viernes, 29 de enero de 2010

"se les pasó el día y se les vino la noche... pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques"




"se les pasó el día y se les vino la noche... pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques"

Segunda parte del comentario al capítulo 34,2 del Quijote. Publicado en "La acequia".

La noche se echa encima. Noche de verano, con un claroscuro aliado de las intenciones burlonas de los duques.

Pasó el crepúsculo, ya no es momento de nubes encendidas. Sin embargo, el bosque arde o lo parece. Se oyen cornetas y otros instrumentos bélicos. ¿Pasa la caballería? El resplandor ciega los ojos, el ruido atruena los oídos. Agarenos lelilíes trompetas, clarines, tambores y pífaros. Para poner de punta los nervios más templados.

Pasmado el duque y suspendida la duquesa. Excelentes actores. Don Quijote se admira, Sancho tiembla.

Y, de repente, silencio, un terrorífico silencio. Aparece un espantajo vestido de demonio que hace sonar un cuerno, cuyo ronco sonido espanta a los presentes no conchabados.

Con toda naturalidad, el duque le llama “hermano correo” y le pregunta quién es, dónde va y qué gente de guerra es ésta. Contesta, con voz de dar miedo, que es el Diablo y va a buscar a don Quijote de la Mancha. Los de la guerra son seis tropas de encantadores que traen, sobre un carro triunfante, a Dulcinea encantada que no encantadora. Viene con Montesinos, que dará las instrucciones, a Don Quijote, para desencantar a su dama y volverla encantadora.

Don Quijote pone en duda que sea de verdad diablo. Si lo fuera, hubiera conocido, de un vistazo, al caballero de la Mancha, puesto que lo tiene delante. El del cuerno se disculpa, andaba despistado.

A Sancho le extraña que un demonio diga “En Dios y en mi conciencia”. Con ironía, apunta que es buen cristiano; lo cual demuestra que, incluso en el infierno, hay buena gente. La perspicacia de Sancho es intermitente...

El de los tres cuernos trae un recado del descorazonado Montesinos, para el Caballero de los Leones. Que le espere aquí mismo, que trae a Dulcinea, con orden de darle la receta del desencanto. Toca el cuerno, tutu tutú, y se va.

No sabemos quién queda más escamado, si Sancho o Don Quijote. El escudero, de ver cómo se empeñan en el embuste de una Dulcinea encantada. El caballero porque no puede asegurarse, a sí mismo, si es verdad lo de la cueva de Montesinos. Y ambos esperarán: intrépidamente el caballero y Sancho con reservas, que diablos y cuernos no le hacen ninguna gracia.

Se cierra la noche y, por el cielo, discurren luces como estrellas fugaces. ¿Fuegos de artificio?

Se oyen espantosos chirridos de ruedas macizas, como las que llevan los carros de bueyes; a ellos se unen ruidos de artillería, escopetas, voces de combatientes, lelilíes moros…Parece, que en el bosque, se estuvieran dando cuatro batallas, una en cada punto cardinal. Los duques non han reparado en gastos…

Don Quijote, tan valiente, ha de valerse “de todo su corazón” para sufrir aquel son tan horrendo. En cuanto a Sancho, se desmaya en las faldas de la duquesa, buen lugar para desmayarse. La gran dama recibe al desmayado Muy humana la señora duquesa. Mas “a gran priesa” manda que le echen agua en el rostro. Se espabila coincidiendo con la llegada del primer carro. ¡Qué mujer esta! ¡Lástima haber nacido villano!

Tiran del carro cuatro cachazudos bueyes, vestidos de luto y con un hacha de cera encendida en cada cuerno. Como toros embolaos, más o menos.

Y sobre un asiento alto, un venerable anciano, con luengas barbas blancas y ropa negra de bocací. Será buen tejido…

Lo guían dos feos demonios, tan feos que Sancho cierra los ojos para no verlos. Van a juego con el venerable, ay este adjetivo *.

Bueno, a lo que vamos, se levanta el viejo y se presenta como el sabio Lirgandeo, modestia aparte.

El siguiente carro lleva a otro anciano , igualmente modesto: el sabio Alquife. Nos da el dato de ser “el grande amigo de Urganda la Desconocida”.

El que llega a continuación no transporta a otro venerable sino a un “hombrón robusto y de mala catadura”. Qué miedo, dice ser Arcalaús el encantador. Si los otros dos van de sabios, éste se presenta como “enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela”.

Pasan los carros y paran un poquito más allá. Cesa el horrendo chirrido y se oye ¡música! Música suave y concertada. Sancho se alegra y opina que “donde hay música no puede haber cosa mala”.

Su venerada duquesa añade que “tampoco donde hay luces y claridad”. El escudero replica que” luz da el fuego y claridad las hogueras”, pero pueden abrasarnos. Muy fino hila el futuro gobernador.

Sancho relaciona siempre la música con la fiesta. No conoce otra…

Veremos, en el próximo capítulo, de lo que va tras la música.“Ello dirá” dice don Quijote.


Un abrazo, a los que pasáis por aquí, de María Ángeles Merino.


Pedro Ojeda Escudero dijo en "La acequia":

"Abejita de la Vega comenta primero la impresión de la Duquesa sobre Sancho para pasar a describir la montería y más tarde la procesión de carrozas y las reacciones de los protagonistas. Después publica la aportación semanal del Sanchico, gracias a Ele Bergón, que defiende a su padre. Para él no es simple, sino un poco pardillo."

Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0eP9n1VjK
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Pedro Ojeda Escudero dijo en este blog:

"Eso sí es preparar una burla a lo grande.
Me gustan estas fotos: quién sabe si allí aparecerá otras carrozas."

Gracias,Pedro, por tus palabras. Por el páramo de Palacios, una carroza. No sé, no sé. Sor Austringiliana, igual...

5 comentarios:

Antonio Aguilera dijo...

Pues sí que organizan a lo grande la representación de hoy.

El episodio de la cacería, con bestias cimarronas reales.
Sancho huye árbol arriba, pero con los kilos que ha cogido por los últimos banquetes, quiebra la rama.
El rucio, según dice el "berenjeno", se quedó esperando que Sancho pegara el cholazo contra el suelo; pero don Quijote lo libera: para eso están los amos amigos.

Cervantes hace una velada critica a lo ociosidad de los reyes y nobles por medio de Sancho.
No se muerde Sancho la lengua, lo dice claro, que deben de estar atendiendo sus asuntos y no pegando tiros por ahí.

Es verdad que hay una desmesurada afición, aun en nuestros días, a las armas de fuego, y a pegarle tiros a todo lo que se menea.
Luego hay los accidentes inevitables: pues si hicieran todos caso a Sancho no pasaría.

Muy buen comentario a un muy divertido capítulo. Pero me da el olfato que el siguiente no le va a la zaga.

Este año los almendros florecerán más tarde, las abejitas quedarán mientras en el brasero jajaja

Un abrazo

Merche Pallarés dijo...

Excelente, Abejita. ¡Cómo es Cervan de malandrín que nos deja con la boca abierta esperando al siguiente capítulo para ver como "desentuerta" este entuerto de los encantamientos! (Seguro que sale Cide Hamete explicándolo). Besotes, M.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Eso sí es preparar una burla a lo grande.
Me gustan estas fotos: quién sabe si allí aparecerá otras carrozas.

pancho dijo...

El organizar tal despliegue de medios sólo para gastarle una broma o impresionar a los dos penitentes, no parece que encaja. Cervantes debería traer entre manos alguna intención escondida o al menos que todavía no conocemos.

Muy poética la transición del día a la noche que nos describes, a juego con los atardeceres que encabezan. Si en la noche había claridad, debía de haber luna: nubes encendidas de luna.

Divertida intervención del diablo.

Abejita de la Vega dijo...

Antonio: pobre Sancho, no creo que el rucio sea tan hijo...Reyes y nobles: ni cazas ni cazos, a atender los asuntos,bien claro lo deja el escudero gobernador. Lo de pegar tiros es una afición que no entiendo, hasta el bueno de Miguel Delibes...
Sí, como dices,la abejita tendrá que esperar para libar en los almendros.Espero que no se hayan helado.En Burgos hay pocos y tardan más que en Campo Real. Cómo disfrutaba yo con su vista, ay la vega aquella.
Merche: lo desentuerta a costa de Sancho, no hay derecho. No me adelanto...
Pedro: por el páramo de Palacios, una carroza. No sé, no sé.
Pancho: tal vez , no lo sabremos nunca. Esos atardeceres son tan poéticos...Nubes encendidas de luna, dices. Poeta salmantino.
Un abrazo a todos