jueves, 15 de noviembre de 2012

"El placer de la lectura", primeras aventuras.

"El placer de la lectura" nos propone Pedro Ojeda. Cada lector tiene su aventura, contaré la mía.


Comienza el día que cumplo cuatro años, mi madre tiene un importante regalo para mí. Me lo  ha contado muchas veces, la semana que viene  cumple ochenta y nueve.

Cuenta que me dijo: "siéntate ahí,  tienes que aprender a leer,  ya tienes cuatro años". Y añade la intervención de una espontánea vecina que, desde el patio de luces, replica: "María Ángeles, deja en paz a la niña, que es muy chica". Y mi madre empecinada: "mi hija no va a dar guerra a ninguna maestra".

¿Por qué esa prisa  en entregarme la dorada llave de la lectura? Quiere lo mejor para mí, sin duda. Y es una  maestra apartada prematuramente del magisterio, ahora no tiene plaza en la capital, imposible ejercer en un pueblo, casada, con dos niños. No recuerdo mis sentimientos de aquel día, ante la cartilla "Rayas". Tampoco mi memoria  guarda registros de arduos silabeos. Un año después, en el colegio, el regalo adquirido  me evita sinsabores, la "mano dura" y el "palo largo" no siempre son metáforas, bien lo recuerdo.


Se hace la luz. Tengo en las manos mi primer libro, es mío y  no es una blanda cartilla de niña pequeña. Tiene las pastas duras y se titula "Un regalo de Dios". Flores, pajaritos en sus nidos, mariposas, un buzo bajo el agua, abejas, toscos dibujos, qué bonito. Una visión religiosa de la Naturaleza, evolucionismo, no, por Dios. 



Los niños de hoy, borrachos de imágenes, no prestarían ni un minuto de atención a un libro así.

Nunca olvidé este buzo, no sé por qué.
Dicen que los de mi generación, que aprendimos a leer sin televisión, espoleamos  más la imaginación cuando leemos, tal vez. La radio siempre encendida, en aquella cocina, si hablaban de un negrito del África tropical yo tenía que imaginar al negrito.



Pasa el tiempo. Estoy en el colegio, la maestra abre el armarito, se reparten cuarenta libros todos iguales, una niña lee, las demás siguen la lectura, no sabes cuándo te va a tocar a ti, María Ángeles se adelanta como el almendro y puede tener problemas. Cuentos, muy moralistas, historias patrióticas, historias sagradas, un Quijote adaptado, todo me gusta. Por Dios, que se olvide la maestra de los ángulos obtusos y del punto de cruz. Toda la tarde leyendo, qué gusto.



En casa, leo lo que de vez en cuando cae. Leo y releo. ¿Qué leemos las niñas de los sesenta y setenta? "Mujercitas", Jo es nuestra heroína, "Corazón" de Edmundo de Amicis, aquella escuela italiana llena de niños tan heroicos como Garibaldi, Alicia y el conejo que teme que la reina le corte la cabeza, "Sissi" y sus pesadumbres con su odiosa suegra, adaptaciones de Dickens, huérfanos a los que persigue la desgracia, Celia de Elena Fortún, una niña de Serrano que quiere ser libre, cuentos de Grimm, de Perrault, fábulas de Esopo y de Samaniego...Aquella colección de Bruguera, "Historias  selección", con las cabecitas de los personajes a la vista. Yo miraba y remiraba mi pequeña estantería.


Y la de mi hermano, Moby Dick, la isla del tesoro, Julio Verne, Ben Hur, Alejandro Magno...Esos también los devoro, aunque no sean míos. Ven, capitán Trueno, haz que gane el bueno. Sí, también tebeos, no conocíamos los cómics.

Y, un poco más adelante, los de Enid Blyton, muy ingleses, muy clasistas, llenos de colegialas que beben cerveza de jengibre, qué será esa porquería, y juegan al lacrosse, yo juego a campos quemados, no creo que sea lo mismo. Me los zampo. Como veis, leo lo  bueno y lo malo. De mayores, analizamos.


¿Cuándo me doy cuenta de que, en los libros, no sólo cuenta lo que se cuenta sino como se cuenta? Eso me viene de la mano de Juan Ramón Jiménez. En mi colegio, antes "Generalísimo etc, etc", ahora "Río Arlanzón", se lee y se dicta "Platero y yo". Y Platero se bebe un cubo de agua con estrellas, y los higos tienen una cristalina gotita de miel, y la niña Chica era la gloria de Platero, pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón que no lleva huesos. ¡Qué palabras tan bonitas las de ese señor tan serio y con barbas! Y la niña más lista de mi clase, la del puesto número uno, que va y me dice que no le gusta ese libro porque, en realidad, no cuenta nada. Bueno, para ella los obtusángulos, que le aprovechen. Yo me quedo con Platero, platerón, platerillo, platerete.


Seguiré contando mi aventura lectora. Viene la adolescencia y María Ángeles no sabe qué leer.

Un abrazo para todos los lectores que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino que dedica esta entrada a Penélope Gelu, la del blog "Penélope aguarda en Ítaca", que tuvo su primera aventura lectora en los mismos pupitres que yo, con las mismas "señoritas".

Y todo el cariño para mi madre que me entregó la llave. Y para mis maestras: Esperancita, Casilda, Clementina, Marina, Felicidad, Carmen y Lorenza. Un recuerdo muy especial para Felicidad Portillo que nos hizo llorar a moco tendido el día en que se murió Azorín.

13 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

¡Qué bonito todo lo que cuentas y cómo lo cuentas! Gracias a tu madre por proporcionarte la "llave" de la sabiduría. Me ha hecho gracia lo de la cerveza de jenjibre (ginger beer) que es verdad que sabe a ¡rayos! Nunca he podido con ella... Besotes, M.

pancho dijo...

Una lectora tan atenta no se hace de un día para otro, es una labor que dura toda la vida. Es como una planta que hay que cuidar de continuo. Bien pronto te guiaron por la senda del conocimiento a través de la lectura.Enseguida comenzaste una aventura de larga duración; la más larga de las que emprendemos y que dura hasta que el suelo quiera soportar nuestro peso. Después... que sea lo que dios quiera y que nos quiten lo leído.

Un abrazo.

Bertha dijo...

Cuantos recuerdos me traen estas lecturas.Yo aprendí a leer con la cartilla Palau.Y me inició en la lectura mí abuelo paterno que era maestro rural.Su primer destino fué en una aldéa y a todas las mujeres las enseño a leer antes que a sus hijos.

Precioso relato: cuanto se aprende de los mayores.Estoy contigo que hoy con todas las ilustraciones que aportan los libros no hay mucho apego a la lectura.Tambien hay muchas más distracciones y eso influye.

Un abrazo.

Ele Bergón dijo...

Tu madre empezó con tu aficción, pero como dice pancho, depués tú eres la que has seguido, la que has descubierto lo apasionante de leer y ahora tus alumnos y todos los que te conocemos nos nutrimos de esa aficción.

Besos

Luz

Spaghetti dijo...

Eres un portento de memoria y más aún recuperando los primeros libros leídos desde la más tierna infancia.
admirable Abejita.
muakkkksss

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

He visto tu entrada, y voy a ver si me da tiempo -antes de las doce-a preparar una en mi blog, que te dedico.

Un abrazo.

Gelu dijo...

Buenos días, Abejita de la Vega:

He recordado las tapas del libro 'Un regalo de Dios'.
Y a las señoritas que citas, y a “la direc”.
Añado a tu relación a Pilar Izquierdo, la bondad personificada.
De los maestros –de los chicos, claro,- recuerdo a varios, que eran padres de compañeras de clase, y a Don Luis marido de la Srta. Carmen Domingo.
Y a Don Constantino, que dibujaba muy bien y un día fue a nuestra clase y nos dijo que pintáramos una casa y un árbol.
Identifiqué sus rostros y sus nombres en las fotografías que vienen en la revista del 50 aniversario del Colegio.

Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Nunca agradeceremos lo suficiente no solo a quien nos enseñó a leer sino también a amar la lectura y los libros. Se te nota en el cariño con el que has acariciado esos libros, guiada por tu madre.
Gracias por tu participación. Un beso.

Abejita de la Vega dijo...

Merche: ginger, de esa palabra no podía imaginar que significaba jengibre. Fue buena llave.

Pancho: lo leído sólo nos lo quitará el Alhzeimer o la muerte. Es un tesoro acumulado tooda una vida.

Bertha: conozco la Palau, es más bonita que la Rayas y más pedagógica, asocia cada fonema con un dibujo, a araña, e elefante, etc. Un abuelo maestro rural, un privilegio.

Ele: mis alumnos reciben y me dan, me dan mucho. Con los amigos lectores, como tú, también se aprende mucho.

Spaghetti: los recuerdos infantiles son flashes de la memoria, intermitentes y muy poderosos. Recuerdas lo que te produjo un fuerte sentimiento. Gracias por lo de admirable.

Gelu: me suena don Contantino que dibujaba bien, conocí a Carmen Domingo aunque no me dio clase, sé que estaba casada con un maestro de los chicos, recuerdo a una señorita Pilar que no era la bondad personificada, igual no era la Izquierdo, no... era Pilar Varona, ahora me acuerdo, algo bruta ella. Aquellas señoritas nos transmitieron mucho, a pesar de sus defectos...

Pedro: amar los libros, la mejor lección, a ver si alguien más cuenta su aventura lectora.

Besos y gracias a todos.

Kety dijo...

Mª Ángeles,con esta entrada nos has llevado a la infancia. Tenemos suerte de conservar la aficción a leer hasta que el cuerpo aguante.
Tuviste más suerte que yo, en mi casa no había libros, sin embargo, partituras por todas partes.

Mi primer libro de lectura, fué "Hemos visto al Señor" del mismo autor de "Uh regalo de Dios"
Me sabía las parábolas de memoria.
Ahora la que más recuerdo es "El hijo pródigo" ¿Por qué será...? ;-)

Besos

Myriam dijo...

Hola, Hola María de los Ángeles,

Aquí estoy leyendo con calma estas entradas tuyas.

Con cuanto cariño te refieres a esta época en que te iniciaste como lectora y hasta te acuerdas los nombres de las que fueron tus maestras!!!

Pues, sí, estoy de acuerdo contigo, en la lectura, en el juego, juego desarrollábamos más la imaginación.

Besos y paso a la siguiente entrada.

la seña Carmen dijo...

¡Increíble que te acuerdes de esos libros, de esas joyas!

Ahora que recuerdo, por mi Comunión, que entonces se hacía con 7 años, me regalaron unas primas que trabajaban en una editorial dos libros: El uno era Celia y el otro Las travesuras de Matonkikí. ¡Con este me lo pasaba de miedo!

Creo que años despues llevé ambos libros al colegio para que siguieran leyendo otros niños de lejanas tierras.

María Pilar dijo...

¡Cuánto cariño y emoción contenida! Los libros que citas, las cartillas con las que aprendía a leer en la escuela de párvulos con Doña Alejandra, porque era maestra llevaba ese Doña unido al nombre y se la trataba de usted con mucho respeto. Yo tenía tres años, me veo sentada en un banco corrido con otros niños, con los pies en el aire porque no nos llegaban al suelo, sobre la mesa la cartilla, creo que se llamaba Rayas, en blanco y negro con algún dibujo en negro, nada de color. Con qué ilusión aprendí a leer. Mi madre me compró un cuento, era de animales del bosque y no recuerdo el título. Sé que estaba entre signos de exclamación porque mi madre me dijo que eso no se leía. Muy bonito, poca letra y mucha imagen; este sí, a todo color. Les dijo a mis tías que yo ya leía y con ese cuento me hicieron la prueba porque no se lo creían.

Ya ves lo que consigues, Mª Ángeles, emocionarnos con las recuerdos.
Un fuerte abrazo.