lunes, 28 de febrero de 2011

Padre Talí ¿cómo salimos de aquí? ¿Un enamorado dice?

Comentario a parte del capítulo "La puerta negra", del libro "La ciudad del Gran Rey", de Óscar Esquivias, ediciones del Viento.

Nos ponemos el casco...

El fraile manco de la cogulla, el delator padre Talí, recordemos, es un "intruso" como los de la expedición, con ombligo y todo; colado en la del "Gran Rey" antes que el dantesco grupo, un huido del otro lado.

Los escombros cubren casi toda la catedral: pero Talí ha construido una topera, un estrecho pasillo formado por sillas de coro, balaustres y ricas columnas arrancadas de los dorados retablos. Toda una obra de arquitectura.





A través de él, pisando escombros catedralicios, se introducen los cuatro que pronto van a ser dos: Galaz, Garachana, Albiñana y Formoso. Van en misión de reconocimiento. Les moja la lluvia que cae desde las bóvedas caladas.



Al pasar ante los restos del retablo principal, Talí les advierte de que no hagan caso a los ángeles desnudos, los guardianes del sagrario. Si se les molesta pueden ser peligrosos.



LLegan hasta un "pequeño postigo enmarcado por profusa decoración plateresca". Es una puertecita casi negra situada, a un lado, en la capilla del Condestable, en la que no se suele reparar.



Tiene tallada la cabeza de un barbudo, con la boca abierta, como si fuera una rana, de esas en las que hay que colar monedas.





Laurel flores, grutescos...parece "la entrada a la alcoba de una condesa adúltera". ¿O es un apuntador del Tenorio , con concha y todo ?



Talí se la muestra como "la estrecha vereda", la que conduce a España. Le preguntan cómo lo sabe y el fraile les expone toda una tomadura de pelo. Que si el tema que eligió Villegas es el de la Presentación del Niño, el mismo que en la de los Condestables, cuyo retablo convirtió en leña...





Pero que ,si se fijan en la clave gorda del techo, verán al anciano Simeón recibiendo al niño. Tan elevada, rota y chorreando...no ven nada.



Sigue con su retorcida interpretación. El retablo convertido en leña era obra de Diego de Siloé, el que diseñó la Escalera Dorada. ¿Van atando cabos? La capilla de los Condestables es el panteón de los Velasco, también duques de Frías.









¿Y quién encargó la traducción de Dante? La duquesa de Frías. ¿Y quién construyó la capilla? Simón de Colonia, el cual trazó también el sepulcro del arcediano. ¿Ven? Todos en el ajo.



Galaz no está muy convencido, no sabe nada de esos ilustres citados, escruta la puerta y dice que no ve la cerradura. Camuflada está entre las barbas del San Pedro bocazas. Sigue Talí con sus argumentos: la cabeza es Jano, el dios de las dos caras. Aquí vemos una, la otra está al otro lado, en España.



Albiñana recuerda que Dante decía algo de las dos orillas y del "bautismo de fuego y agua". Talí lo encaja, se trata de una llave de oro que abre la negra puerta de las dos orillas, donde se nace a la vida por el fuego y por el agua. Pues...aquí tienen la concha para el bautismo. Y si abren , encuentran las llamas, seguro. El fuego les purificará como el agua del bautismo y todos para España.



Se oye un gran estruendo, la artillería del Gran Rey vuelve a atacar. Ya tienen fuego. Talí se disculpa por ir al grano, que le digan de una vez si alguyno está enamorado; que , si es así, ahora mismito pueden regresar.

Galaz , antes de que sus compañeros abran la boca, supone que alguno habrá con novia y todo, en el blocao. Mañana volverán con el resto del grupo. Tendrá que fiarse el manco, puesto que se necesitan mutuamente. Mañana todos en la catedral.


Aquí os espero, yo también, para acompañarles a pasar al otro lado. Con el casco, no lo olvidéis.

Un abrazo de María Ángeles Merino, uno muy especial para Pedro Ojeda.

domingo, 27 de febrero de 2011

Una pausa, entre libros, para ver que algo brota en febrero...







Almendros en Campo Real, fotografiados por Pili Medina. Gracias, amiga, por llevarme junto a ellos.







Algo brota tímidamente, en el jardín cementerio que rodea la ermita de San Amaro, en Burgos.







Y brota aquel ciruelo de la subida al cerro San Miguel, al que yo llamé almendro. Desde aquí doy las gracias a las amigas que me dieron la noticia...

Una pausa, entre libros, fotos y comentarios, para ver que algo brota ya en este febrero que se nos va.

viernes, 25 de febrero de 2011

Son “intrusos”, unos repugnantes “vivos”, “sacos de mierda ambulante”, con el ombligo intacto.



Comentario al libro "La Ciudad del Gran Rey", de Óscar Esquivias, relacionándolo con "Inquietud en el Paraíso", del mismo autor.

¡Un enamorado! ¿Dónde está? Precisan de él, para salir de la ciudad del Gran Rey. Pero el amor no abunda en la expedición que, tras atravesar la Escalera Dorada en llamas, se encuentra en un desconocido lugar parecido a Burgos.

¿Burgos? Sí, pero no. Las mismas calles, los mismos edificios, las mismas esculturas…Mas las calles viajan como si flotaran sobre un lago, los caminos de ida no sirven para la vuelta, las esculturas toman vida y sopa, las dimensiones se estiran, se estiran y la perspectiva es la de una hormiga.



Por el cielo vuelan frailes y grifos, arriesgándose a ser alcanzados por disparos de artillería. En las ruinas de los templos, ladran las gárgolas y montan guardia los castigados ángeles adolescentes, con cara de pocos amigos.



¿Cómo sobrevivir? ¿Cuál es la moneda oficial? No hay tal sino que se paga con muelas, propias o ajenas. Si no se dispone de efectivo, han de dejárselas arrancar con unas tenazas. Se mata por un rosario de treinta y dos "proserpinas".



¿Seguridad? No hay más protección que los orines de murciélago, para espantar con el mal olor, suponemos. Y en este remedo de la Cabeza de Castilla, no faltan la persecución y la muerte. Toda la expedición corre grave peligro. Son “intrusos”, unos repugnantes “vivos”, “sacos de mierda ambulante”, con el ombligo intacto. Eso sí, si son asesinados no será por odios personales ni políticos…



Además del Purgatorio general, cada uno vive el suyo propio, el que se ajusta a su personalidad y circunstancias. Los personajes son los de “Inquietud en el Paraíso”, con su realidad deformada, como tamizada en un espejo de feria. Abandonaron un Burgos provinciano, conservador y opresivo, inmerso en una guerra fratricida.



La ciudad que encuentran tras la Escalera Dorada es un lugar todavía más amenazante.

Rodrigo Gorostiza, Julián Bayona, don Agustín Garrús, los militares del blocao con Paisán, Garachana y Galaz a la cabeza , el doctor Albiñana, el redactor Gil Formoso, don Cosme Herrera…¿Qué encuentran tras los arcosolios?



Rodrigo Gorostiza, el adolescente seminarista, en busca de amor y de libertad. Podemos mirar el temblor de sus ojos. Del órgano de la catedral al piano de “El Rombo Altruista”, singular ONG, a las órdenes de una dantesca Beatriz que reparte sopa a las estatuas.



De aquel “tutti” que hacía temblar el rosetón al coro de lagarteranas. Un purgatorio con mucha zarzuela, qué infierno para un enamorado de Bach.



Mas Rodrigo, afortunado, tras ser herido, encuentra lo anhelado. Deserta y desaparece en aguas subterráneas…Tal vez la trilogía dé en tetralogía. ¡Quién sabe!



Julián Bayona, relojero independiente y sindicalista, felizmente liberado de las tinieblas de la ignorancia, brevísimo y entusiasta maestro de su sobrino Román. Ahora, tras la muerte de éste, cae en el pesimismo más amargo. Y termina sus días, con la garganta desgarrada, a manos, a boca, de su pariente alumno, convertido en muerto viviente. Tú, tío, tienes la culpa de que me fusilaran en Estépar…

Julián Garrús, masón, filántropo, catedrático de volapuk, financiado por los dólares de una marujil y bastarda sociedad filantrópica.



¿Cotilla o espía? Lo vemos optimista, ya no le persiguen los militares fascistas, qué alivio. A pesar de su odio a los derechistas, permanece en la enfermería militar, para cuidar a los heridos, sobre todo a Gorostiza. Una vez que éste se recupera, abandona a los “carcundas”. El filántropo se nos pierde en las páginas del libro y no sabemos más de él. ¿Se reunirá con el acuático Rodrigo?

Los militares de la Comandancia se instalan en el “blocao”, un ático camuflado en el pasaje de la Flora.



Muertes, fusilamientos y la búsqueda infructuosa de Sanjurjo…Aquel que descargaba su violencia sobre las prostitutas de la mancebía, el capitán Paisán, ahora comandante, muestra su crueldad, matando a quemarropa a un soldado, por guardarse unas pocas pesetas en el calcetín. Pero la melancolía acaba con su vida y asume la comandancia el sargento Garachana. Y menuda sorpresa se lleva éste al leer el mensaje de la paloma mensajera, la de Paisán. Le comunican que su misión queda desautorizada por el Generalísimo Franco.



Han de regresar o se les considerará en rebeldía. Les urge salir de allí.

El ya extravagante doctor Albiñana, con su bata camisón imprescindible, ha estado ejerciendo la medicina al servicio del blocao. Ha de disimular su condición de auténtico difunto. Cuando Garachana consigue conferenciar con el general Dávila en Burgos (el Mundo), se entera de que, en realidad, murió linchado en la cárcel Modelo, poco después del golpe.



¡No reparamos en el detalle de su aparición en una vagoneta de la Casa del Terror!



Al fin, descubrimos que su pretendido estreñimiento encubre que…no caga, como finado que está. A pesar de sus súplicas, un furioso Garachana comprueba su falta de ombligo y le dispara entre los ojos, matando… a un muerto.

El cabo Galaz, horrorizado, se le subleva. El sargento le apunta con el revólver pero el reportero Gil Formoso lo impide. El resto de los militares lo mata a navajazos. Galaz llora, rodeado de la gran mancha de sangre.

¿Y don Cosme Herrera, el origen de toda esta loca aventura? El Penitenciario permanece inconsciente.



Hay que suministrarle la Triaca de Silos, para que recupere la consciencia y les explique, siguiendo a Dante, cómo salir de la Ciudad del Gran Rey.

El maestro Ventura, un singular músico, director de un agonizante hospital, el que subcontrata a Rodrigo, consigue que la Millonetis Beatriz, la de la sopa, se lo proporcione…aunque el padre haya de morir envenenado unas horas después. Tal es su efecto.



El canónigo despierta y les interpreta las palabras de Dante. Espera que encuentren la salida del Purgatorio, mas él no les acompaña. Desea caminar a solas por la ciudad Purgatorio, hacer cuenta de sus pecados y elegir donde morir. Les bendecirá.

No todos salen, alguno se queda. La clave está en el Amor. ¿Un enamorado?

Sólo queda encontrar la salida, desde una catedral que se derrumba. En la próxima entrada. Traed un casco.



Un abrazo de María Ángeles Merino para todos los que me visitáis.

Uno, muy especial para Pedro Ojeda.

lunes, 21 de febrero de 2011

Ocho cuadros del Greco al lado del sepulcro del arcediano Fernández de Villegas.

Voy por la burgalesa calle de la Paloma. Ahí en los muros del Claustro bajo, anuncian una exposición de pinturas del Greco, en la capilla de la Natividad.



En realidad, aunque el Greco sea interesante, el motivo de mi visita a la Catedral es reconstruir el final de la novela "La ciudad del Gran Rey", de Óscar Esquivias. Con los ojos de la imaginación, veo algo así:



Llego al sepulcro del arcediano Fernández de Villegas.



En esta capilla, la de la Natividad, están expuestos los ocho cuadros.





La oración del huerto, la Verónica, un crucificado con vista de Toledo, la Anunciación, San Francisco, Magdalena penitente...Destacaría este impresionante San Sebastián, traído de la catedral de Palencia.



Acerco mi cámara a la firma de Domenikos Theotokopoulos. Δομήνικος Θεοτοκόπουλος .



También llama mi atención la fantasmal vista de Toledo, a los pies de este crucificado.





¿Por qué el Greco veía así su ciudad? ¿Alucinaciones tal vez? Eso decía el doctor Marañón...



Paso del Toledo lunar del Greco a la "La ciudad del Gran Rey", de Óscar Esquivias.¿Se parecen en algo?

Aquel día de febrero de 2011 había leído las últimas páginas, tenía la mañana libre y me apetecía ir a la catedral.

Tras la exposición, sigo viviendo las páginas finales del libro...

Intento hacer un comentario que abarque todo el libro, pero ya conocéis mis dificultades para la síntesis. En ello estoy.


Un abrazo de María Ángeles Merino