jueves, 14 de marzo de 2013

"... tiró el bulto al agua, y el manteo, el tricornio, la beca, los apuntes, la metafísica y la teología fueron a parar al fondo del río..."

"Aurora Roja"

Comentario a algunos contenidos de la novela "Aurora roja", de Pío Baroja, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola de nuevo, Manuel Alcázar!

Aquí estamos otra vez, para comentar la última etapa de tu inserción en el mundo obrero adulto. No, no presumas de protagonista, es evidente que a don Pío no solo le interesas tú. Baroja utiliza tus peripecias juveniles como eje para completar un magistral retrato de los estratos sociales más bajos, en su Madrid de comienzos del siglo XX. ´Y, en "Aurora roja", tu hermano Juan te roba protagonismo, incluso se permite la exclusiva del prólogo.


Sí, es cierto, en un primer plano de la "Lucha por la vida", seguimos tu largo camino por hacerte un sitio en la sociedad, desde aquel viaje a Madrid. ¿Recuerdas tus sentimientos cuando el tren llegaba a la Estación del Mediodía?

Sientes  “verdadera angustia; un crepúsculo rojo esclarecía el cielo, inyectado de sangre como la pupila de un monstruo; el tren iba aminorando su marcha; pasaba por delante de las barriadas pobres y de casas sórdidas”.

Cielo rojo. Cielo espectacular de Madrid.
Se acabaron para ti las "casas sórdidas", en "Aurora Roja" gozas, por fin, de la estabilidad que te faltó en las dos novelas anteriores de "La lucha por la vida". En "La busca", eres un adolescente al filo de la marginalidad. En "Mala hierba"no consigues incorporarte a una vida laboral ordenada y coqueteas con la delincuencia. 

Mijail Bakunin
Al final de ese segundo libro, tu compañero Jesús te expone la utopía anarquista y de ahí retoma el asunto el tercero, "Aurora roja", que se desvía en un prólogo titulado: "Cómo Juan dejó de ser seminarista". Tal vez, algún lector despistado no recuerde que se trata de tu hermano. Muy poco sabemos de él, hemos de remontarnos a los comienzos de  "La busca":

"... el rasgo característico de Juan, el hermano menor, era sentimentalismo enfermizo que se desbordaba en lágrimas por la menor causa."
 
Según aquel maestro que os enseñaba latín,  tu hermano "llegaría a ser algo". Para ti,  al contrario, el "medio dómine" auguraba lo peor. Recuerdas que el ideal de tu madre, Petra, tan religiosa, era que estudiarais para curas. Por eso os dejó  en casa de unos tíos, en un pueblecillo soriano, mientras ella se ponía a servír  en la pensión de doña Casiana y guardaba celosamente la soldada, con vistas a vuestros estudios eclesiásticos. Ni el uno ni el otro, la muerte le libró de disgustarse con lo de Juan.


Comenzamos la obra con una  introducción puramente narrativa, sin la declaración de intenciones  habitual en los prólogos; algo semejante a una novela corta o un cuento. Su contenido podría haber encajado convencionalmente en el capítulo tercero; pero Baroja prefiere comenzar la novela destacando el propósito firme de Juan de abandonar sus creencias, le interesa ofrecer desde el principio un retrato bien trazado de tu hermano. Su papel en la novela va a ser clave, al parecer.

Pío Baroja
Leemos. Juan y Martín, seminaristas, pasean y charlan el último día de vacaciones, inmersos en un paisaje otoñal, húmedo y triste. Visten ropa negra, a lo lejos se divisan "casas negruzcas", "torres más negras aún", bajo un cielo gris acero. Es el pueblo soriano que tú bien conoces.  Música de esquilas, campanas y el silbido de un tren. "Vámonos ya". "Niebla vaga y melancólica", "carretera, como cinta violácea, manchada por el amarillo y el rojo de las hojas muertas". ¿Dónde estarán pasado mañana?

"Las ráfagas de aire hacían desprenderse de las ramas a las hojas secas, que correteaban por el camino."


A vuestro creador le gustan las parejas contrapuestas. Martín es un mocetón alto, fuerte y alegre. Tu hermano  es "bajo, raquítico, de cara manchada de roséolas y de mirar adusto y un tanto sombrío"; y va a revelar al amigo su decisión de no regresar al Seminario. ¿Por qué?

 Dice que está decidido a no ser cura, no tiene vocación. no cree en nada, no quiere engañar a la gente como hace uno de sus profesores, el padre Pulpon; qué apellido más significativo. Martín manifiesta que tampoco él tiene vocación, pero su familia necesita un sustento; que si tuviera dinero no sería cura, trabajaría la tierra con sus propios bueyes, tal y como lo ha leído en Horacio.

Quinto Horacio Flaco

Los argumentos de Martín caen en saco roto. ¿De qué va a vivir? Tiene una beca, podría doctorarse, predicar, ser obispo. Ni hablar, aunque le prometieran ser Papa.

Su optimista compañero apuesta cualquier cosa que fue lo del padre Pulpon, un caso de pederastia, lo que le ha hecho decidirse. No, su respuesta es contundente, qué valor hay que tener para escribir esto en 1904:

"...he visto las porquerías que hay en el seminario; al principio lo que vi, me asombró y me dio asco; luego, me lo he explicado todo. No es que los curas son malos; es que la religión es mala.
...
-... Yo estoy convencido; la religión es mala, porque es mentira."

Tanto que, este prólogo sería amputado en ediciones posteriores a la guerra civil española, pero tú no sabes nada de eso, Manuel. En el ánimo de tu hermano también cuenta el temor a la venganza del cefalópodo padre; Juan fue el divulgador de lo que hacía con los alumnos de primero y, como se le da tan bien el dibujo, hizo una caricatura demasiado explícita. No puede volver.

Martín le pregunta por esos libros que han abierto tanto los ojos a su amigo. Manuel le cuenta  detalles minuciosos de "Los misterios de París, "El judío errante" y "Los miserables". Martín es tan ignorante que los relaciona con Voltaire, ha oído campanas y no sabe dónde.




El príncipe Rodolfo y Flor María, Fantina y Jean Valjean... La "fauna monstruosa" de esos libros baila una danza macabra ante los ojos del jovial Martín.

A los franceses le siguen los romanos: Marco Aurelio y César. Juan dice haber aprendido "lo que es la vida". Martín confiesa en un murmullo: "Nosotros no vivimos". Pero añade, sintiéndose de golpe  seminarista,  si habrá ahora un metafísico como Santo Tomás o un poeta como Horacio. Manuel afirma categóricamente que los habrá, no los conocen porque "no quieren que los conozcamos". Y sentencia:

"...los Horacios de ahora se conocerán en los seminarios dentro de dos mil años. Aunque dentro de dos mil años ya no habrá seminarios."

Seminario de Burgo de Osma (Soria)
Martín, pensativo, admira la valentía de Juan. Llegan al pueblo y se despiden. Ya no hay más voz que la de sus pensamientos:

" en el silencio de la noche apacible, sólo se oía el estruendo de las aguas tumultuosas del río al derrumbarse desde la presa."


 Tu hermano se va enseguida, tiene el equipaje preparado, se despide brevemente de vuestro tío, el jefe del apeadero.



Dibujo de Ricardo Baroja.

Toma el tren e inicia un viaje paralelo al que hiciste tú, pero Juan va a bajarse en el siguiente apeadero. Oye su yo interior, "el rumor confuso y persistente del río" y allá va:

"... tiró el bulto al agua, y el manteo, el tricornio, la beca, los apuntes, la metafísica y la teología fueron a parar al fondo del río... -¡Siempre adelante! -murmuró-."

Para escribir lo que viene a continuación, Baroja reelabora lo redactado para contar el viaje que  realizó en 1901 por tierras sorianas, en compañía de su hermano Ricardo. Ya, ya sé, Manuel, que a ti eso te da igual. Sigo.

Pasa la noche caminando, sin encontrar nadie, "al amanecer se cruzó con una fila de carretas de bueyes, cargadas de madera aserrada y de haces de jara y de retama; por delante de cada yunta, con la aijada al hombro, marchaban mujeres, cubierta la cabeza con el refajo."


"La diligencia", litografía de Ricardo Baroja.
 
Se entera por las mujeres del camino que ha de tomar. Acostumbrado a la monocromía eclesiástica, encuentra sorprendentes los matices de los árboles:
 
 


La personalidad de tu hermano queda bien definida en los encuentros que va a tener en este prólogo: con los guardas de un ojeo que lo acusan de robar una liebre, un cazador que le hiere con unos perdigones,  un vagabundo,  dos guardias civiles y un médico que aprecia sus dotes para el dibujo. Al escribir esto último, pienso que, tal vez, Juan tenga algo de Ricardo Baroja, el hermano de don Pío. Y, al final de esta introducción, apreciamos que no retrocede ante las dificultades:

"Los nubarrones iban ocultando el cielo... las ráfagas huracanadas rizaban la hierba amarillenta... el cielo se oscureció más; pasó una bandada de pájaros gritando...
Comenzaron a oírse a lo lejos los truenos... De repente, un relámpago formidable desgarró con su luz el aire, y al mismo tiempo, una catarata comenzó a caer de las nubes. El viento movió con rabia loca los árboles y pareció querer aplastarlos contra el suelo.
Juan llegó a la parte más alta del monte, un callejón entre paredes de roca. Las bocanadas de viento encajonado no le dejaban avanzar. Los relámpagos se sucedían sin intervalos; el monte, continuamente lleno de luz, temblaba y palpitaba con el fragor de la tempestad y parecía que iba a hacerse pedazos."

Admira la hermosura del espectáculo, sin miedo, sigue la luz de los relámpagos a lo largo del desfiladero, ha de  encontrar la salida; el corazón le late, apenas puede respirar. La tempestad huye, brilla el sol, aparecen jirones de cielo azul. Con un "¡adelante siempre!", sigue su camino. Es un San Pablo camino de Damasco, pero al revés; hemos asistido a una desconversión. Cayó del caballo.

"La conversión de San Pablo ", Murillo, Museo del Prado.

 Y va a llegar hasta tu casa, en Madrid. Y no te va a hacer mucha gracia. ¿Qué querrá este?

"Manuel estaba completamente azorado, la llegada de Juan le perturbaba por completo"

Seguiremos vuestra historia.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Enlaces utilizados:
http://es.wikisource.org/wiki/La_lucha_por_la_vida_III:_009

 

9 comentarios:

Bertha dijo...

Vamos a esperar que pasa con esta crisis de fe de Juan y que tal escaja su hermano esta visita.

Tienes muchísima razón que en los tiempos que se escribió esta triología se empleara un vocabulario y unas expresiones tan abiertas:como en el caso de los curas y mas concretamente lo del pederasta.Comienzo a entender el caracater de Pío Baroja,y, tiene toda mi admiración.Lo tenía por un soberbio pero veo que no.Que era un hombre comprometido con los tiempos que le tocó vivir y más siendo científico que no vería.Amedida que voy leyendo descubro un hombre que odiaba la doble moral.

Un abrazo Mª Angeles.

Unknown dijo...

Me gusta tanto Juan, como me incomoda y desagrada Manuel. Percibe algo que no le gusta; que no esta bien y decide hacer lo que es justo, no lo más provechoso para él o su futuro. Veremos que pasa cuando llegue a Madrid.

En cuanto a Baroja es anticlerical acérrimo, es cierto, pero también fascista, antidemocrático y un antisemita que defendió a Hitler. No olvidemos tampoco su animadversión a todos sus contemporáneos, léase Gómez de la Serna Valle Inclan, Unamuno, Sorolla, su amigo Azorín, etc. daba igual pintores que escritores no dejo títere con cabeza. Era un soberbio escritor y un soberbio como persona.

Tu entrada, como siempre, magnifica, Maria Ángeles.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Baroja necesita a Juan para contrastar con la evolución de Manuel. Pero el secundario le sale magnífico...

Pamisola dijo...

Muy interesante como siempre tus aportaciones(casi diría yo un libro paralelo). Y me gusta la relación que has creado entre Manuel y tú, aunque el pobre no se enterará nunca. Lo que puede dar de sí un libro, un buen libro.

Abrazos

pancho dijo...

El postulado ácrata de ni
dios, estado, ni patrón enciende el corazón de los jóvenes y de cualquiera. No conozco a nadie que no se sienta atraído por la posibilidad de vivir en esa arcadia de felicidad suprema, sin necesidad de rendir cuentas porque no se hace necesario. Pero no es lo mismo predicar, que dar trigo y enseguida surgen discrepancias porque la gente es de su padre y de su madre. Y lo que uno dice, el otro lo desdice y no hay más remedio que poner a alguien que regule las desavenencias.

Entre el cielo y la tierra hay muchas posibilidades de alimentar los contrastes que tanto agradan a Pío Baroja.

El otoño barojiano es de categoría. Parece que en esta novela regresa a las sensaciones cromáticas relacionadas con el espíritu de La Busca. Habían desaparecido en la Mala Hierba.

Exhaustivo trabajo. Un abrazo.

María Pilar dijo...

Interesantísima entrada que me hace ver y fijarme en frases que podrían pasarme desapercibidas.
Cariñoso abrazo y feliz fin de semana.

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Aunque los dos son seminaristas, Martín, parece más joven. Y más ignorante.
Juan ha meditado y ha tomado una decisión firme. Han sido cuatro años de estudios.
Don Pío nos cuenta con detalle cómo Juan va colocando los objetos que quiere perder de vista para siempre.
Y a caminar.

Abrazos.

P.D.: Recuerdo -de una entrada anterior- esa fotografía de la madre con el hijo. El muchacho tampoco parecía muy convencido. Quizás le faltaba otro año para decidirse.

Myriam dijo...

¡Este Juanete es todo un personaje!

Y Manolete se sorprende sí, pero le quiere mucho, mucho, ya lo veremos...

Besetes

Merche Pallarés dijo...

Te sigo leyendo como siempre... A ver si Juan le mete un poco de cordura y cultura en el coco de su hermano. Besotes, M.