pasarán, doña María, se lo aseguro. Y otros le sucederán...

Su amiga Doña Juana Teresa le sugiere la posibilidad de otro amor, usted piensa en “otra inclinación”, que no “en otro novio”; pasando seguidamente revista a los posibles jóvenes varones culpables del “no” de una niña que desbarata sus planes de unir las casas de Idiáquez y Castro-Amézaga.
 
Vieja casona blasonada en Barbadillo del Mercado (Burgos).
El primero de la lista es don Fernando, al que usted denomina, con escaso afecto, “el sujeto”. Y lo considera “causante” del desaguisado; mas aclara usted que “sin intención suya ni buena ni mala”. Porque entre “tal sujeto y la perla de la familia no se ha cruzado declaración, ni síes ni noes, ni frase alguna que haya traído o llevado melindres de amor”. Y, de los demás pretendientes presentados, la niña hace caso como del canto de los grillos. Entonces... ¿por qué le da tantas vueltas, mi querida doña María?

Se lo diré yo. A usted no se le escapa Demetria, ni de día ni de noche. Y la conoce bien. Liviandades, no, por supuesto. Ni coquetismo, ni presunciones, ni vanidades, eso para otras, que hay mucha descocada por ahí. Muy seria, metida en sí, sin manifestar preferencias, engañando su soledad con labores continuas. Pero usted atrapa ese puntito de tristeza que la muy pícara mete para adentro. Y no le cabe duda, para ella no hay más sujeto que don Fernando. De ahí la desazón de usted.

También dice usted de las cartas que, en su casa, se recibieron de tal “sujeto”, enviadas desde las burgalesas villas de Medina y Villarcayo. He de reprocharle que lea cartas ajenas, valga en su descargo los usos de su época; que en 1837 una mujer soltera es una menor de edad, posea la edad que posea, sometida a la tutela de sus tutores hasta que contraiga matrimonio y…pase a la del marido, cadena perpetua. Pues bien, vos, doña María Tirgo, habéis leído a fondo las cartas de don Fernando y las contestaciones de Demetria. Y nos aseguráis que no contienen más que “las finezas propias de una amistad respetuosísima, expresadas por él con gallarda pluma, por ella con frialdad cortesana y decorosa, como de joven soltera que tiene cabal idea de los comedimientos de palabra y escritura que le impone su estado”.

 Comedimientos, sí, su sobrina de usted posee una excelente educación, la que inspira
“el temor, la astucia y el silencio de un esclavo”. Palabras estas últimas que tomo prestadas de un don Diego que tiene mucho que ver con la doña Irene que mencioné antes; ya, ya hablaremos de don Leandro Fernández de Moratín y “El sí de las niñas”.


Y, dicho esto, que no es poco, pasa usted a comunicar a su amiga Juana Teresa la novedad que motiva sus renglones, que no es otro que “las tremendas calabazas que ha dado al sujeto su novia, una tal Aura”. Al parecer, había compromiso e incluso mediaba palabra de matrimonio. En el fragor de la guerra carlista, llega a Bilbao, donde reside la niña con sus tutores; y la primera noticia que recibe es la de la boda de su prometida con un primo “miliciano nacional y comerciante de quincalla”. Mira que cambiar a don Fernando por un quincallero...
Vos opináis que don Fernando “no merece tan feo desaire, pues no hay otro más caballero y delicado”, vaya que, en el fondo, no os cae tan mal. A continuación, torcéis el rumbo, por juicioso no le tenéis: “es de estos que con tanta lectura y la facilidad para discurrir, se llenan la cabeza de viento, y piensan y obran a la romántica”. Acabáramos, doña María, don Fernando es un romántico, una moda que no es de vuestro agrado.
Al enteraros de las calabazas del “sujeto”, no pensáis en ello como un suceso desfavorable, no. Cualquiera razonaría: ahora que está libre, irá a La Guardia a buscar el remedio a su tristeza en Demetria. Pero vos decís conocer a don Fernando y desecháis tan simple razonamiento. Que no os cuadra que don Fernando Calpena se presente ante Demetria con la cara enrojecida por el bofetón de otra mujer. No; el desairado amante se irá a Madrid, donde podrá dorar y desfigurar su descalabro “con una mano de romanticismo”. Y ancha es Castilla, os dejan el campo libre.

Sólo falta un pequeño detalle, y es que la perla mayorazga entre en razón y os rinda su arisca voluntad. Vuestro hermano, don José María, también está de acuerdo, cómo no va a estarlo, el pobre. Y su Divina Majestad no os llevará de esta vida sin ver unidas las gloriosas casas de Idiáquez y Castro Amézaga. ¡Que felicidad la de doña María, la de don José María y la de doña Juana Teresa! ¡Y la del feliz poseedor de "la perla"!

Vieja casona blasonada en Barbadillo del Mercado (Burgos)
Algo se os olvidaba en vuestra carta y lo añadís. Habéis de expresar vuestro sentimiento por la desaparición misteriosa de don Beltrán, el suegro de doña Juana Teresa. Y lo hacéis con muy corteses y sentidas palabras: "sentiré mucho se confirmen tus temores respecto a tu desquiciado suegro...¿es cierto que su desatino ha llegado al extremo caso de abandonaros, escapándose como un colegial y corriendo a tierras de Teruel...Que Dios le conserve y le guíe...Os supongo disgustadísimos con esta chiquillada del viejo...". Que lo lleven con paciencia y estén a las resultas "que podrían ser fatales," así consuela usted a su amiga del alma. Cerráis la misiva con un "A Dios amiga, que te me guarde como deseo. María".
Y no acaba ahí porque recibís, poco después, una "novedad calentita" que os hace abrir la carta y añadir una posdata. En la tertulia de las niñas han hablado del suicidio, con un tiro en la sién, de "un joven de talento y fama, por despecho amoroso, de la rabia que le dieron los desdenes de su amante, la cual es casada". Era "hombre de pluma y firmaba sus escritos con un nombre supuesto" y "figuraba entre los llamados románticos, y qué sé yo qué".

 
 Usted no está bien segura de saber lo que significa el romanticismo que llega de "extranjis", como tantas cosas que les traen a ustedes revueltos; pero entiende "que en ello hay violencia, acciones arrebatadas y palabras retorcidas". Llega a una curiosa conclusión: "es romántico el que se mata porque le deja la novia, o se le casa".
 Y extiende el romanticismo a las guerras carlistas que están padeciendo, con fusilamientos a troche y moche:

 "El mundo está perdido, y España acabará de volverse loca si Dios no ataja estas guerras, que también me van pareciendo a mí algo románticas".




Primera guerra carlista
Vos, doña María, al oír la noticia, tenéis a bien observar la palidez de Demetria y os ponéis a atar cabitos. El "sujeto" es romántico y sus ideas no van "por lo corriente y natural", como las rectísimas ideas de usted y la gente de orden. Debió de parar en Madrid,  plantado por una novia que lo desprecia casándose. Y, por si faltaba un detalle, también usa remoquete; que para usted que Calpena no es su verdadero nombre. ¡Ya está! ¡El suicidado es don Fernando Calpena!

Una simpleza, se lo dirá su amiga Juana. Su corazonada es una simpleza porque el sujeto Don Fernando no tiene nada que ver con Mariano José de Larra, de remoquete Fígaro, el hombre de pluma que acaba de suicidarse. Gran escritor romántico, sí, de esos con la cabeza llena de viento que piensan y obran a la romántica. Y mueren a la romántica, triste destino.


Mas no deja usted de sorprenderme, ahora dice "que el sujeto, romanticismos parte, es digno del mayor aprecio". No ha podido usted dormir pensando en una hermosa vida cortada por sí misma en un arrebato. No, si...unión de mayorazgos aparte, a usted no le disgusta el muchacho, tranquila, vive...en Villarcayo.

Y cierra la posdata deseando, como buena cristiana, que le perdone Dios, que entre el disparo y la muerte tuviera el pobrecito espacio para el arrepentimiento. Una dama del Antiguo Régimen es así, como usted.

Cierre, que ya vienen los del trigo que han de llevar bien segurita la carta para su amiga, la señora marquesa de Sariñán, Juanita.

Seguiremos con las cartas de "La estafeta romántica" de Benito Pérez Galdós, un episodio nacional que no nos esperábamos, cruce de literatura y vida cotidiana. Porque el romanticismo fue mucho más que escritura.

Un saludo afectuoso, para usted, doña María Tirgo, y para los que pasan por aquí, de:

María Ángeles Merino

P.D: Volveré con el chico de "Intemperie", a quien dejé en mitad del pueblo abandonado. Acabaré la entrada que tengo a medio cocer. Y seguiré hasta que entierre al cabrero y llueva.

8 comentarios:

Bertha dijo...

Doña: muchísimas gracias por avisar... porqué me dio un pálpito pensar que me quedaba a medias:como en la "intemperie y sin enterarme que fín le aguardó al pobrecillo zagal"

Me ha encantado esta carta de nuestro querido Benito.La Regenta la ví en película pero no me acabó de gustar en cambio la novela me encanto la leí en la época de Bachillerato.

Gracias Mª Angeles por esto ratitos me encanta pasar por este rinconcito!

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Qué buena forma has tenido para llevarnos hasta la obra! Escribir a quien escribe para comentarlo es meterse dentro de la misma novela...
Y gracias por la foto...

MIMOSA dijo...

Hola Mª Angeles.
Voy atrasadísima con las entradas...pero es que esta lectura se las trae...

Empiezo por las anteriores que has publicado y ahora vuelvo...

Besos

MIMOSA dijo...

Ja,ja,ja, ¡me ha encantado!
¡Eres única!
Menudo rapapolvo que le has echado a la doña por andar leyendo cartas ajenas (aunque luego disculpes su falta por los usos de la época), y lo de explicarle lo del internet...mejor como que no, ja,ja,ja.
Creo que Galdós comenzó esta serie de misivas muy inteligentemente, para hacer noticia el suicidio de Larra, enmascarándolo en esa confusión sobre el posible suicida, creyendo éstas que había sido Calpena.

Me reitero, muy buena tu forma de encarar esta novela.

Un fuerte abrazo!

Paco Cuesta dijo...

Como siempre La estafeta campeña proporciona resultados agradablemente insospechados.
Un beso

Ele Bergón dijo...

La carta a doña María Trigo le va a llegar con un "pelín" de retraso, claro que con el avance de estos canalículos infernales, puede que hasta se la trasladen hasta su mismísima época.

Te ha salido genial la carta, dándonos una gran información, en lenguaje de aquella época, de la lectura que nos traemos entre manos o entre canalículos de Internet.

Un gran trabajo

Besitos.


pancho dijo...

Seguramente que si Galdós hubiera escrito los Episodios Nacionales en estos tiempos de internet, ni se habría acordado de que la gente escribía cartas que llegaban tarde no hace tanto tiempo.
Coincido con todos los piropos que ya te han echado los comentaristas anteriores, excelente y minucioso trabajo. Se nota que te has divertido dándole vueltas a las cartas, la tuya y las ajenas.
Yo también tengo algunos volúmenes de Galdós, pero no tantos como tú y encima algunos sin leer, viejos ya de tanto polvo que cogen en la estantería. Si te pones a pensar en libros que leíste hace años, te acuerdas de bien poco, a mí también me pasa. Se comprende que hay que ir haciendo sitio para cosas nuevas en la cabeza...

Un abrazo.

Myriam dijo...

La verdad, verdad, verdadera, es que, María de los Ángeles, me he divertido mucho leyendo tu entrada. Está genial, tanto el texto como las fotos.

Besos

PD- Acabo de terminar de leer toda La Estafeta!!!