jueves, 25 de julio de 2013

"Las lágrimas asomaron a los ojos del Doctor ...Cipriano, en cambio, se sentía resuelto y decidido, capaz de todo"


 
Comentario en torno a parte de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Muy señor mío, don Cipriano Salcedo de Bustamante, protagonista de la novela “El hereje” de Miguel Delibes.


Sigo el relato de su vida,  tan ficticia que se vive como realidad, a sabiendas de que no lo es; tal es el hechizo de una buena novela, pura o histórica, lo mismo da.
En mi escrito anterior, me dirigía a su esposa doña Teodomira Centeno, para comentarle regresivamente lo que ella vive al lado de vuesa merced, desde su entierro en la iglesia de Peñaflor hasta el momento de clavar en voacé aquella primera mirada, “intensa, dulce y afable”, en la rústica casa del Perulero.
Ahora he de seguir la última etapa de su vida, la que comienza con la muerte de Teo y finaliza cuando su cabeza se ladea y las llamas devoran sus ojos enfermos. Aunque, como ya precisé en el caso de su esposa, su inmortalidad está en función de la existencia de lectores. Larga vida a la obra de Miguel Delibes y larga vida a voacé, a pesar de la muerte física y literaria.
Tras la muerte de “la Reina del Páramo”, entra vuesa merced en “una fase de actividad enfebrecida”: la tienda, el taller, el nuevo contrato con el rentero, la transformación de sus negocios y, como no, la herejía. Busca un remedio para la soledad y, lo que es peor, el pensarse a sí mismo. Miguel Delibes vivió una dolorosa viudedad y conoce bien esos sentimientos; los expresó en “Señora de rojo sobre fondo gris”.
Se le van las tardes conversando con el tío Ignacio, un apasionado de las nuevas formas de negocios industriales: los empleados pasarían a ser socios, incorporaría al personal no cualificado a los beneficios, “una auténtica revolución económica” en Valladolid. Conforme delega en su tío, se intensifican las relaciones con los Cazalla, pero vuesa merced ahora está más interesado en el luteranismo  que en el mercantilismo.

El doctor Cazalla le reafirma su confianza y se refugia en voacé cuando muere su madre, doña Leonor de Vivero, toda una autoridad en la familia y en el conventículo. El ambiente de la “secta” es de temor a la traición  delatora, clima que se acrecienta después de la muerte repentina de la matriarca. Porque, en el atrio de San Benito, en el momento de las condolencias estalla una voz “firme, culta y educada” que pide: “¡Doña Leonor de Vivero a la hoguera!”. Dos semanas de presunciones y conjeturas. ¿De quién podría ser aquella voz?
Iglesia de San Benito
Una tarde, el doctor se derrumba y se sincera: aquel grito vengativo se ha fraguado en salones de la alta sociedad vallisoletana, tal vez en los de la princesa de Salerno, enemiga de Cazalla por haber ridiculizado este, en cierta homilía, a una amiga suya, aya de don Juan de Austria, nada menos. No imaginabais, Cipriano, el alto rango de sus enemigos.
Unas letras pintadas de rojo, en lo bajos de su casa, con la leyenda  “Doña Leonor a la hoguera”, acaban de desequilibrar al doctor. Vos, Cipriano, sois ahora el paño de lágrimas de Cazalla.

Muerto Lutero, desconectados de la casa madre alemana, el Doctor veía muy poco futuro para la causa. Por supuesto, Cipriano Salcedo será capaz de viajar a Alemania por el grupo, con el pretexto de los zamarros. Os entrevistaréis con su sucesor Melanchton, traeréis información, libros, publicaciones, tal vez la promesa de “una ayuda quimérica”…ilusos.

El Doctor se anima, os indica nombres y direcciones. Podréis regresar a España en el barco del marino luterano Berger, navegando por los puertos del norte. Sí, el viaje en la galeaza “Hamburg”, el que el escritor coloca al principio del libro, como carta de presentación de vuesa merced y vuesa herejía. Delibes enlaza  la página 46 con la 387, una estructura poco convencional la de esta novela. Y, al mismo tiempo, en un libro  compendio y  despedida, rinde tributo a la parte de su vida y su obra que vivió de cara al mar.

Nunca habíais viajado más al norte de Miranda de Ebro, no conocíais a Echarren, el navarro que os pasará a Francia. Realizáis el viaje con éxito; regresáis con libros, informes y buenas noticias. Don Agustín Cazalla recupera su entusiasmo proselitista que será fugaz.
Porque siete meses después, en vuestra reunión, oís los zapatazos de un caballo a toda carrera. Es don Carlos de Seso, os anuncia que Cristóbal Padilla ha sido detenido, lo han denunciado al Santo Oficio, está preso en la cárcel secreta de la Inquisición. Habéis de deshaceros de documentos comprometedores y huir si consideráis que vuestra vida está en peligro. Se produce la desbandada, una vez que interroguen al imprudente Padilla…pies para qué os quiero.
Vos peligráis de una manera especial, don Carlos os dice que debéis huir inmediatamente. Vuestro viaje a Alemania y vuestra entrevista con Melanchton os hacen especialmente vulnerable. El Emperador, desde Yuste, ha instado al inquisidor Valdés “para un pronto y terrible escarmiento”. Tal vez conozcáis el apoyo que los poderosos príncipes alemanes han dado a la Reforma, precisamente para hacer frente al Emperador; Felipe II no será menos inflexible que Carlos y el Papa ha concedido más atribuciones al Inquisidor. Los intereses políticos encubiertos con disfraz religioso, terrible y cruel mezcolanza. Y Cipriano el del zamarro convertido en emisario político, sin pretenderlo.

Así celebró Valladolid el bautismo de Felipe II.


Delibes traza con vos la pintura de un hombre fuerte, en contraste con la debilidad del Doctor. Mientras este llora, vos os mostráis “resuelto y decidido, capaz de todo”. Quemáis libros y  papeles comprometedores y os disponéis a partir hacia la frontera; pero os anuncian la visita de Ana Enríquez. Ana os oprime las manos e insiste: hay que darse prisa, aquí tenéis una dirección… ¿Y ella? Ana sonríe: “Un hombre, aunque tenga faldas, se compadece de una mujer…”. Os besa en la mejilla…camino de la deseada frontera piensas en ella. ¿Será posible que tan bella muchacha…? En medio de un viaje angustioso encontráis tiempo para acariciaros el lugar de aquel beso. ¿Amor?
Viajas a caballo reventado, cambias de montura en las casas de postas, dejas unas monedas como compensación cuando consideras que has salido ganando con el trueque, honrado incluso en situaciones límite. A medida que avanzan las páginas del libro, el pequeño Cipriano va creciendo, vais adquiriendo tintes épicos. El verdadero héroe es el antihéroe, está proclamando don Miguel.
Llegas a Cilveti, el pueblo navarro donde te espera Echarren. Entras en su casa y allí te están esperando: “En nombre de la Inquisición, daos preso”. Serás el más grande de los detenidos de aquel famoso Auto de Fe. Porque no delatarás a nadie y seguirás fiel a lo que has llegado a creer,  a pesar de la tremenda brutalidad de la Inquisición. Concluiré la carta...

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Dificultades técnicas me han impedido incluir imágenes nuevas en esta entrada. Lo que hay es un copiar y pegar...El páramo y la wifi del móvil no dan más de si. Espero que todos estéis pasando un feliz verano.

jueves, 18 de julio de 2013

Teodomira Centeno: "como esas palomas o esas becadas, un fruto más de la naturaleza, vivo y espontáneo"



Comentario en torno a parte de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

“En realidad, Teo había sido para él como esas palomas o esas becadas, un fruto más de la naturaleza, vivo y espontáneo…”

Para la señora Teodomira Centeno de Salcedo, también llamada Teo o la Reina del Páramo.

Muy señora mía:

Me dirijo a vuesa merced con respeto y cariño, tras acompañarla  hasta el atrio de la iglesia de Peñaflor de Hornija, lugar donde ha sido enterrada, aunque siga viva como personaje de ficción. Viva seguirá mientras haya lectores de "El hereje", es la ventaja de los de su condición.

Al parecer, unas horas antes, había pronunciado, en un momento de lucidez, el nombre de La Manga; solo dos palabras que vuestro esposo interpreta como el deseo de la Reina del Páramo de volver al páramo, nada que objetar.
Él se emociona cuando la carreta fúnebre se detiene en la explanada de la iglesia. Porque en el porche, esperan tímidamente braceros y pastores, rudos castellanos para los que vuesa merced constituye un símbolo: "puesto que no solo trabajó con las manos como ellos sino que lo hizo con más espíritu y más provecho que los hombres por lo que con justo motivo recibió el sobrenombre de Reina del Páramo". Y rodean el ataúd cuando el párroco reza un responso a la puerta de la iglesia. "Era una esquiladora como nosotros, dijo un pastor viejo, con la voz trémula, para quien el trabajo manual borraba el pecado de su condición adinerada".

El tío Ignacio, los viejos amigos de Cipriano, los amigos nuevos, sí esos herejotes, también asisten a tu funeral. Unos y otros miran a los campesinos como a "seres de otra raza o habitantes de otro planeta". Solo tú, Teodomira, has vivido a uno y otro lado del acompañamiento.

Ahondan la "huesa" que os había de albergar y aparece intacto vuestro padre, el Perulero. La sorpresa es general ante " el cuerpo desnudo, sin descomponer, el pene erecto y los ojos abiertos, inyectados y llenos de tierra". ¿Prodigio? No para vuestro párroco que conoce las propiedades de ciertos terrenos para demorar la corrupción. Que las tierras rojas sean leves con vuesa merced, señora.

Vuestro marido abandona Peñaflor, muy afectado por el hecho de que Segundo Centeno permaneciese "incorrupto y el sexo vivo, como si hubiese muerto con apetito". Al atravesar el monte de La Manga, la frente en el cristal del carruaje, evoca los paseos en vuestra compañía, en silencio y con los párpados entornados. Ha tomado una decisión.


De las tierras rojas a las tierras negras que le recuerdan sus charlas itinerantes con Pedro Cazalla. Un apretado bando de perdices arranca ruidosamente, en las novelas de Delibes vuelan perdices cuando uno menos se lo espera; con más motivo cuando cita los lugares donde don Miguel  dio gusto al gatillo.


 Y se reúne en Pedrosa con su rentero Martín Martín que le sigue por renuevos, majuelos y pinadas. De vuelta a casa, la mala nueva: "la señora Teodomira ha fallecido". "Salud para encomendar su alma" y se produce la misma escena que hace treinta y siete años, entre los padres de ambos, cuando murió la señora Catalina, la madre que vuestro Cipriano no conoció.

Y en la comida, vuestro esposo hace a Martín "una oferta tan inusitada  y generosa" que al rentero se le cae la cuchara, balbucea y no entiende. Se lo explica mejor: "la propiedad de las tierras la partiremos entre tú y yo, tú aportarás tu sudor y yo mi dinero. Los beneficios a partes iguales.". Y remata con una mentira: "era voluntad de la difunta". También desea mejorar los salarios de la "gañanía", Martín se lleva las manos a la cabeza, "el campo se hundiría". Cipriano no quiere renunciar a su largueza pero entra en razón, "había que estudiar las cosas despacio, con personas y abogados competentes"

¿Voluntad  de la difunta? Me hago cargo, vos ignoráis por completo todo eso. Pasasteis vuestros últimos días con la razón perdida, en el Hospital de Inocentes de la calle Orates y en el Hospital de Santa María del Castillo, en Medina del Campo.

De aquí partía la calle de Orates, por aquí desfilará Cipriano en triste procesión. 

No te atan porque puedes pagar vigilantes continuos. Sedada con filonio romano, tan  rico en opio que  provoca "visiones". Consumida, con la mirada vacía, sin hablar, dicen que sin sufrir, aunque te apalancan la boca con dos cucharas para darte de comer a la fuerza. ¿Cómo llegaste a tan lamentable estado, amiga Teodomira?


Adormidera, flor del opio, componente del filonio romano.
Cipriano Salcedo vuelve de una gira por Ávila, Zamora y Toro. Tú no conoces el motivo del viaje, no entiendes de conventículos ni de grupos cristianos por la Reforma del fraile Lutero. Le sorprende tu recibimiento con gritos y lágrimas en un increscendo. Poco a poco entiende tus reproches: olvidó  llevarse la bolsita con las escorias de oro y plata que el doctor recetó para la infertilidad matrimonial, ha anulado cuatro años de medicación...Él trata de convencerte de que una pausa de cuatro días no es significativa, que lo reanudaréis...

Porque la maternidad os obsesiona. Voceas, proclamas que no has vivido para otra cosa que para tener un hijo y ya no lo conseguirás por su culpa. Arrojas  objetos, gritas, le empujas, le dedicas "soeces vocablos escatológicos", le echas en cara la inutilidad de "la cosita". Te tapa la boca, le muerdes, te tumbas en la cama, rasgas telas, gozas con tu furia destructora. Por fin, consigue colocarte boca arriba y atenazarte las muñecas. Al sentirte inmovilizada, reanudas los insultos, preguntas por tu dote, buscas herir.



 La tensión va cediendo, tras dos horas de lucha. Te dejas acariciar, se resuelve una crisis nerviosa magistralmente descrita, seguramente con una buena base de documentación médica. Y solo para una novela...Perdona, Teo, que sigo contigo. Ahora lloras mansamente y él restaña tus lágrimas con el embozo de la sábana. No, no te ama pero es bueno y se compadece. Evoca los días de La Manga, piensa en lo que has sido para él: “En realidad, Teo había sido para él como esas palomas o esas becadas, un fruto más de la naturaleza, vivo y espontáneo…” Le desarmó tu sencillez, le gustaba verte esquilando ovejas...Así se gestó un extraño matrimonio, nada en común, no podía funcionar.

Pero aquella misma noche de la crisis, te despiertas y le amenazas con la tijera grande de esquilar, cuando Cipriano ya se había refugiado en la lectura de "El beneficio de Cristo". Proclamas que vas a esquilar su "maldito cuerpo de mono".


Lo hieres en el muslo. Ve el vacío en tus ojos y comprende que te ha perdido, te ingresan en el hospital de Orates. Te escaparás y te conducirán al de Medina. "El dinero es muy amable" pero no puede evitarte la brutalidad de los métodos entonces empleados. Impedir el suicidio a toda costa, el pecado más grave.

Una vez ingresada, Cipriano puede dedicarse a su actividad lanera y herético religiosa. Que si los Cazalla, que si Leonor Vivero, que si Ana Enríquez, ay Ana Enríquez con sus ojos azules...Pero te echa de menos: "era una costumbre en mi vida". Entre quehacer y quehacer te visita, no mejoras, tus ojos parecen mira hacia dentro. Pero aquel dia, de pronto, se avivan tus pupilas, tu boca esboza una sonrisa y musitas dos palabras: "La Manga". Horas después falleces, encuentran tu cadáver "sonriente como si a última hora la hubiese visitado Nuestro Señor". Tal vez sonreías paseando por tu querido monte. ¿Sí?

Ese mismo día, Cipriano llega al anochecer a Valladolid y entra en la iglesia de San Benito. Se siente culpable de tu estado y se exige a sí mismo  una reparación. El enorme tamaño del templo desierto invita a la soledad, aunque la llamita del sagrario "comunicaba una pálida impresión de compañía". Siente la presencia de Cristo a su lado, le abruma su pecado, su egoísmo, tu destrucción. Ofrece su sexualidad y su dinero, castidad y pobreza. De ahí vendrá el ofrecimiento generoso al rentero Martín y a los jornaleros.

Enoooorme iglesia de San Benito.

Antes de tu enfermedad habías pasado por varias etapas. La inmediatamente anterior es la consumista, intentas llenar el vacío de tu vida comprando lujo para la casa de la Corredera de San Pablo, con la complicidad de la tía Gabriela. Manteles, sábanas vajillas, muebles, cuadros; algo inaudito en una muchacha que vestía todos los días una saya vieja. Un escañil, una mesa y poco más; era suficiente.

Os casáis un 5 de junio, en la iglesia de Peñaflor. El templo adornado con flores silvestres, un banquete muy animado y , a los postres, tu padre, con sus calzas acuchilladas y su cachucha, se sube torpemente encima de la mesa e improvisa un sentimental discurso. Menos mal que la encopetada tía Gabriela no ha visto esto, la pobre sufría una oportuna indisposición. Al final, ya se sabe, vivan los novios, viva el cura y viva el acompañamiento. Y un zapateado, de remate.


Tuvisteis la etapa feliz de recién casados, con unas relaciones sexuales satisfactorias, a pesar de la diferencia de tamaños. Cipriano ascendía a tu cuerpo como a lo más alto de los Torozos, le llamabas "chiquillo", te reías, hablabais de las vicisitudes de la "cosita", de lo fuerte que era tu pareja a pesar de su tamaño, "como un toro". Un día se vio reflejado en la cópula de un sapo con una sapina, hembra grande y macho pequeño, la imagen se le quedó grabada amargamente. Porque vas perdiendo interés por la "cosita", a medida que pasa el tiempo y no llega el ansiado embarazo.


Crece en ti la obsesión por "desdoblarte". Todo en esta vida te hablaba de maternidad: los muñecos de la infancia, las parideras en el monte, los nidos de las urracas...No te servía de consuelo que Cipriano te comentara el caso de sus padres que tuvieron un hijo después de nueve años sin descendencia. Tuviste la suerte de que ya no te hicieran la prueba del ajo, paparruchas galénicas. A ti te tocó lo del brebaje de salvia y la abstinencia no sé qué días; mientras tu Cipriano debía tomarse las escorias dichosas. Tu doctor, buen conocedor de la obra de Vesalio, dejó claro que no estabas "opilada", es un consuelo.


Y , mientras crecía tu obsesión de tener hijos, tu Cipriano se obsesionaba con las dudas religiosas, se oía tres misas seguidas, se confesaba una y otra vez. Un cruce letal de obsesiones.

Creo que tu etapa más feliz fue la de Reina del Páramo, pelando una oveja y otra y otra; una burra de carga pero útil. Te desearía que recorrieses feliz  montes celestiales, rodeada de blancos corderos, de sedosas lanas. El cielo se parecería al monte de la Manga. Pero me falta la fe. Adiós, Teodomira. ¿Recuerdas vuestro primer encuentro?

"Entonces la miró de frente y ella le miró a su vez y, bajo su mirada intensa, dulce y afable, se enterneció. Nunca le había sucedido a Salcedo una cosa así...fuera de la expresión de sus ojos y de su presencia amparadora, no descubría en la muchacha  especial encanto..."

Dedicaré una última entrada a tu esposo, cuya muerte será mucho más dura, con serlo mucho la tuya.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Un recuerdo muy especial a los que me acompañaron y guiaron por la Ruta del Hereje, en la ciudad de Valladolid, el día 13 de julio de 2013.

jueves, 11 de julio de 2013

Cipriano Salcedo consigue hidalguía, posición económica y a la Reina del Páramo. ¿Y Minervina?



Comentario en torno a parte de la novela "El hereje" de Miguel Delibes, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Aparentemente, al protagonista de esta novela las cosas le van bien:
"Cumplida la mayoría de edad, Cipriano Salcedo se doctoró en Leyes, entró en posesión del almacén de la Judería y de las tierras de Pedrosa y se trasladó a vivir a la vieja casa paterna en la Corredera de San Pablo, cerrada desde la muerte de don Bernardo."


 Son tres los objetivos cumplidos y ahora se propone tres más: "encontrar a Minervina, alcanzar un prestigio social y elevar su posición económica..."

 El principal, el que parece más sencillo, encontrar a Minervina, se convierte en "una utopía irrealizable".  Recorre los pueblos de alrededor y sigue una pista falsa que le lleva a Segovia. Regresa a Valladolid desolado y se entrega a la rutina del almacén de lanas.

Ha de ponerse en contacto con Gonzalo Maluenda, "tratar de mejorar las condiciones de su contrato con él, habida cuenta que le proporcionaba setecientos mil vellones de la vieja Castilla cada año". Le agrada cabalgar y, en dos días, llega a las instalaciones de los Maluenda, en el barrio de Las Huelgas, en Burgos.

Barrio de Huelgas, en Burgos. El Monasterio enfrente.
 
 Con alegría y golpecitos en el hombro, le recibe don Gonzalo Maluenda, el sucesor de don Néstor Maluenda.  Mortifica a Cipriano con sus salidas de tono, la más desafortunada la de recordarle aquella silla de partos flamenca, regalo de don Néstor, que ayudó a venir al mundo a nuestro hereje. Este lo ve como "el típico miembro de esas terceras generaciones de negociantes que, en poco tiempo, terminan deshaciendo la fortuna que sus abuelos amasaron con tanto esfuerzo". ¿Cómo es posible que este chisgarabís se ría al hablar del apresamiento de dos barcos de la flotilla lanera por los corsarios?
 
 
 Cipriano reflexiona, el joven "chiquilicuatro" Maluenda le decepciona y sus errores pueden arrastrarlo. Lo del apresamiento ha de tomárselo como una advertencia. Y, enlaza su reflexión con la determinación de visitar Segovia, ciudad que sabe transformar la lana en paños en lugar de exportarla en bruto. ¿Por qué no intentarlo en Valladolid?
 
Estamos ante lo que hoy llamarían un joven emprendedor. Hay que pensar en una nueva orientación del comercio de los vellones y conseguir un privilegio de hidalguía para reforzar su prestigio personal. Con los buenos informes que dan en Pedrosa, lugar de origen de los Salcedo, y el tío Ignacio que mueve los papeles en la Real Chancillería, obtiene pronto el título de doctor-hidalgo y es redimido de contribuciones.
 
 
El rentero Martín Martín recibe la orden de preparar una fiesta, en Pedrosa, con una docena de corderitos y dos toneles de vino de Rueda. Quedan excluidos los dos labriegos que consideraron a los Salcedo como "explotadores", en lugar de "magníficos y desinteresados", a quién se le ocurre decir eso. Por lo demás, participan todos en el festejo, incluso la burra Torera que muere borracha.
 
 
"Asentada su vida adulta"...pone los cinco sentidos en el comercio con Burgos...Y, aunque don Gonzalo Maluenda no le gustaba, o precisamente por eso, decidió acompañar personalmente a la expedición de otoño...aquella caravana de cinco grandes carros, arrastrados por ocho mulas cada uno, era un espectáculo...seis leguas diarias de camino...se le antojaba una proeza propia de grandes hombres..."
 
 
Cipriano no se conforma con recibir un estipendio por una mercancía sino que admira al que introduce una innovación en el producto que venga  "de pronto a modificar la voluntad de compra de los clientes". Ha de buscar nuevos caminos, además, porque los riesgos de la flotilla aumentan, los fletes y los seguros se encarecen. Y le asalta "la idea de ennoblecer una prenda tan popular y modesta como el zamarro...mediante unos canesúes estéticamente dispuestos". El sastre Fermín Gutiérrez pondrá en práctica su idea y transformará  una prenda rústica en algo apto para damas y caballeros, todo un éxito. Y cuando lo de los zamarros decae, "cuando la demanda disminuyó , él ya había rebajado la oferta de manera que no tuvo que pasar por el amargo trago de los excedentes".  Leemos esto y nos parece oír al Delibes profesor de Derecho Mercantil, todas las facetas de don Miguel tienen su hueco en esta novela de despedida y cierre, qué pena.
 
 
Cinco años después, la fortuna de Cipriano Salcedo es "una de las más fuertes y saneadas de Valladolid". Nuestro hereje tiene buena vista para los negocios, vamos a ver que no tanto para los amores. Atención, que va a entrar en escena Teodomira, "la Reina del Páramo".
 
 
En el tercer año de iniciado el negocio, Cipriano necesita más vellones y envía un correo a su corresponsal en el Páramo, Estacio del Valle le contesta que, salvo un nuevo ganadero Segundo Centeno con diez mil ovejas y algunos pequeños pastores,  la lana de la zona sigue bajo su control. "Al llegar el buen tiempo, Salcedo subió a Villanubla por el viejo camino". Le informan: se trata de un perulero, recién llegado de Indias, primitivo y tosco, los tejedores moriscos de Segovia compran la lana de sus ovejas y le facilitan las reatas del transporte.
 
Así de tosco me imagino a Segundo Centeno (Plastihistoria)
 
Era un hombre poco sociable y tenía "una hija maciza y blanca de tez llamada Teodomira que, por su maña en el esquileo, era conocida con el sobrenombre de la Reina del Páramo".
 
 
"Alta, sólida y sumamente laboriosa". Los vecinos aseguraban que la Teodomira era un burro de carga, a pesar del título de Reina del Páramo otorgado por su padre don Segundo. Sentada a la puerta en un tajuelo, esquilaba oveja tras oveja, sin desgarrar jamás un vellón.
 
 
 El hidalgo Salcedo "podía hacerse con la lana del Perulero". Pero Estacio le advierte, en el trato es un patán y ha de ir a buscarlo al monte, donde pasa el día entero. Allí encuentra a Segundo Centeno, rodeado de ovejas  y  mastines. Rústico, sucio y con indumentaria anticuada; más atento a una liebre que acaba de divisar que a la visita de Cipriano.
 
"Aguarde un momento" es su primer saludo, a continuación se dirige hacia un hueco abierto en el rebaño, con un cayado en la mano. Y salta una liebre y le lanza el cayado "describiendo molinetes en el aire". Y se apresura a coger al animal y se lo muestra : "¿Se da cuenta? Es grande como un perro".
 
 Salcedo se presenta, le explica su relación con Burgos y el mercado de la lana. Don Segundo Centeno le ataja con ironía:"¿No será vuesa merced, por un casual, Cipriano el del zamarro?" Y, mientras habla, aprieta el vientre de la liebre para que orine, ajeno a la presencia de Salcedo que asiente e intenta adularlo. Ha oído que "con diez mil cabezas no precisa de manos ajenas para esquilarlas, se basta con la ayuda de su hija".
 
 
Centeno sigue hablando de liebres, que si las ve guarrearse entre las teleras...Finge que no le importa la conversación, pero un minuto después coge el hilo bien cogido. Replica que no es cierto que trabaje solo en el monte, que dispone de cinco pastores. "Eso sí, a mi hija, a la Teodomira, no le echa la pata nadie. En lo que ellos pelan una oveja, ella pela dos".
 
Cuando, por fin, el Perulero guarda la liebre en el zurrón, Cipriano intenta de nuevo hablarle de los moriscos de Segovia. Don Segundo se desentiende del tema. Y, al cabo de un rato, afirma que él está muy satisfecho con los moriscos, gente laboriosa y sacrificada. Y que, por si fuera poco, las reatas de acémilas corren por su cuenta. Los Maluenda se quedarán sin la lana de don Segundo, ya tienen mucha...
 
En cambio...ahora es Centeno el que propone a Salcedo un negocio. Le ofrece miles de pieles de conejo para sus zamarros. Cipriano replica sinceramente que el conejo es ordinario y poco apreciado. Siguen hablando de conejos y de zamarros que no sean para la gente encopetada de la ciudad. Nuestro hereje le deja a su aire, no se cree que los moriscos carguen con los gastos de las reatas. Piensa que, sin forzar las cosas, Centeno podría terminar siendo su nuevo cliente en el Páramo. "El sol se ponía en la llanura como en el mar".
 
 
 
Entran en la casa del Perulero, "de una austeridad conventual". No se sienta, otro día seguirán conversando. Cuando se disponía a salir, entra en la sala la Reina del Páramo: "una muchacha alta, pelirroja, fuerte, vestida al uso de las campesinas de la región...un rostro excesivamente grande para el tamaño de sus facciones".
 
"Saluda escuetamente. Pero lo que más sorprendió a Salcedo fue la palidez de su carne, especialmente extraña en una campesina; un rostro blanco, no cerúleo, sino de mármol como el de una estatua antigua..."
 
Cuando don Segundo le presenta como "el señor de los zamarros", ella le felicita por ennoblecer una prenda desprestigiada. "Entonces la miró de frente y ella le miró a su vez y, bajo su mirada intensa, dulce y afable, se enterneció. Nunca le había sucedido a Salcedo una cosa así...fuera de la expresión de sus ojos y de su presencia amparadora, no descubría en la muchacha  especial encanto..."
 
Cipriano se alegra de haber prometido volver. La muchacha le tiende la mano "blanca y dura como el mármol".
 
El señor Centeno repite lo de  los conejos  y lo de fundar entre los dos "una comandita", palabra que me trae ecos de aquel personaje de Delibes, Lorenzo el de "Diario de un cazador", que emigra a Chile , en "Diario de un emigrante", y le proponen varias desafortunadas "comanditas". Bueno, ya he dicho que todo Delibes está aquí. Dicen que Delibes es repetitivo, yo también...
 
 
Seguiremos con esta mujer de mirada cautivadora y de aspecto protector.
 
Un abrazo de:
 
María Ángeles Merino
 
Nos vemos.
 
  

martes, 9 de julio de 2013

Y el pinsapo sueña. Vuela sobre las piedras del monasterio de San Pedro de Arlanza.

 
 
Y  el pinsapo sueña. Se asoma, curioso.  Decide volar sobre las piedras , las del monasterio de San Pedro de Arlanza. ¡Y puede hacerlo!
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 Sobre piedras románicas, piedras góticas, piedras herrerianas, malas hierbas que aquí son buenas.
Y sobre la ermita de San Pelayo, allá en lo alto...
 
 
San Pelayo arriba, a la derecha.
 
Ermita de San Pelayo por fuera.
 
Ermita de San Pelayo por dentro.
 
Árboles y más árboles acunan una cinta de agua. ¡ Quiere mirarse en ella!
 

 

 
 
 
Y esos extraños seres que de vez en cuando le visitan.
 
 
 Sí, todo ha sido un bello sueño. Los árboles no vuelan.
 
El pinsapo, un buitre leonado y Fernán González.
 
¡Dichoso ese pájaro! 
 
El Conde Fernán González sigue emulando a Santiago Matamoros, en su eterno campo de batalla de jaramagos.
 
 
Si queréis saber algo más, podéis pinchar en:
 
 
 
¿Sabíais que aquí se rodó parte de la película "El bueno, el feo y el malo"?
 
 
Gracias a mis compañeros Laura, Carlos y Joaquín que me han prestado sus fotos.
 
María Ángeles Merino