lunes, 30 de septiembre de 2013

Intemperie, la poesía de los paisajes no privilegiados.

 
Comentario inicial sobre la novela Intemperie, de Jesús Carrasco. Para la lectura colectiva de "La Acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
 
Comenzamos la lectura individual y colectiva  de la novela Intemperie de Jesús Carrasco, una de las sorpresas editoriales de este año. Un libro que ha cosechado muchos lectores, atrapados por su "misterio adictivo"; fruto, según su autor, de "un trabajo de contención y de recorte en el diálogo". 
 
Y hemos de ser los lectores los que rellenemos los silencios, imaginando lo que ronda por la cabeza de los personajes. Y para fomentar´ "una visión limpia como lector",  el escritor se niega a revelarnos el lugar y la época de la acción. De acuerdo, saquemos nuestras propias conclusiones, que así lo quiere Jesús Carrasco.
 
¿Lugar?  Con olivos, tarays, aloe vera, alisos, higueras y almendros compongo el puzzle de un paisaje requemado por la sequía. 

Imagino un lugar sin nombre en la España árida, aunque no haya ni rastro de Geografía en las  páginas de "Intemperie". El sur sediento que añora la lluvia del norte, nada más. ¿Qué sur es el de la novela?

 ¿Extremadura? ¿Andalucia? ¿El sur y el este de Madrid? ¿Castilla la Mancha? ¿El sur de Ávila, Salamanca o Zamora? Porque aquí hay olivos y la aceituna  marca la cintura de nuestra piel de toro.

No andaba muy descaminada. En una entrevista, el autor confiesa su objetivo de dignificar la tierra que ama. Nacido en tierras extremeñas, vivió desde los cuatro años en Torrijos, un pueblo toledano. Una infancia a la intemperie donde cazar perdices a mano o conejos con hurón eran actividades cotidianas. Un sur muy concreto, lo cual no le resta un ápice de carga simbólica. El sur y la pobreza, el norte y la riqueza. Y el agua que marca la diferencia.


 Y Carrasco  nos lo borda con hilos ásperos, de tonos ocres, ni rastro de flores multicolores ni de alegres pajarillos. Un redactor publicitario que hace literatura de paisajes no privilegiados, como hizo Delibes, olvidándose del trabajo de forja de eslóganes impactantes por la obviedad, dignos descendientes de aquel añejo que rezaba: "Solares sólo sabe a agua". ¿Agua? ¿He dicho agua?


Agua, más agua, Intemperie da mucha sed. Porque mastico un pedazo de queso reseco que se me agarra al paladar. Contemplo como mana la leche desde las ubres de las cabras como un milagro líquido. El agua contiene posos de barro, mas no me importa; voy a morir de sed y el sol tensa e infla mi piel como la de un cochinillo en el asador. Agua.


¿Época? La moto con sidecar del alguacil y el coche del gobernador, únicos vehículos a motor conocidos en ese pueblo, nos llevan por caminos de posguerra; pero  el escritor no arroja miguitas históricas para el gusto de lectores pulgarcitos. Y acepta la etiqueta de western ibérico: el niño, el bueno y el malo sobre una abrasada llanura. Y añade que también podría ser novela de iniciación o tragedia clásica, llámala como usted quiera, señor entrevistador.

¿Personajes? Ninguno tiene nombre. El niño, el cabrero, el alguacil, el inválido, el cartero, el espartero, el maestro, el tabernero, los arrieros, el padre, la madre, el hermano, las mujeres y los hombres.

¿Protagonista? El viejo cabrero lo llama "Chico". No sabemos su edad, pongámosle once años. Es un niño de pueblo con la sabiduría que da  la intemperie, lo conocemos así:

"Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar"

Un muchacho que sabe localizar voces, lo ha aprendido cazando grillos para jugar, un niño todavía. ¿Por qué se esconde en un hoyo excavado en la tierra, tapado con ramas? Horas y horas  enterrado con su cuerpo en forma de zeta, en un mínimo espacio compartido con escarabajos  y lombrices. ¿Por qué? 
El narrador sabelotodo está en su pensamiento: no hay ladridos, sólo un perro bien adiestrado sería capaz de llegar hasta él, no, aquí sólo hay galgos que no olfatean, persiguen, flamean líneas rojas en sus costados, las fustas de los amos, las mismas que someten a niños, mujeres y perros. ¿Huye de la violencia paterna?Es algo más complejo.

Ha reunido en torno a él a todos los hombres del pueblo, experimenta un infantil regocijo al comprobarlo. Están cerca, su nombre se multiplica entre los árboles. Piensa en su padre y lo imagina fingiendo desamparo:

" Tratando de hacer creer a todos, que seguramente, el chico, mientras corría tras algún perdigón, había caído en un pozo ciego. Que la desgracia se cebaba una vez más con su familia y que Dios le acababa de arrancar un pedazo de su carne."

Mas la imagen que más desórdenes provoca en su cuerpo es "la estampa del padre, solícito y servil" junto al alguacil. Afina el oído, ni rastro de la voz del alguacil, pero incluso la ausencia le da miedo. Irá detrás, piensa. Cadena de oro, sombrero de fieltro, corbatín, cuello prieto y bigote armado con agua azucarada. Vamos aproximándonos a los terrores del niño. Sí, hay algo peor que "la hebilla cobriza rajando el aire podrido de la cocina". Su padre es cómplice.

Huye, se dirige hacia el norte para alejarse "del pueblo, del alguacil y de su padre". Sabe que "como mucho, daría la vuelta al mundo para volver a toparse con el pueblo. Entonces ya daría igual. Sus puños serían duros como la roca...habría aprendido de sí y de la Tierra lo suficiente como para que el alguacil no pudiera someterle más".  La huida adquiere carácter épico.


Porque el ruido del motor de la moto del alguacil "era para él la trompeta del primer ángel. La que mezcló fuego y sangre y los arrojó sobre la Tierra hasta quemar toda la hierba verde".

Todo cambiará para el niño tras el encuentro con el viejo cabrero. Recorreremos  el secarral en su compañía. Cuidado, las palabras de Intemperie han sido talladas una a una y merecen que también nosotros las leamos sin prisa. La poesía y la dignidad de los paisajes no privilegiados. Y la de su gente.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Me han servido de apoyo estas entrevistas a Jesús Carrasco en "El País" y en ABC:

http://elpais.com/elpais/2013/08/02/eps/1375442829_655302.HTML

http://www.abc.es/cultura/cultural/20130122/abci-jesus-carrasco-intemperie-western-201301221058.HTML

Nota: La foto del almendro y las de los olivos fueron tomadas con mi móvil en los años 2006 y 2007, son de una tierra con paisaje no privilegiado, Campo Real, el este de Madrid. Pero con mucha poesía. Olivos campeños, almendros campeños.

 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Cuando despertó, las icnitas todavía estaban allí.

 
 
Augusto Monterroso escribió el que tiene fama de ser el relato más corto del mundo:
 
 
Dejo a un lado las múltiples interpretaciones que se han dado, incluida la de la tomadura de pelo.
 
Porque un día soñé con un dinosaurio, oía el estruendo de sus pisadas, arrasaba todo, venía hacía mi y quería devorarme. Cuando desperté, todavía estaba allí. Me froté los ojos y desapareció.
 
¿Cómo era mi dinosaurio? ¿Cómo los que vivieron en Regumiel de la Sierra? Tal vez.
 
 
¿Cómo los de Quintanilla de las Viñas? Quizás.
 
 
Me reí del sueño, qué me importaban aquellos animalillos tan aparatosos. Herbívoros o carnívoros, luchaban por su supervivencia y perdieron la batalla. Natural.
 
Pasó el tiempo, atravesé una mala etapa. Y todos los días soñaba con un dinosaurio de cara humana y pisadas puntiagudas. De sus fauces salía un extraño bramido con muchas ges. ¿Gggggg? Yo despertaba en el momento de ser devorada; era su comida, envuelta en una ensalada de papel y lágrimas. ¡Cómo se relamía aquel monstruo!
  
Finales de 2007, 2008...¡Cuántas veces desperté y todavía la bestia estaba allí!
 
2009, 2010, 2011, 2012, 2013. Sé que el monstruo permanece en su guarida; mas ya no puede hacerme daño. La pesadilla desaparece.
 
 

Ya sólo quedan las icnitas, una palabra que no conocía. Me gusta.

Cuando desperté, las huellas todavía estaban allí. Pero ya no me importa. ¿Ggggggg? No me das miedo, bicho de pisadas puntiagudas.

Aprovecho para aconsejaros la visita a los dos yacimientos de icnitas: el de Regumiel de la Sierra y el de Quintanilla de las Viñas, ambos rodeados de hermosos paisajes. Los ornitópodos y terópodos no tienen nada que ver con mis pasados temores. ¡Animalitos!
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miércoles, 18 de septiembre de 2013

"Felicitaría a quien no haya leído el 'Quijote', le diría que aún le queda el placer de leerlo"


En la foto, la que esto escribe, María Ángeles Merino, lee el "Quijote" en una edición de Martín de Riquer de 1975, libro que llevó consigo desde Burgos a Legazpi, de Legazpi a Campo Real y de Campo Real a Burgos. Una buena compañía.

Cuando Pedro Ojeda, desde su blog "La acequia", nos propuso un autorretrato leyendo la obra de Cervantes, envié esta de la abeja (abejita de la Vega)

Hoy he recordado aquella foto, al leer la noticia de la muerte de Martín de Riquer, un sabio catalán, medievalista y gran especialista en el  Quijote. Don Martín dijo:

"Felicitaría a quien no haya leído el 'Quijote', le diría que aún le queda el placer de leerlo"

"Lo que suelo hacer es abrirlo al azar [el Quijote] y siempre se sale ganando, da buen resultado"

Hago míos los consejos de don Martín.

Descanse en paz.

domingo, 15 de septiembre de 2013

"Y me pregunto qué le importamos a las estrellas, no somos más que un poco de ellas".


El año pasado, un día de noviembre, Aitana se sitúa en medio de la rosa de los vientos, frente al mirador del Castillo de Burgos.

¿Qué es esa estrellita?

-Es una brújula. Sirve para orientarnos.

-Mira, Burgos por aquí, en el norte. Marbella, en el sur, justo al otro lado. Pero tienes que buscar por dónde sale el sol.

-"Ito" Agustín...¿por dónde sale aquí?

Aitana, niña marbellí de visita a la familia de Burgos.
 
"El sol sale cada día, siempre por el este,  ni nos mira, el "Pioner" acaba de salir del Sistema solar, primer aliento de la humanidad  fuera de nuestra estelar casa"
Aitana  mira a Agustín que sigue con sus reflexiones:

 -"Y me pregunto qué le importamos a las estrellas, no somos más que un poco de ellas".

-¿Nosotros somos un trocito de estrella?
-Somos muy poca cosa, al fin y al cabo cenizas, rastro de muerte.
"Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado."


"Polvo que sin ser nada, es capaz de admirar la belleza de una amante, que altiva nos desprecia"

Aitana mira como miran los niños cuando no entienden a los mayores. Ahora pone todo su esfuerzo en leer las letras que acompañan a  la "estrellita".

El "ito" sabe mucho pero es poco pedagógico. Se lo preguntará a la seño.

Y yo me pregunto qué España vivirán los niños que ahora tienen cinco años, como Aitana. Porque estamos ¡tan desorientados!

María Ángeles Merino
Nota: Como veis, esta entrada incluye las reflexiones de mi hermano Agustín.

jueves, 12 de septiembre de 2013

¡Feliz curso 2013-2014!

 

Os invito a pensar y sonreír con este vídeo y aprovecho para desearos a todos:

¡Feliz curso 2013-2014!

María Ángeles Merino

jueves, 5 de septiembre de 2013

"Hermano...decid Romana, solamente eso..."

 

 
Comentario en torno a la parte final de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Muy señor mío, don Cipriano Salcedo de Bustamante, protagonista de la novela “El hereje” de Miguel Delibes:
 
Concluye definitivamente tu cautiverio, Cipriano, "en la madrugada del 21 de mayo de 1559, más o menos un año después de haber comenzado". Hoy pagarás en la hoguera tu "desviación religiosa". ¿Desviación? ¿Cómo pueden estar tan seguros, tus graves acusadores, de estar siguiendo el camino no desviado? ¡Qué peligrosos son los que dicen  poseer toda la verdad!
 
La procesión ha de partir una hora antes del alba. Los condenados, "aplastados por el rigor de la sentencia", aguardáis en los camastros. Dato, "el tontiloco ayudante de carcelero", es incapaz de reprimir su júbilo ante el festejo, no es el único. Agradecido a vuestros maravedíes, pasa con vos vuestros últimos minutos en prisión, os habla de los preliminares del auto como si fuerais un forastero visitante, en lugar de una pobre víctima a la que van a asar viva.
 
Pregoneros a caballo anunciando el auto, cuarenta días de indulgencia, prohibición de andar a caballo y portar armas, os cuenta. Y cuántos forasteros, "más de doscientas mil almas", muchos no han encontrado alojamiento y duermen al sereno. Y el Rey nuestro señor en persona, preside el acto, con los Príncipes y la Corte. "Y los azules ojos desvaídos de Dato rutilaban" al dar cuenta de todo eso.
 
 
"La Plaza Mayor ha sido transformada en un enorme circo de madera, con más de dos mil asientos en las gradas, cuyos precios oscilaban entre diez y veinte reales..." Un macabro circo. Dato se hace lenguas contándolo a voacé, cuidado que es tonto el albino del gorro rojo.
 
 
Como un cristiano ejemplar, lo sois, con los ojos cerrados, encomendáis vuestra alma  y pedís luz a Nuestro Señor para distinguir el error de la verdad. Apenas escucháis a Dato que sigue su monólogo: se anuncia un día sofocante, muchos vecinos se han instalado en los tejados, miles de personas esperan al Rey en la plaza con hachones...parece el Juicio Final. Y tiene razón el tontiloco, es un Valladolid fanatizado o aterrorizado, con tintes apocalípticos.
 
 
Empiezan a oírse carreras, golpes apremiantes en las puertas y voces que gritan: ¡a formar! Al liberaros de los grilletes, notáis las piernas sueltas pero sin fuerzas para sosteneros en pie.
 
En el zaguán, Dato os deja en manos de dos "familiares", junto a los demás condenados varones, con las miserias morales al aire."Aquella reunión ocasional era como  el envés de los conventículos, los mismos hombres pero  dominados por el recelo y la desconfianza, cuando no por la hostilidad o el odio". Carlos de Seso sin su "aticismo y nobleza". El bachiller Herrezuelo amordazado para que no blasfeme. El criado Juan Sánchez señala vuestro sambenito y el suyo, se ríe y subraya que habéis sido "facturados al mismo infierno".
 
 
Su risa aumenta la tensión porque buena parte de los allí reunidos se han delatado y rehuyen las miradas. Pedro Cazalla busca un oscuro rincón, huye de todos y especialmente de vos. El enloquecido Herrezuelo logra soltarse la mordaza, insulta a Cazalla y jura contra Dios y la Virgen hasta que logran acallarlo. Las cosas aparentan serenarse en la calle cuando se forma la lúgubre comitiva. Vamos contigo.
 
 
¡Cuánta grandeza! Estandartes, blasones, dominicos, enseña carmesí del Pontificado, reos con sambenitos de demonios y llamas, burlescos muñecos de los condenados en efigie, uno de ellos el de doña Leonor de Vivero, cuyo ataúd desenterrado llevan cuatro familiares...de la Inquisición. El resto: condenados a penas menores, comunidades religiosas y  cantores que entonan un "Vexilla regis" que suena como un"Dies irae".  Día de la ira, implacable incluso con un cadáver.
 
 
 Se va insinuando el día, te mueves casi a ciegas; solo si alzas la cabeza y tus pupilas enfocan el objetivo consigues ver algo.
 
 
Dos densas murallas humanas que os abren calle, "afligidas y silenciosas"; aunque no falten voces desagarradas que insultan, la masa es muy desvergonzada.
 
"Al abandonar la calle Orates, la procesión de los reos hubo de detenerse para ceder el paso al séquito real que subía por la Corredera"
 
 
Música de pífanos y tambores, cascos de caballos, muchos caballos, damas enlutadas, dignatarios, nobles, cortesanos, obispos y arzobispos. La espada desnuda del de Oropesa defiende y precede al Rey nuestro Señor. Ahí va, con sus diamantes y su grave porte bajo la capa. El pueblo sencillo aplaude el paso de los Príncipes. Bateria de ruidos y ambiente sofocante, no parece mayo.
 
Entráis en la plaza y la multitud, impaciente y apretujada, prorrumpe en voces y gritos destemplados. Los reos formáis "una comitiva lastimosa y estrafalaria, los sambenitos torcidos, las corozas ladeadas".
 
No exageraba Dato, se quedó corto. "La mitad de la plaza se había convertido en un enorme tablado, con graderías y palcos, recostado en el convento de San Francisco y dando cara al Consistorio adornado con enseñas, doseles y brocados de oro y plata"
 
 
Os recibe un público "soliviantado y chillón" que silba cuando desfiláis ante el Rey. Aposentado en un tabladillo, "transido, angustiado, tenso", esperas la llegada de los reos absueltos, miras obsesivamente la escalera de acceso hasta que ves aparecer a doña Ana Enríquez. La cárcel ha "ahilado" su figura pero no ha mancillado "la frescura y resplandor de su rostro". Sube con arrogancia, mira a los reos con ansiedad y sus ojos se detienen un momento en los tuyos. ¿Te habrá reconocido?
 
Cierras los ojos para protegerlos, oyes rumor de conversaciones y al teólogo Melchor Cano que desgrana  su sermón sobre los falsos profetas y la unidad de la Iglesia. Los abres y te sobrecoge la gran masa, su estruendosos vocerío. El relator hace comparecer uno a uno a los condenados. El primero es el doctor Cazalla que rompe a llorar cuando le anuncian la sentencia de muerte en garrote antes de ser arrojado a la hoguera. Lo miras como a un ser ajeno, desconocido, no es ese el arrogante Doctor del conventículo.
 
Los dos relatores se turnan para leer las sentencias a los condenados que han de subir penosamente al púlpito para escucharlas. "Era una ceremonia que, aunque escalofriante y atroz, iba degenerando en una tediosa rutina, apenas quebrada por los abucheos o aplausos con que el pueblo despedía a los reos condenados a muerte".

 Beatriz Cazalla, Juan Cazalla, Constanza Cazalla, Alonso Pérez...Ana Enríquez.

 

 
Vacila el relator y la muchedumbre calla. Ana Enríquez sube la escalera de la mano del duque de Gandía,  una vez arriba dedica al relator "una mirada retadora". Impávida oye la pena simbólica a la que es condenada: "...subirá al cadalso con sambenito y vela, ayunará tres días  con tres noches, regresará con hábito a la cárcel y, una vez allí, quedará libre". Hay rechifla general, el pueblo no perdona la insignificancia de la pena, los aires de superioridad, rango, belleza y suficiencia de Ana. Vos, Cipriano, miráis tembloroso a vuestra amada, irritado con la masa y con el aire protector del duque de Gandía. ¿Celos ahora, Cipriano? ¿Puede haber un hueco para el amor en tan terribles circunstancias?
 
Se sigue convocando, pronuncian tu nombre. No aciertas a echar el paso. Te dejas alzar del suelo en volandas. Un sol despiadado hiere tus párpados, te bamboleas y aumenta el rumor compasivo de la multitud. El relator acampana la voz: "Cipriano Salcedo...confiscación de bienes y muerte en la hoguera".
 
 
 
No pareces afectado por la sentencia. Da la impresión de que, aún indultado, no volverías a la vida. "Vejado, confundido, degradado". Suplicas a ese Dios que no te escucha: "Dame ya la muerte, Señor".
 
Sigue el auto, el público inquieto espera "la fase dramática", algo de distracción. Eufrosina, Catalina, don Carlos de Seso...El corregidor de Toro escucha su sentencia "erguido y noble". Simula retirarse, mas al llegar a la altura del palco real, se encara con el Rey y le pregunta con ironía:
 
-"¿Cómo permitís, señor, este atentado contra la vida de vuestro súbdito?"
 
Su Majestad replica ceñudo:
 
-"Si mi hijo fuera tan malo como vos, yo mismo apilaría la leña para quemarlo."
 
 
 Tal vez Felipe II recordó alguna vez esas palabras, porque ese hijo le dio muchos quebraderos de cabeza. Y su muerte estuvo rodeada de muchas sombras.
 
 El público abuchea al de Seso, más por sus modales que por sus palabras que la mayoría no oyó.  El público aburrido ya no atiende, aunque siguen desgranándose nombres y penas. Lo que quieren es algo fuera de programa.
 
Seguidamente, toca la degradación de los cinco clérigos condenados. Se despierta de nuevo la expectación de la masa. Los cinco reos se arrodillan, con cálices y patenas en las manos. El obispo les va despojando de ellos y se los cambia por sambenitos; luego procede a raerles boca, dedos y palmas con un paño húmedo, ordena al barbero que les afeite la cabeza para colocar las corozas. Los gritos y lágrimas del doctor Cazalla durante el ritual hace sollozar a unos y encoleriza a otros que gozan llamándole "leproso y alumbrado".
 
Leídas las ejecutorias y degradados los curas sectarios, se da por concluido el auto,  a las cuatro de la tarde. El pueblo abandona las gradas comentando a gritos las incidencias y  bebiendo bota en alto, como si estuvieran en la era. Todavía han de presenciar el espectáculo gratuito del bachiller  Herrezuelo volviéndose hacia su "reconciliada" esposa, para insultarla y abofetearla. Lo reducen y amordazan, más entretenimiento por el mismo precio.
 
Los indultados regresan a la cárcel y vosotros, los condenados a muerte, os dirigís al cadalso, encaramados en borriquillos. Cuando te disponías a subir al asno, ves a tu tío Ignacio. Quieres darle la paz pero tu tío se dirige al familiar que conducía la borriquilla, le aparta y coloca en su lugar a una agraciada mujer de cierta edad. Llorosa, te acaricia la barbilla con ternura. ¡Es Minervina! La reconoces enseguida, no puedes hablar, quieres mostrarle tu cariño pero una oleada os separa.
 
 
 Tu tío ordenó buscarla por todos los pueblos del alfoz mediante pregones y la halló en Tudela de Duero. Le pidió que te acompañara a la hoguera, para que no te encontraras tan solo. Ella aceptó y añadió que moriría en tu lugar si se lo pidieran.
 
"Niño mío-dijo-¿Qué han hecho contigo?"
 
Un guardia palmea la grupa de tu borrico, aprietas las rodillas contra tu montura y miras a la dulce figura que te precedía. Minervina tira del ronzal y llora en silencio. Avanzáis entre una multitud indecisa, hombres que discuten con otros que les obstaculizan el paso, mujeres llorosas, niños sorteando puestos de golosinas. La plaza despide un vaho agobiante, no hay quien soporte el calor, la gente se queda en jubón o en camisa, fuera ropa de fiesta. ¿Qué clase de fiesta es esta?
 
Viendo a Minervina te sientes tranquilo y protegido como cuando eras niño. Gentil y confiada, nadie pensaría que te lleva a encontrarte con la muerte. Es tal la gracia de su figura que los rústicos la requiebran y acosan con frases soeces.
 
Vas detrás del doctor Cazalla, recogiendo los insultos que sus palabras de arrepentimiento despiertan en el pueblo: "hereje, pelele, viejo loco".
 
Entráis en la calle de Santiago donde la masa de gente es más densa aún. Los chiquillos lo invaden todo y aturden soplando sus silbatos. Y todavía llega a tus oídos el onterminable soliloquio del Doctor. Pero tu atención se desplaza hacia Minervina, "su airosa figura" abriéndose paso entre la multitud. Te recreas en su gentileza, se te llenan los ojos de agua.
 
"Sin duda era Minervina la única persona que le quiso en vida, la única que él había querido, cumpliendo el mandato divino de amaos los unos a los otros".
 
 Evocas los momentos cruciales de tu convivencia con ella, desde "su calor ante la helada mirada del padre" hasta que es despedida y desaparece de su vida. Ahora, veinte años después, reaparece para acompañarte "en los últimos instantes como un ángel tutelar".

Te preguntas si es Mina, en realidad, la única persona que has amado. Piensas en Ana Enríquez, "un proyecto apenas esbozado", su fracaso con Teo, las sombras que cruzaron por tu vida, la fraternidad de la secta que creíste haber encontrado. Luego todo fue "perjurio y fácil delación".

"Una vida sin calor la mía", te dices. Tu cerebro evita la idea de la muerte y se dedica a reflexionar en la limitación humana, en tu conversión. ¿Dónde encontrar la certidumbre? Pedías a Dios "una palabra, un gesto, un ademán". Nuestro Señor permanece mudo porque respeta nuestra libertad, piensas. Sentiste el soplo divino leyendo "El beneficio de Cristo", pero todo se ha venido abajo.

Docenas de sotanas revolotean como moscas alrededor de fray Domingo de Rojas. ¿Les mueve la salvación de su alma o el prestigio de la orden dominicana? Tu compañero de celda muestra entereza, no y no.

Vais llegando al Campo y crece la expectación y el alboroto. Se aproxima el broche final de la "fiesta". Carruajes lujosos, mulas y borricos. Damas y mujeres del pueblo, hombres con niños al hombro, todos toman posiciones y algunos se entretienen "en las casetas de baratijas, el tiro al pim pam pum o la pesca del barbo". El último número está a punto de comenzar: quema de los herejes, contorsiones, alaridos, expresiones de sus rostros...

Campo Grande de Valladolid, 13-7-2013
 
Divisas los palos, la leña, las escalerillas, las argollas, los verdugos. Los alguaciles dan agua de botijo a Cazalla que tiene unas bascas aparatosas, no vayan a quemar a un muerto.
Te desmontan del borrico, no puedes tenerte de pie, aún susurras: "¿Dónde te metiste, Mina, que no pude encontrarte? Pero no puede contestarte, te llevan al palo en volandas y te atan.
 
Todavía te resta ver agarrotar a Fray Domingo y arrojarle inmediatamente a la hoguera, a Juan Sánchez trepando por el palo como un mono huyendo del fuego, al gallardo Carlos de Seso arrojándose a las llamas donde murió dando brincos, las muecas y contosiones del bachiller Herrezuelo...¿Dónde está tu verdugo?
 
Ahí viene, cierras los ojos y encareces de Nuestro Señor una señal. Un cura corre hacia él, es el padre Tablares, aún es tiempo para que afirmes tu fe en la Iglesia y te agarroten como reducido. Levantas la cabeza y haces tu profesión de fe, la mala, la que no les sirve:
 
"C...creo...en la Santa Iglesia de Cristo y de los Apóstoles"
 
El padre os insta: "decid Romana, solamente eso, os lo pido por la bendita Pasión de Nuestro Señor".
 
La gente se impacienta, silba e insulta. El verdugo está con la tea en la mano, el escribano con la pluma en ristre. Y tú vuelves "a pedir una seña a Nuestro Señor". Murmuras como excusándote: "Si la Romana es la Apostólica, creo en ella con toda mi alma, padre".
 
El jesuita, en un impulso paternal, te acaricia la mejilla: "Hijo, hijo, ¿por qué has de poner condiciones?".
 
Buscas una fórmula que exprese tus sentimientos y dé satisfacción a Tablares, unas palabras ambiguas:
 
"Creo en Nuestro Señor Jesucristo y en la Iglesia que lo representa"
 
No hay más tiempo, los espectadores piden a gritos el sacrificio. Vocean, brincan, alzan los brazos, los niños aturden con sus silbatos y una mujer gruesa come buñuelos tan tranquila.
 
"El verdugo arrimó la tea a la incendaja y el fuego floreció de pronto como una amapola, humeó, rodeó a Cipriano rugiendo, lo desbordó".
 
 

 
 
Murmuras un "Señor, acógeme". Sientes un dolor intensísimo, como si te arrancaran la piel a tiras, en los muslos, en todo el cuerpo, sobre todo en los dedos. Aprietas los párpados y no mueves un músculo. El pueblo enmudece, sobrecogido por tu entereza, pero en el fondo decepcionado.
 
Rompe el silencio el desgarrado sollozo de Minervina. Tu cabeza cae de lado "y las puntas de las llamas se cebaban en sus ojos enfermos"
 
Preguntada Minervina por el Santo Oficio, manifestó que, "en todo caso, de lo que vio aquella tarde, lo que más la conmovió fue el coraje con que murió su niño, que aguantó las llamas tan tieso y determinado, que no movió un pelo, ni dio una queja, ni derramó una lágrima...ella diría que Nuestro Señor le quiso hacer un favor ese día".
 
¿Un favor divino a un hereje? Tu Mina responde que "el ojo de Nuestro Señor no era de la misma condición que el de los humanos, que el ojo de Nuestro Señor no reparaba en las apariencias sino que iba directamente al corazón de los hombres, razón por la que nunca se equivocaba".
 
Me despido de ti, Cipriano Salcedo, después de acompañarte en tan penosas circunstancias, qué infierno el de aquel día en Valladolid.  Mueres como un santo, un santo hereje. Desde el viaje en el Hamburg, creces y creces, nos vamos poniendo de tu parte, aunque no compartamos tu fe.  Paladín de la libertad de conciencia, fuiste el último gran personaje de un escritor muy grande.
 
Un abrazo para los que pasan por aquí de:
 
María Ángeles Merino