miércoles, 28 de septiembre de 2011

Antoñito y la extraña familia.

Comentario, muy a mi manera, a los capítulos 4 y 5 de la novela "Riña de gatos", de Eduardo Mendoza, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola Milo! ¿Se te ha dado bien la caza en el trigal segado? Te he visto desde casa, vas aprendiendo; así varías tu dieta, no todo van a ser croquetas multicolores y multivitaminadas.

El gato Milo trisca animalillos en un trigal ya segado (Palacios de Benaver, Burgos)

Siéntate aquí, gato vecino, que voy a seguir hablando del inglés Anthony; ese tan rarito, al que dejamos en el vestíbulo de un palacete de la Castellana, reflexionando en torno al cuadro "La muerte de Acteón". ¿Recuerdas? Un señor con cabecita de ciervo, al que sus perros devoran como si fuera un ciervo . Un ciervo es como ese corzo que , a veces, asoma tras el cerro.


Pronto va a conocer a su cliente, don Álvaro del Valle y  Salamero, duque de la Igualada, un aristócrata reformista y muy correcto, tal y como indica su título y apellido. Con mucho sentido común, se pregunta: "¿De qué sirven las riquezas si la propia servidumbre está afilando el cuchillo que nos cortará el gaznate?". Pero como ya no es posible  una solución pacífica, dados los desmanes sangrientos de unos y otros,  le urge sacar a su familia del país;  aunque él no tenga miedo a la revolución...Y sus cuadros podrían, tal vez,  proporcionarle liquidez. Aquí está Whitelands, un experto y enamorado de la pintura española, para tasarlos convenientemente.

Revolución anarquista. Sacado de aquí. 

Un poco antes que a don Álvaro, había conocido a Lilí, su hija pequeña. Una colegiala pizpireta que, así en frío, le  pronostica la condenación eterna, por inglés y por protestante.

Caldera del Infierno con su protestante dentro. ..es broma. Puerta de la Coronería (catedral de Burgos)

Aunque, en realidad, la criaturilla está pensando en actores de cine. Hay que ver lo que se parece este señor a  Leslie Howard, un galán orejudo y soso.  El que hace de Ashley, el capricho tonto  de  Escarlata O´Hara.

Escarlata y Ashley. Tomada de aquí.

¡Qué espabilada la colegialita del Sagrado Corazón! Aunque la calle es peligrosa y ya no estudia con las monjitas. Ahora tiene su dómine  particular,  el cavernícola padre Rodrigo, experto en infiernos, limbos y demás moradas de ultratumba. Para que la niña no se convierta en  un "hotentote", como dice su papá. No sé yo con semejante profesor en qué se va a tornar.

 Mariquita Pérez con uniforme del Sagrado Corazón. Sacado de aquí.
Suena un carillón: la una y media. El duque, muy "salamero", se pone de pie como un autómata y señala que "no es cuestión de ponernos a trabajar a la hora de comer los cristianos". Comerán una hora después, sin embargo.


Sería un honor que se quedara a compartir el "refrigerio", el inglés no quisiera "inmiscuirse" pero se queda a comer. Y mientras llega el momento de tasar cuadros, don Álvaro irá observando a Whitelands, a ver si es de fiar.

 El palacio es frío como un mausoleo. Les sentará bien una copita de oloroso en la sala de música, más calentita. Allí, el duque le presenta  a la duquesa consorte, muy natural ella, con su piano y el inevitable busto de Bethoven  Simpática, graciosa, enérgica, andaluza, melómana y  lista; algo  feílla y  metepatas, pero nadie es perfecto. Gracias a ella,  Anthony va a ser  "Antoñito". ¡Qué señora tan culta! Asiste a conferencias que defienden la genealogía esquimal y mallorquina de Colón!


Entra Lilí acompañada de su hermana, una joven huraña que le es presentada como Victoria Francisca Eugenia María del Valle y Martínez de Alcántara, marquesa de Cornellá. Paquita, que así la llaman, es muy atractiva, a pesar de parecerse a mamá. Un  poquito mayor para no estar casada o prometida, calcula "Antoñito"; mas  con su excesiva desenvoltura quiere dejar bien clara la voluntariedad de su soltería. Y somete a duro examen al  inglés mientras le conduce del brazo al comedor. Qué opinión le merece Picasso y qué opinión le merece ella, la de Cornellá.


Una criada  "enteca", "cejijunta" y "pazguata" anuncia a gritos la comida.  El servicio de esta casa no se parece al de "Downton Abbey". En su momento, se me pasó lo del mayordomo agitanado, con patillas de banderillero.


Se sientan cinco, en una mesa enorme para siete servicios. El duque bendice la mesa, todos inclinan la cabeza excepto Anthony. El inglés aclara a la niña sus dudas al respecto: "los anglicanos nunca bendecimos la mesa y, en justo castigo, en Inglaterra se come muy mal".


En ese momento aparece el padre Rodrigo, el sexto comensal, y la broma se torna irreverente. El cura lanza una mirada inquisitorial al invitado. ¡Cómo le disgusta todo lo extranjero! Una sotana, aunque sea con lamparones, da cierto empaque a una comida.

Entra la chacha gritona con la sopera y se incorpora el engominado  Guillermo, el menor de los dos hijos varones del duque. El "botarate" se dedica a cazar por ahí, tras el cierre de la Universidad. Ha tenido que salir por piernas, con sus amigos, huyendo de  un pueblo donde la banda ameniza  con "La Internacional" en vez de los  pasodobles de toda la vida.


Y , al volver la vista atrás, ven como la iglesia echa humo. La caza ha sido escasa , avutardas ni una, y ha faltado poco para ser ellos los cazados.

La vajilla es espléndida, sin embargo la comida es "sencilla, nutritiva y frugal". Salvo la duquesa, algo desganada, todos comen con apetito, sin melindres. Pero el libro no nos dice lo que realmente están comiendo. ¿Cocido madrileño tal vez?


Whitelands  compara a la aristocrática familia del Valle  con la nobleza de su país y  saca unas conclusiones extrañísimas y poco patriotas. En la española, según él, se combina el lujo con la sencilla vida familiar, la simplicidad del campo con el refinamiento de la corte, "la llaneza con la inteligencia y la cultura". A la "advenediza aristocracia británica" la ve "despectiva en el trato, petulante e inculta". Algún desplante le ha debido dar algún milord o alguna milady a este señor blanco, blanquísimo.



Al acabar la comida, Anthony supone que cada uno  irá a sus ocupaciones y él podrá dar comienzo al trabajo encomendado. Pero nada de pinturas. Café, licores, habanos  y más música en la salita de antes. Y una actuación impecable por parte de la familia del Valle, lástima que no esté el hijo varón mayorcito. Ése está en Italia, contemplando obras de arte.

La duquesa y Lilí al piano, Guillermo rasguea la guitarra, Paquita canta con voz sensual. El inglés embelesado, menudo abrazo le ha dado la cría. 



Fandangos, seguidillas y la luz del crepúsculo diluye las formas del jardín, como en un cuadro impresionista. Se enciende una lámpara, se acabó el hechizo, fin de la representación, los actores quedan un poco desorientados.



Se ha hecho tarde, con luz artificial no se aprecian los colores, tendrá que volver a visitarnos, si no le incomoda demasiado, será un placer...faltaría más.

Paquita le acompaña a la puerta, le aclara un poco el cuadro que acaba de contemplar. No debe juzgar con ligereza  a su  familia, si actúa de un modo exagerado es fruto de unos tiempos inciertos, poco normales.

Y a todo esto no hemos visto la famosa colección. Nos vamos con Anthony camino de su hotel. Esperemos que este pardillo sobreviva en este Madrid de preguerra.

Hasta otro día, Milo. Milooooo. El sol se pone, es una buena hora para la caza.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino



martes, 20 de septiembre de 2011

Un inglés impasible y un inglés apasionado que sorprende la riña de los gatos.

Milo asoma en el trigal ya segado (Palacios de Benaver)


Comentario en torno al personaje Anthony Whitelands, de la novela "Riña de gatos", de Eduardo Mendoza, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. Dicho comentario lo presento cruzado con otro, en torno al viaje en tren que relata Gustavo Adolfo Bécquer en "Desde mi celda" (Carta primera).


Lo siento, Milo, ahora no voy a contarte lo que le ofrecen al británico Anthony, dentro de la señorial casa de la Castellana. Ya, ya te contaré cómo reñían aquellos "gatos", tigres más bien, en el 36. Bueno, a ti te da igual, te basta con oír mi voz y que te deje sentarte a mis pies, al lado de  la puerta de la cocina, en el pueblo , frente al trigal segado. Es septiembre, pero el tiempo lo permite. Aprovechemos, Milo.



Milo a mis pies .

Después de leer las leyendas de Bécquer, recordé algo de  sus "Cartas desde mi celda", escritas desde el Monasterio de Veruela. Las leí  hace mucho tiempo, en un ejemplar de la colección Austral.  Ahora, después de  comentar las Rimas y las Leyendas, siento curiosidad hacia ellas y las busco en Internet. Es posible acceder  a través de varios enlaces. Elijo el de Wikisource




Pero no, así no, esto he de leerlo en libro de papel. Así que paso por la Biblioteca del Teatro Principal, donde me prestan "Desde mi celda", en una edición de Cátedra. Acompaño al poeta en su viaje hacia un monasterio cisterciense, medio en ruinas, al pie del Moncayo.


Pero  las lecturas , en ocasiones, se me cruzan y tras escribir el primer comentario a  "Riña de gatos", salto felinamente a la primera de las  "Cartas desde mi celda". Porque  Bécquer cubre una etapa del viaje hacia Veruela en un tren, en compañía de un estirado caballero británico, tan opuesto a Whitelands que, por contraste, me da pie a esta entrada. Así lo he pensado y así lo escribo. Que el espíritu de Gustavo Adolfo sea benévolo con tamaña herejía.

Libros cruzados.
¡Todos al tren! Milo, menudo susto te llevarías si vieras este tren de carbón que pone en marcha Bécquer:



"La locomotora arrojaba ardientes y ruidosos resoplidos, como un caballo de raza, impaciente hasta ver que cae al suelo la cuerda que lo detiene en el hipódromo. De cuando en cuando, una pequeña oscilación hacía crujir las coyunturas de acero del monstruo; por último, sonó la campana, el coche hizo un brusco movimiento de adelante a atrás y de atrás a adelante, y aquella especie de culebra negra y monstruosa partió arrastrándose por el suelo a lo largo de los rails y arrojando silbidos estridentes que resonaban de una manera particular en el silencio de la noche. La primera sensación que se experimenta al arrancar un tren es siempre insoportable. Aquel confuso rechinar de ejes, aquel crujir de vidrios estremecidos, aquel fragor de ferretería ambulante, igual, aunque en grado máximo, al que produce un simón desvencijado al rodar por una calle mal empedrada, crispa los nervios, marea y aturde. "

¿Veis al monstruo de hierro? ¿Lo oís, verdad?  El tren está vivo y nosotros vamos dentro. Veamos quién viaja en el compartimento de Bécquer.

Delante de él, va  una aristocrática jovencita , "sentada de modo que los pliegues de su amplia y elegante falda de seda me cubrían casi los pies", Va acompañada de un aya francesa "atildada y fruncida". Cuando todos duermen, esa falda que roza y cruje, habla a la imaginación del poeta y le hace soñar imposibles. Un sueño, un imposible...

Anthony Whitelands no es ni rico ni gentleman, su trabajo de experto en pintura española le apasiona, aunque  le proporcione  poco dinero; mas dispone de algunas rentas, diríamos que es de clase media. Su atuendo dista mucho de ser  impecable y hay huellas de cansancio en su rostro. Leemos:

"De resultas del viaje la ropa está arrugada y, aunque la ha cepillado concienzudamente, no ha podido borrar las trazas de hollín. Este atuendo, unido a su rostro macilento y a su aire fatigado, le confiere un aspecto muy poco acorde con la gente a la que se dispone a visitar y muy poco adecuado para la impresión que debe causarles"

El gentleman becqueriano  no muestra el menor interés ni por el paisaje ni por el paisanaje español, su actitud es desdeñosa. El escritor sevillano se venga colocándole una grotesca nariz roja como una remolacha. ¡Y unos ojos de gato como los tuyos, Milo!



"... el inglés, desde todo lo alto de su deslumbradora corbata blanca, paseaba una mirada olímpica sobre nosotros, y luego que su pupila verde, dilatada y redonda, se hubo empapado bien en los objetos, entornó nuevamente los párpados, de modo que, heridas por la luz que caía de lo alto, sus pestañas largas y rubias se me antojaban a veces dos hilos de oro que sujetaban por el cabo una remolacha, pues no a otra cosa podría compararse su nariz."

Anthony Whitelands escribe, en el mismo tren,  una carta a su "adorada Catherine". Le cuenta cómo vive su viaje. Se queda dormido "al borde de las lágrimas", bajo un cielo nublado y un sol mortecino. Despierta  y su reacción apasionada, ante el sol, el cielo y el desnudo campo castellano, nos sorprende.
 "Al abrir los ojos, todo había cambiado. Lucía un sol radiante en un cielo sin límites, de un azul intenso, apenas alterado por unas nubes pequeñas, de una blancura deslumbrante. El tren recorría la yerma meseta castellana. ¡España por fin! ¡Oh, Catherine, mi adorada Catherine, si pudieras ver este magnífico espectáculo comprenderías el estado de ánimo con que te escribo! Porque no es sólo un fenómeno geográfico o un simple cambio de paisaje, sino algo más, algo sublime. En Inglaterra, como en el norte de Francia, por donde acabo de pasar, la campiña es verde, los campos son fértiles, los árboles son altos, pero el cielo es bajo y gris y húmedo, la atmósfera es lúgubre. Aquí, en cambio, la tierra es árida, los campos, secos y cuarteados, sólo producen mustios matojos, pero el cielo es infinito y la luz, heroica."



Y tras  comparar los paisajes , compara la actitud de los hombres:


Y todo eso para desembocar en una ruptura sentimental:


¿Alguien entiende las cosas  raras que dice este hombre? ¿"La pequeñez de nuestra mediocre climatología moral"? ¿El sol de España es el chivato? ¿Ha tenido que venir hasta  España para romper con una  relación que le une a su Catherine, residente en Inglaterra?

No sabe este enamorado de España y de Velázquez los peligros que le amenazan por sorprender a  los "gatos", los partidarios de la revolución y los que quieren evitarla. 

 En la mansión del duque de la Igualada, su cliente, contempla una buena  copia del cuadro "La muerte de Acteón", de Tiziano :  el cazador  sorprende desnuda a  Diana y es cruelmente castigado por la diosa,  que lo transforma en ciervo, siendo despedazado por sus propios perros. Le mueven a reflexión algunos detalles pictóricos de la obra, como la cabeza de ciervo demasiado pequeña. Pero no imagina que él mismo puede ser Acteón. Aunque dijo Ovidio que no es un crimen equivocarse de camino... se pueden sufrir las consecuencias. ¿Quién no ha sido Acteón alguna vez?







A su decimonónico y literario compatriota , el  que viaja con Gustavo Adolfo hasta Tudela, seguro, seguro, que no le hubiera pasado algo así.  Impasible ,"se durmió grave y dignamente, sin mover pie ni mano, como si, a pesar del letargo que le embargaba, tuviese la conciencia de su posición."

¡Cómo nos complicamos la vida los de dos patas! ¿Verdad, Milo?

Perdonadme, amigos, el que esta vez me haya ido por los cerros de Úbeda.

Un abrazo para todos los que tenéis la paciencia de pasar por aquí :

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, juega de forma inteligente y divertida proponiendo en un comentario uno doble sobre Mendoza y Bécquer.

Bécquer: Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos propone la lectura del inicio de Cartas desde mi celda, de Bécquer, jugando a interferirla con Riña de gatos. No os lo perdáis.

 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

"Riña de gatos" con gato (1)

Milo, un gato vecino, en Palacios de Benaver.

Comentario a los tres primeros capítulos de la novela, "Riña de gatos" de Eduardo Mendoza, premio Planeta 2010, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

El gato Milo me mira, aunque el objeto que tengo encima de las rodillas no es de su interés,  no se come. Me escucha,  le gusta oír mi voz, busca compañía; aunque  sea uno la de un extraño ser  que anda sobre dos patas. Le hablo.

Este libro se llama "Riña de gatos". No,  no aparece ninguno de los de tu especie. Son "gatos"  los de un lugar grande llamado Madrid, unos dicen que por su habilidad al escalar murallas, otros que por su afición a  la vida nocturna. Y riñen, ya lo creo que riñen, no por una sardina sino por ver qué clase de gato es el que va a mandar en los tejados.

Muralla árabe de Madrid. Tomada de aquí.

El escritor no es "gato". Se llama Eduardo Mendoza y nació en Barcelona, otro lugar grande, pero sin "gatos". Bueno, sí, hay algunos...

Vamos a ver qué nos cuenta. Un señor inglés, Anthony Whitelands, viaja en tren, un 4 de marzo de 1936, hacia un agitado Madrid de preguerra. Escribe una carta a su "adorada Catherine", para acabar con "un sórdido adulterio ".

Señoras británicas, más o menos de la época de Catherine. Postal cortesía de nuestro amigo M. Vivanco.

Considera llegado el momento de devolverle la libertad  y es el sol de España el que se lo ha revelado. ¿El  sol?


¡Ay, qué inglés más raro! Atormentado, casi llorando, se queda dormido tras cruzar la frontera, bajo un cielo nublado. Pero, al despertar, el tren recorre "la yerma meseta castellana" y luce "un sol radiante en un cielo sin límites".



"¡España por fin! " ¿Y cómo es España para este británico? "Algo sublime" que va más allá del cambio de paisaje. Tierra árida, campos secos, mustios matojos..."pero el cielo es infinito,  y la luz heroica". Sus hombres miran al horizonte, con la cabeza erguida; "tierra de violencia, de pasión, de grandes gestos individualistas". Un quijotesco inglés.

Tan enamorado de España que no deja en buen lugar a  su verde y fértil patria : "el cielo es bajo y gris y húmedo...andamos con la cabeza baja...oprimidos...uncidos a nuestra estrecha moral y a nuestras nimias convenciones sociales". Me parece un juicio exagerado, pero así es este señor tan "white". ¿Un mirlo blanco? Porque  la España del 36 no me parece un dechado de virtudes.

Campiña inglesa. Tomada de aquí.

En el tren, no  falta un fervoroso republicano bigotudo que da información no solicitada en inglés macarrónico: "Ahora no más rey...Ahora República...Políticos sinvergüenzas. Everibodi cabrones". Ni el  cura que se enzarza con el del mostacho. Las dos Españas siempre tan abiertas.


El tren se detiene en Venta de Baños, los viajeros para Madrid han de transbordar al expreso. En un tiempo record, salta al andén, entra en la cantina, le invitan a una copa, la toma de un trago casi a la fuerza, deja la maleta custodiada por el desconocido de la copa , compra sellos, echa la carta, vuelve por la maleta y alcanza el último vagón ya en marcha.


 Aliviado, manda mentalmente a la porra al género femenino. Ahora su único amor va a ser Velázquez. Eso piensa, Milo, no sabe lo que le espera, la que va a liar.

En el tren ve de nuevo al que le invitó. Se llama Gumersindo Marranón, un apellido revelador. Es policia, nada menos que Teniente coronel, y le advierte de  que en este país no se puede ser tan confiado, si nadie le robó la maleta fue porque él estaba allí. Si es que este inglés parece tonto...¿verdad Milo?

Marranón pregunta y Whitelands responde como un corderito. Voy a quedarme  en Madrid. Soy especialista en pintura española, en ninguna parte he sido  tan feliz como en el Museo del Prado. ¿Y eso da para vivir? No da mucho, pero dispongo además de una pequeña renta. No tengo amigos aquí, los ingleses somos muy reservados.


El policia se disculpa. No se ofenda, no lo tome como una extorsión; tenga cuidado, los tiempos andan  revueltos y es difícil distinguir  . Todo el mundo tiene su misterio, como usted que se da tanta prisa en echar una carta que bien podía haber echado tranquilamente en Madrid. Mi misión  no es otra que descubrir el verdadero rostro de la gente. Aquí tiene mi tarjeta, si necesita algo pregunte en la Dirección General de Seguridad.

Anthony Whitelands da su nombre y se pone a su disposición. Confía en no ver más a don Gumersindo. Lo verá, Milo, lo verá.

Al día siguiente, el inglés se despierta  en un hotel modesto. Hace frío, aúlla el viento de la sierra;   carteles y pasquines variopintos llaman al enfrentamiento. Hojea un periódico. mientras desayuna aceitosos churros.  Conoce la gravedad de la situación, por ella ha venido; pero es su visión real la que le encoge el corazón.

Hostal en la Plaza del Ángel (Madrid)

Huye a su añorado Museo del Prado, allí se sentirá a salvo. Se detiene ante "Il Furore", la efigie broncínea de Carlos V, de Leone Leoni.  Representa el  orden impuesto sobre la tierra, cueste lo que cueste.

Confortado, va decidido a la Sala de Velázquez.  Nunca examina más de una pintura, es  su método. Esta vez elige un cuadro, como si fuera a implorar la protección de un santo. Se detiene ante el bufón "Don Juan de Austria",  El chiste debe  estar en equiparlo al gran militar de los ejércitos imperiales e hijo natural de Carlos V. Al inglés se le nublan los ojos al contemplar esa batalla, esa técnica impresionista y adelantada.


Siempre le ha gustado Madrid. "Reconfortado por la compañía de Velázquez y la de la ciudad que lo acogió ", Anthony se dirige al Paseo de la Castellana, ha de cumplir una misión. Busca un número, se detiene ante una verja y llama.

Antigua postal tomada de aquí.

 Whitelands, graduado en Cambridge, goza de prestigio, sin fama ni dinero, entre los entendidos en pintura española. No en balde  ha consumido  sus energías tras santos, reyes, infantas y bufones.


Un día le visita Pedro Teacher , un oscuro y gatuno personaje del mundo del arte, relacionado con transacciones poco claras. Lo de gatuno es por su bigote fino y sus ojos redondos, como los tuyos, Milo. Lo del maquillaje y el perfume dulzón...eso es harina de otro costal.

Teacher le propone viajar a España,  para tasar la colección de pintura de un distinguido caballero español que , ante la inminencia de una revolución sangrienta , desea poner a salvo a su familia. Le falta liquidez y ve la solución en sus cuadros.

Whitelands elegirá la obra más adecuada para una transacción, le pondrá precio y lo comunicará telefónicamente mediante un código secreto. Un banco de Londres ingresará esa cantidad, la obra emprenderá viaje y nuestro héroe no participará en esta última parte. Cuentan con su discreción de caballero inglés, faltaría más.

Para que no tenga escrúpulos, Teacher le hace notar que salvará una obra de arte y mucho más: vidas humanas. No, Whitelands no está dispuesto a hacerlo por altruismo. En realidad, lo hace por salir de la rutina y acabar con su devaneo amoroso. No hay ni gota de espíritu aventurero dentro de él. Un mayordomo abre la puerta y pregunta quién es y el motivo de su visita.

¡Milo! ¡Ven aquí! Veo que te interesa más cazar ratones y pajarillos. Luego seguimos.


Milo trisca animalillos en un trigal segado.


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

 
Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, sabe ilustrar y dar vida al inicio de la novela para engancharnos en la lectura. Hasta va con gato de veras.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Un agosto con Bécquer.


"...las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos..." (El rayo de luna)






"...el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono..." (El monte de las ánimas).



"Así transcurrieron algunos minutos, durante los cuales se acabó de borrar el rastro de luz que el sol había dejado al morir en el horizonte; la luna comenzó a dibujarse vagamente sobre el fondo violado del cielo del crepúsculo..." (La promesa).


"Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano." (Los ojos verdes).


"-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor?... acaso estará ... en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos." (El rayo de luna).




"Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.
Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas. " (El rayo de luna).




"Y subió más alto, y creyó divisar a lo lejos las tormentosas nubes semejantes a un mar de lava, y oyó mugir el trueno a sus pies como muge el Océano azotando la roca desde cuya cima le contempla el atónito peregrino. "  (Creed en Dios).




"Los álamos, cuyas plateadas hojas movía el aire con un rumor dulcísimo, los sauces que inclinados sobre la limpia corriente humedecían en ella las puntas de sus desmayadas ramas, y los apretados carrascales por cuyos troncos subían y se enredaban las madreselvas y las campanillas azules, formaban un espeso muro de follaje alrededor del remanso del río. " (La corza blanca).



 Ermita románica de San Pelayo, en San Pedro Samuel, recién restaurada.

"Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice..." (El Miserere).


 Ermita románica de San Pelayo, en San Pedro Samuel, recién restaurada.

"...y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos...". (El Miserere).

 Para terminar la lectura de las leyendas de Bécquer, coloco aquí estas fotos de mi agosto, en el pueblo de Palacios de Benaver (Burgos) , unidas a algunas de las bellas palabras que, durante ese mes, me hicieron compañía. La ermita restaurada se encuentra en un pueblo cercano, llamado San Pedro Samuel. El año pasado ya os hablé de su estado de abandono, es una buena noticia su restauración.

¡Un pueblecito del páramo burgalés convertido en becqueriano! ¡ Y una ermita románica perdida en medio de un despoblado!
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, despide a Bécquer desde el páramo burgalés en el que ha pasado el mes de agosto. Un hermoso adiós.