martes, 30 de agosto de 2011

"Tres fechas", leyenda o narración de Bécquer.


Comentario a la leyenda "Tres fechas", de Gustavo Adolfo Bécquer, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

¿Sería así la carpeta de Bécquer?

¡Ay! Ahí está, el de la cartera de dibujo bajo el brazo. Dicen que saca apuntes del  claustro de San Juan de los Reyes;  mas sus dibujos adelantan poca cosa.


Sentado sobre un capitel roto, con la frente entre las manos, parece escuchar el rumor del agua o el ruido de las hojas. Mi vieja servidora me cuenta lo que la cuentan. Dibuja templos, escribe en los periódicos, es poeta y se llama Gustavo Adolfo.


Pasa todos los días por esta calle, la mía, tan desigual por estar “construida en muchos siglos”. “Estrecha, deforme, oscura y con infinidad de revueltas”, pero él parece querer aprendérsela de memoria, no hay rincón que haya escapado a su mirada.


El ruido de sus pasos turba su profundo silencio. Nadie espía tras las celosías, los canceles o  las rejillas. Sólo yo, sola en el oscuro caserón, tras los hierros de mi pequeña ventana, las  trepadoras campanillas azules , las emplomadas  vidrieras y la ligera cortinilla blanca.

Campanillas azules.Muy becquerianas.

Levanto un momento la tela e inmediatamente la dejo caer, escapo  a sus miradas. Vuelve la cabeza, percibe mi leve gesto.



Pasa otra tarde, aprieta los tacones, aturde la silenciosa calle con el ruido de sus pasos que repiten, respondiéndose, dos o tres ecos. Vuelvo a levantar la cortina, me ve fugazmente. Mis ojos negros son muy alabados, mas no le concedo el contemplarlos.

Y lo mismo al día siguiente y al otro, y al otro. Hasta que un día desaparece de la ciudad. Me dicen que tomó un asiento en el coche de Madrid , en Toledo todo se sabe. ¿A qué día estamos hoy? He de apuntar esta fecha, no sé por qué.



Pienso en él mientras cruzo los extensos y solitarios patios de mi casa. Me acompaña mientras cojo flores en el jardín. Me siento en un banco de piedra y las deshojo: sí, no...no ¡Cuántos sueños, cuántas locuras, cuánta poesía despertó en mi alma el desaliñado caballero de la carpeta!

Campanillas blancas, flores  becquerianas.

Pasan unos meses. Nunca hubiera pensado en volverlo a ver y mucho menos en la plaza desierta y ruinosa donde ahora habito; en un caos de azulejos, trozos de columnas, pedazos de ladrillos y de sillares que asoman entre malvas, jaramagos, ortigas, campanillas blancas y hierbas sin nombre.



Al lado de tanta ruina, se alza un edificio que fue palacio árabe, con sus arcos de herradura. Cuando ya la acción de los años desmoronaba sus paredes, un monarca cristiano lo convierte en alcázar con arcos ojivales y torreón de sillería. Por último, es cedido a una comunidad de religiosas, la mía. En ella vivo ahora, soy novicia. Atrás dejé mi ventana blanca  con sus campanillas azules.


 El poeta dibujante  traza el convento en una hoja. Absorto en sus ideas, deja caer de sus manos el lápiz y abandona el dibujo, recostándose en la pared que tiene a sus espaldas, entregado a los sueños  de su imaginación. ¡Deben ser tan dulces sus pensamientos!

.

 
 De pronto da un salto sobre su asiento, se incorpora como movido de un resorte y fija la mirada en uno de los miradores del monasterio.  Allí estoy yo, Dios me perdone por mi espontáneo gesto. Porque agito mi mano varias veces, saludándole con un signo mudo y cariñoso. Está solo, yo también, nadie nos ha visto.





Tocan a vísperas, he de irme. Mi poeta se queda esperando en balde, no sé cuánto tiempo. No he de  verlo más. El sol se va. Anotaré la fecha de hoy, en mi libro de oraciones, no sé por qué. Alguien me lo está dictando.




Pocos fieles asisten a mi fiesta. Cuando la ceremonía está a punto de concluir, reconozco unos pasos...¡Es él! Me contempla tras las rejas. Estoy segura, es el poeta de los dibujos.


Silencio,  todos los ojos se fijan ahora en mí, soy la virgen que va a consagrarse al Señor. La abadesa me arranca de las sienes la corona de flores, me despoja del velo y mi rubia cabellera cae como una cascada de oro sobre mis espaldas. Comienza a percibirse un chirrido metálico y agudo, mis rizos caen por el suelo.

La abadesa murmura unas ininteligibles palabras, los sacerdotes las repiten y toda queda en silencio. Sólo se queja el viento. Inmóvil, pálida, como una virgen de piedra, así estoy yo. ¡Y él está ahí!


Fuera las joyas, fuera el traje nupcial, ése "que parecía hecho para que un amante rompiera sus broches con mano trémula de emoción y cariño". ¿El poeta? No, el esposo místico aguarda...

Caigo al suelo desplomada como un cadáver. Las religiosas me arrojan flores, como si me enterraran, entonando algo muy triste, muy triste. Se alza un murmullo entre la multitud y ...





Me incorporo del suelo, la abadesa me viste el hábito, las monjas me conducen como en procesión hacia el fondo del coro. Se abre la puerta claustral y tengo la sensación de que alguien me está mirando...Se cierra y para siempre.

Las campanas voltean con furia. Mis padres murieron del cólera. Sola y desvalida en el mundo ¿que podía hacer yo? El Deán me dio el dote para que profesase. Mi vieja servidora me desea que encuentre la felicidad en el claustro, que así sea.

"Sola, perdida en la penumbra de un claustro gótico; la mano en la mejilla, el codo apoyado en el alféizar de una ojiva..." Suspiro al cruzar mi imaginación la memoria de las tres fechas. Esta es la última, la anoto en mi libro de oraciones.

¿Dónde estará el de la carpeta de dibujo? Seré muy feliz aquí. ¿O no?



http://palabraria.blogspot.com/2011_03_01_archive.html


Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino Moya

Pedro Ojeda dice en "La acequia":
 
"Mª Ángeles Merino, nuestra Abejita de la Vega, sale hoy a pasear las calles comentando e ilustrando magníficamente Tres fechas, de Bécquer"

jueves, 25 de agosto de 2011

¿Quieres "ver" un terremoto?



Sí, sí. Ver. No sentirlo, sino verlo.

Ayer hubo un terremoto en Washington, y la red de sensores de terremotos por todo el país registraron el paso de las ondas sísmicas, registrando el movimiento de subida y bajada debido al movimiento del suelo.

Pues cogemos un mapa, y pintamos de rojo y azul cuanto se ha subido o bajado el suelo, y podemos "ver" el paso del terremoto por el centro de Estados Unidos:



martes, 23 de agosto de 2011

"El rayo de luna" soy yo.

Rayo de luna deconstruido.


 ¿Un "rayo de luna" dice el poeta? 

 No, no soy un rayo de luna. Me llamo Guiomar y , a muy temprana edad, quedeme huérfana de mi padre, un infanzón con poca fortuna. Protegida por la madre del joven Manrique, vivo en su mismo castillo, en Soria. Soy una de sus damas, para la acompañar.


Noble y nacido en el estruendo de las armas, esa es la condición de mi señor Manrique; mas una trompa de guerra no le haría levantar la cabeza, ni apartar la vista de sus amados pergaminos. ¡Me dicen que lee cantigas de amor!
No lo busquéis en el patio de su castillo. No le interesan los caballos, ni los halcones, ni las armas. Tal vez lo encontréis  al borde de una tumba, prestando oído a la conversación de los muertos. ¡Bonito entretenimiento para un noble caballero!
O mirando correr las aguas del río, o contando estrellas, o contemplando fuegos fatuos.
O tal vez esté siguiendo a una nube con la vista. Porque Manrique ama la soledad, anque no encuentre palabras para encerrar sus ecos.  Poeta sin escritura,  tejedor incansable de su mundo de fantasía. Yo le entiendo.
Cree en los espíritus del fuego, en las ondinas de los ríos, en los seres sobrenaturales que pueblan las nubes, el aire, los bosques, las grietas de las peñas.

Amar, sueña el  amor; pero no lo siente. Mira la luna y las estrellas, piensa en mundos de nácar habitados por bellas e inalcanzables mujeres. Y, sin embargo, yo no ocupo ni un solo de sus pensamientos. Tan cerca y tan lejos a la vez.


Sobre el Duero,  al pie de las murallas, hay un puente que conduce al abandonado convento de los Templarios, los monjes soldados. Aún quedan en pie los torreones, los arcos, las galerias de sus patios. 


Por allí, suspira el viento y, oculta entre las verdes hojas, suspiro yo. La vegetación despliega sus galas y pregona la ruina. Hiedra, álamos, cardos, ortigas y jaramagos suelen ser mis compañeros, cuando lloro a solas este amor imposible.

Es una templada y  apacible noche de verano, veo a Manrique atravesar el puente e internarse en las ruinas de los Templarios. La luna está en lo más alto del cielo.  Estoy en una oscura alameda que conduce al río Duero.



Me ve , tal vez  mi  blanco vestido me delate. Su grito es  " leve y ahogado". Sorpresa, temor o júbilo. Me oculto entre las hojas , deseo...no deseo que me descubra.



 Manrique lo proclama en voz alta, soy la desconocida mujer que busca. ¿Desconocida? Se lanaza en mi seguimiento, me pierdo en la espesuar. ¿Alas en los pies? Eso me gustaría; aunque, por fortuna, me muevo como una gacela.


Las  hojas secas crujen bajo mis pies y me delatan. Se oye el roce de mi vestido, ese de blanca seda que sólo me pongo en ocasiones especiales. Mis ropas habituales son pardas y de burdo anascote.



 Manrique corre como un loco. Fatigada, se me escapa alguna palabra ininteligible. El movimiento de las ramas, las huellas de mis pies, el perfume de mi cuerpo...es el cazador y yo soy la presa; mas no me alcanza.

Llega al pie de las rocas de San Saturio. Trepa con ayuda de su daga.



Una vez en lo alto, tal vez vea una barquita que se dirige a todo remo a la orilla opuesta. La barquera soy yo. La luz de la luna riela chispeando en la estela que va dejando tras sí la pequeña embarcación.

´
Parte hacia el puente, pero yo entro por el postigo antes que él y me pierdo por las "estrechas, oscuras y tortuosas" calles de Soria. Me dicen que anduvo buscando a una extraña mujer de blanco...Es imposible nuestro amor...


Dos meses después vuelve a la solitaria alameda y allí estoy yo. Todos los días le espero. Noche serena y hermosa, la luna en lo alto, el viento suspira "con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles". De sus labios se escapa un grito de júbilo. ¡Ve flotar el extremo de mi traje blanco! 

"... corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso  agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible. "


Pasan los años, Manrique "sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores." Muy cerca estoy yo, con mis tocas de respetable dueña, siempre al lado de mi señora, bordando, tocando el laúd, haciéndome eco de la última hablilla de los servidores del castillo. Mis rasgados ojos  van perdiendo brillo, pero mi pupila sigue siendo azul.



No es "filosofía lacrimosa", es así. Me queda el consuelo de tenerle  cerca, aunque nunca será para mí, ni para nadie. ¡El amor es un rayo de luna!


María Ángeles Merino pide perdón al poeta Gustavo Adolfo Bécquer por haber puesto patas arriba su mejor leyenda. En el más allá, en la nada, en los sevillanos gusanos, en sus escritos o en el recuerdo. Y le da las gracias por los buenos momentos pasados.

Un abrazo para los que paséis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos lleva al secreto de El rayo de luna con gran sensibilidad y acertadísimas ilustraciones, como es habitual en ella."

miércoles, 17 de agosto de 2011

"Niñas de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecéis felices...oídme"

 Comentario a la leyenda "Creed en Dios", de Gustavo Adolfo Bécquer, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

"Niñas de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecéis felices al abrigo de vuestra humildad: si en la mañana del santo Patrono de estos lugares, al bajar al valle de Montagut a coger tréboles y margaritas con que embellecer su retablo, venciendo el temor que os inspira el sombrío monasterio que se alza en sus peñas, habéis penetrado en su claustro mudo y desierto para vagar entre sus abandonadas tumbas, a cuyos bordes crecen las margaritas más dobles y los jacintos más azules, oídme."
Lirios silvestres

Así dice mi juglar y sus palabras acarician mis oídos. Veo y oigo sin ver ni oír; es la magia de su lengua.  Aunque  se la  haya oído recitar una vez y otra y otra... siempre deseo oír su cantiga, la historia  del terrible Teobaldo de Montagut.

Soy Marieta, una "noia" aldeana, un lirio silvestre, crecida al abrigo de mi humilde condición, en estas tierras de la Garrotxa.


Los días en que repican recio, bajo de la aldea, con mis amigas.  En la mitad del camino, se alza el monasterio abandonado. Entramos sin temor a coger flores. "Las margaritas más dobles y los jacintos más azules" embellecerán el retablo del santo  Patrono de nuestro lugar. Los muertos duermen su sueño eterno, no les molestamos, pienso.


Llegamos a la plazuela, donde todos rodean al juglar, para escuchar lo de tantas veces. Nobles, pastores o aldeanas; todos hemos visto la humilde tumba del último barón de Fortcastell, del cual va referirnos "la peregrina historia".

¡Qué malvado era Teobaldo de Montagut!  "Por donde pasaba se veía señalando su camino un rastro de lágrimas y de sangre. Ahorcaba a sus pecheros, se batía con sus iguales, perseguía a las doncellas, daba de palos a los monjes, y en sus blasfemias y juramentos ni dejaba santo en paz ni cosa sagrada que no maldijese." Malo desde su desdichado nacimiento.

 Tenía por costumbre hacer entrar a guarecerse de la lluvia a sus endiablados monteros, en las iglesias de sus dominios. Pajes, arqueros, caballos, perros pisoteaban lo sagrado. Un religioso quiso impedirlo, mas Teobaldo ordenó desatar los perros  y perseguirlo como a una alimaña. Ya el sacerdote esperaba la muerte cuando se oyó "una vocería terrible...y gritos de -¡Al jabalí! -¡Por las breñas! -¡Hacia el monte! " Teobaldo olvidó su criminal propósito, le interesaba más la deseada res.


Las palabras de mi juglar  os acompañarán a  la cacería mucho mejor que mis torpes palabras. Todos escuchamos con la boca abierta. Persigue al jabalí, se le escapa una y otra vez. Por fin, consigue clavarle la dorada saeta, pero su caballo no puede más y cae al suelo, muerto de fatiga.

El blasfemo Teobaldo  se desespera; mas en ese momento aparece un  paje "amarillo como la muerte", que le proporciona "un corcel negro como la noche". El barón cabalga y cabalga y no puede detenerse.

Todos los del lugar conocemos el resto de la historia. Y algunos dicen haber visto al jinete diabólico. Yo también, es mi secreto. Un día  regresaba sola a la aldea, el sol se estaba escondiendo y lo vi. Nunca lo olvidaré. Era tal y como dice la cantiga. El relincho del caballo negro  estremecía al bosque, se levantó unas diez varas del suelo y , de repente, echó a volar. Cabalgaba sobre las nubes. No, no estoy loca, no soy la única que lo ha visto.



Dice la cantiga que Teobaldo conoció todos los rincones de la tierra y los cielos con su corte de  ángeles, las almas justas, los profetas y la Virgen María, sí la de Montserrat. Que allí oyó su propia voz , entre blasfemias, de cuando decía  "¡No creo en Dios! Y , a la vista de tantos prodigios, creyó, cómo no.

Y bajó a la tierra , vio su castillo y nadie lo conocía ya. Habían  pasado unos ciente veinte años y el castillo había sido convertido en monasterio. Así que se metió fraile y acabó santamente sus días. En su tumba está escrito :

«... tú, cualquiera que seas,

que te detienes un instante al borde de mi sepultura,

cree en Dios, como yo he creído, y ruégale por mí.»

Pero a mí lo que me gusta es oirlo en boca de mi juglar. Ese arte de hacernos ver y oír; pero sin ver y sin oír ¿cómo se llama? Se lo pregunto cuando estamos a solas y no sabe qué nombre dar a eso. Él aprendió su arte más allá de esas montañas, en la tierra de Provenza. Me contesta repitiendo lo del arcángel, el sol encendido, los hilos de luz de las estrellas, el zumbido de las abejas y  las palabras que se pierden en el aire. Sabe que son las que más me gustan:


"Y vio el arcángel, blanco como la nieve, que sentado sobre un inmenso globo de cristal, lo dirige por el espacio en las noches serenas, como un bajel de plata sobre la superficie de un lago azul.


"Y vio el sol volteando encendido sobre ejes de oro en una atmósfera de colores y de fuego..."



"Vio los hilos de luz imperceptibles que atan los hombres a las estrellas, y vio el arco iris, echado como un puente colosal sobre el abismo que separa al primer cielo del segundo."

 "...creyó percibir un rumor sordo, que pudiera compararse al zumbido lejano de un enjambre de abejas, cuando, en las tardes del otoño, revolotean en derredor de las últimas flores. "

"Atravesaba esa fantástica región adonde van todos los acentos de la tierra, los sonidos que decimos que se desvanecen, las palabras que juzgamos que se pierden en el aire, los lamentos que creemos que nadie oye. "

Todo eso lo puedo ver y oír. Cierro los ojos y lo sigo viendo. Tapo mis oídos y lo sigo oyendo. Le digo a mi juglar que me voy con él, que quiero gozar de sus cantigas toda mi vida.


Y así será. Es el deseo de la "noia" Marieta.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino


Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, comenta la leyenda Creed en Dios y para ello, junto a su habilidad para ilustrarla, encontraréis la voz de Marieta, tan prendada de la voz del juglar.


lunes, 15 de agosto de 2011

Béjar



Béjar, primera población que se nombra en el Quijote, al autor de este magno libro


Lo que son las cosas. Con eso de que el Papa viene de visita a Madrid, hemos decidido irnos nosotros, no sea que nos pille por banda para darnos unos capones. Y nos encontramos en Béjar con esta estatua y varias calles homenajeando a Cervantes, autor del magno libro del que en este y otros blog se ha hecho una extensiva lectura.

Que uno se pregunta qué carajo tiene que ver el Quijote con Béjar, pues la acción ocurre en la Mancha, y por Zaragoza y Barcelona en la segunda parte, si la memoria no me falla. Lo más que nos suena es que Cervantes fue recaudador de impuestos o algo de hacienda en Salamanca. Pero hablamos de memoria.



En cuanto a Béjar, bien, bonita. Casco antiguo, murallitas, y una estatua a un hombre de musgo

que según relata la wikipedia:
En la Edad Media, cuando los árabes eran dueños de la ciudad, los cristianos pusieron sitio y consiguieron entrar recubiertos de musgo y avanzando poco a poco de manera que podían confundirse con arbustos

Eso de "avanzando poco a poco" suena aque estuvieron jugando al "Escondite Inglés".

Pues eso, que estamos de vacaciones para evitar cruzarnos con el Papa. Hasta la vista.

domingo, 14 de agosto de 2011

"...al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas"

Imagen de San Benito (Benedictinas de Palacios de Benaver, Burgos)




Comentario a los capítulos 1,8 y 1,9  del Quijote, publicados en "La acequia", en las entradas tituladas "De cómo Cervantes, de un plumazo, pasa de escribir una obra maestra a la mejor novela de todos los tiempos (1.8)""El autor del Quijote, un traductor y el personaje Cervantes, mientras que don Quijote pierde parte de su oreja y gana una batalla (1,9)" correspondientes a los días 3 y 10 de julio de 2008.

Mientras los frailes de San Benito huyen haciéndose cruces, don Quijote habla con la  dama vizcaína del coche, tal y como lo haría un  caballero andante de libro:” La vuestra fermosura señora mía, puede hacer de su persona lo que más le viniera en talante, porque ya...”


¿Qué ocurre? ¡Lo de siempre! La pantalla del ordenador se subleva. ¿Personajes secundarios quijotescos? Es el momento de la vizcaína, pero no creo que sea ella porque Cervantes no le concedió voz. Será…

Egunon, señora mía, Sancho de Azpeitia para servir a vuesa merced. Dar pues mi versión de lo acontecido con ese don Quijote que mal ande. Caballero  no dejar pasar  coche adelante y mandar  mi señora ir al Toboso. Asirle la lanza hice y decir que si no deja el coche matarle ha este vizcaíno. Entender bien y con sosiego decirme que si  fuera caballero  castigarme ha.
Todo vizcaíno es  hidalgo y yo no puedo sufrir que  niegue mi condición de caballero. Le digo que si arroja la lanza y saca la espada verá como me llevo el gato al agua. Como puede comprobar voacé un vizcaíno puede hablar en perfecto castellano, aunque ese Cervantes me haga hablar como fingido vizcaíno de comedia.



Saca su espada, embraza su rodela y me arremete. Sin poderme apear de la mala mula, voy hacia él con mi espada. A falta de escudo , me protejo con una almohada.  Me voy para él y no atiendo a los pacificadores.


 Estoy dispuesto a matar al que me estorbe. Me siento como un  "Amadís ", las horas que yo también he pasado con esos libros. Me enfrentaré al caballero andante, nunca pensé hallar uno de ellos. ¡ Jaungoikoa! ¡ El Gran Íñigo de Loyola me proteja!


Mi asustadiza señora  desea ver la contienda, pero desde una prudente distancia. Don Quijote recibe de mí una cuchillada en el hombro. Si no es por la rodela, le rajo hasta la cintura. Al sentir el golpe,  pide socorro a una invisible señora Dulcinea. Aprieta la espada, se cubre bien y arremete contra mí.


Todos los circunstantes temerosos y colgados de lo que había de suceder, mientras las mujeres rezan y se ofrecen a todo el santoral. Pero...¿qué pasa aquí? Me he quedado con la espada en alto. Todos, don Quijote también, estamos paralizados. Así quedamos, en esa incómoda postura, durante un tiempo indeterminado.


 Luego supe que , en ese preciso momento, el narrador no puede seguir con la historia  porque " no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas". Se disculpa , mas no se desespera , bien seguro está de hallar su continuación; como efectivamente lo hace, más tarde, en el Alcaná de Toledo, gracias al favorable cielo y...¡ a un muchacho vendedor de papeles viejos! Ya nos dará voacé, señora amanuense, cumplida cuenta de ese hallazgo, de su traducción y demás.

La segunda parte de esta historia comienza donde la dejamos. Dice:"Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes". Yo me adelanto, descargo un tremendo golpe. Le hubiera matado, pero la espada se me desvía un poco.  Le acierto en el hombro izquierdo y, de camino, le llevo  media celada y media oreja.



Mas don Quijote, rabioso, descarga sobre mí con furia inesperada y acierta en la almohada ¡y en mi cabeza! Sangro por la boca, por los oídos y por la nariz. Me abrazo a la mula, que  tras unos pocos córcovos me tira, dando  a correr por el campo. Estoy vencido.

Salta de su caballo, me pone la punta de la espada en  los ojos y me dice que me rinda o me cortará la cabeza. No puedo contestar y las señoras del coche ruegan  me perdone la vida. Si no es por estas buenas mujeres, lo pasara muy mal, tan ciego estaba don Quijote.

Don Quijote les responde, con la gravedad de un verdadero caballero andante, que está contento de hacer lo que le piden. Pone la condición de que yo vaya al Toboso y me  presente ante una señora sin par llamada Dulcinea, para que haga de mí lo que fuere de su voluntad.  A saber dónde está ese lugar.


Mi ama tiene tanto miedo que , sin preguntar quién es esa del Toboso, le promete que haré todo lo que me mande. Don Quijote manifiesta que no me hará más daño, aunque me lo tenga merecido.

Muy mal parado quedé de aquella pendencia, mis heridas tardaron en sanarse. No fui al Toboso sino que seguí mi camino a Sevilla, que mi señora tenía prisa por reunirse con su esposo. Aunque , a veces, me pesa no haber cumplido con lo prometido.

Se despide de vuestra merced un personaje del Quijote que pasa por ser el único que toma en serio a Don Quijote. Agur.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, comenta los capítulos 8 y 9 de la Primera parte. No os perdáis la versión del vizcaíno del combate que tuvo con don Quijote...Después, nos cuenta cómo el Béjar cervantino puede ser un buen refugio en agosto...