viernes, 10 de junio de 2011

"Creo que este ha sido mi último invierno, compañero" (1)

"Viene la noche", imagen tomada en Palacios de Benaver (Burgos)
Jueves, 15 de febrero de 2007
Comentario al último capítulo de la novela "Viene la noche", de Óscar Esquivias, para la lectura colectiva de "La acequia".

¡Hola Sara!

Hemos llegado al último capítulo. Evidentemente, ya sabes qué pasa y qué va a pasar con tu suegro. Pero, en esta entrada, vas a conocer a un Benjamín más sincero. Puede que te sorprenda. En cuanto a tu personaje, la imagen de tu Jaime abrazado a tus rodillas no nos ha sorprendido. Os amáis, a pesar de que haya quien no lo crea.
El viejo ve marchar a Teresa, en el microbús de la Cruz Roja, como cada mañana, desde hace cuatro días.


La despide con la mano, pero su mujer mira indiferente, con el rostro pegado al cristal de atrás. La llevan al hospital Leduc , a su terapia, con un grupo de "deprimidas", un ejército de mujeres solas y derrotadas. Las entretienen haciendo "manuales", gimnasia, meditación, teatro o canto; actividades que se parecen mucho a las que ella imaginó. Así pasa Teresa las mañanas, coloreando mandalas, como una parvulilla.


Dices que así recuperará la confianza y entablará amistades de verdad. Benjamín no está muy convencido, su impresión es de que la llevan deportada.
Hoy ha quedado con Cebrianitos y Mildred. Van a dar un paseo entre los pinos de la Dehesa de la Villa. Su amigo avanza ligero con su andador y lo mira todo con alegría.










Benjamín hizo la guerra entre estos árboles y no puede olvidar aquel infierno. Señala desde donde les disparaban las tropas de Franco. Le gustaría llevar a Cebrianitos hasta las trincheras y los búnkeres, se olvidá del taca taca de su amigo.

Bajan hasta los miradores que dan a la Ciudad Universitaria y a la sierra. Algunas plantas comienzan a florecer, se anuncia la primavera madrileña. Un abejorro enlutado merodea por el romero.



¿Y aquellos tres abejones ? No, son tres helicópteros que vienen y van, como si libaran en algún edificio concreto. Cebrianitos está más informado que Benjamín, le cuenta que están vigilando por lo del juicio. ¿Juicio?

Ya lo sé, Sara. Es un tema espinosísimo para ti. Se juzga a los terroristas del tren, aquellos que mataron a tu hermano y a ciento noventa personas más. El tribunal está en la Casa de Campo.


Miran hacia la lejanía; la Ciudad Universitaria, el tubo del faro de la Moncloa, las agujas del cuartel del Ejército del Aire. Ahora los abejones metálicos permanecen quietos en el cielo. Se oyen sirenas y el resuello de la ciudad.

Cebrianitos disfruta del buen tiempo, como un niño; pero se cansa pronto y han de sentarse. Benjamín trae a cuento lo de "ya el invierno de nuestra desventura se ha transformado en un glorioso verano gracias a este cielo de York"; eso que tanto gusta decir a tu padre , para quedar como persona cultivada. Pero le da un toque guasón, cambiando el cielo por el jamón York. Si Shakespeare levantara la cabeza...


Supone que su consuegro, tu padre, estará ahora en la puerta de los juzgados, voceando, con una pancarta, en compañía de la "marsopa de su mujer y el bandarra de Felipe". La marsopa no es un animalito muy atractivo, disculpa que lo ponga así, son las palabras que Esquivias coloca a un Benjamín, muy irritado. En lo de bandarra, no me meto...


Y, malhumorado, ironiza en torno a la fe de los tuyos en la teoría de la conspiración. Ya sabes: la ETA, los de Bin Laden, algunos de la policía y el Partido Socialista. Cebrianitos da en el clavo, aquí es simposible poner de acuerdo a tanta gente, a pesar de lo bien que se nos da matarnos. Tú no crees en esos disparates ¿Verdad?

Los dos ancianos se sientan al sol, con la cabeza hacia atrás. Cebrianitos se queda dormido y sueña que llega a un apacible Infierno, nada que ver con lo que le contaron los padres paúles, ni siquiera hay llamas. Parece el vestíbulo de un hotel vetusto, con ventilador y todo. El recepcionista le hace firmar en el libro de registro, ni rastro de San Pedro con sus llaves. Muy amable, sólo se queja de lo descuidados que son los familiares; los facturan sin reloj, sin dentadura y sin zapatos.
Cebrianitos despierta, Benjamín va a mear a unas matas. El del taca taca sonríe, agradece el calorcillo de este sol que le regala un poquito de vida, como si a él también le llegase la savia fresca...


Piensa en contar a su amigo el infernal sueño, pero lo ve acercarse con muy mala cara. Pálido y sudoroso, no acierta a cerrar la bragueta. Ha orinado sangre, es una terrible señal.


Cebrianitos le da unas palmadas en la espaldas; le dice que no se asuste, que puede ser una infección o cualquier tontería, que a esta edad lo normal es tener la vejiga floja.

Mas Benjamín, muy serio, afirma: "Creo que este ha sido mi último invierno, compañero".


Benjamín Tobes sabe lo que dice, ya no le quedan esperanzas, ni alegría ni fuerzas. La sangre se le va, la vida se le va. Y todo le da igual.

Cebrianitos intenta ahuyentar el pesimismo de su amigo: no te da igual, vete al médico, no te angusties, no te quejes, que morirse es muy difícil, te lo digo yo. Porque este viejito tan optimista es de los que lleva años despidiéndose del mundo. Pero su amigo le replica que no se haga el valiente, que pronto los dos van a pasear por las estrellas.



Cebrianitos mantiene, a pesar de todo, el buen humor. Contesta: "hala , ni que fuéramos astronautas".



Benjamín le pone la mano en el hombro y sentencia: "Esto es así, compañero". Esta última palabra consigue emocionar a su amigo. Nunca le había llamado así, le parece la palabra más afectuosa del diccionario.


Pasean lentamente, entre flores y verdores, entre el jolgorio despreocupado de los pájaros.


De vez en cuando se les adelanta algún deportista joven.  Nadie va a su par, están agotando la vida mientras los demás la celebran.



Cebrianitos no lo comenta pero en lo que se siente compañero de tu suegro es en "el viaje definitivo a la oscuridad". La oscuridad, la nada o lo que Benjamín llama hoy "estrellas".

Miran al cielo. Sobre ellos, las flores de los ciruelos rojos, las copas de los fresnos, los helicópteros, las estelas de los aviones, el sol, el cielo azul. Y , tras él, "laten las invisibles estrellas".


He de despedirme de ti, Benjamín, compañero. También de ti, Sara, compañera. Bueno...vosotros , como entes de ficción que sois, viviréis mientras haya alguien que lea "Viene la noche". Vuestra vida será más larga que la nuestra, vuestros lectores.


Pero todos, algún día, pasearemos por las estrellas.


Un abrazo para todos los "compañeros" que pasáis por aquí de:


María Ángeles Merino

1 comentario:

Merche Pallarés dijo...

Estaba segura de que te había comentado esta mañana pero veo que no se ha publicado... ¡Qué raro...! En fin, solo te decía que qué tristeza de final... Besotes, M.